Apócrifo atribuido a Isaac Alexander
Full fathom five de Jackson Pollock
1.- Cuando te vaya a salir un consejo por la boca, aconséjate callar.
2.- Si tu impulso y tu osadía te llevan aún así a dar el consejo pide perdón una vez lo hayas dado.
3.- Nunca repitas el mismo consejo dos veces.
4.- Cuando vayas a aconsejar ten en cuenta lo siguiente: el consejo es transitivo. Es decir si tú aconsejas a A, siendo tu B, el consejo repercutirá en C.
5.- ¿Conoces a C?
6.- De consejos dados están las sepulturas (de la amistad) llenas.
7.- Un consejo encierra la insufrible sensación de la vanidad.
8.- Desconfía de quien te aconseja por tu bien.
9.- Nunca aconsejes por imperativo legal.
10.- Lanzado el consejo, el consejero, reflejado en el espejo, se desvanece.
2.- Si tu impulso y tu osadía te llevan aún así a dar el consejo pide perdón una vez lo hayas dado.
3.- Nunca repitas el mismo consejo dos veces.
4.- Cuando vayas a aconsejar ten en cuenta lo siguiente: el consejo es transitivo. Es decir si tú aconsejas a A, siendo tu B, el consejo repercutirá en C.
5.- ¿Conoces a C?
6.- De consejos dados están las sepulturas (de la amistad) llenas.
7.- Un consejo encierra la insufrible sensación de la vanidad.
8.- Desconfía de quien te aconseja por tu bien.
9.- Nunca aconsejes por imperativo legal.
10.- Lanzado el consejo, el consejero, reflejado en el espejo, se desvanece.
Libro XI
Narciso de Caravaggio
9.- Los que se oponen a tu andadura según la recta razón, al igual que no podrán desviarte de la práctica saludable, así tampoco te desvíen bruscamente de la benevolencia para con ellos. Por el contrario, mantente en guardia respecto a ambas cosas por igual: no sólo respecto a un juicio y una ejecutoria equilibrada, sino también respecto a la mansedumbre con los que intentan ponerte dificultades, o de otra manera te molestan. Porque es también signo de debilidad el enojarse con ellos, al igual que el renunciar a actuar y ceder por miedo, pues ambos son igualmente desertores, el que tiembla, y el que se hace extraño a su pariente y amigo por naturaleza.
Traducción: Ramón Bach Pellicer
Traducción: Ramón Bach Pellicer
Partitura para coro
El desconcierto de la estrella se manifiesta en los túneles del metro. Puede ser un violín tocado por una vieja dama. O una guitarra eléctrica rasgada por un cincuentón de gesto jovial. O aquel bajo, joven de las largas melenas oscuras, que a la manera de Jacko Pastorius congrega un grupo frente a él.
La obra en el andén lo desangela. Hay cierto nerviosismo como si todos pensáramos que algo de aquello se podría desplomar. En el andén de enfrente ya todo está terminado y los viajeros suben por modernas escaleras mecánicas.
La china duerme profundamente. Los gitanos charlan animados. La madre es una mujer hermosa. Un grupo de chicos atusados distorsionan el ambiente laboral del vagón.
De pronto, por un retraso, un convoy llega atestado. Se abren las puertas y apenas sale gente. Aún así entras ¡Cuánta gente! piensas, ¡cuántos gestos!, ¡cuántas alturas! y ¡qué igual todo al mismo tiempo!, ¡qué ligero matiz!, ¡qué necesario que lo primero que aprenda el niño, lo que más se empeña en saber y discernir sean los gestos de las gentes que se inclinan para verle!
Estaba esperando. Buscando en mi memoria un rostro de mujer cuando volvía. No la hallo.
La obra en el andén lo desangela. Hay cierto nerviosismo como si todos pensáramos que algo de aquello se podría desplomar. En el andén de enfrente ya todo está terminado y los viajeros suben por modernas escaleras mecánicas.
La china duerme profundamente. Los gitanos charlan animados. La madre es una mujer hermosa. Un grupo de chicos atusados distorsionan el ambiente laboral del vagón.
De pronto, por un retraso, un convoy llega atestado. Se abren las puertas y apenas sale gente. Aún así entras ¡Cuánta gente! piensas, ¡cuántos gestos!, ¡cuántas alturas! y ¡qué igual todo al mismo tiempo!, ¡qué ligero matiz!, ¡qué necesario que lo primero que aprenda el niño, lo que más se empeña en saber y discernir sean los gestos de las gentes que se inclinan para verle!
Estaba esperando. Buscando en mi memoria un rostro de mujer cuando volvía. No la hallo.
A mi hermano Antonio
Mi madre, María Teresa, May para los amigos, termina de hacer el cocido y coloca en un plato el chorizo, la morcilla, el pollo y la carne de morcillo. Cuando lo voy a coger para llevarlo a la mesa me dice que no, que mejor lleve la sopa, que el plato quema mucho y que ella tras ponernos los paños calientes en las piernas de mi hermana y de mí cuando éramos niños, apenas siente el calor. Mi madre adora a sus nietos y sus nietos la adoran a ella. Mis tres hermanos Antonio, Lourdes y Alfonso también la adoran. Yo, aunque he mantenido con ella una relación más conflictiva, la quiero muchísimo y me hubiera gustado demostrárselo más veces.
