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llegó. La playa no era como había imaginado, o como recordaba que la imaginaría, era mucho más plana; recordaba que al fondo se elevaban, suavemente, sí, pero era elevación, unas dunas de una arena naranja y tras ellas creía que vería una hilera de pinos tras los cuales se encontraría en un camino que le llevaría, a no más de seis kilómetros, hasta la puerta de su casa. Lo que tenía ante sí era muy distinto: la arena era negra de piedra aún no desecha por el tiempo y la sal; muy a lo lejos se vislumbraba lo que parecía ser un muro de color rojizo, rojo y rosa, o rosa subido de tono. Nada más que el rumor del mar se escuchaba y los azotes del viento que no encontraban obstáculo en su camino que hiciera que el tono variase; era un zumbar monótono y triste como las nanas de las mujeres viejas que las cantan sin ganas a niños que morirán de inanición o de guerra. Mucha parecía la distancia entre la arena negra y el muro rojo y más aún por las fluctuaciones que el calor, la humedad y el viento provocaban en la atmósfera y aún más porque se encontraba casi al borde del desfallecimiento tras llevar cincuenta y tres años a la deriva en aquella balsa que habían terminado de construir su padre y su tía justo antes de morir asados en una parrilla sacrificial. Los vio asarse y los escuchó gritar cuando ya vagaba a la deriva en un océano que aún no sabía que sería el espacio de su vida para siempre. Nadie le enseñó a navegar. Nadie le dijo, Esto se puede beber y esto no. Apenas supo llamar a las cosas por su nombre de tantas que se encontró y que nadie nunca le había dicho cómo se habían de llamar. Salió de la enfermedad como pudo haber muerto. Ni siquiera supo que era enfermedad lo que le mantenía débil durante largas y atormentadas temporadas. No aprendió a llorar. No se cruzó jamás con ninguna otra embarcación en la que también navegara a la deriva otro ser humano. Sólo recordaba -como si esa fuera su verdadera tabla de salvación- la arena blanca, las dunas naranjas, la hilera de pinos, su casa tras ella; ese recuerdo al que se añadía, a veces, la voz de su padre que pronunciaba palabras como Tijeras, Sarpullido, Cesta o Te quiero, fueron quienes le dieron el impulso para vivir un día más, un mes más, un año más. Cuando la noche anterior atisbó por vez primera tierra tras cincuenta y tres años por un océano salado y en continuo movimiento, dedujo que la única tierra que había en todo el océano era la tierra desde la que partió y así esperó que la corriente tuviera a bien llevarle hasta allá. No durmió. Apenas dormía. La primera luz de la mañana surgió a su espalda y se giró. Cerca, demasiado cerca como para no sentir temor, estaba la lengua de tierra. Un temor que se acrecentó cuando sintió que ponía los pies en un lugar quieto, que no se ondulaba, que no amenazaba con ser más impetuoso en el embate siguiente. Amarró como pudo la balsa a una roca -tocó la roca. Sintió lo seco- y se dio cuenta de que la playa no era como había imaginado o como recordaba que la imaginaría, era mucho más plana
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llegó. La playa no era como había imaginado, o como recordaba que la imaginaría, era mucho más plana; recordaba que al fondo se elevaban, suavemente, sí, pero era elevación, unas dunas de una arena naranja y tras ellas creía que vería una hilera de pinos tras los cuales se encontraría en un camino que le llevaría, a no más de seis kilómetros, hasta la puerta de su casa. Lo que tenía ante sí era muy distinto: la arena era negra de piedra aún no desecha por el tiempo y la sal; muy a lo lejos se vislumbraba lo que parecía ser un muro de color rojizo, rojo y rosa, o rosa subido de tono. Nada más que el rumor del mar se escuchaba y los azotes del viento que no encontraban obstáculo en su camino que hiciera que el tono variase; era un zumbar monótono y triste como las nanas de las mujeres viejas que las cantan sin ganas a niños que morirán de inanición o de guerra. Mucha parecía la distancia entre la arena negra y el muro rojo y más aún por las fluctuaciones que el calor, la humedad y el viento provocaban en la atmósfera y aún más porque se encontraba casi al borde del desfallecimiento tras llevar cincuenta y tres años a la deriva en aquella balsa que habían terminado de construir su padre y su tía justo antes de morir asados en una parrilla sacrificial. Los vio asarse y los escuchó gritar cuando ya vagaba a la deriva en un océano que aún no sabía que sería el espacio de su vida para siempre. Nadie le enseñó a navegar. Nadie le dijo, Esto se puede beber y esto no. Apenas supo llamar a las cosas por su nombre de tantas que se encontró y que nadie nunca le había dicho cómo se habían de llamar. Salió de la enfermedad como pudo haber muerto. Ni siquiera supo que era enfermedad lo que le mantenía débil durante largas y atormentadas temporadas. No aprendió a llorar. No se cruzó jamás con ninguna otra embarcación en la que también navegara a la deriva otro ser humano. Sólo recordaba -como si esa fuera su verdadera tabla de salvación- la arena blanca, las dunas naranjas, la hilera de pinos, su casa tras ella; ese recuerdo al que se añadía, a veces, la voz de su padre que pronunciaba palabras como Tijeras, Sarpullido, Cesta o Te quiero, fueron quienes le dieron el impulso para vivir un día más, un mes más, un año más. Cuando la noche anterior atisbó por vez primera tierra tras cincuenta y tres años por un océano salado y en continuo movimiento, dedujo que la única tierra que había en todo el océano era la tierra desde la que partió y así esperó que la corriente tuviera a bien llevarle hasta allá. No durmió. Apenas dormía. La primera luz de la mañana surgió a su espalda y se giró. Cerca, demasiado cerca como para no sentir temor, estaba la lengua de tierra. Un temor que se acrecentó cuando sintió que ponía los pies en un lugar quieto, que no se ondulaba, que no amenazaba con ser más impetuoso en el embate siguiente. Amarró como pudo la balsa a una roca -tocó la roca. Sintió lo seco- y se dio cuenta de que la playa no era como había imaginado o como recordaba que la imaginaría, era mucho más plana
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/08/2019 a las 14:40 | {0}