Último tema a desarrollar de la entrada llamada Fragmentarios
De Fragmentarios.
Que hay que irse -te digo- y volver al principio cuando no existía aún la huella primera (la huella que deja la marca; la huella que augura otro paso; la huella que se borrará) y todo el tiempo tenía un sentido de dirección determinada (no es que el tiempo tenga dirección siempre; ayer mi tiempo estuvo a punto de detenerse -tiempo y detención parece una in terminus contradictio- cuando caminaba por el camino de siempre y tuve la mala fortuna de no ver una piedra -recién colocada en ese sitio, por una patada de otro caminante o por un roce de rueda de bicicleta- tropezar y caer. Por un movimiento casi imposible del destino el bastón giró en vertical 180º, rozó mi ojo izquierdo y se me clavó en el hombro. El bastón que llevo es un bastón de campo y por lo tanto su punta es afilada, de hierro, para que se hunda en la tierra. Además, con el uso y su roce contra la roca, la punta se ha afilado aún más. Al reiniciar el camino -con sangre en la mano y sangre en el hombro, desgarrado el anorak y agujereado el jersey- pensé que si no hubiera desviado un poco el rostro, la punta del bastón que me sirve de apoyo habría entrado en mi ojo y por la fuerza de la caída y la violencia de su giro, seguramente habría llegado hasta mi cerebro. Y seguí imaginando mi muerte en el camino por un fatal accidente y la persona que me descubriera, con el bastón atravesando mi ojo y un perro aullando mi muerte -u olisqueando en los alrededores a la espera de que me levantara y me lo sacara del ojo-. Tiempo detenido entonces) que conduciría -inevitablemente- hacia delante. Hay que irse para que la vida se renueve porque tengo para mí que sólo yéndose la raíz se pudre (imagino un fresno -cansado del lugar en el que se arraiga- que decidiera una noche -a la sombra de la oscuridad, desafiando las reglas inquebrantables que según la ciencia rigen la naturaleza- desenraízarse y emprender -aprovechando un viento o un milagro- un viaje hacia otro lugar menos monótono o peligroso o en exceso amarillo {pienso en un fresno en concreto al que perfectamente le podrían nacer alas}).
Yo te digo, amigo, que hay que irse. Recuerda a Eneas -a quien los griegos otorgaron la gracia de vivir- cómo abandonó Troya destruida con los funestos pensamientos que sacuden a todo exiliado, sin tener idea de que con el tiempo y su irse se pondrían los cimientos del más fabuloso imperio que jamás vieron los ojos de los hombres. Inicia, pues, tu Eneida y que Fortuna te sea propicia.
Que hay que irse -te digo- y volver al principio cuando no existía aún la huella primera (la huella que deja la marca; la huella que augura otro paso; la huella que se borrará) y todo el tiempo tenía un sentido de dirección determinada (no es que el tiempo tenga dirección siempre; ayer mi tiempo estuvo a punto de detenerse -tiempo y detención parece una in terminus contradictio- cuando caminaba por el camino de siempre y tuve la mala fortuna de no ver una piedra -recién colocada en ese sitio, por una patada de otro caminante o por un roce de rueda de bicicleta- tropezar y caer. Por un movimiento casi imposible del destino el bastón giró en vertical 180º, rozó mi ojo izquierdo y se me clavó en el hombro. El bastón que llevo es un bastón de campo y por lo tanto su punta es afilada, de hierro, para que se hunda en la tierra. Además, con el uso y su roce contra la roca, la punta se ha afilado aún más. Al reiniciar el camino -con sangre en la mano y sangre en el hombro, desgarrado el anorak y agujereado el jersey- pensé que si no hubiera desviado un poco el rostro, la punta del bastón que me sirve de apoyo habría entrado en mi ojo y por la fuerza de la caída y la violencia de su giro, seguramente habría llegado hasta mi cerebro. Y seguí imaginando mi muerte en el camino por un fatal accidente y la persona que me descubriera, con el bastón atravesando mi ojo y un perro aullando mi muerte -u olisqueando en los alrededores a la espera de que me levantara y me lo sacara del ojo-. Tiempo detenido entonces) que conduciría -inevitablemente- hacia delante. Hay que irse para que la vida se renueve porque tengo para mí que sólo yéndose la raíz se pudre (imagino un fresno -cansado del lugar en el que se arraiga- que decidiera una noche -a la sombra de la oscuridad, desafiando las reglas inquebrantables que según la ciencia rigen la naturaleza- desenraízarse y emprender -aprovechando un viento o un milagro- un viaje hacia otro lugar menos monótono o peligroso o en exceso amarillo {pienso en un fresno en concreto al que perfectamente le podrían nacer alas}).
