Érase una vez. Fotografía de Olmo Z. Junio 2015 (Tratamiento fotográfico realizado con la aplicación del celular)
he de hacerlo la llaga ha quedado perversa y abierta pienso un barómetro como si ese pensamiento ayudara a algo no me sosiega sí me ha sosegado la respiración ha sido una hora y diez minutos de respiración casi todo respiración y el cuello hacia abajo aunque a veces lo he subido y he mirado el horizonte mientras la noche iba cayendo rendirse he pensado alguna vez rendirse y seguir amando la idea sólo la idea porque la certeza la evidencia me he corregido a mí mismo la evidencia me he vuelto a repetir y quizá me he dicho la posibilidad me he dicho pero que es imposible porque nunca se da hubo un instante la semana anterior sí hubo un instante cuando el vaho enturbiaba las ventanillas y el mundo se había vuelto opaco nada más sólo ese momento respirar he vuelto a hacer respirar y dejar que unos tambores o la llaga perversa o la luz de mi interior la que me dice mereces la dicha todos merecemos la dicha mientras estés en la cárcel no podrás ser dichoso sólo tienes que salir de ella sólo tienes que darte cuenta de que estás en ella desnudo ante el guardián mancebo probablemente con respecto a ti y respirar Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma vislumbrar entre el roce del pantalón y la delgadez pasmosa de la pierna derecha la esencia de la India el tren de los Mahjarahas Vishnu duerme y me soñó un tiempo entre los brazos de aquella idea de aquella posibilidad que se esfuma y hay que aceptarlo hay que santiguarse alabar la vida la respiración también 1 y 2 y 3 1111 yyyy 2222 yyyy 3333 seguir montículo bajada piedra a la izquierda hoy no he trabajado pero he limpiado a conciencia la casa verdor de bosque muro derruido una muchacha en su bicicleta siempre tímida siempre colorada la luz se va huye a una rapidez endiablada todo son sombras y unas gotas de la no lluvia que no cae desde hace meses aún sin abrir la capa pluvial azul oscuro para los días que iban a venir he resuelto el problema había que llevar a la reina a la otra parte del tablero voy a temblar de nuevo como acepto la evidencia será con una sonrisa será con el entendimiento de que en estos años los que resten quiero buscar plenitudes como esos pasos hoy constantes casi monótonos 1, 2, 3, 4 1, 2, 3, 4 1, 2, 3, 4 1, 2, 3, 4 1, 2, 3, 4 1, 2, 3, 4 1, 2, 3, 4 1, 2, 3, 4 1, 2, 3, 4 subiendo el muro las llanuras el rincón del barranco respirando aguantando la congoja decir adiós con una verdadera sonrisa las manos enlazadas siempre a lo largo de los años enlacemos las manos soñemos una vez más ahora que ya se ha ido el día y la noche de otoño se carga del último presentimiento el paso del animal el rastro de los jabalíes el hombre con el que hablé de Krishnamurti la casualidad que ambos coincidimos en no considerar como tal las aguas frías del lago un lejano sonido de martillo neumático y la terrible angustia de The wire el mundo brutal de las ciudades llenas de dinero dollars crimen dolor de vivir separado y no saber vivir junto la morada de los hombres perdidos el olor de las mujeres muertas los contenedores en el puerto ahítos de productos el mundo como una gran factoría los seres humanos en sus tribulaciones y en su soledad alcohol dolor sueño borrachera ausencia mar sucio no son bellas las noches hay que rendirse me digo mientras subo y bajo y me importa tan poco las elecciones y no pienso en ellas sólo cuando siento la distancia entre mi hija y yo ella tan lejos tan ausente y tan presente en las palabras ella allí donde llueve tanto nunca le llovió tanto nunca estuvo tan alejada y sé que es fuerte sé que es mucho más fuerte que yo y eso me anima me hace confiar en ella en medio de este mundo sin esperanza abocado roto huero lleno de arañazos pero entonces llego al último trecho y hoy no me detengo hoy giro y vuelvo a andar en sentido contrario hacia el principio no pienso sólo respiro 1234 1234 1234 1234 1234 1234 1234 1234 Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma de vuelta la noche se pierde el animal decido que es él quien tiene que encontrarme sigo no me detengo me rindo me rindo me digo por la evidencia me digo porque no hay confianza porque quizá sólo quizá aisladamente alguna ventanilla opaca algún vaho que sale de dios sabe dónde pero ¿dónde queda la plenitud? esa plenitud que no