Me levanto a las ocho.
El cielo sigue nublado.
Hago el café y preparo el polen.
Bebo el café mientras me hago un cigarrillo.
Leo el pensamiento oceánico.
Medito y oleadas de imagenes vienen y van de mi mente como si quisieran decirme algo.
He de tomar varias decisiones.
Bebo el polen.
Me pongo otro café.
Enciendo el ordenador y cierro las ventanas tras airear la casa.
Repaso la prensa.
Escucho la radio.
Tengo un poco de frío.
Son las nueve y diez.
El cielo sigue nublado.
Hago el café y preparo el polen.
Bebo el café mientras me hago un cigarrillo.
Leo el pensamiento oceánico.
Medito y oleadas de imagenes vienen y van de mi mente como si quisieran decirme algo.
He de tomar varias decisiones.
Bebo el polen.
Me pongo otro café.
Enciendo el ordenador y cierro las ventanas tras airear la casa.
Repaso la prensa.
Escucho la radio.
Tengo un poco de frío.
Son las nueve y diez.
Un aliento, querida, eso sentí. Yo no sé cómo explicarte (ya ni siquiera sé si merece el esfuerzo hacerlo). He querido tanto tiempo. Lo he intentado tanto. Seguramente estaba equivocado yo también. Intentaba la sensatez cuando en el pozo tan sólo se ve oscuridad y frío. La oscuridad es femenina. También la humedad. También la luna. El espíritu en principio fue femenino. Por eso también, ¿sabes? Porque en el fondo (en lo inconsciente, en la estructura más arcana) tú sabes también a lo que me refiero. Es una canción de mujer. Una herida abierta como a veces se resuelve la simbología de tu sexo -una herida abierta entre tus muslos- en mi mente, en la mente de cientos, de miles de generaciones. Cuando te dije lo que sentí, lo sentí. ¿Cómo es posible que tú respondieras negando cada una de mis emociones? ¿Cómo se puede negar la emoción de otro? Seguiré recordando el mar algo insolente, ajenas para mí sus mareas vivas donde la vida se debate en cuestión de horas; recordaré la negritud de una noche de octubre cuando se ha huido y el sopor va calmando los nervios. No nos quisimos. Si quieres lo digo así. Me apunto al hecho de no haber amado. Ese aguijón. Esa sensación. El pneuma -que es al fin y al cabo respiración- como inspiración. Supe cantar tus ojos claros, tus cabellos recogidos al descuido, tu largura de mujer baja, la extensión de tus palabras y llegué a alabar la parte de la tierra donde el verdor se vuelve escandaloso para nosotros, seres de secano. Sólo que no llego a entender tu cerrazón. Tu arrogancia, querida mía, en quien tantas querencias puse, sobre la que dejé el peso de mi ansiedad, la necesidad -lo sé: mal asunto- de un encuentro y todas esas cosas que ocurren entre una mujer y un hombre por no hablar de las almohadas, los aromas de almendra y pez, la densidad de los flujos, la piel, el hueso, el tendón, el cartílago, el músculo y el pelo. Yo sé cuánto de arcano sostiene lo que te digo y también adivino el velo que aún me tiñe la vista con una irrealidad de la que ni tan siquiera atisbo el umbral de su alcance; sé que quizá quien te declara este acercarse sea un ciervo o un hombre capitidisminuido o un arce venido de muy lejos y sembrado en una maceta de barro fabricada por un alfarero del sur; sé que quizá la veladura se diluirá en una costa de Nueva Zelanda o cerca, en el Pozo del tío Raimundo; y sé que desde esta perversión nada de lo que te diga puede ser cierto. Deberías convenir conmigo que a ti te ocurre lo mismo y tan sólo por eso deberías cuando menos tener atentos los oídos a mis emociones para no negarlos a prisa y como en breves, para no pasarlos por encima dejando incluso en tus palabras cierta capa de sarcasmo y algo de mediocridad. Sería tan hermoso haber desvelado juntos, en largas sesiones de vino y cigarrillos, de dónde venía la tristeza que me invadió un día o el rechazo que me impusiste aquel domingo; o desentrañar tus exigencias con respecto a mi modo de conducirme en