Existe una forma de narrar que tiene en común con la vida la aleatoriedad...
Un día sentí, cuando acababa de cumplir los seis meses, que dios me dejaba de soñar...
Ha surgido en mi vida la risa y la cercanía y el gozo con L. y quiero agradecérselo a A. y a R. (bueno y también a Ólafur Arnalds)...
V. y yo hacemos el ganso en la cocina...
Ahora que la tarde del domingo va hacia la noche...
Las gafas descansan donde deben descansar y han recogido de las aguas un cadáver más...
Y llegará el día... sí, llegará el día...
Echo de menos a Julia porque escribo a Helga...
Cuando dios te deja de soñar, nace la obligación de construir el mundo y en esa construcción todo se convierte en representación. Hasta el mismo dios, silente, es sólo forma...
Soy parte de la voluntad de ser... (una voluntad que tampoco me sueña y se empeña en mantenerme en la vida)...
La lámpara, la taza, la pluma, el boudoir, la estantería, el mechero y un dedal...
Un día sentí, cuando acababa de cumplir los seis meses, que dios me dejaba de soñar...
Ha surgido en mi vida la risa y la cercanía y el gozo con L. y quiero agradecérselo a A. y a R. (bueno y también a Ólafur Arnalds)...
V. y yo hacemos el ganso en la cocina...
Ahora que la tarde del domingo va hacia la noche...
Las gafas descansan donde deben descansar y han recogido de las aguas un cadáver más...
Y llegará el día... sí, llegará el día...
Echo de menos a Julia porque escribo a Helga...
Cuando dios te deja de soñar, nace la obligación de construir el mundo y en esa construcción todo se convierte en representación. Hasta el mismo dios, silente, es sólo forma...
Soy parte de la voluntad de ser... (una voluntad que tampoco me sueña y se empeña en mantenerme en la vida)...
La lámpara, la taza, la pluma, el boudoir, la estantería, el mechero y un dedal...
En Lampedusa los inmigrantes ahogados. El negocio de los inmigrantes desde el que vende la plaza en la barca hasta el que cuenta la noticia en los medios de comunicación. Y los llantos de la ministra de integración en Italia, Cecile Kyenge, que no podía por menos que ser mujer, negra y de ascendecia congoleña. ¡Ah, y también Ángels Barceló que tenía que estar allí para ver cómo sacan a los cadáveres del mar y contárnoslo luego con voz compungida y serena, eso sí, muy profesional, en la cadena SER! Y los marineros de Lampedusa que se muestran ofendidos por no sé qué cuestión de honras y salvamentos y la ley italiana que prohibe a los barcos ayudar a los inmigrantes y Durao Barroso que va a ir allí mañana para hacerse la foto. Y en el fondo del mar matarile rile rile, los peces comiéndose las carnes de los negros; los peces que se comen primero los pechos de las mujeres negras y los testículos de los hombres negros...
Echo de menos a Julia...
Echo de menos a Julia...
En Sevilla. Tenía 23 años y pesaba 30 kilos. Murió de hambre. Era polaco. (A veces me pregunto cuando camino por el supermercado y veo tantos y tantos alimentos y sé que en toda Europa, en toda América del Norte, en gran parte de Asia, en todo Australia y Nueva Zelanda y en menos lugares en África, a veces me pregunto, escribo, cómo es posible que la tierra y los mares y los cielos den tanto y tanto y que ese dar no llegue a todos. Me pregunto cómo es posible que ese joven polaco en una ciudad llena de supermercados llenos de alimentos, atiborrados de alimentos, haya muerto de inanición. Me pregunto por él también y sólo puedo pensar cuánta vergüenza sentiría para pedir comida o qué grado de desesperación había alcanzado o si era drogadicto ¿cómo había llegado a ser un drogadicto polaco de 23 años en Sevilla que no tenía para comer?)...
Morir en vida. O morir la vida...
Hoy es el cumpleaños de P. Va a ser la primera vez en treinta años que no la llame para felicitarla. Las ausencias este año. Ausencia y dolor. Eso siento. Así tenía que ser. También lo sé. Ahora lo sé...
El viernes supe hacer las cosas. Supe hacerlas porque no las hice como estrategia sino con verdad. Sólo que la verdad supone un gran esfuerzo de concentración (la mentira se suele colar hasta en las verdades del barquero) y cuando terminé sentí el agotamiento y la delicadeza que siento cuando ha pasado un rato desde que terminé de nadar 1500 metros...
Mañana vuelve a empezar todo...
Echo de menos a Julia...
Sobre el artículo No
Querido Fernando:
Tumbado en la playa he leído tu entrada llamada No. Sabes que no soy mucho de aconsejar, de hecho el consejo me parece siempre una falta de humildad pero, por el cariño que te tengo, no puedo por menos que decirte lo siguiente: ¡Que le den por culo! No te detengas en esas anécdotas de la vida. Son cenizas. Arrímate a un buen fuego y disfruta, muchacho, que pareces nuevo.
