Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri

La primera luz la recibió en diciembre y quedó ciego (dicen que años más tarde, poco antes de morir, creyó entrever lo que él entendió gris una tarde en la que se produjo una gran tormenta de nieve. Recordamos que nos decía que aquello ocurrió un mes de abril. Temía el mes de abril. Decía junto con el otro que era, en efecto, el mes más cruel. Nosotros cuando marzo terminaba, le animábamos con algún vino de la Ribera del Duero y algún queso viejo de oveja). Nunca se quejó de aquella fatalidad sobre todo porque -según nos confesaba- aquella luz primera salió del pezón de su madre y lo deslumbró para siempre. (Eso nos lo decía, muy serio, hasta tal punto serio que no sonreía ni un poquito, no fuera a ser que una medio sonrisa produjera en alguno de nosotros la más leve sospecha de un doble sentido en la frase: aquella luz cegadora salió del pezón de mi madre -esa es la literalidad de la expresión que usaba para evocar aquel momento deslumbrante-). También reconocía en los últimos años de su azarosa y vagabunda existencia que la ceguera trajo consigo la oscuridad y que a ella -la ceguera- achaca mucho de los desaires que la vida le procuró y fueron esos desaires los que le convirtieron en un hombre taciturno, muy hosco con los demás, que albergaba -nos decía ya en el lecho mortuorio- una ira tal contra el género humano que sabía que cualquier cosa que dijera sobre el mismo habría de estar teñido de cierta malignidad porque él, insistía, con los desengaños, los engaños, las desorientaciones, las traiciones, los sinsentidos, los sinsabores, las grandes soledades, el abandono de su progenie, la callada por respuesta de una ex-mujer que tuvo cuando un día quiso saber por qué alguna como ella le quiso (o le aseguro querer), las trampas en los pesos, las risas por su torpeza y por tantas otras cosas que le vinieron pasando a lo largo de su vida (como si de alguna manera, concluimos, se sintiera un poco como el buscón del gran Quevedo) habían acabado convirtiéndole en un ser malhumorado, poco compasivo, lleno de rencor, un rencor, nos aseguraba, que le pudría las entrañas de la mente, un rencor, nos aseguraba, al que había combatido con todas sus fuerzas, en mitad de las tinieblas, sin un atisbo de luz, el cual, aseguraba, había terminado, también él, por vencerle y así no podía negar ante nosotros que era un acomplejado de mierda, lleno de bilis, con unas terribles ganas de matar y agradecía el don de la ceguera porque si no, nos juraba, se habría convertido en asesino cruel y constante. El pobre ciego, entonces, bajaba la voz y musitaba algo parecido a lo que sigue: pero el buen ángel caído se apiadó de mí y me quemó los ojos con la luz que salió despedida de los pezones de mi madre y de esta manera evitó que mis manos se pusieran al servicio de la muerte. Perdonadme lo demás. Perdonad lo que haya podido salir de mi boca. Tenéis mi permiso para cortarme la lengua si fuera preciso. Eso decía el viejo, sentado en una butaca junto a la ventana, en la sala de la residencia para ancianos donde lo conocimos. Nos dijeron las empleadas que lo encontraron a la puerta de la residencia, cuando llegaron las del turno de la mañana; nos contaron que tardó un buen rato en entrar en calor porque parece ser que llevaba allí tirado desde las tres de la madrugada. El viejo murió a las tres semanas de llegar. Nadie lo vino a visitar. Quizás hablara más de la cuenta pero le dejábamos, para lo que iba a durar...
 
Cuentecillo Pezón y ojo

Cuento

Tags : Cuentecillos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/02/2025 a las 19:04 | Comentarios {2}



...vengo, resuelta. Camino por la noche oscura del alma en estos tiempos de neones y contaminación lumínica. He sabido encontrar esa oscuridad. He aprendido a quedarme en ella. También he aprendido a no buscarte. No sé cuando me golpeó por primera vez esta idea de no quererte. Sí sé que a partir de ese momento ese pálpito fue constante. Lo hice.

