Querido Fernando:
Parece que por fin la continuidad de la vida me está llamando, me muero. No sé si tendré tiempo de enviarte alguno que otro de mis ensayos -siempre la palabra ensayo en el sentido de intento (como tú decidiste utilizarlo también en tus escritos)- porque hay días en que me falta el aire y siento un dolor muy intenso en el abdomen que me hace retorcerme en unos dolores deliciosos y terribles que me provocan vómitos y largas convalecencias; es cierto que en ocasiones tengo apego a los colores de este mundo y a la música que provoca el viento cuando entra desde el mar y se retuerce entre los pinos y que el tacto que tantos placeres me ha causado intuyo que no tendrá desarrollo en el próximo mundo hacia el que me dirijo y menos aún los olores y sabores que este planeta enfermo nos ofrece aún entre estertores de monóxidos, amoniacos, azufres y vertidos innobles. Sí, amigo mío, en ocasiones tengo miedo y sollozo en las madrugadas por no tener ya fuerzas, ni ganas, de amar otro cuerpo y sentir en mi espalda su calor y sin embargo entre este marasmo de tisanas, asfixias, vómitos y punzadas mezclado con las alucinaciones propias de los cerebros que se pudren y que debido a los fallos en sus redes neuronales confunden un higo con la idea del año nuevo o al ver a un niño creen estar viendo un tejado de varias aguas, hay algo que me alegra y es la curiosidad que tengo por morir, estar ya cerca, saber que muero, saber que podría ser en este mismo instante cuando le estoy dictando a mi última amante que además es una vieja amiga, estas palabras, el momento en el que el corazón se detenga y el cerebro deje de divagar por fin y se relaje y pueda estar en disposición de meditar eternamente. Si así ocurriera y no tuviera tiempo para transmitirte mis últimas palabras, sabe que siempre te he tenido en alta estima aunque no haya podido evitar pensar en ti -en muchas ocasiones- como en un ser en mucho estúpido.
Deja que te explique:
Vivir no tiene fundamento. Tú por mucho que lo escribas y por mucho que lo pienses jamás llegarás a conclusión válida alguna. Hay algo en tu escritura que peca aún de victimismo y sé que estás luchando contra ello cosa que de alguna forma te honraría si luchar sirviera para algo. De nada sirve luchar, amigo mío y yo sé que tú ya has vislumbrado que tu victimismo es constructo de una mente creada hace ya demasiado tiempo sólo que aún no lo has interiorizado, no lo has hecho tuyo y eso no se consigue luchando sino más bien al contrario, has de quedarte en paz contigo mismo.
Adoleces de soledad, te leo a veces. Deja de quejarte porque tu soledad es tu castillo y en tu castillo -como Montaigne en el suyo- eres dueño absoluto de tus actos y a nadie has de rendir cuentas. Acepta que eres un cobarde porque salir al mundo todos los días, enfrentarse a los otros hasta tarde y volver a la noche a la casa eso sólo lo hacen los valientes o los desesperados. Eres feliz alejado de los errores mundanos. Te aterra errar y eso también es constructo que tú no forjaste. Así es que, querido amigo, déjate ser, no es ni mejor ni peor ser aceptado por los otros, ni hay que llegar a ningún sitio porque como mucho podemos decir de nosotros mismos que somos entes que albergan a nuestros verdaderos dueños que son los genes y éstos son pura química, sustancias que no piensan, compuestos sin arrogancia y con una única misión: que tú desees juntarte a otro de tu especie para generar otro ente que los albergue a ellos.
Ama y sé paciente. Ama cuanto puedas y sé paciente siempre. La mujer a la que deseas se merecerá siempre tu paciencia y si algún día ella vuelve a ti -aunque sea una tarde, con prisas y en silencio- ámala como si fuera la vez primera, trátala con la dulzura y la fuerza del océano y luego deja que se vaya y vuelve a someterte a la paciencia. Amar es dejar ser lo que uno quiera y el ser está en el tiempo y el tiempo -tú lo sabes- siempre espera.
¡Cómo anhelo el recuerdo del vino! Ahora ya no puedo sentirlo. Y me fatigo.
Mi amante y vieja amiga me dice que lo deje, que mañana -si quiero- podré seguir un rato; me lo dice con la boca pequeña y la miel en los labios como escuchan los niños que tienen una madre buena sus últimas palabras de buenas noches antes del beso en la frente. Por si no llego a mañana quisiera agradecerte el espacio que has dejado para mí en tu vida y en tus notas y las muchas veces que nos hemos reído, que reír es la sal de la vida, lo más cercano al abrazo. Y para que no quede todo en crítica o en pequeña advocación, sentir de viejo, mantén vivo ese don que tu camino te ha dado y que es saber escuchar cuando hay que hacerlo.
Estoy llorando. Me duele el bazo. Ya estoy llegando.