el trabajo o mi desolación cuando no encontraba tu sonrisa el martes en que decidí quedarme a tu lado para siempre; o haber buceado en mi necesidad de otros cuerpos femeninos, en el alejamiento en la cama, en que hubo un día en que no me pareciste inteligente y otro en que quise iniciar la pelea. Ahora ya es tarde, lo sé. Ahora huí y ya no huyo. Esta conversación nunca ha tenido lugar. Ni tan siquiera cuando de nuevo repaso las letras para formar las palabras que se junten en una frase y convengan una idea, veo tu rostro. No te recuerdo. Le hablo quizá al espíritu tuyo que se eleva tras la lluvia cuando las cimas de las montañas han sido invadidas por noviembre. Tomaré el coche ahora. Abandonaré esta bar de carretera donde una mujer activa y entusiasta anima a unos camioneros a tomarse la penúltima. Saldré por mi propio pie. Caminaré sin prisa. Quizá emocionado por lo que seguramente, de nuevo, no vas a saber entender. Montaré y seguiré este rumbo sin rumbo, ahora que por fin voy descubriendo que éste es el verdadero camino y que toda dirección, todo sentido, toda meta es una proeza menor de una forma terca de entender la vida. Quizá, querida, aprenda a tocar la guitarra, incluso ya que tengo esta voz bien timbrada, me vuelva cantautor y así cantaré, por ejemplo: "Noche vestida de malva/ mis pies han rozado la orilla/ del río cuya calma/ forma en mi alma remolinos". Algo así. Después corregiré.
Deriva. Inquietud. Alegría. Temor. Indignación. Rechazo. Tristeza.
El velo que no se desvela.
Un velo de acero (duro y frío)
Querer un acercamiento (¿necesitar. Desear?
Esperar un detalle que no se produce.
La nota del piano.
El viento de la tarde.
La noche cae sobre la carretera de circunvalación y un no sé qué que queda balbuciendo (Juan de la Cruz).
Le llegada. La cuesta. La valla publicitaria. Vaya.
La pizzería cerrada. La rabia. La discusión enrabietada. Las lámparas. El olor de un cigarrillo. La tos. El agua. Una cita quebrada. Un lugar lejano.
La misma respuesta a la misma pregunta. El frío. La alfombra. La luz lechosa de esta mañana.
El nombre de Elena. El nombre de Naya.
Dormir sin poder leer. Agotada la mente. La música callada. El sonido de los barcos. La cima de la montaña. El alma como agua. Y como aire. La llaga. Llegar a mirar frente a frente (des-velada). Salto. Mutación. Con-vertirse en mirada.
El puerto. La helada. La viola. La maniobra. La esperanza. Mi madre. La escarcha. La mortaja. El éxito. El viaje. Cambio en la pulsión del tiempo. Impulso. Brazada. La huella y la almohada. El eco. No querer re-accionar.
Las palabras. Dejar a la mente que decida.
¿Dónde siento está emoción?
Emoción: pensamiento con respuesta física.
Tarda. Largo. Imposible. Reflejo. Esfuerzo. Presente. Aullido.
La horca y la mandrágora. El semen del ahorcado.
A horcajadas.
Tiemblo. Musgo. Ashes to ashes. Flauta. Pan.
Reproducir. Reelaborar. Concluir.
Hay en los verbos la melodía del movimiento.
Clase.
Alumno/discípulo.
Debería ser el silencio.
El velo que no se desvela.
Un velo de acero (duro y frío)
Querer un acercamiento (¿necesitar. Desear?
Esperar un detalle que no se produce.
La nota del piano.
El viento de la tarde.
La noche cae sobre la carretera de circunvalación y un no sé qué que queda balbuciendo (Juan de la Cruz).
Le llegada. La cuesta. La valla publicitaria. Vaya.
La pizzería cerrada. La rabia. La discusión enrabietada. Las lámparas. El olor de un cigarrillo. La tos. El agua. Una cita quebrada. Un lugar lejano.
La misma respuesta a la misma pregunta. El frío. La alfombra. La luz lechosa de esta mañana.
El nombre de Elena. El nombre de Naya.
Dormir sin poder leer. Agotada la mente. La música callada. El sonido de los barcos. La cima de la montaña. El alma como agua. Y como aire. La llaga. Llegar a mirar frente a frente (des-velada). Salto. Mutación. Con-vertirse en mirada.