es todo para mí sino la parte alicuota de una estancia llevadera en la tierra esa plenitud me digo agarrados las manos los pies la ternura la mirada el beso la tarde la escoba el rincón el cuadro el paseo la contemplación la caricia el sosiego la comida la cama el trastero el cambio la confidencia la muela el termómetro el barómetro de nuevo el barómetro sin más ahora ya no le doy valor ni se lo quito ahí está el barómetro regio como unas campanas una tarde el cierzo ese viento de la meseta también el cierzo como el barómetro aparece y se va mientras sigo respirando y sé que me tengo que rendir tengo que ser yo quien se rinda es mi obligación rendirme para que pueda volar para que pueda buscar lo que tiene que buscar que no soy yo nunca fui yo nunca fui su plenitud y así cuando descubro la luna que crece y es un filo y tras ella la roja evidencia en una nube de la crueldad del crepúsculo tiemblo y canto una aria de Puccini para conjurar el dolor que siento en las manos para conjurar el grito que di ayer cuando la seguridad de un lugar cerrado me amenazó con no dejarme entrar ah cuánto me arrepiento ah qué dolor siento en mi costado y saber que nunca más que he de rendirme decir adiós con una sonrisa en los labios cuando diciembre se embala y se va a estrellar si nadie lo remedia contra enero ahí estoy me digo y entonces, entonces, de nuevo 1234 1234 1234 1234 1234 1234 1234 1234 Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma 1234 1234 1234 1234 1234 1234 1234 1234 1234 1234 1234 1234 Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma Aum Aum Nahma Nahma hasta desfallecer hasta seguir como mecánica el ritmo respiración respiración pierna pierna ya estamos llegando ya estamos el bosque es tan oscuro que lo siento expresión de mi corazón oigo pasos tras de mí y sé que nadie hay tras de mí oigo oigo llego y me vuelvo a decir rendición rendición rendición plenitud plenitud plenitud el error es de quien no sabe hacerse amar
El truco es tan evidente que a veces me produce escalofrío.
El miedo es la clave del poder.
Es curioso que tras haber agotado el filón del terror que nos produce el colapso económico, a los pocos meses se produzca un rebrote del terrorismo en las civilizadísimas ciudades de occidente y es justo en una de esas ciudades donde se ha producido el penúltimo timo de esta panda de cabronas/cabrones de la reputa que los parió que es la Cumbre del clima en la militarizada ciudad de París.
Sé que nunca su codicia llegará a tener un clímax. Sé que quien quiera cambiar desde dentro este sistema acabará siendo cambiado por él porque su poder radica en el truco y nada hay que más fascine al ser humano que lo engañen.
El timo ha consistido en alardear de que esta vez todos se iban a poner serios y conscientes de que nos estamos cargando el único puto planeta en el que podemos vivir y que iban a llegar a acuerdos decisivos. Para ello durante tres semanas unos cuantos miles de delegados y delegadas se han estado dando la gran vida a costa de los impuestos y los robos -según el país- de sus respectivos países para que al final se vaya a firmar un acuerdo de mínimos que además no es vinculante y que va a mantener todo igual. ¡Sois unos putos hijos-hijas de puta! ¡Sois una panda de cabrones y cabronas! (lo escribo así para ser políticamente correcto) y porque no tengo la polla pa ruidos porque sino me pondría en plan gitano a lanzaros maldiciones hasta que me chorreara humor negro por la boca.
Asesinos y asesinas de mierda; delegados y delegadas hijos e hijas de puta. Me cago en todos vuestros putos muertos. Canallas. Cerdos. Cerdas. Ahí os pudráis. A ver cuándo os hacemos caer de vuestros pedestales... os llegará la hora... os llegará.
El miedo es la clave del poder.
Es curioso que tras haber agotado el filón del terror que nos produce el colapso económico, a los pocos meses se produzca un rebrote del terrorismo en las civilizadísimas ciudades de occidente y es justo en una de esas ciudades donde se ha producido el penúltimo timo de esta panda de cabronas/cabrones de la reputa que los parió que es la Cumbre del clima en la militarizada ciudad de París.
Sé que nunca su codicia llegará a tener un clímax. Sé que quien quiera cambiar desde dentro este sistema acabará siendo cambiado por él porque su poder radica en el truco y nada hay que más fascine al ser humano que lo engañen.