Yo te digo, amigo, que hay que irse. Recuerda a Eneas -a quien los griegos otorgaron la gracia de vivir- cómo abandonó Troya destruida con los funestos pensamientos que sacuden a todo exiliado, sin tener idea de que con el tiempo y su irse se pondrían los cimientos del más fabuloso imperio que jamás vieron los ojos de los hombres. Inicia, pues, tu Eneida y que Fortuna te sea propicia.
Es que llega con su media melena y la casa adquiere el tono de su presencia
Es que Nilo y yo estamos contentos (él a su lado derecho)
Es la luz un día ya de por sí luminoso
(el olor del otoño del bosque; los colores rabiosos de noviembre que se acerca; la exaltación de la juventud; el atardecer de octubre mientras en mi mente resuenan armonías acordes con los acuerdos tradicionales de las armonías; la salud como bienestar; mirarla y ver cuánto ha crecido; sus objetivos; su audacia; sus libros; su ropa; su relajación en un trabajo nuevo para ella; rodeados de cuadros, su movimiento, su voz en una lengua extranjera; su elegancia; su distancia y la inmediata cercanía cuando está cerca; que le cuide una pequeña irritación en la piel)
Es el mundo que se repite nuevo
Es la distancia de las genealogías
Es el encuentro porque nos cuenten historias bien contadas
Es adivinar
Es saber que no pasará frío
que Nilo dormirá con ella esta noche de octubre del año del 2016 según el calendario gregoriano
Es la tortilla de patata y un poco de proteína animal en una ensalada de tomate con bonito
Es su risa
Es el mundo que empieza a vivir deprisa en ella
Su despertar dormida
Sus manos
Su nombre
Su vida
Es que Nilo y yo estamos contentos (él a su lado derecho)
Es la luz un día ya de por sí luminoso
(el olor del otoño del bosque; los colores rabiosos de noviembre que se acerca; la exaltación de la juventud; el atardecer de octubre mientras en mi mente resuenan armonías acordes con los acuerdos tradicionales de las armonías; la salud como bienestar; mirarla y ver cuánto ha crecido; sus objetivos; su audacia; sus libros; su ropa; su relajación en un trabajo nuevo para ella; rodeados de cuadros, su movimiento, su voz en una lengua extranjera; su elegancia; su distancia y la inmediata cercanía cuando está cerca; que le cuide una pequeña irritación en la piel)
Es el mundo que se repite nuevo
Es la distancia de las genealogías
Es el encuentro porque nos cuenten historias bien contadas
Es adivinar
Es saber que no pasará frío
que Nilo dormirá con ella esta noche de octubre del año del 2016 según el calendario gregoriano
Es la tortilla de patata y un poco de proteína animal en una ensalada de tomate con bonito
Es su risa
Es el mundo que empieza a vivir deprisa en ella
Su despertar dormida
Sus manos
Su nombre
Su vida
Corre, coge la mano que sale de la hoguera
tú que le robaste el nombre a Dylan Thomas
y déjanos tus canciones mientras la borrachera se diluye en un callejón
-el que está pobremente iluminado, a la vuelta de ninguna parte, con cierto aire de sanguina-;
porque yo también soñé la nieve en el Bronx
aunque supiera que las calles que soñaba eran las del barrio de Malasaña.
Mentiría si dijera que conocía el sentido de tus letras
me gustaba Bob Dylan, no lo que decía Bob Dylan;
aquel espíritu... de los freak brothers
en una madrugada de alcohol y drogas en la habitación de Sonsoles
donde tú, aún en vinilo, cantabas las canciones que no es necesario nombrar.
