En uno de esos titulares de los periódicos que son más dignos de lástima que de atención leo que de nuevo en la literatura se pone de moda el tema del amor (pienso dos cosas, pienso muchas cosas, pero en fin pienso dos cosas: una que quien eso escribe ha leído muy poco y menos aún ha hecho un estudio en profundidad de lo que está escribiendo; dos que las editoriales que mantienen el diario en cuestión le han encargado un artículo ad hoc por sus propios intereses. Seguro que estoy equivocado. Me equivoco muy a menudo. Me equivoco tanto que estoy por asegurar que nunca acierto. Me equivoco y me equivoco en mis juicios de valor, en mi forma de comportarme, en mis aspiraciones, en mi propia idea del amor; me equivoco al valorar lo que ha pasado, lo que pudo haber sido y también en mi presente debo de estar muy equivocado y del futuro no quiero ni hablar. Como debo de estar equivocado con esa idea del amor, de lo que el amor es, de la relación entre el amor y las personas, del encuentro entre el amor y el sexo, de cómo los años, los años, la paciencia, la comprensión, el amor al otro, el amor al otro. Siempre reivindiqué como buena una frase muy cursi que se me ocurrió hace ya muchos años: amar es querer lo que no te gusta del otro. Como toda frase está llena de vacíos, prestos a ser rellenados. Sólo que a mí esa gradación de los sentimientos del más elevado al más pequeño me dan una impresión de amor real, pedestre si se quiere, de andar en zapatillas con el amor de tu vida al lado. Porque en esa degradación de sentimientos de la frase: Amar/querer/gustar, se acumula la esencia del vivir amando. Sólo porque quiero lo que de ti no me gusta sé que te amo, vendría a decir dicho de otra manera. Creo que cuando habría de empezar el amor, surgió el desamor. Durante años pensé que las parejas que siguen juntas tras muchos años lo hacían la mayor parte de las veces por una mera transacción comercial, ahora pienso que quizá muchas de ellas amen al otro y hayan conseguido ser amados y, oh, entonces siento nostalgia y ese deseo un poco anciano quizá de ser amado porque alguien quiere lo insoportable de mí ¡qué generosidad entonces el amor, qué entrega, qué confianza!). Siento que ese amor del que se dice que vuelve a estar de moda en la literatura no es ni siquiera natural, se inventó tras la caída del Imperio Romano, es un mero invento del hombre occidental, lleno de agujeros como un queso podrido fuerte de sabor y rico al paladar.
Carreteras:
Bordea una tierra llana, amarilla, en febrero.
Un puerto con niebla. Despacio. Vamos despacio. Verdes. Muchos verdes difuminados. Manchas verdes.
Gira sobre el mar. Un mar radiante. Un mar que se hunde, sin resistencia, en la noche sin luna.
Carretera de montaña en Francia. Hacia Port Bou.
Lugares:
Una cena frugal en un puerto pequeño. Recuerdo la playa atestada de exiliados al terminar la Guerra Civil Española. Los campos de concentración. Un recuerdo imposible en mí (aún me quedaban muchos años para nacer) y sin embargo nítido.
Llueve y hace sol. Asturias.
Un prado.
Carreteras:
De tierra. Cada vez más estrecha. A ambos lados fincas privadas. En bicicleta.
Es una carretera que acaba en un cul-de-sac. En el oeste. Un río corre en paralelo y unas barquichuelas se mecen sin ganas sobre sus aguas en una tarde sin viento.
A lomos de una camioneta. Grandes extensiones de cultivos de marihuana. Murcia. En enero. La parte trasera de la furgoneta es descapotada. Hace frío, viento y un pavimento frenético.
Lugar:
Playa en el fin del mundo. El faro de Trafalgar. Con una muchacha. En plena madrugada.
Bordea una tierra llana, amarilla, en febrero.
Un puerto con niebla. Despacio. Vamos despacio. Verdes. Muchos verdes difuminados. Manchas verdes.
Gira sobre el mar. Un mar radiante. Un mar que se hunde, sin resistencia, en la noche sin luna.
Carretera de montaña en Francia. Hacia Port Bou.
Lugares:
Una cena frugal en un puerto pequeño. Recuerdo la playa atestada de exiliados al terminar la Guerra Civil Española. Los campos de concentración. Un recuerdo imposible en mí (aún me quedaban muchos años para nacer) y sin embargo nítido.
Llueve y hace sol. Asturias.
Un prado.
Carreteras:
De tierra. Cada vez más estrecha. A ambos lados fincas privadas. En bicicleta.