Varias líneas están tachadas y hacen imposible su lectura.

No sé si he hecho bien. No sabría decirte cuántas veces he empezado esta carta. Nunca te la envié. No creo que ésta te la envíe. Llegará un momento en el que me pondré nerviosa y haré con estas hojas -si fuera que llevara varias escritas- una bola y la tiraré a la papelera; quizá se me salten las lágrimas y mire hacia la mesa donde oscura espera la pantalla del móvil; quizá sienta la tentación de llamarte (a veces he llegado hasta tu nombre) con la absoluta seguridad de que no caeré. Luego me olvidaré de ti. Tengo tanto que hacer. Tanta vida que vivir. Una vida que tú nunca compartirás conmigo. Una vida a la que te impido acceder. Una vida que transcurre por donde debe transcurrir. Escribo de esta forma porque leerás lo escrito. Yo sé que tú preguntarías: ¿Qué ves desde tu ventana? o sugerirías que podrías conocer mi casa o si aún fuera todo mucho más cordial, te presentarías tú una tarde, con la seguridad de quien sabe que será bien recibido.

Varias líneas están tachadas y hacen imposible su lectura.

No podría hacerlo. Me lo pido. Sé que es lo mínimo. No lo haré. No por escrito. Me aterra que quede un testimonio palpable de algo de lo que pasado el tiempo me podría arrepentir. La memoria es la base de los totalitarismos. Sin memoria la manipulación sería imposible. Yo podría mirarte a la cara una mañana en un parque y decirte o mentirte. Podría hacerlo porque esas palabras son aire. Se fueron. Por eso no esperes que de aquí puedas extraer una conclusión y menos aún una dirección. Nada escribiré de lo que pueda retractarme. Puedo escribir: a mi derecha hay un dibujo de una mujer desnuda. Puedo escribir: tengo el pelo largo y hoy me lo he recogido en un moño con un lápiz a modo de peineta. Puedo escribir: Eva está en la sala. Puedo escribir: a punto está la primavera.

Varias líneas están tachadas y hacen imposible su lectura.

Sé que no lo sé. No debo de ser consciente de que vas a morir. De que voy a morir y que ese tránsito no tiene fecha. No depende de la edad. Será que me siento eterna. Será que la muerte no me alcanza y también es muy posible que sea que no me importe si te alcanza a ti, si tú sí estás a tiro de ella. Los grises. No movemos en esa gama. No podría decirte siquiera. Sí, también lo pienso: yo podría mirarte a la cara una mañana en un parque y no decirte nada. Podría para mis adentros reírme de tu gesto o distraerme de ti por algo que ocurre a tus espaldas (un perro que se escapa, una bicicleta que pasa, un corredor que suda) (las siguientes  tres palabras están tachadas) ...ni lo imagines (las siguientes cuatro palabras de la línea están tachadas) ...incendios

Varias líneas están tachadas y hacen imposible su lectura.
Fin del fragmento
 

Epistolario

Tags : Fantasmagorías Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/02/2025 a las 20:24 | Comentarios {0}


Pieza teatral en una sola escena


La ninfa Galatea. Rafael. h. 1512-1514
La ninfa Galatea. Rafael. h. 1512-1514

Garganta entre montañas. Sopla helador y tenebroso el Bóreas. Grandes masas de piedra se alzan sobre la garganta. Son montañas escarpadas, profundamente verticales, cuyas paredes de tan lisas se dirían de cristal y tan elevadas que la vista no alcanza la cima más alta de sus picos; es la hora de la tarde que muere; el cielo ha variado del rosa cursi al carmesí menstrual; se escuchan no muy lejos gruñidos de animales horribles dispuestos a alimentarse de cualquier cosa que huela a carne y un poco más cerca, como si estuvieran a los pies de las encrespadas y lisas montañas, el Ogro escucha el coro de los lobos entonando un miserere; vuelan sobre su cabeza calva buitres y cernícalos y también éstos graznan su hambre, su intención de matar.
El Ogro es un macho de más de doscientos metros de altura y una envergadura de casi ciento cincuenta; es robusto, fiero, espantoso su rostro, afilados sus dientes, roja la esclerótica de sus ojos inmensos y negros como aguas abisales del mar más oscuro; su cuello sería el de veinte toros; las vértebras de su espalda son escamas afiladas ; su torso velludo está recubierto por un exoesqueleto, una especie de coraza color hueso que ningún depredador intuye hasta que intenta clavar sus dientes en él; sus manos no son manos son armas que asesinan; su miembro sexual siempre está enhiesto y este priapismo monstruoso le provoca tal dolor que se pasa la vida haciéndose pajas y corriéndose con la esperanza de que una eyaculación consiga acabar, por fin, con semejante tensión.


