El hombre salió de la casa con la intención de dar un paseo y comprar alcachofa seca para infusión. También pan de horno. También tres botellas de vino para pasar las penalidades de la Semana Santa (que probablemente nunca existió). No iba por ese camino el hombre cuando salió a la calle; queremos decir el de negar la realidad de la Semana Santa (para ello padres tiene la iglesia [todo en minúsculas]); no, no, incluso el hombre tenía cierta simpatía por la fe sincera, por la fe humilde, digamos por la fe de un pueblo sin resabios (si es que aún quedan pueblos de este tipo), la fe de Abraham para entendernos. No él salía libre de prejuicios y de pasiones (incluso desapasionado) con la intención de mantener su cuerpo sano, empezando por el hígado, aposento de las iras y las rabias. El día era nublado y soplaba una brisa que llenaba de humedad las calles y las pocas risas que a esa hora se escuchaban. Anduvo el hombre hasta la tienda naturista y cuando pidió el paquete de alcochafa -que había encargado el día anterior- el dependiente le dio la noticia de que el encargo al final no se había realizado. El hombre se encontraba en un momento de su vida en el que casi nada le contrariaba y achacaba al normal carácter del ser humano -así en general- semejantes olvidos. Se disponía a marcharse cuando el dependiente (que no era al que había encargado la alcachofa, no, se la había encargado a una mujer mayor que mostraba mucha desconfianza con el hombre, quizá, y con razón, por el aspecto asilvestrado de éste o porque sencillamente era de pueblo, serrana, cerrada y vieja) le preguntó si tenía mal el hígado. El hombre le contestó que no o más bien no creía pero que desde hacía un tiempo, tras haber escuchado una conferencia de un oncólogo en la que aconsejaba mantener limpios los filtros del cuerpo, a saber: hígado, riñón y pulmón, solía tomarse una infusión diaria a base de té verde, diente de león, alcochofa y tomillo, además de darse un baño con sal marina una vez cada quince días para mantener una adecuada salinidad en el medio interno. El dependiente, dejó en ese momento de ser tal, y se convirtió en naturópata e invitó al hombre a hacerse una prueba con una máquina que medía las energías del cuerpo, mucho más efectiva que un análisis -según dijo- y mediante la cual sabrían cuáles podían ser los males que el cuerpo de aquel hombre que había ido a comprar alcachofa albergaba. Éste acepto. El naturópata le dio un manillar metálico conectado mediante un USB al ordenador y le pidió que lo apretara hasta que él le dijera. Mientras tanto le dibujó una pirámide en un papel y le contó, someramente, los estratos sobre los que se edificaba la salud de un ser humano y que serían: el espiritual, la mente, las emociones, la energía, los sistemas nervioso y hormonal y los órganos. Tras la charla, el diagnóstico de la máquina salió en la pantalla del ordenador y tras preguntar el naturópata si el hombre era hiponcondríaco y responder éste que no, le dijo que su nervio cerebral estaba un tanto debilitado y que el metabolismo del calcio andaba mal; su hígado en cambio estaba pletórico. El hombre que algo leía de aquí y de allá le preguntó si todo aquello tenía que ver con la medicina ayurvédica y el naturópata le miró fíjamente y le dijo que en efecto, así y era y, abriendo un cajón que hasta ese momento había estado cerrado, le mostró una cantidad nada despreciable de esencias ayurvédicas que, según le dijo, eran más que milagrosas. El hombre escuchó algunas historias que avalaban la afirmación anterior y le preguntó cuál sería la esencia que a él le vendría bien y su costo. El naturópata le dijo el nombre, Yatamansi, y con gran pesar le comentó que en ese momento lo tenía agotado de lo mucho que se vendía. El hombre sonrió y le dijo que lo probaría y el naturópata le respondió que no era en absoluto su intención que él comprara nada y el hombre supo que el dependiente no le engañaba. Entonces le dijo que debía marcharse porque la compra de alcachofa que no le iba a llevar más de diez minutos se le había alargado más de una hora. Se despidieron casi, casi, como médico y paciente y el hombre salió de la tienda, compró el vino para los días de pasión y volvió a su casa. Al sentarse y esperar a que la infusión -sin alcachofa- reposara diez minutos pensó, Uno sale a por alcachofa y vuelve con la noticia de que su nervio cerebral está débil (por supuesto no quiso ni pensar qué era eso del nervio cerebral). Luego se bebió la infusión y saber muy por qué sonrió y dejó que la tarde pasara.
