Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

Abril 1994


Y cómo luego llueve y cómo luego hace sol
y la tormenta sepulta a la razón y la atormenta.
¿Cómo se explica el corazón?
¿Bastan una guitarra y unas manos diestras
o son también necesarios
la lluvia, la paz, el sol, la calma y la materia?
Porque en amor las palabras son pequeñas
por mucho que los poetas se entretengan
en rimar el mundo de los ojos
en la leve configuración de las letras.
Que te hable de amor,
que yo te explique el verdor,
el tragaluz, el hondo pozo, la dulce enredadera,
el talismán, la hoguera y la huella;
que yo me siente y oree al aire de mi voz
el caudal del río que me lleva
hacia el mar eterno de la muerte
donde tú y yo,
con mucha suerte,
apenas nos rozaremos siquiera.
Que te hable de amor, amor;
no, la mudez es ahora consejera.

Todo está quieto,
nada se balancea,
el péndulo apenas si
pendulea y el reloj,
de esta manera,
ha ralentizado
el curso de las horas.
Todo es quietud,
todo sosiega
el raudal de la voz.

Cuando hablamos de dos
¿de quién hablamos?
Cuando hablamos de futuro
¿a qué miramos?
Cuando de ser o de no ser
hablamos ¿nos acordamos
de los que fuimos o no fuimos?

Cuando hablamos
¿no se escapa por el hálito
de nuestra respiración
el núcleo de los átomos?

Porque hablar de amor no significa
carecer de silencios de amor,
tan elocuentes según nos dicen
los más expertos en la materia;
hablar de amor yo quiero
para decir que el dinero
del amor es el sexo o,
prerrogativa del que habla,
que el amor es tabla
durante el naufragio de vivir;
tabla salvadora sí
pero tabla dolorosa.

Rincón de fuego;
sello de la noche
entre mis ojos,
furor de invierno;
sutil improvisación
de una canción;
cayado,
candil,
duna,
añil;
callado desenlace
envuelto en traje
de estación del año:
un agua de abril,
la flor de marzo,
el pardo otoño;
luz de los labios,
suave marea de luna llena
calada en mí
cerca del cielo
más carmesí.

Pues si de amor me pides que te hable
en este domingo de primavera,
con el toldo de enfrente tazado
y aireando al viento sus vergüenzas
y mi perro de perfil en el balcón
de siempre mirando hacia el horizonte de una perra,
te diré:

"Amor vuela sobre la verde selva
de este poema mio
dedicado a la más pura hierba
que encontré junto a aquel río;
no dejes, Amor, que el tiempo
fiero se adueñe del olor de mi tesoro
ni que el oro dispuesto a acometerme
me ciegue el corazón o emponzoñe
este ideal de amor, este deseo,
esta espada dispuesta a batirse
hasta perderse;
Amor permite serme caballero, loco,
bribón, poeta, ciego, arcabuz, misil,
bucanero, saltimbanqui, actor y hechicero
ante mis más amada flor, mi luz de enero,
la piel con cuyo tacto me cercioro
de que existe la dicha de estar vivo;
y déjame morir, Amor tranquilo,
con la última visión de su cabello,
con el último roce de sus labios,
con el último frenesí de su destello"
.

Poesía

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/10/2009 a las 13:20 | Comentarios {0}


La casa




¿Por esa vereda caminaré un día?
¿Habrá nieve?
¿Nos tiraremos bolas?
¿Correremos el visillo
de la ventana de la izquierda?
¿Ante la puerta
me contará una vieja historia?
¿Encenderemos la chimenea?
¿Huirá el humo?

Poesía

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/09/2009 a las 12:39 | Comentarios {1}


