Querida Julia:
yo sé que la vejez se acerca. Tú lo supiste y lo viviste. Hoy cumplirías 109 años. Yo empiezo a sentir lo lejos que quedo en el tiempo como a mí me parecía lo lejos que quedabas tú cuando me decías, Fernandoski, yo nací cuando estalló la Primera Guerra Mundial. El otro día pensé, Yo nací quince años después de terminada la Segunda Guerra Mundial; es decir: si naciera hoy, habría nacido quince años después de las crisis de Lehman Brothers. ¡Qué lejos va quedando todo, Julia! y qué años tan difíciles. Espero que si hubieras seguido viva y con la cabeza en su sitio, me habrías llegado a querer bien, a querer de verdad (desde que dos mujeres de la familia lograron sembrar la cizaña en mi corazón, no puedo dejar de pensar que realmente no me quisiste tanto como yo creía sino que más bien utilizaste conmigo una política de apaciguamiento, siendo como eras una mujer que conocía la condición humana); de ahí mi esperanza en que si me hubieras conocido fuera ya del ámbito familiar, quizá me habrías tenido en verdadera estima (cabe por supuesto la posibilidad de que realmente me quisieras). Soy un mar de dudas, Julia. Tomo decisiones duras que me llagan y que sin embargo siento que son las que menos lo hacen. Quizá me reconvendrías. Y si lo hicieras con el corazón en la mano y sin andarte con paños calientes, estoy seguro que me callarías la boca. Podría imaginar la escena. Podría ver perfectamente a un hombre de sesenta y tres años que baja la mirada ante las verdades del barquero que le canta una mujer de ciento nueve como si realmente tuviera ocho años. Nos quedamos en los años que vivimos con los demás. Aunque es posible que si una vez que te hubiera escuchado, me hubieras pedido que te abriera mi corazón y yo realmente, quizá por primera vez, lo hiciera, entonces, digo, a lo mejor tú también descubrirías razones válidas nacidas más del amor que del rencor, más de una rendición que de una batalla, más de una asunción que de un desafío. Quizá no. Quizá me llevo equivocando todos estos años. En todo caso, estoy convencido que moriré sin saber y que nadie me dará explicaciones. ¡Qué poco he hablado! Qué poco me han hablado! Ya tú sabes… ya tú sabías… disculpa en todo caso a este viejo, a quien tú criaste, por tener la debilidad de quererte, de quererte siempre, de quererte tanto.
Siempre tuyo, siempre agradecido,
Fernandoski
Querida...:
No sabes el tiempo que me ha llevado poder escribirte estas pocas letras. Siento que se me han roto los dedos. Tanto. Luego me digo lo contrario. La vida privada es un cúmulo de pequeñas tragedias y comedias que terminan componiendo un drama. Algo así. Yo no soy Augusta Ada Byron King, condesa de Lovelace; no dispongo de esa mente analítica que le permitía ahondar en los arcanos de las matemáticas, inventarlas; ni tengo mucho de su compañero de inquietudes científicas, Charles Babage, al que parecía que tan sólo le importara en este mundo su Máquina Analítica. A mí me importa el drama de la vida. El drama de mi vida también. Por eso me importas tú. Por supuesto, insisto, luego me digo lo contrario; en ocasiones -sobre todo al llegar la noche- llego a pensar que lo has hecho por mi bien, que de alguna manera me quieres hacer el bien con tanto mal y lo pienso porque creo en la paradoja, creo ciegamente en ella -porque es la única manera de creer, ciegamente-, y te santifico entonces, te elevo en mis altares laicos al máximo de su altura, te lloro mientras te maldigo y a veces, también, cuando te maldigo te odio. No, no, no estoy cuerdo. Lo sabes. El tiempo y la soledad me han ido llevando la mente hacia lugares que podría llamar orillas de la locura (quítale la poesía que contenga la expresión y quédate, si puedes, con lo más exacto de la misma). Quizá cuando me cambie de casa todo sea distinto, distinto esta vez porque las cuarenta veces anteriores poco cambió excepto, claro, el espacio. Por soñar que esta vez sí, por fin, la paz; por soñar, sí, que te has ido por mi bien; cuando digo por mi bien no quiero decir, por supuesto, que hayas ideado una estrategia, ah, no, querida, estas paradojas sólo pueden ocurrir desde la inconsciencia. Sólo que si tu inconsciente fuera tan benévolo, a mí, ¿qué quieres que te diga? me daría mucha tranquilidad. Ya me despido. Me tengo que recordar -tú no estarás para hacerlo, tú no me quieres recordar nada, es más, tú no me quieres recordar- que cuando recopile los escritos relativos a tu ausencia te he de poner una dedicatoria sólo que aún no sé si pondré tu nombre y tus dos apellidos o sencillamente lo resolveré con las frías iniciales que no socorren a nadie ni alivian nada.
Tuyo siempre
No sabes cómo golpea. No lo sabes. No, no quiero que lo sepas porque si supiera que lo sabes entonces no podría soportarlo, no podría soportar que fueras tan cruel... no sabes cómo golpea de improviso, fantasmas gigantes, una hondura de dolor tan profunda que horada el final de los intestinos, el último rinconcillo del alma. Es mirar el día tan nublado y de improviso escuchar las notas de una canción que jamás escuchamos juntos y el dolor sale por los ojos, no sabes cómo sale. No sabes cómo duele ¿verdad? Prométeme que no lo sabes. ¡Ay, que vuelve! que vuelve a lacerarme en el costado, que vuelvo a sangrar esta desesperanza, que no tengo quien pueda escucharme y reconocer este dolor que es fuego y es espada y es tortura en la oscuridad.
