Capítulo Segundo: María
María se suele sentar en la tercera silla, ante la pared de la ventana grande. Su cabeza se ve reflejada en el espejo. A ella parece no importarle. Al principio se sienta erguida como si tuviera alma de bailarina. Llega pronto. Deja la zamarra en el perchero de la habitación contigua, a la que se accede desde la calle.
La casa tiene tres habitaciones: la de la entrada, el cuarto y una tercera habitación que es una sala multiusos, también con un espejo muy grande, más grande que el del cuarto. Hay un cuarto de baño, muy pulcro, de mujer.
María tiene una voz y unos ademanes suaves; su pelo es rizado y negro y su nariz algo ganchuda anuncia su condición judía. También sus ojos, grandes y oscuros, parecen provenir de grandes extensiones secas y tiene su mirar algo de desafío en el desierto; su cuerpo es esbelto, generoso su pecho, estrechas sus caderas, largas sus piernas.
A lo largo de la sesión María suele asentir a las explicaciones de la Maestra y emite un sonido gutural, una especie de "ajá" muy cálido, que debe de sonar muy grato en el oído del amante cuando encima de ella hace el amor y María con los ojos cerrados, da su conformidad --ajá o ujú más bien- al ritmo del amante.
A lo largo de la sesión suele cambiar de postura: primero se mantiene erguida, con las manos apoyadas en los muslos, extendidas hacia las rodillas. Al rato cruza las piernas y dobla un brazo sobre el regazo y apoya el codo del otro en perpendicular dejando la mano como apoyo del rostro que se inclina ligeramente para descansar; más tarde cruza las piernas; luego suele volver a la posición original y siempre antes de terminar hace unos ejercicios de estiramiento de brazos, cuello y espalda.
No toma notas. Graba la sesión entera. Cuando termina, se levanta, saluda a todo el mundo, recoge su zamarra y sale a la noche a paso muy ligero quizá porque ha de coger un medio de trasporte con horario o porque quiere huir aunque sepa que volverá o porque la noche le asusta o quizás sean las hojas de los árboles por el suelo que le traen a la memoria viejos recuerdos que tienen algo de dolor y algo de nostalgia.
La casa tiene tres habitaciones: la de la entrada, el cuarto y una tercera habitación que es una sala multiusos, también con un espejo muy grande, más grande que el del cuarto. Hay un cuarto de baño, muy pulcro, de mujer.
María tiene una voz y unos ademanes suaves; su pelo es rizado y negro y su nariz algo ganchuda anuncia su condición judía. También sus ojos, grandes y oscuros, parecen provenir de grandes extensiones secas y tiene su mirar algo de desafío en el desierto; su cuerpo es esbelto, generoso su pecho, estrechas sus caderas, largas sus piernas.
A lo largo de la sesión María suele asentir a las explicaciones de la Maestra y emite un sonido gutural, una especie de "ajá" muy cálido, que debe de sonar muy grato en el oído del amante cuando encima de ella hace el amor y María con los ojos cerrados, da su conformidad --ajá o ujú más bien- al ritmo del amante.
A lo largo de la sesión suele cambiar de postura: primero se mantiene erguida, con las manos apoyadas en los muslos, extendidas hacia las rodillas. Al rato cruza las piernas y dobla un brazo sobre el regazo y apoya el codo del otro en perpendicular dejando la mano como apoyo del rostro que se inclina ligeramente para descansar; más tarde cruza las piernas; luego suele volver a la posición original y siempre antes de terminar hace unos ejercicios de estiramiento de brazos, cuello y espalda.
No toma notas. Graba la sesión entera. Cuando termina, se levanta, saluda a todo el mundo, recoge su zamarra y sale a la noche a paso muy ligero quizá porque ha de coger un medio de trasporte con horario o porque quiere huir aunque sepa que volverá o porque la noche le asusta o quizás sean las hojas de los árboles por el suelo que le traen a la memoria viejos recuerdos que tienen algo de dolor y algo de nostalgia.
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Cuento
Tags : El espejo Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/12/2011 a las 18:43 | {0}