El puerto. La helada. La viola. La maniobra. La esperanza. Mi madre. La escarcha. La mortaja. El éxito. El viaje. Cambio en la pulsión del tiempo. Impulso. Brazada. La huella y la almohada. El eco. No querer re-accionar.
Las palabras. Dejar a la mente que decida.
¿Dónde siento está emoción?
Emoción: pensamiento con respuesta física.
Tarda. Largo. Imposible. Reflejo. Esfuerzo. Presente. Aullido.
La horca y la mandrágora. El semen del ahorcado.
A horcajadas.
Tiemblo. Musgo. Ashes to ashes. Flauta. Pan.
Reproducir. Reelaborar. Concluir.
Hay en los verbos la melodía del movimiento.
Clase.
Alumno/discípulo.
Debería ser el silencio.
Arce japonés
...y me regalé un arce japonés (que recogí el domingo, en un vivero que se encuentra entre Galapagar y Villalba. Me atendió Marzuq y nos dimos la mano y el árbol, aún joven, cupo en el coche y Violeta e Iris -a las que Marzuq creyó hermanas- me ayudaron a llevarlo hasta la terraza y sus hojas caducas alfombraron el suelo del coche) y me levanté por la mañana con el día nublado e hice mis rutinas como si no pasara nada, como si fuera un día normal hasta que decidí que no era un día normal y entonces me entró cierta melancolía porque el día de cumpleaños me produce melancolía y entonces me fui a nadar y nadé con fuerzas y luego me fui a la piscina pequeña y anduve porque mis piernas están perdiendo fuerzas y he decidido que eso no es posible y así las voy a fortalecer caminando bajo el agua, empujando la resistencia del agua, suavemente al principio, poca distancia al principio y así, suavemente, ir fortaleciendo hasta que no me vuelva a ocurrir el no poder subir una cuesta empinadísima en la ciudad de Cuenca de una sola vez (me tuve que parar. Tuve que respirar. Me dolían los glúteos y eso que la nalga izquierda es una auténtica piedra). Volví a casa y descansé y medité y decidí publicar el primer audiolibro en la empresa que junto a Marina Domecq he creado Dom and Loy a la cual publicitaré desde ahora en adelante en estas páginas y a cuya dirección te dirijirás si cliqueas en su nombre y tras muchas dificultades logré colgarlo en la web y ya está ahí, Bartleby, el escribiente de Herman Melville y luego me bebí un vino y descansé y me fui a dormir porque ayer fue mi cumpleaños y cumplí cincuenta y un años y me siento en la edad de aprender y desaprender a un mismo tiempo y deseo, con todas mis consciencias, que la vida siga siendo tan intensa como lo ha sido durante este último medio siglo más uno.
¡Ay, el arce japonés! ¡Qué ganas tengo de verlo crecer!
¡Ay, el arce japonés! ¡Qué ganas tengo de verlo crecer!
Secuencia única
Sec.- 1 Terraza del Café Gijón (Ext/noche)
Amador mira entre las mesas. Atraviesa por el paseo el umbral de la terraza. Elige una mesa junto al seto que divide la terraza del paseo. Se sienta. Se hace un cigarrillo. Tiene cuarenta y cinco años. Una mirada verde y pequeña. Unos labios gruesos. Empieza a engordar. Empieza a calvear por la coronilla y por la frente.
Llega el camarero. Un tipo sucio.
CAMARERO:
Usted dirá.
AMADOR:
No quiera saber lo que diría.
CAMARERO:
¿Perdón?
AMADOR:
Traígame una cerveza.
CAMARERO se va.
AMADOR se pasa la mano derecha por la boca. Respira. Enciende el cigarrillo. Mueve los hombros. Saca el móvil. Lo activa. Lo desactiva.
Vuelve CAMARERO. Le sirve la cerveza. Le deja la nota. AMADOR la mira. CAMARERO se va. AMADOR da un trago. Respira hondo. Mira la hora. Da otro trago. Cruza una pierna.
VERÓNICA entra en la terraza. Es una mujer delgada de más de cuarenta años. Va entera vestida de negro. Lleva unos botines con tacón afilado.