Es una carretera que acaba en un cul-de-sac. En el oeste. Un río corre en paralelo y unas barquichuelas se mecen sin ganas sobre sus aguas en una tarde sin viento.
A lomos de una camioneta. Grandes extensiones de cultivos de marihuana. Murcia. En enero. La parte trasera de la furgoneta es descapotada. Hace frío, viento y un pavimento frenético.
Lugar:
Playa en el fin del mundo. El faro de Trafalgar. Con una muchacha. En plena madrugada.
Narrativa
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 18/06/2009 a las 19:37 | {0}
¿Qué ocurre?
¿Por qué es así?
Esta tormenta
ahora
Está entrando el agua
en la habitación
Hay un aviso
de una vieja amiga
que no se cree
nada
de un pago inmerecido
Tiene razón
le digo
Tiene razón
¿Y qué?
¿qué ocurre?
¿qué me importa?
Será la fiebre
O la fragilidad
de todos
de todos
Andar siempre
entre la opinión
y la sentencia
¿qué más da?
¿qué ocurre?
Era la tarde
llegué hasta una capilla
que nunca había visto
No entré
Luego los truenos
y la sensación
terrible
de no hacer bien la vida.
¿Por qué es así?
Esta tormenta
ahora
Está entrando el agua
en la habitación
Hay un aviso
de una vieja amiga
que no se cree
nada
de un pago inmerecido
Tiene razón
le digo
Tiene razón
¿Y qué?
¿qué ocurre?
¿qué me importa?
Será la fiebre
O la fragilidad
de todos
de todos
Andar siempre
entre la opinión
y la sentencia
¿qué más da?
¿qué ocurre?
Era la tarde
llegué hasta una capilla
que nunca había visto
No entré
Luego los truenos
y la sensación
terrible
de no hacer bien la vida.
Poesía
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/06/2009 a las 20:00 | {0}
Bastet
Vendrá hoy, se dijo el marqués de Altomonte el viernes 13 día de su santo, al despertar. Vendrá hoy, se volvió a decir. Yo escuchaba su pensamiento mientras me preparaba para su sacrificio. No puede un hombre impunemente matar felinos ante mí. Mis doce gatos me asearon, me perfumaron, me vistieron y me entregaron -en el altar del templo de Bastet- mis diez garras de oro. Luego me encaminé, con la primera luz de la mañana, al coto de caza del marqués.
Lo vi a las diez de la mañana, camuflado en unos arbustos, torpe cazador a la espera del gato montés. La espera había hecho mella en su rostro, se le veía fatigado, sin reflejos. La edad -que tan bien había intentado disimular a lo largo de nuestros encuentros a base de cremas, lociones, ejercicios y agua fría- había surgido. En el instante en el que le observaba pude ver su tripa redondeada, sus músculos flácidos, el temblor de la escopeta por la debilidad del antebrazo. Tan sólo cuando apareció el gato montés todo su cuerpo se tensó y pudo verse al hombre que había sido. Calculó con frialdad la trayectoria del disparo, acarició con sencillez el gatillo y cuando iba a disparar y me vio desnuda junto a su pieza pegó un respingo, abandonó el arma, salió de su escondite y corrió hacia mí. Me abrazó desesperado. Me olió como si estuviera en celo. Gimió, Nunca más, nunca más, nunca más te irás de mi lado. Me tomó en brazos. Me llevó hacia el coche sin preguntarme siquiera por qué estaba desnuda. Llegamos a su casa sin perros, sin personas. Entramos en el salón y pude ver todas las cabezas colgadas de mis hermanas y hermanos. No lloré. Me dejó sentada mientras él se excusaba y volvió al rato, recién duchado, vestido con pantalones de lino y una camisa a juego.
Como la primera vez le dije, Siéntate. Me acerqué a él gateando, acaricié como si mis dedos fueran almohadillas de felino, sus pies y sus piernas. Subí por sus muslos. Tomé su verga entre mis manos y chupé su glande como la gata chupa la pluma herida del ave recién cazada. Eran las primeras horas de la tarde. Antonio Altomonte cerró los ojos y me acarició el cabello. Yo subí mi mano izquierda por su torso y cuando llegué al cuello, a su cuello estirado, saqué mis cinco garras y se lo rebané de un sólo tajo justo cuando el se corría. En ese instante todos los felinos del mundo saludaron a su Diosa.
Con en el manto protector de una gata de angora salí de allí con la cabeza del asesino. Mis doce gatos se encargaron de dejarlo todo limpio.
Tras la muerte del marqués me quedaban dos años y cinco meses en este cuerpo. Luego habría de morir para poder volver. Así ha sido siempre. Porque yo soy Bastet, la diosa del placer y de los gatos.