Figuradamente va a abrirse la boca.
Luego le dirá, Déjame que empiece esto.
La lluvia habrá parado un poco y lo que antes era charco se convertirá en lodo.
Al abrirse la boca, figuradamente, saldrán al aire sus aires y se elevarán hasta más allá del éter (si el éter, si el éter)
La niña andará descalza.
La siega no habrá llegado.
El sarmiento y el tambor.
Luego le dirá, La brasa del hombre en el hombre. La terrible idea de la Idea. La tríada del fuego que nos consume. Acógeme en tu regazo y acaricia mi boca abierta, el velo que desvela mi paladar.
Sentada frente a la ventana se cepillará el cabello... rojizo. Hay una perla de sal en el cristal. Tras ella hay un altar con diosecillos regordetes y dioses hermafroditas y también una mano de madera para rascarse la espalda.
No nieva.
No es viernes.
Abierta la boca, figuradamente, se lamenta y ríe su lamento con estribillo antiguamente árabe.
Luego dirá, He cambiado las sábanas, corzo mío. La menta engalana la atmósfera del bosque y en la llanura se producirá, cuando la bajamar, la estampida de los corderos. Bésame la frente y al girarte muéstrame las manos, amor, muéstrame las manos.
Se calza las botas (que son recias, con la vieja reciedumbre de los humildes que no atienden a boatos ni coqueterías. Las botas obreras. Las botas de labor. Fuertes. Oscuras. De gruesa suela de goma). Se apañola el cabello para evitar la furia y la brisa y se echa por encima una pelliza. Llama a su perro y a su cría. Ambos acuden. Y con ellos comienza a caminar hacia la cumbre del otero donde el abuelo hila sus últimos recuerdos.
No es lunes.
La comba alegra el camino. La sierpe muestra en su reptitud la elocuencia y la memoria de manzana.
Luego dirá, ¡Árbol de la Vida! figuradamente abierta la boca en la que los dientes juguetean a ser nácar. Y ya en la cama, cambiadas las sábanas esa misma mañana, tras la visita al abuelo y sus miasmas, dirá también, Árbol del Bien y del Mal y mirará los ojos glaucos de su hombre como los de la renombrada Atenea, la de los ojos de lechuza y abierta la boca, figuradamente, dejará exhalar el hálito final de la vida de sus padres que el aire convertirá en mortaja. No habrá necesariamente llanto. Sí un planto que empezó con estas palabras, Vida de los hombres. Augusta majestad de la lenteja. Caricia del sol y primavera. Canto final. Cisne blanco. Lago con cañaveral. Soliloquio y manto. Idos, queridos míos. Ya os espera la barca y en vuestros párpados hemos depositado la moneda para el barquero. Si veis a Unapisthin decidle que esconda bien la planta de la eternidad y con el barquero guardad silencio que las palabras, donde vais, no se las lleva el viento.
Estancia de su corazón en la mano del amado.
Luego le dirá, Déjame que empiece esto.
La lluvia habrá parado un poco y lo que antes era charco se convertirá en lodo.
Al abrirse la boca, figuradamente, saldrán al aire sus aires y se elevarán hasta más allá del éter (si el éter, si el éter)
La niña andará descalza.
La siega no habrá llegado.
El sarmiento y el tambor.
Luego le dirá, La brasa del hombre en el hombre. La terrible idea de la Idea. La tríada del fuego que nos consume. Acógeme en tu regazo y acaricia mi boca abierta, el velo que desvela mi paladar.
Sentada frente a la ventana se cepillará el cabello... rojizo. Hay una perla de sal en el cristal. Tras ella hay un altar con diosecillos regordetes y dioses hermafroditas y también una mano de madera para rascarse la espalda.
No nieva.
No es viernes.
Abierta la boca, figuradamente, se lamenta y ríe su lamento con estribillo antiguamente árabe.
Luego dirá, He cambiado las sábanas, corzo mío. La menta engalana la atmósfera del bosque y en la llanura se producirá, cuando la bajamar, la estampida de los corderos. Bésame la frente y al girarte muéstrame las manos, amor, muéstrame las manos.
Se calza las botas (que son recias, con la vieja reciedumbre de los humildes que no atienden a boatos ni coqueterías. Las botas obreras. Las botas de labor. Fuertes. Oscuras. De gruesa suela de goma). Se apañola el cabello para evitar la furia y la brisa y se echa por encima una pelliza. Llama a su perro y a su cría. Ambos acuden. Y con ellos comienza a caminar hacia la cumbre del otero donde el abuelo hila sus últimos recuerdos.