La tía Isabel, mujer de mi tío Carlos, parece defenderse de su bonhomía con un carácter casi endiablado. Como toda persona buena que se defiende basta una caricia, una broma, una sonrisa para que toda su defensa se desmorone y surja lo que es: una mujer todo corazón como cuando éramos niños y junto al tío Carlos nos llevaban al monte del Pardo y en un lugar que llamábamos La Ponderosa, en memoria de una serie de televisión muy famosa en los '60 llamada Bonanza, nos hacía reír y se reía y parecía su risa una tormenta de verano.
Mi hermano Antonio, el mayor, se ha convertido con los años en un hombre bueno y tranquilo. No hay más que verle cómo se comporta con sus hijos Nacho y Álvaro y cómo ha asumido su papel de hermano mayor y todo lo que ello conlleva. Ayer me propuso ir con él a una casa que tienen en Auñón, en la provincia de Guadalajara, un lugar hermoso a los pies de la Alcarria. En el trayecto de ida fuimos hablando de asuntos banales. Luego vimos la semifinal del europeo de baloncesto y a la vuelta, aprovechando un atasco que se generó por generación espontánea en la carretera, mantuvimos una conversación muy hermosa, muy sentimental que me llevó a la cama con la grata sensación de sentirlo cerca.
Mi hermana Lourdes es un torbellino, siempre lo fue. Es una mujer bonita y optimista, algo ingenua quizá, que atesora una fuerza extraña la cual le permite afrontar la vida sin demasiados aspavientos. Madre de dos hijos estupendos, esposa de Juanjo un marido difícil con un corazón de chocolate. La risa de mi hermana contagiaría a un pelotón de fusilamiento y haría imposible que pudieran disparar.
Mi hermano Alfonso es el pequeño y el más grande. Desde un momento de nuestras vidas mantenemos una relación cortante, fría y áspera. No sé muy bien por qué. Tiene para mí grandes cualidades: es trabajador, bueno, deportista, sensible al arte y la literatura, gran cocinero –como nuestro padre- y un tío de sus sobrinos excelente. Quizás esa distancia entre nosotros venga dada porque nos parecemos en lo peor de nosotros mismos y quizá también en lo mejor.
Pilar, la mujer de mi hermano Antonio, es una de las personas más bellas que he conocido jamás tanto física como espiritualmente (si nos atenemos a la vieja dualidad humana). Desde que la conocí sentí por ella una gran admiración, sobre todo por su discreción, la cual se rompía en mil pedazos cuando nos emborrachábamos y entonces surgía (imagino que seguirá surgiendo) una mujer divertida, atrevida, una chiquilla con ganas de abrazar al mundo. Trabajadora incansable, gran compañera de mi hermano, hija de las de antes, madre de las de siempre.
Juanjo, el marido de mi hermana, es un clásico cascarrabias con el corazón más grande que quepa en un pecho. Porque cuando se habla de corazón grande se habla de hechos, de acciones, de generosidad y de coraje y todo eso le sobra y de nada de ello alardea.
A Nacho, el hijo mayor de Pilar y Antonio, le recuerdo de niño cuando jugaba a tirarme la pelota en el cuarto de Alfonso. Luego fue creciendo y se ha convertido en un chico alto, guapo y cariñoso quizá su cualidad (de las que conozco) más sobresaliente a una edad en la que uno no hace más que mirarse el ombligo.
Álvaro, el pequeño es, como se decía antes, una culebrilla. Hay que escucharle bien, hay que observarle bien. Tiene una mirada sobre las cosas muy particular y hay veces en que sus frases son sentencias ¡Ah, y su humor, su humor de niño!
Nicolás, el hijo mayor de Lourdes y Juanjo, trece años y un atolondramiento que lo hace entrañable. Me gusta cómo se relaciona con sus padres y con su abuela. Me gusta su risa. Me gusta su alegría de vivir. Y la verdad, me gustaría verle jugar un día al fútbol. Todos dicen que es un crack.
Paula, la menor, es como una muñeca de porcelana con una voz algo rota; esa distorsión crea en ella a un ser muy particular, muy rico, muy abrazable. Se me ocurre siempre que la veo el adjetivo pizpireta.
Violeta, la hija única de Concha y de mí, es la luz.
La tía Isabel, mujer de mi tío Carlos, parece defenderse de su bonhomía con un carácter casi endiablado. Como toda persona buena que se defiende basta una caricia, una broma, una sonrisa para que toda su defensa se desmorone y surja lo que es: una mujer todo corazón como cuando éramos niños y junto al tío Carlos nos llevaban al monte del Pardo y en un lugar que llamábamos La Ponderosa, en memoria de una serie de televisión muy famosa en los '60 llamada Bonanza, nos hacía reír y se reía y parecía su risa una tormenta de verano.
