Al volver a sentir, escuchó una composición en escala menor; una composición donde el violonchelo y las violas entraron en su corazón y en su sangre y le permitieron arrebatarse por ese sentimiento siempre nuevo, siempre grácil.
Al volver a sentir, se distrajo en la noche de vuelta y se preguntó: ¿qué ha pasado? ¿cómo ha sido? ¿será otra vez?
Al volver a sentir, sonrió en el peaje a la barrera que se alzaba. Es la noche -se dijo- de un día nuevo. ¿Dónde he estado todo este tiempo? ¿Cuánto ha sido todo este tiempo? ¿Estoy despertando?, se preguntaba.
Al volver a sentir recordó unas palabras: No pienses. No pienses. Entonces era el violonchelo, la escala menor, el sentir propio de la música, el canto por lo bajo. Y dejó de pensar y cantó.
Cristal
la en mi boca
en mi boca
Ven
Voy
Hay
Susurro
noche
La nube
el canto
y la trinchera
Se el humo
Se pierde
nostalgia
Nostalgia
Pon tu mano
Pon tu mano
Recostados
casi nos hemos
en la vereda
Yo te dije
Tú callaste
Nos
Nostalgia
¿Será la?
¿Vibrará?
¿Será y aún así?
Danza
Gira
Vuelve
La tierra se abre
y el surco que surge
se llena de
La tierra
y el que surge
se de aves
Ven
Voy
Hay
la en mi boca
en mi boca
Ven
Voy
Hay
Susurro
noche
La nube
el canto
y la trinchera
Se el humo
Se pierde
nostalgia
Nostalgia
Pon tu mano
Pon tu mano
Recostados
casi nos hemos
en la vereda
Yo te dije
Tú callaste
Nos
Nostalgia
¿Será la?
¿Vibrará?
¿Será y aún así?
Danza
Gira
Vuelve
La tierra se abre
y el surco que surge
se llena de
La tierra
y el que surge
se de aves
Ven
Voy
Hay
Hoy 10 de noviembre, en La Hora Extra dirigida por Ana Borderas en la Cadena Ser me han hecho una entrevista para dar a conocer la editorial Audiolibros y Mundo Sonoro Dom & Loy que junto a Marina Domecq lleva un año en marcha.
Desahucio proviene de hucia, antiguamente 'confianza', del más antiguo fiutza, y éste del latín fiducia.
Ahuciar es 'dar confianza o crédito a una persona' y también entre los judíos de Oriente ahuciar (o enfeuciar) toma el sentido de 'hacer tener esperanza'. De ahuciar viene el negativo desahuciar 'quitar las esperanzas', 'despedir a un arrendatario'.
Ya son dos los desahuciados que se han tirado por la ventana. La dignidad de morir desde casa, volando de las esperanzas que les han sido quitadas. Y con la vergüenza. Porque esta puta España es un país donde la honra dio, como tema, sus más gloriosos dramas.
¡Fíjense, por favor, en las definiciones de las palabras, en sus últimos sentidos! Desahuciar es quitar las esperanzas.
Yo escucho mucho a los ahora llamados analistas y que antaño se llamaban tertulianos hablar de lo divino y de lo humano y entre los más derechosos siempre se alza como pregunta incontestable: Bien pues ¿qué alternativas hay a lo que el gobierno del Partido Popular está haciendo? Y esperan con una sonrisa miserable en los labios.
Claro que hay alternativas y una de las más sencillas, una de las más fáciles (que por cierto se llevó a cabo. ¿Recuerdan los de la derecha a un tal Keynes?) sería que las grandes fortunas, los empresarios con beneficios, los banqueros, ¡¡¡los banqueros!!!!, los altos cargos, en fin todo aquel que amase fortunas, entregué al Estado, a la Nación o como coño se quiera llamar, el 80% de sus beneficios durante un lapso de tiempo X, el justo para que la personas no sean desahuciadas, es decir no se les arrebate la esperanza. ¿Entienden?