Querido:
Por la mañana soñarás un museo, las paredes viejas, los cuadros viejos, no lo harás bien. Desayunarás un café con leche con unas tostadas con mantequilla. Mirarás a través del ventanal del salón el paisaje de la montaña, hermoso y ocre iluminado por las nubes con anchas pinceladas grises. Recordarás. Saldrás con tu perro al paseo matutino. Hoy decidirás subir por el camino que lleva hasta el pinar. Te sentarás a medio camino y sabrás que estás dentro de las nubes. El paseo durará hora y media. Bajaréis a eso de las una. No tendrás pereza. Cogerás el coche. Irás hasta la gasolinera. Pasarás por el supermercado. Comprarás cabecero de lomo y unas aceitunas. Volverás a casa. Comerás unas lentejas a la riojana de lata porque has decidido no cocinar hoy. Te quedarás un rato viendo snooker. Saldrás de nuevo con tu perro en el paseo corto de la tarde. Llueve la nube mientras dais la vuelta. Meditarás justo media hora. Te escribirás después esta carta de felicitación. Habrás de mantener la calma. Estás casi seguro de que lo conseguirás porque 62 es, al fin y al cabo, lo infinito.
Querida Julia,
Hoy cumples 108 años. Creo que son más de quince los que llevas ya al otro lado de la laguna. Quiero que me creas cuando te escribo que nada me gustaría más que contarte hermosas historias de la tierra para luego ir estrechando semejante vastedad hasta llegar a contarte historias hermosas de mi tierra entendida ésta como mi ser. A veces las personas, tú bien lo sabes, estamos tristes porque ocurren tristezas. La mayoría de la gente quiere huir de ellas. En occidente la obligación de estar bien se convierte cada vez más en una pesada carga. Yo defiendo la tristeza si es sensato estar triste. La tristeza como forma de estar en el mundo. La tristeza como forma de vivir en el mundo. Este año, Julia, he estado y he sido triste. Aún lo estoy y creo que lo estaré para siempre porque será sensato estarlo y porque lo único que me queda para poder seguir es decirme que es sensato lo que siento, que no me he vuelto loco, que no es injusto. Este estado de tristeza en nada quita que haya momentos de una felicidad grande. Yo no puedo vivir en un mismo y constante estado de ánimo. Me dice César que también tendrá que ver el metabolismo con estos picos que tengo porque he de decirte que he tenido momentos de una gran exaltación feliz. Vivo en un sitio muy hermoso. Nuestra cultura que es una cultura del ver tiene aquí un lugar privilegiado donde extasiarse. De la tristeza empiezo a hablar y de inmediato huyo de ella. Porque sigue siendo inconveniente hablar de estas cosas. Porque no quiero nombrar. Si te hablo de mí te diría que mi tristeza proviene de mi representación de mundo. Yo sé -y de verdad lo sé- que lo que discurro de lo que ocurre no es lo que discurre. Lo que pasa no es lo que me pasa. El observador altera lo observado, ya nos lo dice la mecánica cuántica que es, para que tú me entiendas, la física de lo minúsculo que resulta que no se comporta igual que la física de lo mayúsculo con lo que, al fin y al cabo, lo que nos ocurre es lo mismo que ocurre entre lo minúsculo y lo mayúsculo en relación con su física. Sé que ante los mismos hechos hay muchas formas de relacionarse con ellos (no quiero escribir el verbo reaccionar. No quiero escribir la frase: ante los mismos hechos hay muchas formas de reaccionar porque la reacción es una única forma de relacionarse con un hecho -dentro de esa forma por supuesto que se abre un nuevo abanico de posibilidades pero no con respecto al hecho sino con respecto a la forma de la reacción-).Es ahí, en esa relación entre el observador y lo observado, donde en el último año el estado más constante ha sido el de la tristeza. Disculpa, querida Julia, si me desahogo un poco contigo. Recuerdo tu estoicismo manchego cuando me aconsejabas en la niñez. Quisiera que por el aire me llegara un hálito de esos consejos.
Me he detenido un rato. He hecho unos cuantos problemas de ajedrez. Hoy no se ha dado bien. Tampoco se ha dado bien el coche. El día ha sido nublado. Ya ha caído la noche. Siento mucho que me envenenaran tus preferencias. No sabes cuánto lo siento. Ni siquiera he aprendido algo tan elemental como la inutilidad de la comparación. Empiezo a entender la fragilidad que sentías los últimos años de tu vida. Tú la sentiste justo al final. Siempre fuiste una mujer decidida. Me siguen gustando los días grises y verdes con toques aquí y allá de ocres. Ojalá en el pasado que vivimos en común haya conseguido hacerte sentir bien. Yo he de seguir aún en esta orilla. Todavía no he aprendido que no es para siempre. También es cierto que hoy he dormido poco. La lluvia en este ocho de noviembre no llegó a caer.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/11/2023 a las 19:58 |