Hoy has entrado en el Parnaso sueco (que se ha convertido como una explosión de nitroglicerina en el Parnaso mundial)
y me apena que la contra-cultura se encuentre ya entre los dioses -ella que debería permanecer por siempre en los infiernos-
aunque probablemente el cielo sea hoy lo que antaño fue el infierno y entonces sí, el premio sería del todo merecido.
La lluvia ha adornado el día
los colores del otoño ya digieren la esencia del ácido lisérgico
la repetición se ha hecho dueña de algunas de mis horas
y he vuelto a los clásicos del siglo XX con el seminario 8 de Lacan
donde habla sobre El Banquete un diálogo venial del gran disturbador (y masturbador mental) griego
cuando el amor más perfecto causaba la risa
y el cristianismo aún no había puesto las cosas en su sitio (el amor es una cosa muy seria que no se debe tomar a la ligera)
Junto a él me he revuelto un poco en la silla y te he recordado en mi recuerdo (no en ti, una anécdota de ti; sino en mí, una anécdota de mí) y tú eras mi viejo amigo Luis, un día de diciembre en su chalet de Los Molinos, cuando rondábamos los veinte años y él rasgueaba la guitarra y cantaba a voz en grito tus versos dedicados a la chica del país del norte mientras la muchacha hermosa y lacónica se dejaba llevar por sus rizos negros y su entrega y yo sabía, sabía que justo esa mujer nunca besaría mi boca.
tú que le robaste el nombre a Dylan Thomas
y déjanos tus canciones mientras la borrachera se diluye en un callejón
-el que está pobremente iluminado, a la vuelta de ninguna parte, con cierto aire de sanguina-;
porque yo también soñé la nieve en el Bronx
aunque supiera que las calles que soñaba eran las del barrio de Malasaña.
Mentiría si dijera que conocía el sentido de tus letras
me gustaba Bob Dylan, no lo que decía Bob Dylan;
aquel espíritu... de los freak brothers
en una madrugada de alcohol y drogas en la habitación de Sonsoles
donde tú, aún en vinilo, cantabas las canciones que no es necesario nombrar.
Hoy has entrado en el Parnaso sueco (que se ha convertido como una explosión de nitroglicerina en el Parnaso mundial)
y me apena que la contra-cultura se encuentre ya entre los dioses -ella que debería permanecer por siempre en los infiernos-
aunque probablemente el cielo sea hoy lo que antaño fue el infierno y entonces sí, el premio sería del todo merecido.
La lluvia ha adornado el día
los colores del otoño ya digieren la esencia del ácido lisérgico
la repetición se ha hecho dueña de algunas de mis horas
y he vuelto a los clásicos del siglo XX con el seminario 8 de Lacan
donde habla sobre El Banquete un diálogo venial del gran disturbador (y masturbador mental) griego
cuando el amor más perfecto causaba la risa
y el cristianismo aún no había puesto las cosas en su sitio (el amor es una cosa muy seria que no se debe tomar a la ligera)
Junto a él me he revuelto un poco en la silla y te he recordado en mi recuerdo (no en ti, una anécdota de ti; sino en mí, una anécdota de mí) y tú eras mi viejo amigo Luis, un día de diciembre en su chalet de Los Molinos, cuando rondábamos los veinte años y él rasgueaba la guitarra y cantaba a voz en grito tus versos dedicados a la chica del país del norte mientras la muchacha hermosa y lacónica se dejaba llevar por sus rizos negros y su entrega y yo sabía, sabía que justo esa mujer nunca besaría mi boca.
...con sencillez deambulo entre Lacan y el Corpus Hipocrático como si entre ambos existiera el nexo que pudiera, lánguidamente, conducirme a la placidez... saber dejar de saber (tengo ahora el prurito -escribo prurito por mis manos que andan heridas desde hace un mes y medio. Yo me empeño en curármelas con remedios naturales. Porque sé (creo saber) que tiene que ver con el hígado, lo limpio, o mejor, limpio sus alrededores, el llamado medio interno a base de diente de león, tomillo y estigma de maíz. Pero las manos no acaban de sanar y duelen o pican o escuecen. Ante tal sensibilidad se es tan consciente de lo mucho que las utilizamos que apenas puedo imaginar cómo lo debió de pasar un antiguo amigo que tuvo las manos escayoladas durante más de dos meses- de alejarme de este discurso que he iniciado y vagar por venerables historias que se perdieron en la Biblia de los Setenta) en esta mañana de octubre cuando las primeras lluvias han llegado y lo primero que he imaginado es cómo debe estar el camino, la tierra mojada, los fresnos.