Lo entienden pero no lo quieren porque la derecha siempre busca la opresión, es su seña de identidad y sigue anclada en la vieja y reaccionaria idea de Platón de que nada se mueva y de que el ciudadano es ganado, pura y simplemente ganado que dé réditos a sus pastores y a sus perros.
Hoy a las nueve y veinte de la mañana una mujer desahuciada se ha tirado por la ventana de su casa en un pueblo de España llamado Barakaldo.
Ahuciar es 'dar confianza o crédito a una persona' y también entre los judíos de Oriente ahuciar (o enfeuciar) toma el sentido de 'hacer tener esperanza'. De ahuciar viene el negativo desahuciar 'quitar las esperanzas', 'despedir a un arrendatario'.
Ya son dos los desahuciados que se han tirado por la ventana. La dignidad de morir desde casa, volando de las esperanzas que les han sido quitadas. Y con la vergüenza. Porque esta puta España es un país donde la honra dio, como tema, sus más gloriosos dramas.
¡Fíjense, por favor, en las definiciones de las palabras, en sus últimos sentidos! Desahuciar es quitar las esperanzas.
Yo escucho mucho a los ahora llamados analistas y que antaño se llamaban tertulianos hablar de lo divino y de lo humano y entre los más derechosos siempre se alza como pregunta incontestable: Bien pues ¿qué alternativas hay a lo que el gobierno del Partido Popular está haciendo? Y esperan con una sonrisa miserable en los labios.
Claro que hay alternativas y una de las más sencillas, una de las más fáciles (que por cierto se llevó a cabo. ¿Recuerdan los de la derecha a un tal Keynes?) sería que las grandes fortunas, los empresarios con beneficios, los banqueros, ¡¡¡los banqueros!!!!, los altos cargos, en fin todo aquel que amase fortunas, entregué al Estado, a la Nación o como coño se quiera llamar, el 80% de sus beneficios durante un lapso de tiempo X, el justo para que la personas no sean desahuciadas, es decir no se les arrebate la esperanza. ¿Entienden?
Lo entienden pero no lo quieren porque la derecha siempre busca la opresión, es su seña de identidad y sigue anclada en la vieja y reaccionaria idea de Platón de que nada se mueva y de que el ciudadano es ganado, pura y simplemente ganado que dé réditos a sus pastores y a sus perros.
Hoy a las nueve y veinte de la mañana una mujer desahuciada se ha tirado por la ventana de su casa en un pueblo de España llamado Barakaldo.
Querida Julia:
Hoy cumples 98 años. Ya sé que estás muerta (¡vaya que si lo sé). No importa. Hoy cumples 98 años. No recuerdo ahora el año que moriste. Probablemente en 2008 y sí recuerdo el año que naciste, 1914.
Sabes cuánto te echo de menos. Recuerdo tu número de teléfono 552 31 95 y la calle donde viviste Emilio Ortuño (este señor nacido en Orán fue ministro de Fomento durante el reinado de Alfonso XIII).