El timo ha consistido en alardear de que esta vez todos se iban a poner serios y conscientes de que nos estamos cargando el único puto planeta en el que podemos vivir y que iban a llegar a acuerdos decisivos. Para ello durante tres semanas unos cuantos miles de delegados y delegadas se han estado dando la gran vida a costa de los impuestos y los robos -según el país- de sus respectivos países para que al final se vaya a firmar un acuerdo de mínimos que además no es vinculante y que va a mantener todo igual. ¡Sois unos putos hijos-hijas de puta! ¡Sois una panda de cabrones y cabronas! (lo escribo así para ser políticamente correcto) y porque no tengo la polla pa ruidos porque sino me pondría en plan gitano a lanzaros maldiciones hasta que me chorreara humor negro por la boca.
Asesinos y asesinas de mierda; delegados y delegadas hijos e hijas de puta. Me cago en todos vuestros putos muertos. Canallas. Cerdos. Cerdas. Ahí os pudráis. A ver cuándo os hacemos caer de vuestros pedestales... os llegará la hora... os llegará.
Crónica escrita por la aparición (fantasma) de Isaac Alexander de la presentación del libro Gen escrito por Fernando Loygorri y que tuvo lugar en Función Lenguaje en la calle Doctor Fourquet 18 de la ciudad de Madrid el día 9 de diciembre del año 2015
Tiene la creación un ámbito al que el realismo no alcanza. El realismo carece de fantasía (en su sentido etimológico, es decir: ámbito de las apariciones). Así no resultaría realista decir que ayer estuve en la presentación del libro de poesía Gen de mi querido amigo Fernando Loygorri y sin embargo estuve. ¡Ah, qué bien le sienta a los humanos sentirse queridos! Porque fuera como fuere la presentación -y estuvo muy bien- se le veía a Fernando contento entre su gente y sobre todo contento porque a la presentación de su primer libro publicado de poesía acudieron personas de tres tiempos de su vida y eso le hizo reconciliarse consigo mismo, él que tan escaso anda en ocasiones de amarse.
Yo me coloqué justo detrás de Liana que es una mujer que me guarda un gran cariño y que sé que se ha reído en ocasiones con los textos que he publicado en este blog y también sé que cuando morí sintió ella una pena honda, la pena del amigo que ve irse al amigo para siempre. Ella además pertenece -dentro de los tres tiempos de Loygorri- al último de ellos y esa condición le confiere -claro- una mayor cercanía conmigo. A su lado estaban sentados Raúl y Amalia que también pertenecen a este último tiempo de su vida y que son para él -y así los acojo yo- esa continuidad de la amistad, ese regato por donde la vida fluye y se comunica y nace de nuevo y se hace, por su propia fluidez, inagotable.
Conocí entonces al grueso del segundo tiempo de Loygorri, aquel que corre desde la juventud hasta la madurez y allí estaban Mónica, Lola, Pilar, María, César, Luis, Álvaro, Fernando y Carlos. Me fijé entonces en Loygorri y vi en sus ojos un auténtico agradecimiento y el descubrimiento de que la amistad, a veces, no es una cuestión de tiempo sino un destino común que mantiene unido hasta la muerte y más allá de ella (véase mi caso). La amistad es un vínculo que cuando se ha forjado, cuando verdaderamente se ha forjado, cuando existió un tiempo en que ese sentimiento renacía cada día, algo descomunal, mucho más que una hecatombe ha de ocurrir para que se deshaga y no surja cuando tiene que surgir.
Y vi también el primer tiempo de Loygorri en la figura de una mujer menuda con una sonrisa de una sinceridad deslumbrante, Sina, una mujer /muchacha de cuando Loygorri acababa de dejar de ser niño y ella también. Tiempos de Instituto. Años 70 del pasado siglo. Manos cogidas en el parque. Primeros besos. Primeros anhelos. Para siempre.
Y junto a su pasado también se sintió feliz Loygorri porque le acompañaban compañeros de trabajos literarios y allí estaban Ignacio, Ángel, Juanjo, Pilar, Esperanza, Francisco, Verónica y Javier. Poetas y compañeros de la radio.
Tan sólo faltó en su presentación el tiempo de la infancia y debe estar bien que así sea.
Escuché antes de irme comentarios de los que habían acudido y en general todos alabaron lo ajustado de la presentación, lo poco recargado y yo me fui a mi última morada cuando, tras haber celebrado el encuentro en un bar de la vieja calle Argumosa, Liana y Fernando -tras despedirse de los amigos del segundo tiempo- se encaminaron por la calle Doctor Fourquet hacia el coche de él que como viejo caballero dejó a la dama a la puerta de la casa que habita.