No es lunes.
La comba alegra el camino. La sierpe muestra en su reptitud la elocuencia y la memoria de manzana.
Luego dirá, ¡Árbol de la Vida! figuradamente abierta la boca en la que los dientes juguetean a ser nácar. Y ya en la cama, cambiadas las sábanas esa misma mañana, tras la visita al abuelo y sus miasmas, dirá también, Árbol del Bien y del Mal y mirará los ojos glaucos de su hombre como los de la renombrada Atenea, la de los ojos de lechuza y abierta la boca, figuradamente, dejará exhalar el hálito final de la vida de sus padres que el aire convertirá en mortaja. No habrá necesariamente llanto. Sí un planto que empezó con estas palabras, Vida de los hombres. Augusta majestad de la lenteja. Caricia del sol y primavera. Canto final. Cisne blanco. Lago con cañaveral. Soliloquio y manto. Idos, queridos míos. Ya os espera la barca y en vuestros párpados hemos depositado la moneda para el barquero. Si veis a Unapisthin decidle que esconda bien la planta de la eternidad y con el barquero guardad silencio que las palabras, donde vais, no se las lleva el viento.
Estancia de su corazón en la mano del amado.
Sábado 23 de marzo de 2013
Por la mañana.
El despertar desde el sueño. El soñar. Nilo se pasea desde las siete de la mañana. Como todas las mañanas. Yo quisiera no levantarme. Seguir dormido. No salir del sueño del que ya he salido. A través de las persianas a medio echar miro la mañana con sus nubes. Me falta el aire cuando me siento y me estiro. Y mi ceño se frunce (o ya estaba fruncido mientras aún intentaba soñar). Dormir, soñar, tal vez morir. La repetición (cuando sé que todo es irrepetible): el baño, el pis, levantar la persiana de la sala, abrirle la puerta de la terraza a Nilo, Nilo encima de la silla mirando la calle, ir a la cocina, encender la radio, hacerme un café, liarme un cigarrillo, prepararme el polén, tomar media taza de café, encender el cigarrillo, ir al baño y mientras obro leer, ahora leo a Wallace y sus Poemas Tardíos, el nerviosismo que me producen los gimoteos de Nilo impaciente por salir, el paseo, la mañana, el aire, el dolor en el tobillo derecho, el manejo de la correa, la educación de Nilo, el encuentro con otros perros, su afán por saludar a todo el mundo, la vuelta a casa, el segundo café, cansancio, dormí mal y poco la noche pasada, le pongo la comida Nilo, come, se sienta a mi lado, nos quedamos dormidos hasta media mañana en el sofá, frente al televisor, me levanto, me bebo el polén, leo y escribo algo, la vuelta a Nilo por segunda vez, hago la comida, como,
Por la tarde
veo una película que ya había visto, veo otra película que no había visto, me hago un café, lo bebo, fumo, me vienen pensamientos del tipo, Debería hacer, debería no hacer, veo demasiado la televisión, es sábado, descansa realmente un día a la semana, esas cosas, también otros pensamientos que por un pudor moderno no transcribo (no pensamientos obscenos o ardientes, no, pensamientos de Deseos, Hostilidades y Engaños). Esas cosas, me digo. esas cosas. Bajo a Nilo a su tercer paseo, me encuentro con una mujer que tiene una perra que ha conseguido un trabajo, se va con su pareja a vivir a Madrid, le digo que las echaré de menos, llueve, la mujer decide volver a casa, Nilo y yo nos damos un paseo muy largo, hermosa la tarde con sus colores grises y verdes, de vuelta a casa me siento inquieto, qusiera, no quisiera, escucho y veo a Krishnamurti, juego al ajedrez, ejercicios de táctica, vuelvo a la televisión, distraídamente, un partido de tenis o algo así. Tengo sueño de nuevo,
Por la noche
lo venzo, me levanto, friego, me hago una cena ligera, le pongo una cena a Nilo, veo un debate sobre la monarquía en España, me importa un huevo, pienso, quisiera, quisiera, la respiración de nuevo, como si algo faltara, echo de menos a mis amigos muertos, y una tarde en la que seguramente quise ser feliz y lo aparenté, me levanto, escribo estas líneas después de la dosis de juego con Nilo y me digo, ¿Qué hago aquí? En este día irrepetible,
Por la mañana.