El Ogro:
¡Ah, sí! ¡Vaya si lo sé! Se está deshaciendo el muelle y caen a mi alrededor excrementos de gaviota que me recuerdan que la mierda siempre cae del cielo; soplo; me venero; estoy aturdido; desde que me levanto por la mañana; desde que el abrevadero del cerdo está sin agua y lo miro a él perdido y gris al fondo de la cochiquera como si me pidiera que de una puta vez acabe con su vida de cebón; caigo; desisto; quisiera coger el arma que no tengo y meterle una bala por la mitad de la frente -con la delicada exactitud de la suerte que escribiría Chandler- al hombre que un día acabará con los míos; la tarde decae; el hielo se endurece en el suelo; las cimas viejas; las nubes mansas; todo me lleva a levantarme esta noche cuando la madrugada sea una paz que no existe; eso haré; en ese tiempo me levantaré; por muy aturdido; por muy emperifollado; por muy asesino... ¡Ay, Gaia, cómo! ¡Cuándo! ¡Casandra, hazte oír y provoca el milagro de creerte porque en mi mente late un deseo perverso y atractivo de devorar cerebros de canallas, de acabar con la estirpe de los idealistas, de someter a cualquiera que me mire más allá del atardecer! ¡Desde esta garganta clamo a los hombres que vengan a por mí; ruego que no se dejen atemorizar por mi fealdad; crean que yo podría ser -horror necesario- el que acabe con la estirpe de quienes alimentan la estupidez! Voy a bajar la voz (El Ogro baja la voz y al hacerlo ésta se vuelve grave y casi bonita como si con ella envolviera un momento de ternura en el mundo) para decir que mi enormidad es nada y que no necesitáis - vosotros, dioses pequeños en proporción directa al temor que nos tenéis- tenernos amarrados a las laderas de estos colosos; bastaría con que pactáramos unos mínimos, cumpliéramos lo pactado y dejáramos que la vida corriera por nuestras venas el tiempo que nos fuera dado; (de nuevo su voz se va endureciendo, se vuelve más metálica, más aguda, más hiriente) y si no lo hacéis, llegará un día en que uno de nosotros se libere y entonces os juro que de vosotros no quedará ni el recuerdo casi cómico de un mito; os desmembraremos; os quemaremos; os simbolizaremos; olvidaremos el significado del símbolo; os olvidaremos; os olvidaran y al fin un nuevo mundo feo nacerá sin rastro de vuestra fealdad; ¡dejad que la Parca se acerque a vosotros! ¡Dejad que os engulla con gula! ¡Convertíos en savia de vuestro propio infierno y dejad que los niños se acerquen a mí!
 

Teatro

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/02/2025 a las 17:37 | Comentarios {0}


Luz

Un hombre sabe que cuando la tarde cae, los colores que su cerebro le muestra verdes son en realidad rojos. Ese hombre cada vez que atardece y lo mira conoce ese engaño del cerebro el cual lo hace para que no caigamos en contradicciones vanas (Ejemplo de vana contradicción: ¿si por la mañana eran realmente verdes porque a la tarde son realmente rojas?)... las hojas... sus árboles

Tú me dirás mañana y yo lo creeré y así al contemplar la luna a la espera de que el día llegue, sentiré el bienestar de un cuerpo sin dolor

¡Qué corto es el tiempo y qué largo el olvido!