Ahora volveré, me digo. En la espera, me digo. La transferencia me espera. Como si buscara la última duda para abandonarme, ya para siempre, mecido por Fedro o Heidegger antes de ensayarme en la delicuescencia (escribo esta palabra porque me ha sonado tan líquida que no me he podido resistir) de Derrida. Como diría quien no existe, Cosas así.
Ahora volveré, me digo. En la espera, me digo. La transferencia me espera. Como si buscara la última duda para abandonarme, ya para siempre, mecido por Fedro o Heidegger antes de ensayarme en la delicuescencia (escribo esta palabra porque me ha sonado tan líquida que no me he podido resistir) de Derrida. Como diría quien no existe, Cosas así.
Al principio era el hueso. Sobre la roca quedaba por siglos. Sólo los grandes vendavales o las tormentas horrísonas lograban arrancarle del pétreo lecho (pero el afecto surgía en leche cósmica, iba bañando el pedregal que era el mundo, llegaba hasta el hueso que reposaba en su lecho. Quizá fuera el lecho una montaña. Afirma el narrador que el llanto es rémora de las grandes piedras primordiales). Sobre la roca el hueso. Derramándose en la roca la leche cósmica del afecto. Continúa el narrador diciendo si el cielo se conmovió con el hueso y atisbó que la postura del misionero en el acto sexual entre la hembra y el macho fuera símbolo del encuentro -el primero- entre Tierra y Cielo. Pero el hueso siempre sobre la roca porque la materia fue antes que el sueño. Lo que luego hiciera el sueño con la materia es cosa que deviene infinita desde que el hombre apareció y al olvidar la memoria aprendió la escritura y al aprender la escritura creó la ley. Está la joven que tiene un cáncer de médula. Está el niño que se siente culpable de la desgracia de sus padres. Está el viejo que se siente responsable de todos los horrores. Está la mujer de mediana edad a punto del naufragio. Todos ellos vinieron después del hueso sobre la roca cuando las tempestades que duraban dos años abatían las costas de Pangea y provocaban los terribles descuartizamientos que hoy llamamos continentes. Hubo un tiempo de dioses felices. Hubo un tiempo de soma para todos. El afecto era leche cósmica. El hueso se mantenía firme sobre la roca. Hubo un tiempo en el que Lilith fue desterrada del Paraíso. Mujer junto a Adán. Su igual. La que en el destierro paría cien hijos al día fruto de sus encuentros con los demonios que luego eran muertos por tres ángeles vengadores. Yahwé siempre fue dios rencoroso (el rencor es ira envejecida. Yahwé siempre fue dios viejo), pronto a la ira, inclemente en la venganza. Ahora todo está mucho más calmado. Ahora ya no se ven huesos sobre las rocas. En los inicios -quiso fijar para siempre el narrador- en lo que él llama Jardín Nuevo los pájaros iniciaron sus trinos tanteando en un aire aún demasiado espeso; los peces decidieron la inutilidad del pabellón auditivo y se dejaron refrescar por la invención del agua (y también de la sal); los animales de tierra se enorgullecieron de su estirpe y se diseminaron saltando a tiempo en las fallas dolorosísimas que se iban produciendo por las continuas tormentas sobre la Tierra Única del Origen de Todo. Quizá la joven con cáncer se salve y consiga olvidar el veneno que le inyectaban directamente en el corazón. O el niño culpable acepte su derrota. O el viejo abra los ojos de una puta vez a su soberbia. O la mujer de mediana edad se agarre a un tablón y patee con todas sus fuerzas hacia el primer horizonte que se encuentre. Porque en algún lugar sigue el hueso sobre la roca y el afecto como leche cósmica se derrama.
Narrativa
Tags : Sobre las creencias Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/10/2016 a las 23:54 | {0}
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/10/2016 a las 13:24 | {0}