Quisiera terminar esta leve crónica de lo ocurrido en la presentación de Gen (y no podía ser más que leve pues fantasma es quien la escribe) con unos versos contenidos en él: ¡Inflamada Nube, tu boca sobre la plaza atrae a la serpiente; tu eje, amarillo, navega sobre el agua; el amor, lo que pertenece a todos los hombres, se continúa en tu infinita debilidad!
Yo me coloqué justo detrás de Liana que es una mujer que me guarda un gran cariño y que sé que se ha reído en ocasiones con los textos que he publicado en este blog y también sé que cuando morí sintió ella una pena honda, la pena del amigo que ve irse al amigo para siempre. Ella además pertenece -dentro de los tres tiempos de Loygorri- al último de ellos y esa condición le confiere -claro- una mayor cercanía conmigo. A su lado estaban sentados Raúl y Amalia que también pertenecen a este último tiempo de su vida y que son para él -y así los acojo yo- esa continuidad de la amistad, ese regato por donde la vida fluye y se comunica y nace de nuevo y se hace, por su propia fluidez, inagotable.
Conocí entonces al grueso del segundo tiempo de Loygorri, aquel que corre desde la juventud hasta la madurez y allí estaban Mónica, Lola, Pilar, María, César, Luis, Álvaro, Fernando y Carlos. Me fijé entonces en Loygorri y vi en sus ojos un auténtico agradecimiento y el descubrimiento de que la amistad, a veces, no es una cuestión de tiempo sino un destino común que mantiene unido hasta la muerte y más allá de ella (véase mi caso). La amistad es un vínculo que cuando se ha forjado, cuando verdaderamente se ha forjado, cuando existió un tiempo en que ese sentimiento renacía cada día, algo descomunal, mucho más que una hecatombe ha de ocurrir para que se deshaga y no surja cuando tiene que surgir.
Y vi también el primer tiempo de Loygorri en la figura de una mujer menuda con una sonrisa de una sinceridad deslumbrante, Sina, una mujer /muchacha de cuando Loygorri acababa de dejar de ser niño y ella también. Tiempos de Instituto. Años 70 del pasado siglo. Manos cogidas en el parque. Primeros besos. Primeros anhelos. Para siempre.
Y junto a su pasado también se sintió feliz Loygorri porque le acompañaban compañeros de trabajos literarios y allí estaban Ignacio, Ángel, Juanjo, Pilar, Esperanza, Francisco, Verónica y Javier. Poetas y compañeros de la radio.
Tan sólo faltó en su presentación el tiempo de la infancia y debe estar bien que así sea.
Escuché antes de irme comentarios de los que habían acudido y en general todos alabaron lo ajustado de la presentación, lo poco recargado y yo me fui a mi última morada cuando, tras haber celebrado el encuentro en un bar de la vieja calle Argumosa, Liana y Fernando -tras despedirse de los amigos del segundo tiempo- se encaminaron por la calle Doctor Fourquet hacia el coche de él que como viejo caballero dejó a la dama a la puerta de la casa que habita.
Quisiera terminar esta leve crónica de lo ocurrido en la presentación de Gen (y no podía ser más que leve pues fantasma es quien la escribe) con unos versos contenidos en él: ¡Inflamada Nube, tu boca sobre la plaza atrae a la serpiente; tu eje, amarillo, navega sobre el agua; el amor, lo que pertenece a todos los hombres, se continúa en tu infinita debilidad!
Ensayo
Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/12/2015 a las 19:50 | {2}
OLMO:
He visto en los dientes que muerden la lengua la genalogía de la moral (bulbos verdes que no han roto, ni están crispados [como Londres bajo la lluvia] y se mantienen medio muertos a la espera de la humedad para romper).
He visto en un hotel la última huella de la voz que no volverá a pronunciar jamás un solo sonido más. Y puedo asegurar que la excitación, apoyado en el coche, hacia las cuatro de la tarde de un día de diciembre fue tan amorosa como la boca y los dientes.
Deberé volar para dejar de rastrear el espanto.
Deberé no juzgarme si un comentario pudiera ser políticamente incorrecto y escuchar la flauta con la calma del Apache descubriendo el enigma de un rastro.
He visto en los ojos un abrazo desnudo y en el rubor de sus mejillas el solsticio de verano (por un instante).