Lo vi a las diez de la mañana, camuflado en unos arbustos, torpe cazador a la espera del gato montés. La espera había hecho mella en su rostro, se le veía fatigado, sin reflejos. La edad -que tan bien había intentado disimular a lo largo de nuestros encuentros a base de cremas, lociones, ejercicios y agua fría- había surgido. En el instante en el que le observaba pude ver su tripa redondeada, sus músculos flácidos, el temblor de la escopeta por la debilidad del antebrazo. Tan sólo cuando apareció el gato montés todo su cuerpo se tensó y pudo verse al hombre que había sido. Calculó con frialdad la trayectoria del disparo, acarició con sencillez el gatillo y cuando iba a disparar y me vio desnuda junto a su pieza pegó un respingo, abandonó el arma, salió de su escondite y corrió hacia mí. Me abrazó desesperado. Me olió como si estuviera en celo. Gimió, Nunca más, nunca más, nunca más te irás de mi lado. Me tomó en brazos. Me llevó hacia el coche sin preguntarme siquiera por qué estaba desnuda. Llegamos a su casa sin perros, sin personas. Entramos en el salón y pude ver todas las cabezas colgadas de mis hermanas y hermanos. No lloré. Me dejó sentada mientras él se excusaba y volvió al rato, recién duchado, vestido con pantalones de lino y una camisa a juego.
Como la primera vez le dije, Siéntate. Me acerqué a él gateando, acaricié como si mis dedos fueran almohadillas de felino, sus pies y sus piernas. Subí por sus muslos. Tomé su verga entre mis manos y chupé su glande como la gata chupa la pluma herida del ave recién cazada. Eran las primeras horas de la tarde. Antonio Altomonte cerró los ojos y me acarició el cabello. Yo subí mi mano izquierda por su torso y cuando llegué al cuello, a su cuello estirado, saqué mis cinco garras y se lo rebané de un sólo tajo justo cuando el se corría. En ese instante todos los felinos del mundo saludaron a su Diosa.
Con en el manto protector de una gata de angora salí de allí con la cabeza del asesino. Mis doce gatos se encargaron de dejarlo todo limpio.
Tras la muerte del marqués me quedaban dos años y cinco meses en este cuerpo. Luego habría de morir para poder volver. Así ha sido siempre. Porque yo soy Bastet, la diosa del placer y de los gatos.
Cuento
Tags : La mujer de las areolas doradas Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/06/2009 a las 08:52 | {0}
La ventana de la habitación de mi hotel estaba abierta de par en par. Enfrente una luz verdosa se mezclaba con otra morada intensa que devenía a su derecha en otra azul eléctrico. Antonio Almonte se había sentado y me miraba y miraba la cama. Su deseo estaba a punto de romperle la bragueta del pantalón. Se pasaba la lengua por el labio superior. Intentaba hablar con indiferencia. Yo me acerqué a él con un vaso de vino. Se lo ofrecí. El tomó el vaso. Le dije, Bebe, Antonio y él bebió. Con los ojos clavados en su entrepierna empecé a desabrocharme el vestido. Vio mi cuerpo flexible y exclamó algo que se ha perdido en mi memoria. Con cuidado, moviéndome como la gueparda que acaba de olfatear la presencia de la gacela, me desabroché el sujetador y Antonio Almonte vio por primera vez en su vida unas areolas doradas que enmarcaban un pezón morado intenso en el final de un pecho hermoso, justo en sus medidas, de piel blanca por donde se traslucían algunos vasos sanguíneos. Me acerqué a él. Él quiso hacer algo con las manos. Yo le ordené que se mantuviera quieto. Me acerqué más a él y rocé con mis pezones y mis areolas sus ojos, su nariz y sus dos labios. Quiso morderme el pezón. Yo fui mucho más rápida y me separé de él. Me abroché y le dije, Vete ¡Cómo insistió en quedarse! (...) Cerré la puerta y de inmediato aparecieron mis doce gatos. Nos sentamos en círculo. Tomamos las decisiones. Cantamos los himnos. Guardaron mi sueño.
(...)se cumplieron los doce encuentros, el mono cada vez se fue acercando más a la jaula. Ya estaba a punto de entrar. Porque en cada encuentro -como queda relatado- su ansia había aumentado al darle cada vez un poco más de mí: el día que le ofrecí mis labios, el día que le ofrecí mi cuello, el día que le ofrecí mis pies, el día que le ofrecí mis nalgas, el día que le ofrecí mi cintura, aquél de las caderas y el otro de los muslos y los cuatro últimos cuando le dejé mis manos en su cuerpo, cuando le acaricié con mi pecho, cuando le entregué mi vientre y cuando por fin, en el último encuentro, vio mi pubis rizado y dorado como las aguas del lago Hoo Shon en los briosos inicios de la primavera, allá en la lejana y ciertamente misteriosa China.