VERÓNICA y AMADOR se miran.
AMADOR:
¿Verónica?
VERÓNICA:
Sí.
VERÓNICA se acerca a la mesa.
AMADOR se levanta.
Se besan en las mejillas.
Se sientan.
AMADOR:
Llegas tarde.
VERÓNICA: (hace una mueca que parece una sonrisa)
Tarde...
AMADOR:
Sí, quedamos a las nueve y son las nueve y tres minutos.
VERÓNICA:
Ha sido el tumulto (mira hacia atrás). Cargas. Botes de humo. Ardían coches.
AMADOR:
Los jóvenes deberían ser condenados a trabajos forzados. ¡Cojones!
VERONICA:
No esperaba que fueras así.
Llega CAMARERO.
CAMARERO:
Usted dirá.
VERÓNICA:
Si yo le dijera
AMADOR estalla en una carcajada brutal. Escupe una flema sobre la mesa.
VERÓNICA:
Parfait d'amour con dos cubitos de hielo y un chin de cassis.
CAMARERO:
De eso no tenemos.
VERÓNICA:
Cointreau.
CAMARERO se va.
AMADOR:
Tú te pagas lo tuyo y yo lo mío.
VERÓNICA:
¿Y qué tal?
AMADOR:
Aterrado. He venido hasta aquí sin saber si quiera cómo cojones eras. Y me haces esperar. ¿Cómo quieres que esté? En este lugar tan caro. A estas horas. Cualquiera puede pasar que me conozca. Cualquiera puede decir: Mira, ví a Amador con una mujer.
VERÓNICA:
Eres rudo. ¿Cómo tienes el rabo? Anoche me masturbé pensando que te lo comía. Me gustaría que fuera gordo y grande.
AMADOR: (Duda, algo asustado al preguntar)
¿Cuánto es grande para ti?
Llega CAMARERO. Sirve el Cointreau. Deja la nota.
VERÓNICA: (Sonríe una mueca. Da un sorbo. Sufre un ligero temblor)
18 centímetros de rabo como mínimo. Ni un milímetro menos. El grosor ha de ser de 3 centímetros con 87 milímetros mínimo de diámetro.
AMADOR: (Carraspea)
No son unas medidas estándar. Desde que luego que no. En absoluto diría.
VERÓNICA:: (Sonríe una mueca)
Me he jugado la vida. No quiero menos...
AMADOR:
Se me hace tarde. Quizás otro día.
VERÓNICA: (Casi en un murmullo)
Falso, cobarde.
AMADOR:
Oigo a las mil maravillas. Ni falso ni cobarde sólo que tengo un rabo corto. Para qué te voy a engañar. Esas medidas exceden con mucho mi capacidad de elongación. Soy un hombre de gran proyección. Mi lengua sin ir más lejos... pero no es lo mismo. Una lengua no es lo mismo. Desde luego que no. En absoluto. Soy rudo y corto de rabo.
VERÓNICA:
Deberías irte. No quiero avergonzarte. Seguro que habrá mujeres para ti. Quizá les gusten tus labios. O la forma que tienes de maltratar el reloj. ¿No serás policía anti-disturbios? No te preocupes por mí. Ya lo sé todo. Buenas noches, Amador de rabo corto.
AMADOR: (Se levanta)
A sus pies, Verónica de exigencias milimétricas.
AMADOR deja unas monedas encima de la mesa. Sale de la terraza con el rabo entre las piernas.
VERÓNICA da un trago al Cointreau. Respira hondo y tiene un pequeño escalofrío.
CAMARERO, desde la barra en el interior del pabellón del Café, la mira impávido.
Amador mira entre las mesas. Atraviesa por el paseo el umbral de la terraza. Elige una mesa junto al seto que divide la terraza del paseo. Se sienta. Se hace un cigarrillo. Tiene cuarenta y cinco años. Una mirada verde y pequeña. Unos labios gruesos. Empieza a engordar. Empieza a calvear por la coronilla y por la frente.
Llega el camarero. Un tipo sucio.
CAMARERO:
Usted dirá.
AMADOR:
No quiera saber lo que diría.
CAMARERO:
¿Perdón?
AMADOR:
Traígame una cerveza.
CAMARERO se va.