Sí, me tiemblan las canillas cuando vuelvo a ver a un hombre poderoso levantar el brazo para saludarnos como los nazis lo hacían antes, durante y después de gasear, asesinar, ajusticiar, mutilar, violar y encarcelar a miles y miles de seres vivos

Ya lo ves: el reverso de la libertad es el mal

Volveré a sucumbir en este estanque de luz y caeré de nuevo al pozo profundo de la oscuridad del alma pero sé que un día veré muy lejos (tanto que realmente no sé si lo alcanzaré), de nuevo, ese punto que palpita en la mente fría del hombre que un día se dispuso a morir

No seas ligera con el menosprecio

Así es que he de aprovechar; me dejaré sugerir; me moriré por ti, casi seguro; no hoy, no, hoy como almendras y he jugado con un carboncillo a ser feliz; la tarde fue un baño de oro y al caer la luz, la línea del horizonte me visitó de rosa; no quieras saber por qué aún sé disfrutar; nunca te lo explicaré

¡Detente! ¡Vuelve a la orilla donde Kafka nada con un crawl pausado como si supiera que pronto el fogonero echará carbón en las fauces del miedo!

¡Dichosa tú si así la vida te asiste! Cuida en todo caso el precio que has de pagar

¡Adiós! y recuerda siempre que el mar se mueve porque hay alguien dentro
 

Ensayo poético

Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/02/2025 a las 20:02 | Comentarios {0}


El carnaval del arlequín. Joan Miró. 1925
El carnaval del arlequín. Joan Miró. 1925

Contravengo el mandato. Le doy la espalda. No quiero ver la tormenta que baja por la montaña. Me inquieta el viento que se levanta. Viento del suroeste que azota las contraventanas de metal y éstas chocan contra el muro de la casa y se produce el sonido que genera el encuentro entre metal y piedra. Entre metal y piedra. Contravengo el mandato y me acuso. Me digo cosas cuando salgo en la madrugada a dar el último paseo con el perro (un perro y un hombre mayores y jóvenes a un mismo tiempo; juntos desde que el perro tenía dos meses; han pasado trece años) y ante la oscuridad del Mundo me digo esas cosas y físicamente respondo con una contracción del píloro como si esas cosas que me acusan, de las que me acuso ante la oscuridad del Mundo, a cierta altura, con el frío propio de los inviernos, con poca luz eléctrica y un fondo de luces naranjas que titilan en mitad de unas negruras que en algún momento parecen alcanzar el negro puro, tuviera que digerirlas y que pasaran por los ácidos del estómago y sus consecuencias. Hay en los procesos -entendidos éstos como concatenación de sucesos- cadencias que parecen sugerir cierto aire fatal; hay en ellos -en los sucesos y sus procesos subsiguientes- unos análisis posibles que fueran frutos de infinitas interpretaciones pero con una melancólica tendencia común a la escala menor, a la destrucción, al desamor, al adiós. Tiene la tarde un aire modernista. Son tantos los grises que agota imaginarlos. Imagino una mesa camilla cubierta por tres capas. Imagino que todo hubiera sido de otra manera. Que la vida no hubiera sido esto. Me miro en el espejo (la mayor de las contravenciones) y observo los pliegues, en los alrededores de la mirada, que son huellas del pasado. Podría, si quisiera, ponerles -como si fueran batallas- nombres a los procesos que formaron cada uno de esos pliegues. ¡Claro que podría! No pienso llegar a tanto. No pienso nombrar. Ahora he de seguir. Por lo menos un minuto más. Si la fatalidad me lo permite -aunque sea contra-intuitivo pensar en la importancia de un minuto en el tiempo sin fondo en el que somos-; y sin embargo  -¡adversativa, sí, adversativa!- ¡Mi reino por un minuto!
 

Ensayo

Tags : Meditación sobre las formas de interpretar Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 26/01/2025 a las 17:12 | Comentarios {0}


1 2 3 4 5 » ... 464






Búsqueda

RSS ATOM RSS comment PODCAST Mobile