Esta mañana, al mirar las estadísticas de este blog que vengo escribiendo desde hace ya cinco años, me he encontrado con que entre los enlaces que más me habían visitado se encontraba el siguiente de Arturo González (ya sabes: si haces un click sobre él podrás acceder al lugar en cuestión), un articulista del diario Público. Y cuál ha sido mi sorpresa cuando mirando dónde aparecía mi nombre o el del blog para que desde ese lugar se hubiera entrado hasta cincuenta y cinco veces, me he encontrado con que un tal ANPV66, en el comentario 48 al artículo escrito por el señor González, había copiado íntegro un artículo que escribí yo hace ya algunos días llamado Extrañeza. ANPV66 se permitía además añadir algunas frases de su propia cosecha (son la siguientes -para que quede clara la autoría-: o una puta ministra se inventa un puto Copago para enfermos graves. O un puto clown de ministro se carga la educación pública. O un puto Presidente embustero crónico te dice en tu cara que todo va de coña, mientras tu no ves más que miseria y dolor...No entiendo cómo en ese mismo momento estos pavos_as...). En el siguiente comentario -el 49- el propio autor del artículo Arturo González felicita a ANPV66 de la siguiente forma: ¡Extraordinario! Saludo cordial. En el comentario 52, un tal Zizero felicita a ANPV66 de la siguiente forma: Comentario por ANPV66: Si yo fuera doctor (de la privada) y me apareciera por la visita un "enfermo" como tú, te pagaría yo a ti la visita y me sentiría honrado si me aceptabas unas rondas por los bares.Con tu permiso, voy a mandar tu escrito para que se divulgue por la red. ¡Boinazo, ANPV66! Osasuna y Enseñanza públicas. Y en el comentario 53, una tal Petru Culianu le contesta a Zizero y de paso a ANPV66: al paño ANPV66 http://www.fernandoloygorri.com/Extraneza_a1082.html no es asunto mío por qué razón suele colgar usted textos pillados de diversos blogs sin entrecomillar ni indicar la autoría y la fuente, pero, en términos exactos, no es una acción correcta.
Luego se inicia un debate sobre la corrección o no de utilizar textos de otros sin citar las fuentes y la cosa, he de decir, se animó bastante. Pero como alguien insinuó si quizá era yo ANPV66, le diré que no y aunque no me la hayan pedido les daré mi opinión: es deleznable que alguien utilice tus textos no ya sin permiso -pues desde hace tiempo sé que si escribo en este espacio público, cualquiera puede utilizar mis textos y de hecho aquí están- sino sin decir su procedencia; es lisa y llanamente una putada. Porque uno no llega a escribir como escribe (sin comparación), ni a pensar como piensa por generación espontánea hay un trabajo detrás, un mundo detrás que le ha llevado hasta aquí.
En todo caso a todos los que felicitaron a ANPV66 por mi texto, gracias.
Y a ti ANPV66 sé un poquito honrado, hombre, y por favor no introduzcas frases malas en -al parecer- textos buenos y sí, en serio, cita a los escritores que los escribieron.
Nota: Quiero agradecer a Petru Culianu su aclaración de la autoría de Extrañeza. Me comenta Liana -buena amiga y mejor historiadora- que también la persona cuyo nick es ElBuhopardo refirió enlaces a mi página y mi perfil. Gracias también.
