Porque vengo del confín de mí mismo he descubierto que tus labios se hinchan cuando me follas y he sabido, desligado de mí, que tus senos se vuelven un 20% más voluminosos cuando tienes el orgasmo
Porque vengo del confín de mí sé de la importancia del lóbulo de la oreja. Alguna vez quise desligarme de él, apartarlo de la sensibilidad que me produce una excitación que -tú bien lo sabes- me podría llevar incluso a llanto y risa simultáneos
Porque te he querido he visto el rubor sexual en tu rostro y en tu vientre y cómo las areolas de tus pechos se distendían hasta alcanzar un centímetro más de su diámetro habitual
Confín de mí el que me ha permitido observar tu cuerpo en el acto sexual
Ahora he atravesado la frontera y he llegado a una salina en pleno día; el reflejo del sol sobre la sal me ha obligado a mantener los ojos cerrados durante horas y en la ceguera del sol y la sal he recordado el brillo de tus ojos cuando iniciábamos las maniobras previas a la cópula; cómo se dilataban tus pupilas y tu iris verde y extraño parecía cubierto de rocío y había en una mácula una especie de sonrisa del color, de invitación a iniciar un recorrido ilimitado por tu piel. Piel tuya. Piel suave y ahíta de terminaciones nerviosas alrededor de tus genitales. Piel del interior de tus muslos. Piel mucosa de tus labios
Tras la salina me he hallado desnudo. También el paisaje lo estaba hasta el punto que podría decir -si no fuera físicamente imposible- que no había paisaje; tenía el espacio la cualidad de lo invisible y aunque pisara no veía el suelo y aunque soñara tus nalgas no veía su volumen (porque no había luz, pensaba, porque no había luz, pensaba, porque si no hay luz no hay paisaje, pensaba, porque si no hay luz, no existe el volumen de tus nalgas)
Cuándo encontré el río, no lo sé. Sólo entreveía la sucesión: salina/paisaje invisible/volumen de tus nalgas/río. Y el río me devolvió a la vida y me recordó de forma tan prístina tu vagina que llamé al río por tu nombre y me zambullí en él como lo hacía mi verga en los días alegres de nuestros encuentros sexuales
Ahora navego hacia el confín del río (hacia el confín de tu nombre). Para ello he tomado tres troncos no muy gruesos que flotaban perezosamente en la margen opuesta a a la mía -para llegar a ellos he atravesado a nado las aguas del río con tu nombre- y con lianas tomadas de los árboles he amarrado los troncos con nudos marineros y me he lanzado a atravesarte corriente abajo. La corriente es suave. El río ancho y caudaloso. Todo es vida. En las márgenes murallas verdes me protegen y acompañan mi navegar el canto de las aves, las llamadas de los insectos y la locuacidad del viento. Supongo -me digo- que llegaré al mar y al mar -no sé por qué- no me atrevo a ponerle tu nombre. O quizás este río sea afluente de uno mayor y si así fuera ten por seguro que desnombraría el río que ahora navego y bautizaría al mayor con el nombre tuyo para así llegar hasta el confín de ti, el confín de tu nombre
Porque vengo del confín de mí sé de la importancia del lóbulo de la oreja. Alguna vez quise desligarme de él, apartarlo de la sensibilidad que me produce una excitación que -tú bien lo sabes- me podría llevar incluso a llanto y risa simultáneos
Porque te he querido he visto el rubor sexual en tu rostro y en tu vientre y cómo las areolas de tus pechos se distendían hasta alcanzar un centímetro más de su diámetro habitual
Confín de mí el que me ha permitido observar tu cuerpo en el acto sexual
Ahora he atravesado la frontera y he llegado a una salina en pleno día; el reflejo del sol sobre la sal me ha obligado a mantener los ojos cerrados durante horas y en la ceguera del sol y la sal he recordado el brillo de tus ojos cuando iniciábamos las maniobras previas a la cópula; cómo se dilataban tus pupilas y tu iris verde y extraño parecía cubierto de rocío y había en una mácula una especie de sonrisa del color, de invitación a iniciar un recorrido ilimitado por tu piel. Piel tuya. Piel suave y ahíta de terminaciones nerviosas alrededor de tus genitales. Piel del interior de tus muslos. Piel mucosa de tus labios
Tras la salina me he hallado desnudo. También el paisaje lo estaba hasta el punto que podría decir -si no fuera físicamente imposible- que no había paisaje; tenía el espacio la cualidad de lo invisible y aunque pisara no veía el suelo y aunque soñara tus nalgas no veía su volumen (porque no había luz, pensaba, porque no había luz, pensaba, porque si no hay luz no hay paisaje, pensaba, porque si no hay luz, no existe el volumen de tus nalgas)
Cuándo encontré el río, no lo sé. Sólo entreveía la sucesión: salina/paisaje invisible/volumen de tus nalgas/río. Y el río me devolvió a la vida y me recordó de forma tan prístina tu vagina que llamé al río por tu nombre y me zambullí en él como lo hacía mi verga en los días alegres de nuestros encuentros sexuales
Ahora navego hacia el confín del río (hacia el confín de tu nombre). Para ello he tomado tres troncos no muy gruesos que flotaban perezosamente en la margen opuesta a a la mía -para llegar a ellos he atravesado a nado las aguas del río con tu nombre- y con lianas tomadas de los árboles he amarrado los troncos con nudos marineros y me he lanzado a atravesarte corriente abajo. La corriente es suave. El río ancho y caudaloso. Todo es vida. En las márgenes murallas verdes me protegen y acompañan mi navegar el canto de las aves, las llamadas de los insectos y la locuacidad del viento. Supongo -me digo- que llegaré al mar y al mar -no sé por qué- no me atrevo a ponerle tu nombre. O quizás este río sea afluente de uno mayor y si así fuera ten por seguro que desnombraría el río que ahora navego y bautizaría al mayor con el nombre tuyo para así llegar hasta el confín de ti, el confín de tu nombre
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Narrativa
Tags : Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/08/2015 a las 11:18 | {0}