¡Y, hala, a escribir!
Tumbado en la playa he leído tu entrada llamada No. Sabes que no soy mucho de aconsejar, de hecho el consejo me parece siempre una falta de humildad pero, por el cariño que te tengo, no puedo por menos que decirte lo siguiente: ¡Que le den por culo! No te detengas en esas anécdotas de la vida. Son cenizas. Arrímate a un buen fuego y disfruta, muchacho, que pareces nuevo.
¡Y, hala, a escribir!
Miscelánea
Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/10/2013 a las 10:50 | {0}
Ayer me ocurrió un hecho. Los antecedentes son los siguientes: Cuando publiqué Un Descenso al Maelström en mi editorial Audiolibros y Mundo Sonoro Dom & Loy (por cierto te recomiendo que la visites quizá te guste iniciarte en el placer de una lectura distinta. Las descargas en Mp3 son muy baratas y cada audiolibro está editado con mimo), lo acompañé con Estudio sobre los diluvios. En ese momento estaba leyendo un libro de Jean Gebser titulado Origen y presente del cual quería introducir una cita. Me puse en contacto con la editorial Atalanta que dirige Jacobo Siruela y éste me dio permiso para utilizar la cita con la condición de que le enviara un ejemplar del audiolibro. Así lo hice y le envié en formato Mp3 la edición. No me contestó al envío. Cosa que me pareció cuando menos poco cortés. De hecho yo le escribí para preguntarle si había recibido correctamente el audiolibro. Y no recibí respuesta. Esto ocurría en mayo de 2013.
Este verano varios amigos míos, han leído mi última novela Las últimas y me han animado para que la publique cuanto antes. Su empuje, su ánimo, su placer al leer la novela me llevaron a decidir que iba a intentar publicarla por mis propios medios y que iba a empezar por la editorial Atalanta porque me gustan sus ediciones y porque, de alguna manera, creía que Las últimas tenía cierta relación con las novelas que tanto en Siruela (su anterior editorial) como en Atalanta publican.
Así es que me decidí y le llamé. La voz de una señorita me dijo que el señor Siruela no se ponía al teléfono y que le mandara un correo con mi propuesta. Yo no sé, claro está, cuántas llamadas recibe el señor Siruela con la oferta de una novela pero de nuevo me pareció poco cortés ese cortafuegos en que se ha convertido el "Mande usted un correo electrónico" y que sirve para no conversar con una persona sobre el negocio que uno tiene entre manos. Mi deseo era mayor que mis intuiciones así es que le mandé el siguiente correo:
Correo mío
Y él contestó:
Respuesta de Jacobo
No
Ni siquiera ponía el punto final porque el punto y final estaba en la propia palabra y lo absolutamente maleducado de la respuesta. La educación y la elegancia no las dan la cuna. Bien lo sé. Y también sabía (este ejemplo es palmario) que entre la ética y la estética de una persona puede haber abismos brutales como los que canta William Blake en su Matrimonio entre el cielo y el infierno.
Desde hace muchos años recuerdo una sentencia que me dijo cuando yo era joven un hombre ya mayor: Un hombre empieza a ser hombre cuando aprende a decir no. En esta sentencia -que me parece cierta y sabia- descubrí ayer que hay dos aprendizajes: el primero el propio de decir no y el segundo el cómo decir no.
En el rechazo a una propuesta, la educación juega el papel de no herir, más de lo necesario, a la persona a la que se deniega la propuesta. Basta un poco de cuidado para que ese no no dañe y quede todo en un intento más que no fructificó.
Este verano varios amigos míos, han leído mi última novela Las últimas y me han animado para que la publique cuanto antes. Su empuje, su ánimo, su placer al leer la novela me llevaron a decidir que iba a intentar publicarla por mis propios medios y que iba a empezar por la editorial Atalanta porque me gustan sus ediciones y porque, de alguna manera, creía que Las últimas tenía cierta relación con las novelas que tanto en Siruela (su anterior editorial) como en Atalanta publican.
Así es que me decidí y le llamé. La voz de una señorita me dijo que el señor Siruela no se ponía al teléfono y que le mandara un correo con mi propuesta. Yo no sé, claro está, cuántas llamadas recibe el señor Siruela con la oferta de una novela pero de nuevo me pareció poco cortés ese cortafuegos en que se ha convertido el "Mande usted un correo electrónico" y que sirve para no conversar con una persona sobre el negocio que uno tiene entre manos. Mi deseo era mayor que mis intuiciones así es que le mandé el siguiente correo:
Correo mío
Hola Jacobo:
Hace unos meses te pedí permiso para utilizar un fragmento del ensayo que publicasteis de Gebser Origen y Presente. Tú, amablemente, me lo concediste. Luego te envié en Mp3 el audiolibro para el que lo utilicé: Un Descenso al Maelström
Hace unos días quise hablar contigo pero me dijo una voz femenina que no era posible y que mejor que te escribiera un correo.