Parece que por fin la continuidad de la vida me está llamando, me muero. No sé si tendré tiempo de enviarte alguno que otro de mis ensayos -siempre la palabra ensayo en el sentido de intento (como tú decidiste utilizarlo también en tus escritos)- porque hay días en que me falta el aire y siento un dolor muy intenso en el abdomen que me hace retorcerme en unos dolores deliciosos y terribles que me provocan vómitos y largas convalecencias; es cierto que en ocasiones tengo apego a los colores de este mundo y a la música que provoca el viento cuando entra desde el mar y se retuerce entre los pinos y que el tacto que tantos placeres me ha causado intuyo que no tendrá desarrollo en el próximo mundo hacia el que me dirijo y menos aún los olores y sabores que este planeta enfermo nos ofrece aún entre estertores de monóxidos, amoniacos, azufres y vertidos innobles. Sí, amigo mío, en ocasiones tengo miedo y sollozo en las madrugadas por no tener ya fuerzas, ni ganas, de amar otro cuerpo y sentir en mi espalda su calor y sin embargo entre este marasmo de tisanas, asfixias, vómitos y punzadas mezclado con las alucinaciones propias de los cerebros que se pudren y que debido a los fallos en sus redes neuronales confunden un higo con la idea del año nuevo o al ver a un niño creen estar viendo un tejado de varias aguas, hay algo que me alegra y es la curiosidad que tengo por morir, estar ya cerca, saber que muero, saber que podría ser en este mismo instante cuando le estoy dictando a mi última amante que además es una vieja amiga, estas palabras, el momento en el que el corazón se detenga y el cerebro deje de divagar por fin y se relaje y pueda estar en disposición de meditar eternamente. Si así ocurriera y no tuviera tiempo para transmitirte mis últimas palabras, sabe que siempre te he tenido en alta estima aunque no haya podido evitar pensar en ti -en muchas ocasiones- como en un ser en mucho estúpido.
Deja que te explique:
Vivir no tiene fundamento. Tú por mucho que lo escribas y por mucho que lo pienses jamás llegarás a conclusión válida alguna. Hay algo en tu escritura que peca aún de victimismo y sé que estás luchando contra ello cosa que de alguna forma te honraría si luchar sirviera para algo. De nada sirve luchar, amigo mío y yo sé que tú ya has vislumbrado que tu victimismo es constructo de una mente creada hace ya demasiado tiempo sólo que aún no lo has interiorizado, no lo has hecho tuyo y eso no se consigue luchando sino más bien al contrario, has de quedarte en paz contigo mismo.
Adoleces de soledad, te leo a veces. Deja de quejarte porque tu soledad es tu castillo y en tu castillo -como Montaigne en el suyo- eres dueño absoluto de tus actos y a nadie has de rendir cuentas. Acepta que eres un cobarde porque salir al mundo todos los días, enfrentarse a los otros hasta tarde y volver a la noche a la casa eso sólo lo hacen los valientes o los desesperados. Eres feliz alejado de los errores mundanos. Te aterra errar y eso también es constructo que tú no forjaste. Así es que, querido amigo, déjate ser, no es ni mejor ni peor ser aceptado por los otros, ni hay que llegar a ningún sitio porque como mucho podemos decir de nosotros mismos que somos entes que albergan a nuestros verdaderos dueños que son los genes y éstos son pura química, sustancias que no piensan, compuestos sin arrogancia y con una única misión: que tú desees juntarte a otro de tu especie para generar otro ente que los albergue a ellos.
Ama y sé paciente. Ama cuanto puedas y sé paciente siempre. La mujer a la que deseas se merecerá siempre tu paciencia y si algún día ella vuelve a ti -aunque sea una tarde, con prisas y en silencio- ámala como si fuera la vez primera, trátala con la dulzura y la fuerza del océano y luego deja que se vaya y vuelve a someterte a la paciencia. Amar es dejar ser lo que uno quiera y el ser está en el tiempo y el tiempo -tú lo sabes- siempre espera.
¡Cómo anhelo el recuerdo del vino! Ahora ya no puedo sentirlo. Y me fatigo.
Mi amante y vieja amiga me dice que lo deje, que mañana -si quiero- podré seguir un rato; me lo dice con la boca pequeña y la miel en los labios como escuchan los niños que tienen una madre buena sus últimas palabras de buenas noches antes del beso en la frente. Por si no llego a mañana quisiera agradecerte el espacio que has dejado para mí en tu vida y en tus notas y las muchas veces que nos hemos reído, que reír es la sal de la vida, lo más cercano al abrazo. Y para que no quede todo en crítica o en pequeña advocación, sentir de viejo, mantén vivo ese don que tu camino te ha dado y que es saber escuchar cuando hay que hacerlo.
Estoy llorando. Me duele el bazo. Ya estoy llegando.
Tuyo siempre
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Ensayo
Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/11/2015 a las 01:28 | {0}