Lucrecio. Traducción de Eduard Valentí Fiol. Editado por Acantilado en 2012
Libro Tercero. Epígrafe: El alma no carece de un día primero (extractos).
...
Por otra parte, en el cadáver sin vida, ¿quedan o no semillas de alma? Porque si quedan algunas encerradas en él, no habrá motivo para juzgar inmortal al alma, ya que se ha retirado con mengua, por las partes perdidas (pues lo que mengua perece); y si escapa sacando sus miembros intactos, sin dejar en el cuerpo parte alguna de sí, ¿de dónde viene que los cadáveres, al pudrirse la carne, rezuman gusanos? ¿De dónde esta multitud de animales sin huesos ni sangre que pulula por los tumefactos miembros? Que si acaso crees posible que las almas se introduzcan desde fuera en los gusanos, y cada una se aloje en un cuerpo, sin reflexionar cómo tantos millares de almas pueden acudir de donde salió una sola, hay sin embargo una pregunta que debes hacerte, un punto que debes examinar: si cada alma sale a la caza de gérmenes de gusanos para construirse ella misma su morada o si se deslizan dentro de los cuerpos ya acabados. Pero no hay manera de explicar por qué se fabrican ellas mismas sus cuerpos o por qué ha de tomarse tal trabajo. Pues, cuando revolotean desnudas de cuerpo, no les atormenta la enfermedad, ni el frío, ni el hambre; antes bien, es el cuerpo el que está expuesto a estos males, y por contagio de él sufre muchos daños el alma. Mas, supón que le sea muy ventajoso fabricarse un cuerpo para meterse en él: no se ve camino alguno por el que pueda hacerlo. Por tanto las almas no se fabrican el cuerpo y los miembros. Por otra parte, no es posible que se deslicen dentro de los cuerpos ya hechos; pues no podrían unirse con él tan sutilmente, ni ponerse en contacto por la comunidad de sensaciones.
(versos: 713-740)
En fin, ni un árbol puede estar en el cielo, ni nubes en los abismos del mar, ni pueden los peces vivir en los campos, ni haber sangre en un leño, ni zumo en las rocas (...) cuando muere el cuerpo, preciso es admitir que el alma perece, esparcida (como está) por todo el organismo. Porque, realmente, conjugar lo mortal con lo eterno, suponerles sentimientos comunes y acciones recícprocas, es puro delirio; en efecto, ¿puede imaginarse nada más discordante, más contradictorio e inharmónico que un ser mortal acoplado a uno inmortal y perenne, para en estrecha unión arrostrar las furias de las mismas tormentas?
(versos 784-789 y 798-805)
Nada es pues la muerte y en nada nos afecta, ya que entendemos que es mortal la sustancia del alma. Y así como en el pasado ningún dolor sentimos cuando los cartagineses acudieron en son de guerra por todos lados, y pavoroso estrépito de guerra sacudió el mundo, erizado de horror, bajo las altas bóvedas del éter, y suspensos se preguntaban los hombres bajo el dominio de cuál de las dos les tocaría a todos caer, en tierra y en mar; así, cuando ya no existamos, consumado el divorcio del cuerpo y del alma, cuya trabazón forma nuestra individualidad, nada podrá sin duda acaecernos, ya que no existiremos, ni mover nuestros sentidos, nada, aunque la tierra se confunda con el mar y el mar con el cielo. Y aunque algo sientan espíritu y alma una vez arrancados de nuestro cuerpo, nada nos importa; pues nosotros, como individuos, existimos por el enlace y unión de cuerpo y de alma. Ni aunque después de la muerte recogiera el tiempo nuestra materia y la ensamblara de nuevo tal y como está ahora dispuesta y nos fuera dado contemplar otra vez la luz de la vida, nada tampoco nos importaría este suceso, habiéndose roto una vez la continuidad de nuestra conciencia.
Tampoco en nada ahora nos atañe lo que anteriormente fuimos, y ninguna congoja nos produce nuestro ser anterior. Pues si consideras la inmensidad del tiempo pasado y cuán varios son los movimientos de la materia, vendrás fácilmente a creer que estos mismos elementos de los que ahora constamos, estuvieron muchas veces en el pasado dispuestos en el mismo orden que ahora; sin embargo nuestra mente no alcanza a rememorar ese estado; pues hubo en el intervalo una pausa en nuestra vida y todos los movimientos se extraviaron, perdiendo su vinculación con los sentidos. Pues si alguien debe sufrir en el futuro miseria y dolor, necesario es que exista él, en persona, entonces, para que pueda alcanzarle la desdicha. Como la muerte impide esta posibilidad e impide existir al sujeto a quien puedan caber tales infortunios, podemos de ello deducir que nada hay que temer en la muerte, que quien no existe no puede caer en desdicha, y que no importa que uno haya nacido o no en algún tiempo, cuando la muerte inmortal le ha robado la vida mortal.
