Si yo expresara, sin dulzura, sin conocimiento, sin impostura esa certeza (que no verdad). Por ejemplo: La chica está en el bar. Apenas he tenido fuerza para levantarme. Pero la quiero, la quiero.
Si yo expresara sin ambages, con la mirada fiera (aunque la mirada sea la de siempre y por siempre y si la voluntad te hizo una mirada bondadosa, habrás de lanzar en ese momento del que escribo una fiera y bondadosa mirada): Conducidos, somos incapaces de ver lo que tenemos justo delante. El futuro no existe. Por eso, amiga, lucha por el presente aunque sepas que la batalla está perdida. Los ideales son los fantasmas del hombre.
Si yo dijera sin miedo: Desnúdate. Enséñame las heridas. Déjame tocarlas. Déjame amarlas. Sólo te pido que no me las ocultes. Que no te dejes guiar por ellas. No se puede vivir con la sensibilidad de la piel que cubre, torpemente, la cicatriz. Atiende a la piel del codo. Ella es la imprescindible.
Si yo tuviera el ascendente que no quiero tener o incluyera entre mis errores el ser guía de alguien; si el vivir me hubiera obligado a ser gurú y me sentara en medio de mis discípulos y lo primero que tuviera que decirles es: Vosotros no sabéis y yo os voy a enseñar. Si eso hubiera ocurrido, ¡qué grande el destino si unos de mis discípulos hubiérase levantado y dicho: Despierta, viejo fanfarrón, el sueño ha terminado!
Si yo pudiera tomarte la mano, amiga, y trasmitirte un pensamiento que es también corazón y tú lo recibieras como una descarga de energía, algo eléctrico y fresco a la vez, que supusiera en ti el descubrimiento de la lentitud y la ausencia y que esos dos descubrimientos te llevaran de sus manos al devenir siguiente: Nada va a pasar. Todo está pasando. Y dieras la vuelta a la almohada como quien respira tras el esfuerzo inmenso del terror.
Si me desligara. Si no esperara. Si diciembre. Entonces, libre de soberbia, con la humildad del ya entrado en años te diría a ti, amiga, que yo también me dejé llevar por el pasado, que he vivido en él desde que tengo conciencia, que el camino es largo y mucho más si desde el principio, desbrozando a machetazos el sendero, éste fuera el de dejar de vivir en el pasado; yo también siento turbio el futuro y siempre que lo impulso es una tiniebla con ribetes de gas tóxico porque esa proyección no puede ser más que desde la experiencia.
Si yo pudiera, libre de dogmatismos, decirte que vivir es un milagro y sólo ocurre una vez. Sólo una vez. Un día es ese día sólo una vez. Si pudiera trasmitirte toda la belleza de ese pensamiento quizás podrías despertar (y despertarme luego a mí pues yo también peco de pasado) y tomar la decisión que no es el fondo más que un día.
Porque pase lo que pase, al tomar la decisión habrás vivido plenamente.
Lo dijo con sencillez Aristóteles: Vivir bien es mejor que vivir.
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/12/2013 a las 08:55 | {2}