AMADOR se pasa la mano derecha por la boca. Respira. Enciende el cigarrillo. Mueve los hombros. Saca el móvil. Lo activa. Lo desactiva.
Vuelve CAMARERO. Le sirve la cerveza. Le deja la nota. AMADOR la mira. CAMARERO se va. AMADOR da un trago. Respira hondo. Mira la hora. Da otro trago. Cruza una pierna.
VERÓNICA entra en la terraza. Es una mujer delgada de más de cuarenta años. Va entera vestida de negro. Lleva unos botines con tacón afilado.
VERÓNICA y AMADOR se miran.
AMADOR:
¿Verónica?
VERÓNICA:
Sí.
VERÓNICA se acerca a la mesa.
AMADOR se levanta.
Se besan en las mejillas.
Se sientan.
AMADOR:
Llegas tarde.
VERÓNICA: (hace una mueca que parece una sonrisa)
Tarde...
AMADOR:
Sí, quedamos a las nueve y son las nueve y tres minutos.
VERÓNICA:
Ha sido el tumulto (mira hacia atrás). Cargas. Botes de humo. Ardían coches.
AMADOR:
Los jóvenes deberían ser condenados a trabajos forzados. ¡Cojones!
VERONICA:
No esperaba que fueras así.
Llega CAMARERO.
CAMARERO:
Usted dirá.
VERÓNICA:
Si yo le dijera
AMADOR estalla en una carcajada brutal. Escupe una flema sobre la mesa.
VERÓNICA:
Parfait d'amour con dos cubitos de hielo y un chin de cassis.
CAMARERO:
De eso no tenemos.
VERÓNICA:
Cointreau.
CAMARERO se va.
AMADOR:
Tú te pagas lo tuyo y yo lo mío.
VERÓNICA:
¿Y qué tal?
AMADOR:
Aterrado. He venido hasta aquí sin saber si quiera cómo cojones eras. Y me haces esperar. ¿Cómo quieres que esté? En este lugar tan caro. A estas horas. Cualquiera puede pasar que me conozca. Cualquiera puede decir: Mira, ví a Amador con una mujer.
VERÓNICA:
Eres rudo. ¿Cómo tienes el rabo? Anoche me masturbé pensando que te lo comía. Me gustaría que fuera gordo y grande.
AMADOR: (Duda, algo asustado al preguntar)
¿Cuánto es grande para ti?
Llega CAMARERO. Sirve el Cointreau. Deja la nota.
VERÓNICA: (Sonríe una mueca. Da un sorbo. Sufre un ligero temblor)
18 centímetros de rabo como mínimo. Ni un milímetro menos. El grosor ha de ser de 3 centímetros con 87 milímetros mínimo de diámetro.
AMADOR: (Carraspea)
No son unas medidas estándar. Desde que luego que no. En absoluto diría.
VERÓNICA:: (Sonríe una mueca)
Me he jugado la vida. No quiero menos...
AMADOR:
Se me hace tarde. Quizás otro día.
VERÓNICA: (Casi en un murmullo)
Falso, cobarde.
AMADOR:
Oigo a las mil maravillas. Ni falso ni cobarde sólo que tengo un rabo corto. Para qué te voy a engañar. Esas medidas exceden con mucho mi capacidad de elongación. Soy un hombre de gran proyección. Mi lengua sin ir más lejos... pero no es lo mismo. Una lengua no es lo mismo. Desde luego que no. En absoluto. Soy rudo y corto de rabo.
VERÓNICA:
Deberías irte. No quiero avergonzarte. Seguro que habrá mujeres para ti. Quizá les gusten tus labios. O la forma que tienes de maltratar el reloj. ¿No serás policía anti-disturbios? No te preocupes por mí. Ya lo sé todo. Buenas noches, Amador de rabo corto.
AMADOR: (Se levanta)
A sus pies, Verónica de exigencias milimétricas.
AMADOR deja unas monedas encima de la mesa. Sale de la terraza con el rabo entre las piernas.
VERÓNICA da un trago al Cointreau. Respira hondo y tiene un pequeño escalofrío.
CAMARERO, desde la barra en el interior del pabellón del Café, la mira impávido.
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Diario
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/11/2011 a las 09:07 | {0}