Esta mañana me he levantado inquieto, revuelto y no por ti que eres luz de la infancia, belleza de las personas sabias sino por mí. Ya sabes. Sí, tú sabes. Hoy es uno de esos días en los que te llamaría, tú cogerías y me dirías, Hombre Fernandoski, ¿qué tal estás hijo? y yo quizás hoy te contaría algunas cuitas, esas pequeñas cosas de las que un hombre no tiene derecho a quejarse pero que un niño sí puede expresar e incluso merece el mimo y el abrazo. Y tú me dirías, Anda, venga. Eso no es nada. Mira, vamos a hacer una cosa: vente a casa que estoy preparando un pisto y así charlamos un rato. Quizá fuera o quizá no. Si fuera, tú estarías vestida con tu bata de guata y tus zapatillas de andar por casa; tendrías tus uñas pintadas de rojo y la permanente que ondula tus cabellos grises como olitas de un mar pequeño. Entonces nos sentaríamos. Me pondrías una cerveza con aceitunas y hablaríamos del pasado, de aquello que nos ocurrió mientras vivimos juntos y en esa conversación larga y briosa, con tu castellano limpio de La Mancha y tu innnato sentido del humor, yo me iría sintiendo mejor y miraría tus ojos castaños que emanan toda la dulzura de una mujer que entregó su vida a una causa que quizá ni ella misma supo cuál era. Comeríamos en tu comedorcito y yo volvería a fijarme en los víveres que siempre almacenabas -arroz, alubias, café, azúcar, lentejas y tomate en conserva- por si otro general loco tenía la peregrina idea de iniciar otra matanza. Luego me harías un café y no me dejarías que fregase los platos, sí que te echara una mano recogiendo la mesa. Y entonces te entraría el sueño de la digestión y nos quedaríamos callados y yo te observaría dormitar en tu sillón con el radiador pequeñito que te regaló Antonio puesto en la tripa y arropada con tu vieja manta. Seguro que fuera llueve. Seguro que me levanto. Te beso despacio en la mejilla y te digo, Julia, me voy. Duerme. Mañana te llamo. Y tú te quedarías quietecita, escuchando la telenovela como antaño hacías mientras planchabas y escuchabas la radionovela. Porque siempre supiste escuchar. Porque siempre te gustó escuchar.
Felicidades, viejita.
Hoy cumples 98 años. Ya sé que estás muerta (¡vaya que si lo sé). No importa. Hoy cumples 98 años. No recuerdo ahora el año que moriste. Probablemente en 2008 y sí recuerdo el año que naciste, 1914.
Sabes cuánto te echo de menos. Recuerdo tu número de teléfono 552 31 95 y la calle donde viviste Emilio Ortuño (este señor nacido en Orán fue ministro de Fomento durante el reinado de Alfonso XIII).
Esta mañana me he levantado inquieto, revuelto y no por ti que eres luz de la infancia, belleza de las personas sabias sino por mí. Ya sabes. Sí, tú sabes. Hoy es uno de esos días en los que te llamaría, tú cogerías y me dirías, Hombre Fernandoski, ¿qué tal estás hijo? y yo quizás hoy te contaría algunas cuitas, esas pequeñas cosas de las que un hombre no tiene derecho a quejarse pero que un niño sí puede expresar e incluso merece el mimo y el abrazo. Y tú me dirías, Anda, venga. Eso no es nada. Mira, vamos a hacer una cosa: vente a casa que estoy preparando un pisto y así charlamos un rato. Quizá fuera o quizá no. Si fuera, tú estarías vestida con tu bata de guata y tus zapatillas de andar por casa; tendrías tus uñas pintadas de rojo y la permanente que ondula tus cabellos grises como olitas de un mar pequeño. Entonces nos sentaríamos. Me pondrías una cerveza con aceitunas y hablaríamos del pasado, de aquello que nos ocurrió mientras vivimos juntos y en esa conversación larga y briosa, con tu castellano limpio de La Mancha y tu innnato sentido del humor, yo me iría sintiendo mejor y miraría tus ojos castaños que emanan toda la dulzura de una mujer que entregó su vida a una causa que quizá ni ella misma supo cuál era. Comeríamos en tu comedorcito y yo volvería a fijarme en los víveres que siempre almacenabas -arroz, alubias, café, azúcar, lentejas y tomate en conserva- por si otro general loco tenía la peregrina idea de iniciar otra matanza. Luego me harías un café y no me dejarías que fregase los platos, sí que te echara una mano recogiendo la mesa. Y entonces te entraría el sueño de la digestión y nos quedaríamos callados y yo te observaría dormitar en tu sillón con el radiador pequeñito que te regaló Antonio puesto en la tripa y arropada con tu vieja manta. Seguro que fuera llueve. Seguro que me levanto. Te beso despacio en la mejilla y te digo, Julia, me voy. Duerme. Mañana te llamo. Y tú te quedarías quietecita, escuchando la telenovela como antaño hacías mientras planchabas y escuchabas la radionovela. Porque siempre supiste escuchar. Porque siempre te gustó escuchar.
Felicidades, viejita.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/11/2012 a las 17:46 | {1}