(versos 830-889)
Por otra parte, en el cadáver sin vida, ¿quedan o no semillas de alma? Porque si quedan algunas encerradas en él, no habrá motivo para juzgar inmortal al alma, ya que se ha retirado con mengua, por las partes perdidas (pues lo que mengua perece); y si escapa sacando sus miembros intactos, sin dejar en el cuerpo parte alguna de sí, ¿de dónde viene que los cadáveres, al pudrirse la carne, rezuman gusanos? ¿De dónde esta multitud de animales sin huesos ni sangre que pulula por los tumefactos miembros? Que si acaso crees posible que las almas se introduzcan desde fuera en los gusanos, y cada una se aloje en un cuerpo, sin reflexionar cómo tantos millares de almas pueden acudir de donde salió una sola, hay sin embargo una pregunta que debes hacerte, un punto que debes examinar: si cada alma sale a la caza de gérmenes de gusanos para construirse ella misma su morada o si se deslizan dentro de los cuerpos ya acabados. Pero no hay manera de explicar por qué se fabrican ellas mismas sus cuerpos o por qué ha de tomarse tal trabajo. Pues, cuando revolotean desnudas de cuerpo, no les atormenta la enfermedad, ni el frío, ni el hambre; antes bien, es el cuerpo el que está expuesto a estos males, y por contagio de él sufre muchos daños el alma. Mas, supón que le sea muy ventajoso fabricarse un cuerpo para meterse en él: no se ve camino alguno por el que pueda hacerlo. Por tanto las almas no se fabrican el cuerpo y los miembros. Por otra parte, no es posible que se deslicen dentro de los cuerpos ya hechos; pues no podrían unirse con él tan sutilmente, ni ponerse en contacto por la comunidad de sensaciones.
(versos: 713-740)
En fin, ni un árbol puede estar en el cielo, ni nubes en los abismos del mar, ni pueden los peces vivir en los campos, ni haber sangre en un leño, ni zumo en las rocas (...) cuando muere el cuerpo, preciso es admitir que el alma perece, esparcida (como está) por todo el organismo. Porque, realmente, conjugar lo mortal con lo eterno, suponerles sentimientos comunes y acciones recícprocas, es puro delirio; en efecto, ¿puede imaginarse nada más discordante, más contradictorio e inharmónico que un ser mortal acoplado a uno inmortal y perenne, para en estrecha unión arrostrar las furias de las mismas tormentas?
(versos 784-789 y 798-805)
Nada es pues la muerte y en nada nos afecta, ya que entendemos que es mortal la sustancia del alma. Y así como en el pasado ningún dolor sentimos cuando los cartagineses acudieron en son de guerra por todos lados, y pavoroso estrépito de guerra sacudió el mundo, erizado de horror, bajo las altas bóvedas del éter, y suspensos se preguntaban los hombres bajo el dominio de cuál de las dos les tocaría a todos caer, en tierra y en mar; así, cuando ya no existamos, consumado el divorcio del cuerpo y del alma, cuya trabazón forma nuestra individualidad, nada podrá sin duda acaecernos, ya que no existiremos, ni mover nuestros sentidos, nada, aunque la tierra se confunda con el mar y el mar con el cielo. Y aunque algo sientan espíritu y alma una vez arrancados de nuestro cuerpo, nada nos importa; pues nosotros, como individuos, existimos por el enlace y unión de cuerpo y de alma. Ni aunque después de la muerte recogiera el tiempo nuestra materia y la ensamblara de nuevo tal y como está ahora dispuesta y nos fuera dado contemplar otra vez la luz de la vida, nada tampoco nos importaría este suceso, habiéndose roto una vez la continuidad de nuestra conciencia.
Tampoco en nada ahora nos atañe lo que anteriormente fuimos, y ninguna congoja nos produce nuestro ser anterior. Pues si consideras la inmensidad del tiempo pasado y cuán varios son los movimientos de la materia, vendrás fácilmente a creer que estos mismos elementos de los que ahora constamos, estuvieron muchas veces en el pasado dispuestos en el mismo orden que ahora; sin embargo nuestra mente no alcanza a rememorar ese estado; pues hubo en el intervalo una pausa en nuestra vida y todos los movimientos se extraviaron, perdiendo su vinculación con los sentidos. Pues si alguien debe sufrir en el futuro miseria y dolor, necesario es que exista él, en persona, entonces, para que pueda alcanzarle la desdicha. Como la muerte impide esta posibilidad e impide existir al sujeto a quien puedan caber tales infortunios, podemos de ello deducir que nada hay que temer en la muerte, que quien no existe no puede caer en desdicha, y que no importa que uno haya nacido o no en algún tiempo, cuando la muerte inmortal le ha robado la vida mortal.
(versos 830-889)
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/02/2013 a las 11:46 | {0}