El despertar desde el sueño. El soñar. Nilo se pasea desde las siete de la mañana. Como todas las mañanas. Yo quisiera no levantarme. Seguir dormido. No salir del sueño del que ya he salido. A través de las persianas a medio echar miro la mañana con sus nubes. Me falta el aire cuando me siento y me estiro. Y mi ceño se frunce (o ya estaba fruncido mientras aún intentaba soñar). Dormir, soñar, tal vez morir. La repetición (cuando sé que todo es irrepetible): el baño, el pis, levantar la persiana de la sala, abrirle la puerta de la terraza a Nilo, Nilo encima de la silla mirando la calle, ir a la cocina, encender la radio, hacerme un café, liarme un cigarrillo, prepararme el polén, tomar media taza de café, encender el cigarrillo, ir al baño y mientras obro leer, ahora leo a Wallace y sus Poemas Tardíos, el nerviosismo que me producen los gimoteos de Nilo impaciente por salir, el paseo, la mañana, el aire, el dolor en el tobillo derecho, el manejo de la correa, la educación de Nilo, el encuentro con otros perros, su afán por saludar a todo el mundo, la vuelta a casa, el segundo café, cansancio, dormí mal y poco la noche pasada, le pongo la comida Nilo, come, se sienta a mi lado, nos quedamos dormidos hasta media mañana en el sofá, frente al televisor, me levanto, me bebo el polén, leo y escribo algo, la vuelta a Nilo por segunda vez, hago la comida, como,
Por la tarde
veo una película que ya había visto, veo otra película que no había visto, me hago un café, lo bebo, fumo, me vienen pensamientos del tipo, Debería hacer, debería no hacer, veo demasiado la televisión, es sábado, descansa realmente un día a la semana, esas cosas, también otros pensamientos que por un pudor moderno no transcribo (no pensamientos obscenos o ardientes, no, pensamientos de Deseos, Hostilidades y Engaños). Esas cosas, me digo. esas cosas. Bajo a Nilo a su tercer paseo, me encuentro con una mujer que tiene una perra que ha conseguido un trabajo, se va con su pareja a vivir a Madrid, le digo que las echaré de menos, llueve, la mujer decide volver a casa, Nilo y yo nos damos un paseo muy largo, hermosa la tarde con sus colores grises y verdes, de vuelta a casa me siento inquieto, qusiera, no quisiera, escucho y veo a Krishnamurti, juego al ajedrez, ejercicios de táctica, vuelvo a la televisión, distraídamente, un partido de tenis o algo así. Tengo sueño de nuevo,
Por la noche
lo venzo, me levanto, friego, me hago una cena ligera, le pongo una cena a Nilo, veo un debate sobre la monarquía en España, me importa un huevo, pienso, quisiera, quisiera, la respiración de nuevo, como si algo faltara, echo de menos a mis amigos muertos, y una tarde en la que seguramente quise ser feliz y lo aparenté, me levanto, escribo estas líneas después de la dosis de juego con Nilo y me digo, ¿Qué hago aquí? En este día irrepetible,
Del libros Hijos de Adán/Childrens of Adam escrito por Walt Whitman.
Traducción y edición -magníficas- de Francisco Alexander
Editado por Colección Visor de poesía
Como Adán al amanecer,
Salgo del bosque fortalecido por el descanso nocturno,
Miradme cuando paso, escuchad mi voz, acercaos,
Tocadme, aplicad la palma de vuestra mano a mi cuerpo cuando paso,
No tengáis miedo de mi cuerpo
***
As Adam early in the morning,
Walking forth from the bower refresh'd with sleep,
Behold me where I pass, hear my voice, approach,
Touch me, the palm of your hand to my body as I pass,
Be not afraid of my body.
Salgo del bosque fortalecido por el descanso nocturno,
Miradme cuando paso, escuchad mi voz, acercaos,
Tocadme, aplicad la palma de vuestra mano a mi cuerpo cuando paso,
No tengáis miedo de mi cuerpo
***
As Adam early in the morning,
Walking forth from the bower refresh'd with sleep,
Behold me where I pass, hear my voice, approach,
Touch me, the palm of your hand to my body as I pass,
Be not afraid of my body.
Es aquí.
(para llegar a esta conclusión he necesitado de un día quieto y de la visión de un collar de perlas y una barca)
Ensayo
Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/03/2013 a las 00:33 | {0}
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/03/2013 a las 23:28 | {0}