Sé que entonces veré los días oscuros cuando todo se retrae y el lamento tiene forma de muérdago y las canciones se elevan por la nieve desoyendo toda lógica. Nada hay que objetar. Tan sólo me pregunto por qué ayer sentí tres muertes en un breve trecho y lloré tanto por ellas que me parecieron ocurridas.
He visto el calor de su cuerpo a través de un anorak sintético mientras olía la contaminación del mundo y apenas me restaba un ápice de miel para endulzar el tósigo. Todo son ojos, me he dicho.
Y en la Rueda de la Fortuna
Y en el Radio de la música (la que nos lleva dentro, a ese tumulto de seres que nos puebla a cada uno)
Y en el Arco que gime sobre sus bases abiertas
Y en la Cadera tan llena de huesos y nostalgia
he visto la mano que mece el cabello, la tortura del aseo en el gato, la medialuna turca.
No canto homéricamente
No hay ponto en mi desencanto
ni estrecho del Bósforo, ni país de los tracios
porque quizá, lejanamente, recuerdo los versos de una princesa española escritos por un romántico alemán en plena y reiterada destrucción del mundo.
Yo sé que he visto.
Yo sé el rezo.
¡Qué cortos son los días!
¡Dadme! ¡Dadme hielo!
He visto en los dientes que muerden la lengua la genalogía de la moral (bulbos verdes que no han roto, ni están crispados [como Londres bajo la lluvia] y se mantienen medio muertos a la espera de la humedad para romper).
He visto en un hotel la última huella de la voz que no volverá a pronunciar jamás un solo sonido más. Y puedo asegurar que la excitación, apoyado en el coche, hacia las cuatro de la tarde de un día de diciembre fue tan amorosa como la boca y los dientes.
Deberé volar para dejar de rastrear el espanto.
Deberé no juzgarme si un comentario pudiera ser políticamente incorrecto y escuchar la flauta con la calma del Apache descubriendo el enigma de un rastro.
He visto en los ojos un abrazo desnudo y en el rubor de sus mejillas el solsticio de verano (por un instante).
Sé que entonces veré los días oscuros cuando todo se retrae y el lamento tiene forma de muérdago y las canciones se elevan por la nieve desoyendo toda lógica. Nada hay que objetar. Tan sólo me pregunto por qué ayer sentí tres muertes en un breve trecho y lloré tanto por ellas que me parecieron ocurridas.
He visto el calor de su cuerpo a través de un anorak sintético mientras olía la contaminación del mundo y apenas me restaba un ápice de miel para endulzar el tósigo. Todo son ojos, me he dicho.
Y en la Rueda de la Fortuna
Y en el Radio de la música (la que nos lleva dentro, a ese tumulto de seres que nos puebla a cada uno)
Y en el Arco que gime sobre sus bases abiertas
Y en la Cadera tan llena de huesos y nostalgia
he visto la mano que mece el cabello, la tortura del aseo en el gato, la medialuna turca.
No canto homéricamente
No hay ponto en mi desencanto
ni estrecho del Bósforo, ni país de los tracios
porque quizá, lejanamente, recuerdo los versos de una princesa española escritos por un romántico alemán en plena y reiterada destrucción del mundo.
Yo sé que he visto.
Yo sé el rezo.
¡Qué cortos son los días!
¡Dadme! ¡Dadme hielo!
Quiero confesarte, amiga, que he caminado por el bosque una tarde que hacía viento y sentí, desde el principio, una turbación del ánimo en todo semejante al oleaje.
Te quiero ser sincero porque me arde, a lo lejos, una llama de invierno (como cuando el caminante en la estepa, a punto del desmayo, entre ventisca y fiebre, descubre un punto de luz, algo así como la veladura de una casa -siquiera su posibilidad-): he caminado entre el viento por el bosque y me he subido el cuello del abrigo pero he seguido alejándome del punto de partida aún sabiendo que hay árboles que no están tan sujetos a la tierra como para no desgajarse por la furia de una ráfaga de aire.
Así lo he hecho cuando se acercan los días más cortos y la noche cae a plomo, sin avisar, con esa luz tan indefinida que se llama crepúsculo y que -como tan bien evidencia su significado- puede ser tanto crepúsculo del día como crepúsculo de la noche. No te asustes, no hay metáfora en lo que te digo, tan sólo la descripción de un paisaje y su sonido porque me alejo del punto de partida y mi ánimo se turba, es cierto, pero es una turbación sonora, sin carne, sin hueso.