Mi hermano Antonio, el mayor, se ha convertido con los años en un hombre bueno y tranquilo. No hay más que verle cómo se comporta con sus hijos Nacho y Álvaro y cómo ha asumido su papel de hermano mayor y todo lo que ello conlleva. Ayer me propuso ir con él a una casa que tienen en Auñón, en la provincia de Guadalajara, un lugar hermoso a los pies de la Alcarria. En el trayecto de ida fuimos hablando de asuntos banales. Luego vimos la semifinal del europeo de baloncesto y a la vuelta, aprovechando un atasco que se generó por generación espontánea en la carretera, mantuvimos una conversación muy hermosa, muy sentimental que me llevó a la cama con la grata sensación de sentirlo cerca.
Mi hermana Lourdes es un torbellino, siempre lo fue. Es una mujer bonita y optimista, algo ingenua quizá, que atesora una fuerza extraña la cual le permite afrontar la vida sin demasiados aspavientos. Madre de dos hijos estupendos, esposa de Juanjo un marido difícil con un corazón de chocolate. La risa de mi hermana contagiaría a un pelotón de fusilamiento y haría imposible que pudieran disparar.
Mi hermano Alfonso es el pequeño y el más grande. Desde un momento de nuestras vidas mantenemos una relación cortante, fría y áspera. No sé muy bien por qué. Tiene para mí grandes cualidades: es trabajador, bueno, deportista, sensible al arte y la literatura, gran cocinero –como nuestro padre- y un tío de sus sobrinos excelente. Quizás esa distancia entre nosotros venga dada porque nos parecemos en lo peor de nosotros mismos y quizá también en lo mejor.
Pilar, la mujer de mi hermano Antonio, es una de las personas más bellas que he conocido jamás tanto física como espiritualmente (si nos atenemos a la vieja dualidad humana). Desde que la conocí sentí por ella una gran admiración, sobre todo por su discreción, la cual se rompía en mil pedazos cuando nos emborrachábamos y entonces surgía (imagino que seguirá surgiendo) una mujer divertida, atrevida, una chiquilla con ganas de abrazar al mundo. Trabajadora incansable, gran compañera de mi hermano, hija de las de antes, madre de las de siempre.
Juanjo, el marido de mi hermana, es un clásico cascarrabias con el corazón más grande que quepa en un pecho. Porque cuando se habla de corazón grande se habla de hechos, de acciones, de generosidad y de coraje y todo eso le sobra y de nada de ello alardea.
A Nacho, el hijo mayor de Pilar y Antonio, le recuerdo de niño cuando jugaba a tirarme la pelota en el cuarto de Alfonso. Luego fue creciendo y se ha convertido en un chico alto, guapo y cariñoso quizá su cualidad (de las que conozco) más sobresaliente a una edad en la que uno no hace más que mirarse el ombligo.
Álvaro, el pequeño es, como se decía antes, una culebrilla. Hay que escucharle bien, hay que observarle bien. Tiene una mirada sobre las cosas muy particular y hay veces en que sus frases son sentencias ¡Ah, y su humor, su humor de niño!
Nicolás, el hijo mayor de Lourdes y Juanjo, trece años y un atolondramiento que lo hace entrañable. Me gusta cómo se relaciona con sus padres y con su abuela. Me gusta su risa. Me gusta su alegría de vivir. Y la verdad, me gustaría verle jugar un día al fútbol. Todos dicen que es un crack.
Paula, la menor, es como una muñeca de porcelana con una voz algo rota; esa distorsión crea en ella a un ser muy particular, muy rico, muy abrazable. Se me ocurre siempre que la veo el adjetivo pizpireta.
Violeta, la hija única de Concha y de mí, es la luz.
Las imágenes en el noticiario de las nueve muestran unos camiones cisterna cargados con leche en unos campos belgas. La protesta de los ganaderos consiste en regar esos campos con la leche de los camiones cisterna. Son miles y miles de litros de leche fresca derramada sobre esos campos en barbecho. Ha sido hoy.
Aclaración: la demagogia es por mi parte. Pobres ganaderos belgas que no tienen mejor forma de protestar que tirar a la mierda un alimento que, por ejemplo, ayudaría a superar la hambruna en Centro África donde por cierto esa hambruna está surgiendo porque ha bajado la venta de diamantes para los lindos anillos de matrimonio de los pobres occidentales (¡Dios, otra vez caí en la demagogia)
Aclaración: la demagogia es por mi parte. Pobres ganaderos belgas que no tienen mejor forma de protestar que tirar a la mierda un alimento que, por ejemplo, ayudaría a superar la hambruna en Centro África donde por cierto esa hambruna está surgiendo porque ha bajado la venta de diamantes para los lindos anillos de matrimonio de los pobres occidentales (¡Dios, otra vez caí en la demagogia)
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Ensayo
Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/09/2009 a las 09:24 | {1}