La última vez que nos vimos, mientras él se masturbaba ante la contemplación de mi sexo, aceptadas las normas implícitas de que nuestro encuentro final estaría marcado por mis tiempos, dijo entre jadeos, Mírala, amor mío, Bastet ama de mi placer. Ninguna mujer me hizo desear tanto entrar en ella. Ninguna mujer me dio tanto gozo con tan poco. Cumpliré como tú quieras. Esperaré el tiempo necesario ¡Oh, tu sexo! me llega hasta aquí la fragancia de su flujo ¡Si me dejaras ahora, si me dejaras ahora...! y mientras se corría y al tiempo que lo hacía, yo cerraba las piernas como si con ese gesto le dejara entrever que todo su semen estaba ya en mí, intensamente en mí y tal era mi gozo que debía conservarlo, cerrarme así y gemir, en esa circunstancia le dije, Me esperarás en tu finca de Extremadura las tres próximas lunas llenas. Habrás de estar solo. No habrá perros. Ni personas. Tú solo pisando las tierras de tu coto y cazando al gato montés. Recién corrido, el marqués de Altomonte había cerrado los ojos. Tras tomar resuello dijo, Así lo haré. Cazaré el gato montés para ti y esa noche serás... Abre los ojos cuando escucha por duodécima vez la puerta que se cierra y él se encuentra, una vez más, solo.
(...)se cumplieron los doce encuentros, el mono cada vez se fue acercando más a la jaula. Ya estaba a punto de entrar. Porque en cada encuentro -como queda relatado- su ansia había aumentado al darle cada vez un poco más de mí: el día que le ofrecí mis labios, el día que le ofrecí mi cuello, el día que le ofrecí mis pies, el día que le ofrecí mis nalgas, el día que le ofrecí mi cintura, aquél de las caderas y el otro de los muslos y los cuatro últimos cuando le dejé mis manos en su cuerpo, cuando le acaricié con mi pecho, cuando le entregué mi vientre y cuando por fin, en el último encuentro, vio mi pubis rizado y dorado como las aguas del lago Hoo Shon en los briosos inicios de la primavera, allá en la lejana y ciertamente misteriosa China.
La última vez que nos vimos, mientras él se masturbaba ante la contemplación de mi sexo, aceptadas las normas implícitas de que nuestro encuentro final estaría marcado por mis tiempos, dijo entre jadeos, Mírala, amor mío, Bastet ama de mi placer. Ninguna mujer me hizo desear tanto entrar en ella. Ninguna mujer me dio tanto gozo con tan poco. Cumpliré como tú quieras. Esperaré el tiempo necesario ¡Oh, tu sexo! me llega hasta aquí la fragancia de su flujo ¡Si me dejaras ahora, si me dejaras ahora...! y mientras se corría y al tiempo que lo hacía, yo cerraba las piernas como si con ese gesto le dejara entrever que todo su semen estaba ya en mí, intensamente en mí y tal era mi gozo que debía conservarlo, cerrarme así y gemir, en esa circunstancia le dije, Me esperarás en tu finca de Extremadura las tres próximas lunas llenas. Habrás de estar solo. No habrá perros. Ni personas. Tú solo pisando las tierras de tu coto y cazando al gato montés. Recién corrido, el marqués de Altomonte había cerrado los ojos. Tras tomar resuello dijo, Así lo haré. Cazaré el gato montés para ti y esa noche serás... Abre los ojos cuando escucha por duodécima vez la puerta que se cierra y él se encuentra, una vez más, solo.
Cuento
Tags : La mujer de las areolas doradas Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/06/2009 a las 12:24 | {0}
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Colección
Cuentecillos
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Reflexiones para antes de morir
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
El mes de noviembre
Listas
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Agosto 2013
Saturnales
Citas del mes de mayo
Reflexiones
Marea
Mosquita muerta
Sincerada
Sinonimias
Sobre la verdad
El Brillante
El viaje
No fabularé
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Velocidad de escape
Derivas
Carta a una desconocida
Asturias
Sobre la música
Biopolítica
Las manos
Tasador de bibliotecas
Ensayo sobre La Conspiración
Ciclos
Tríptico de los fantasmas
Archives
Últimas Entradas
Enlaces
© 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023 y 2024 de Fernando García-Loygorri, salvo las citas, que son propiedad de sus autores
Ensayo
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/06/2009 a las 13:26 | {0}