Así me adentré en el bosque y cuando me vi rodeado de maderas y hojas, de tierra y raíces, de hierbas y matojos, de animales pequeños y pequeñas lomas, todos envueltos en el misterio del viento (también yo, amiga, también yo) nos dejamos llevar por la posibilidad de un último encuentro. Quizás el que menos sagrado sentía el instante fuera el perro porque él es en todo inocente, no así la rama que conoce hasta qué punto ha de ser flexible, ni la hierba que aprendió a la intemperie la importacia de dejarse aplastar por lo invisible; no él -el perro- que corría, saltaba, retozaba y mordía el palo con la misma inconsciencia del día en calma, de la tarde que acaba.
Ya dentro del bosque, muy dentro, amiga, muy, muy dentro, escuché por vez primera como gime la madera zarandeada y no sé por qué sentí que me encontraba en un barco encallado en aguas peligrosas, sometido al embate terrible de las olas y a los filos agudísimos de las rocas y ese sonido de cuaderna que cruje, de mástil hecho añicos era el que oía cuando la madera no es nada, es tan sólo tronco, raíz o rama.
Sentí una inmensa alegría porque supe conocer algo enteramente nuevo: el bosque con viento es un barco naufragado. Y ni siquiera pensé que morir pudiera ser algo parecido, algo así como: la muerte es una vida al pairo y me sentí sonado y volví sin ser consciente de que volvía y cuando salí del bosque y el viento arreciaba en la llanura, amiga, me dejé llevar por su capricho y no quise añorar el barco que acababa de abandonar a su suerte como si en realidad hubiera salido de un bosque con viento, al caer la tarde, muy lejos del mar.
Te quiero ser sincero porque me arde, a lo lejos, una llama de invierno (como cuando el caminante en la estepa, a punto del desmayo, entre ventisca y fiebre, descubre un punto de luz, algo así como la veladura de una casa -siquiera su posibilidad-): he caminado entre el viento por el bosque y me he subido el cuello del abrigo pero he seguido alejándome del punto de partida aún sabiendo que hay árboles que no están tan sujetos a la tierra como para no desgajarse por la furia de una ráfaga de aire.
Así lo he hecho cuando se acercan los días más cortos y la noche cae a plomo, sin avisar, con esa luz tan indefinida que se llama crepúsculo y que -como tan bien evidencia su significado- puede ser tanto crepúsculo del día como crepúsculo de la noche. No te asustes, no hay metáfora en lo que te digo, tan sólo la descripción de un paisaje y su sonido porque me alejo del punto de partida y mi ánimo se turba, es cierto, pero es una turbación sonora, sin carne, sin hueso.
Así me adentré en el bosque y cuando me vi rodeado de maderas y hojas, de tierra y raíces, de hierbas y matojos, de animales pequeños y pequeñas lomas, todos envueltos en el misterio del viento (también yo, amiga, también yo) nos dejamos llevar por la posibilidad de un último encuentro. Quizás el que menos sagrado sentía el instante fuera el perro porque él es en todo inocente, no así la rama que conoce hasta qué punto ha de ser flexible, ni la hierba que aprendió a la intemperie la importacia de dejarse aplastar por lo invisible; no él -el perro- que corría, saltaba, retozaba y mordía el palo con la misma inconsciencia del día en calma, de la tarde que acaba.
Ya dentro del bosque, muy dentro, amiga, muy, muy dentro, escuché por vez primera como gime la madera zarandeada y no sé por qué sentí que me encontraba en un barco encallado en aguas peligrosas, sometido al embate terrible de las olas y a los filos agudísimos de las rocas y ese sonido de cuaderna que cruje, de mástil hecho añicos era el que oía cuando la madera no es nada, es tan sólo tronco, raíz o rama.
Sentí una inmensa alegría porque supe conocer algo enteramente nuevo: el bosque con viento es un barco naufragado. Y ni siquiera pensé que morir pudiera ser algo parecido, algo así como: la muerte es una vida al pairo y me sentí sonado y volví sin ser consciente de que volvía y cuando salí del bosque y el viento arreciaba en la llanura, amiga, me dejé llevar por su capricho y no quise añorar el barco que acababa de abandonar a su suerte como si en realidad hubiera salido de un bosque con viento, al caer la tarde, muy lejos del mar.
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/12/2015 a las 19:27 | {0}