Fantasma de Vladimir Gardin
No temía la llaga en su espalda. No temía el olor a podre. Sólo no saber. No saber. Se arrugó en la madrugada y la madrugada le arrulló palabras endemoniadas. No temía la muerte en sí (como espacio nuevo como nueva espada). Temía no saber si realmente estaba. Si nada le concernía. Alzó los brazos y se preguntó, ¿se alzan? Caminó un trecho y se preguntó, ¿Caminaba? Se acercó a la habitación contigua donde una respiración respiraba. Llegó hasta otra estancia con ventana y creyó poder afirmar que la ventana cumplía su función de entrada. Y la rueda giraba. Y el candil ardía. Y la noche podría ser un estadío anterior al día (¿por qué no al revés? se preguntaba ¿Por qué no: Y se hizo la oscuridad?) Al principio fue todo luz. Todo luz que ciega y si ciega entonces... la oscuridad se decía como mis pies se apoyan en la madera. La madera, con toda seguridad, dedujo, hubo de ser árbol y el árbol semilla y la semilla árbol antes. Antes no estuvo esa llaga y desde la llaga escara y desde la escara hasta el tuétano muro de hueso. ¿Seguro? ¿Así?
Poesía de Wislawa Szymborska de su libro Instante. Traducido por Gerardo Beltrán. Ediciones Igitur
De cada cien personas,
las que todo lo saben mejor:
cincuenta y dos,
las inseguras de cada paso:
casi todo el resto,
las prontas a ayudar,
siempre que no dure mucho:
hasta cuarenta y nueve,
las buenas siempre,
porque no pueden de otra forma:
cuatro, o quizá cinco,
las dispuestas a admirar sin envidia:
dieciocho,
las que viven continuamente angustiadas
por algo o por alguien:
setenta y siete,
las capaces de ser felices:
como mucho veintitantas,
las inofensivas de una en una
pero salvajes en grupo:
más de la mitad seguro,
las crueles
cuando las circunstancias obligan:
es mejor no saberlo
ni siquiera aproximadamente,
las sabias a posteriori:
no muchas más
que las sabias a priori,
las que de la vida no quieren nada más que cosas:
cuarenta
aunque quisiera equivocarme,
las encorvadas, doloridas
y sin linterna en lo oscuro:
ochenta y tres,
tarde o temprano,
las dignas de compasión:
noventa y nueve,
las mortales
cien de cien.
Cifra que por ahora no sufre ningún cambio.
las que todo lo saben mejor:
cincuenta y dos,
las inseguras de cada paso:
casi todo el resto,
las prontas a ayudar,
siempre que no dure mucho:
hasta cuarenta y nueve,
las buenas siempre,
porque no pueden de otra forma:
cuatro, o quizá cinco,
las dispuestas a admirar sin envidia:
dieciocho,
las que viven continuamente angustiadas
por algo o por alguien:
setenta y siete,
las capaces de ser felices:
como mucho veintitantas,
las inofensivas de una en una
pero salvajes en grupo:
más de la mitad seguro,
las crueles
cuando las circunstancias obligan:
es mejor no saberlo
ni siquiera aproximadamente,
las sabias a posteriori:
no muchas más
que las sabias a priori,
las que de la vida no quieren nada más que cosas:
cuarenta
aunque quisiera equivocarme,
las encorvadas, doloridas
y sin linterna en lo oscuro:
ochenta y tres,
tarde o temprano,
las dignas de compasión:
noventa y nueve,
las mortales
cien de cien.
Cifra que por ahora no sufre ningún cambio.
ETIMOLOGÍA
(Según el ayudante de una escuela de gramática tuberculoso)
Me parece estar viendo todavía a aquel pálido vigilante -cuyos vestidos, corazón, cuerpo, cerebro estaban usados hasta la urdimbre-. No cesaba de desempolvar sus viejos vocabularios y gramáticas con un grotesco pañuelo adornado, como por irrisión, con las alegres banderas de todos los países conocidos. Le gustaba desempolvar sus gramáticas; lo que representaba, hasta cierto punto, una manera de acordarse suavemente de lo que sería de él después de la muerte.