No me gustan los correos porque, de alguna forma, se aleja la verdad de lo que se quiere y además permite no saber la reacción primera del otro ante la propuesta, cuestión que a mí me parece de interés.
Pero, si esta es la única vía, no voy a a dejar de intentar lo que deseo y es que tuvieras a bien leer mi última novela con la idea de que pudiera ser publicada en tu editorial.
Me he planteado si enviarte mi curriculum, si enviarte la dirección de mi blog, si ponerte en antecedentes de toda mi trayectoria literaria, los honores recibidos para dar lustre a lo que, realmente no lo necesita. Porque el lustre está en la novela que quisiera que leyeras.
Sería para mí un honor.
Espero que te interese. Si es así éste es mi correo (...)
Te sigo desde El Paseante y siempre quise trabajar contigo.
Ojalá haya llegado el momento.
Un saludo y gracias por tu atención
Fernando Gª-Loygorri Gazapo
Al día siguiente recibí la siguiente respuesta:
Respuesta de Jacobo:
Hola Fernando, lo siento, pero no publicamos novelas. Nuestra colección Ars brevis es de relatos, y sólo publicamos novelas clásicas de recuperación en nuestra otra colección memoria mundo.
Te deseo mucha suerte. Un saludo cordial,
Jacobo
Esa respuesta no me desanimó sino que me abrió (o quise yo que me abriera) una puerta: la posibilidad de publicar relatos. Así es que le escribí:
Correo mío
Hola Jacobo, gracias por tu respuesta.
¿Podría enviarte, entonces, relatos?
Un saludo,
Fernando.
Hace unos meses te pedí permiso para utilizar un fragmento del ensayo que publicasteis de Gebser Origen y Presente. Tú, amablemente, me lo concediste. Luego te envié en Mp3 el audiolibro para el que lo utilicé: Un Descenso al Maelström
Hace unos días quise hablar contigo pero me dijo una voz femenina que no era posible y que mejor que te escribiera un correo.
No me gustan los correos porque, de alguna forma, se aleja la verdad de lo que se quiere y además permite no saber la reacción primera del otro ante la propuesta, cuestión que a mí me parece de interés.
Pero, si esta es la única vía, no voy a a dejar de intentar lo que deseo y es que tuvieras a bien leer mi última novela con la idea de que pudiera ser publicada en tu editorial.
Me he planteado si enviarte mi curriculum, si enviarte la dirección de mi blog, si ponerte en antecedentes de toda mi trayectoria literaria, los honores recibidos para dar lustre a lo que, realmente no lo necesita. Porque el lustre está en la novela que quisiera que leyeras.
Sería para mí un honor.
Espero que te interese. Si es así éste es mi correo (...)
Te sigo desde El Paseante y siempre quise trabajar contigo.
Ojalá haya llegado el momento.
Un saludo y gracias por tu atención
Fernando Gª-Loygorri Gazapo
Al día siguiente recibí la siguiente respuesta:
Respuesta de Jacobo:
Hola Fernando, lo siento, pero no publicamos novelas. Nuestra colección Ars brevis es de relatos, y sólo publicamos novelas clásicas de recuperación en nuestra otra colección memoria mundo.
Te deseo mucha suerte. Un saludo cordial,
Jacobo
Esa respuesta no me desanimó sino que me abrió (o quise yo que me abriera) una puerta: la posibilidad de publicar relatos. Así es que le escribí:
Correo mío
Hola Jacobo, gracias por tu respuesta.
¿Podría enviarte, entonces, relatos?
Un saludo,
Fernando.
Y él contestó:
Respuesta de Jacobo
No
Ni siquiera ponía el punto final porque el punto y final estaba en la propia palabra y lo absolutamente maleducado de la respuesta. La educación y la elegancia no las dan la cuna. Bien lo sé. Y también sabía (este ejemplo es palmario) que entre la ética y la estética de una persona puede haber abismos brutales como los que canta William Blake en su Matrimonio entre el cielo y el infierno.
Desde hace muchos años recuerdo una sentencia que me dijo cuando yo era joven un hombre ya mayor: Un hombre empieza a ser hombre cuando aprende a decir no. En esta sentencia -que me parece cierta y sabia- descubrí ayer que hay dos aprendizajes: el primero el propio de decir no y el segundo el cómo decir no.
En el rechazo a una propuesta, la educación juega el papel de no herir, más de lo necesario, a la persona a la que se deniega la propuesta. Basta un poco de cuidado para que ese no no dañe y quede todo en un intento más que no fructificó.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/10/2013 a las 18:30 | {0}