Una sensación interna lucha. Son dos opuestos claramente opuestos. Uno dice sí. Otro dice no. Maniqueo el ánimo se debate. Hecha cualquiera de las dos opciones (maniqueamente sólo hay dos, sólo encuentro dos. Debería entonces darme cuenta de que algo está fallando. Si no encuentro más alternativas. Si no me digo, bueno no hace falta escribirlo. Ciego me dejo llevar por esos dos únicos sentimientos opuestos y me veo en mitad de un desierto, vestido con un taparrabo. A lo lejos un grupo de hipopótamos chapotean y las leonas corretean por la sabana como si fueran cachorras. Yo salto junto con otros quinientos. Saltamos en círculo al son de unos tambores muy pequeños. Saltamos cada vez más alto y a cada salto nos embriagamos del aire. Algunos empiezan a caer. Otros luchan contra los demás. Algunos desisten y se sientan. Así me veo mientras tecleo y escucho a Touré Kunda en un tema que se llama Sama Dio y discurro sobre las medidas. Sobre la medida de escribir o no escribir, de llamar o no llamar, de declarar o no declarar, de arriesgar o no arriesgar, de preguntarme qué es riesgo y qué no lo es y así blanco y negro, blanco y negro) me queda la misma sensación de insatisfacción, más aún, de error y al pensarlo siento resta, estoy restando en vez de sumar y de nuevo Mani se me aparece y viene, como un rayo, así ha venido, Allan Wats y su Sabiduría de la inseguridad, un libro hermoso que leí en una tarde y que dejó un poso que, malditamente humano, he ido olvidando. Allan Wats, entonces, me diría, si no recuerdo mal, me contaría una paradoja muy hermosa sobre algo que está hinchado o que parece hinchado y luego según la percepción, según la intuición... eso sería otro mundo en el que no me encuentro hoy. Era la medida lo que quería ensayar. Estar muy tranquilo. Claro, me he reído porque jamás en la vida me he sentido tranquilo. Toda la vida decidiendo y tantas... ¿tantas qué?, ¿tantas qué? Aguanta las expresiones graves, aguanta las afirmaciones rotundas. Ya tendrás tiempo en la vejez, a lo mejor, de lanzar verdades como puños arrugados al mundo, verdades que ya no hacen daño porque vienen del lugar más cercano a la muerte, aunque siempre estemos junto a ella, todos, desde el polvo primigenio, pero verdades que no hacen daño porque se lanzan sin fuerza, esa es la maldición de los viejos, como cuando Julia estaba en la Residencia de Ancianos Fermín Vaquero y la trataban como si fuera una puta piltrafa humana y no se daban cuenta de que allí, entre ellos, se encontraba una de las mujeres más sabias del mundo pero estaba vieja y se podía mear encima; estaba vieja y claramente se le iba la cabeza; estaba vieja y no veía; estaba vieja y se iba a morir pronto; estaba vieja y exigía que no la acostaran antes de que el sol hiciera lo propio; estaba vieja y no merecían consideración ninguna de sus peticiones como cuando pidió, rogó, que por Dios, no le lavaran el pelo en la ducha y por la tarde lloraba desconsolada porque la habían obligado y ella intentaba justificar su horror a que le mojaran la cabeza a que cuando era niña, un día, casi se ahoga o eso creyó ella y desde entonces siempre se lavaba la cabeza echándola hacia atrás, en la peluquería, evitando que el agua le cayera en la cara. De esa medida hablo. Saber mirar de frente y medir y al medir saber y al saber actuar con sabiduría aunque ésta fuera insegura y decidir no lavarle la cabeza a una mujer anciana que sabe muy bien porque ruega lo que ruega. En su justa medida.
02___last_song.mp3 02 - Last Song.mp3  (4.42 Mb)

Ensayo

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 29/09/2009 a las 14:34 | Comentarios {0}


No sé si le rogué
aquella tarde al mar
por sus ojos azules.
Ya no recuerdo.
Aún así azules
aparecieron más tarde
y volvieron otra vez
como en una vuelta
asidos de la tarde aquella
o del ruego que no sé si hice.
Además
¿acepta el mar los ruegos?
y si los aceptara
¿no sería tan veleidoso
como sus ondas que vienen
y no vuelven?
Ahora digo, Sí, lo rogué
y acepto el tiempo
que el mar tardó en mostrarme
el color de sus ojos
y los labios de la muchacha
convertidos en labios de mujer.
Ahora digo, No, no lo rogué
porque mi Dios no es ni el mar ni es Dios
¿a quién rogar entonces?
Me quedaría quieto,
miraría su perfil
y pensaría,
Mañana se va y nunca volveré a ver
sus ojos azules
su labios de muchacha
sus senos limoneros.
No sé si le rogué,
no sé si el mar
se compadeció.
Sí sé que la volví a ver.

Poesía

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/09/2009 a las 14:34 | Comentarios {0}


Febril-Febrero-Febril 1982


La espalda de él
cariacontecida y lunática;
su espalda atravesada
en el tiempo del cabello largo.
Mienten los hombres tristes cuando sueñan.
Hoy soy triste.
La espalda de él
mañana soleada en el tiempo de la siembra.
Saboreo sus músculos naciendo,
sus huesos
amarillos-trigo-arena.
Mienten los mendigos
que aman soledades;
engañan las espaldas de los hombres grandes, de los grandes hombres.
Paseo arrinconado,
pienso
semen-siembra-fruto.
Atenazo, persigo
no-alcanzo
la espalda de él,
la de los hombres tristes cuando sueñan, la de los mendigos
solitarios.
Hoy soy triste hasta donde alcanzan las palabras,
hasta donde dicen los poemas.
Es nublado
el guijarro encontrado en el fondo de la cueva
(la cueva de las espaldas de los hombres)

Poesía

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/09/2009 a las 18:32 | Comentarios {0}


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