... había caído la noche. La luz de la mesilla estaba encendida. El muchacho seguía leyendo: Cuando os proponéis instruir a los demás y enseñarles con qué nombre se designa en nuestra lengua a un wale-fish (ballena) omitiendo por ignorancia la letra "h" -whale-, que es la que compone casi todo el significado de la palabra, expresáis con ello una "contra-verdad". (Hackluyt). Es cierto que era tarde y que al día siguiente había que ir a la escuela. Es cierto que al muchacho le pesaban los párpados y que el sonido de la lluvia, fuera, le adormecía un tanto pero también lo era que su chica le había regalado su libro más deseado aquella misma tarde y le había dado un beso y había esperado ansiosa su reacción cuando terminara de abrir el papel verde de regalo para encontrarse de bruces con la primera edición de Moby Dick en castellano. Siguió leyendo: "Whale... del sueco y del danés "hval". Se ha nombrado este animal según su redondez y sus movimientos; porque en danés hvalt significa arqueado o abovedado" (Webster's Dictionary). El muchacho pronunció en voz alta la palabra "hvalt" con un ligero acento alemán. Su madre abrió la puerta. Se acercó a él, le dijo: A dormir, cariño. Le quitó el libro de las manos. Lo miró. Le dijo: ¡Qué bonito! Ya tendrás tiempo el fin de semana para leerlo. Y le apagó la luz. Y el muchacho, en la oscuridad, imaginó que se llamaba Ismael mientras seguía pronunciando, mentalmente, la palabra "hval".
Mi esposa me miró ayer y a mí me recorrió un escalofrío por el espinazo. Hacía tanto que no me miraba. Supe, en ese instante, que llevaba años sin recordar sus ojos y cuando los descubrí negros y pequeños temblé pero poco para que ella no se diera cuenta. También atisbé venillas y arrugas y pliegues innúmeros. Todo esto que cuento, todo esto que vi fue durante el tiempo que dura un parpadeo porque de inmediato yo aparté la vista y sorbí el café como si no tuviera prisa, aparentando rutina. ¿Escuché entonces una risita suya y que se frotaba las manos cuando se alejaba por el pasillo y decía, ya lejos, "Me voy a bañar. Si quieres ir al baño vete al pequeño"? O sólo fue un prodigio de imaginación, una descomposición cuántica como si la materia del sueño se hubiera transfigurado en realidad y la materia de la realidad fuera el sueño.
Lo sé, me dije, lo sé, volví a repetir en voz baja pero en voz. Y me acerqué a la ventana que daba a un prado pardo con un fondo de mar gris. Tengo miedo, dije en voz aún baja pero lo suficientemente alto para que el aliento necesario para pronunciar esas palabras quedara impreso como vaho en el cristal. El vaho de mis palabras. No evité un desahogo y me soné los mocos con la única manía que aún conservaba: pañuelos de tela.
En el baño pequeño miré mis ojos y recordé haberlos visto hacía poco.
Me fui sin hacer ruido pero antes me acerqué al baño grande. A través del cristal esmerilado vi que estaba a oscuras. Apoyé el oído en la puerta y escuché a mi esposa haciendo gorgoritos con agua en la boca. ¡Sus ojos, pensé, sus ojos!
Paseé por la rada del malecón hasta la hora de comer. Tomé la decisión y volví a casa.
Lo sé, me dije, lo sé, volví a repetir en voz baja pero en voz. Y me acerqué a la ventana que daba a un prado pardo con un fondo de mar gris. Tengo miedo, dije en voz aún baja pero lo suficientemente alto para que el aliento necesario para pronunciar esas palabras quedara impreso como vaho en el cristal. El vaho de mis palabras. No evité un desahogo y me soné los mocos con la única manía que aún conservaba: pañuelos de tela.
En el baño pequeño miré mis ojos y recordé haberlos visto hacía poco.
Me fui sin hacer ruido pero antes me acerqué al baño grande. A través del cristal esmerilado vi que estaba a oscuras. Apoyé el oído en la puerta y escuché a mi esposa haciendo gorgoritos con agua en la boca. ¡Sus ojos, pensé, sus ojos!
Paseé por la rada del malecón hasta la hora de comer. Tomé la decisión y volví a casa.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/10/2013 a las 11:37 | {2}