OLMO:
He visto en los dientes que muerden la lengua la genalogía de la moral (bulbos verdes que no han roto, ni están crispados [como Londres bajo la lluvia] y se mantienen medio muertos a la espera de la humedad para romper).
He visto en un hotel la última huella de la voz que no volverá a pronunciar jamás un solo sonido más. Y puedo asegurar que la excitación, apoyado en el coche, hacia las cuatro de la tarde de un día de diciembre fue tan amorosa como la boca y los dientes.
Deberé volar para dejar de rastrear el espanto.
Deberé no juzgarme si un comentario pudiera ser políticamente incorrecto y escuchar la flauta con la calma del Apache descubriendo el enigma de un rastro.
He visto en los ojos un abrazo desnudo y en el rubor de sus mejillas el solsticio de verano (por un instante).
Sé que entonces veré los días oscuros cuando todo se retrae y el lamento tiene forma de muérdago y las canciones se elevan por la nieve desoyendo toda lógica. Nada hay que objetar. Tan sólo me pregunto por qué ayer sentí tres muertes en un breve trecho y lloré tanto por ellas que me parecieron ocurridas.
He visto el calor de su cuerpo a través de un anorak sintético mientras olía la contaminación del mundo y apenas me restaba un ápice de miel para endulzar el tósigo. Todo son ojos, me he dicho.
Y en la Rueda de la Fortuna
Y en el Radio de la música (la que nos lleva dentro, a ese tumulto de seres que nos puebla a cada uno)
Y en el Arco que gime sobre sus bases abiertas
Y en la Cadera tan llena de huesos y nostalgia
he visto la mano que mece el cabello, la tortura del aseo en el gato, la medialuna turca.
No canto homéricamente
No hay ponto en mi desencanto
ni estrecho del Bósforo, ni país de los tracios
porque quizá, lejanamente, recuerdo los versos de una princesa española escritos por un romántico alemán en plena y reiterada destrucción del mundo.
Yo sé que he visto.
Yo sé el rezo.
¡Qué cortos son los días!
¡Dadme! ¡Dadme hielo!
He visto en los dientes que muerden la lengua la genalogía de la moral (bulbos verdes que no han roto, ni están crispados [como Londres bajo la lluvia] y se mantienen medio muertos a la espera de la humedad para romper).
He visto en un hotel la última huella de la voz que no volverá a pronunciar jamás un solo sonido más. Y puedo asegurar que la excitación, apoyado en el coche, hacia las cuatro de la tarde de un día de diciembre fue tan amorosa como la boca y los dientes.
Deberé volar para dejar de rastrear el espanto.
Deberé no juzgarme si un comentario pudiera ser políticamente incorrecto y escuchar la flauta con la calma del Apache descubriendo el enigma de un rastro.
He visto en los ojos un abrazo desnudo y en el rubor de sus mejillas el solsticio de verano (por un instante).
Sé que entonces veré los días oscuros cuando todo se retrae y el lamento tiene forma de muérdago y las canciones se elevan por la nieve desoyendo toda lógica. Nada hay que objetar. Tan sólo me pregunto por qué ayer sentí tres muertes en un breve trecho y lloré tanto por ellas que me parecieron ocurridas.
He visto el calor de su cuerpo a través de un anorak sintético mientras olía la contaminación del mundo y apenas me restaba un ápice de miel para endulzar el tósigo. Todo son ojos, me he dicho.
Y en la Rueda de la Fortuna
Y en el Radio de la música (la que nos lleva dentro, a ese tumulto de seres que nos puebla a cada uno)
Y en el Arco que gime sobre sus bases abiertas
Y en la Cadera tan llena de huesos y nostalgia
he visto la mano que mece el cabello, la tortura del aseo en el gato, la medialuna turca.
No canto homéricamente
No hay ponto en mi desencanto
ni estrecho del Bósforo, ni país de los tracios
porque quizá, lejanamente, recuerdo los versos de una princesa española escritos por un romántico alemán en plena y reiterada destrucción del mundo.
Yo sé que he visto.
Yo sé el rezo.
¡Qué cortos son los días!
¡Dadme! ¡Dadme hielo!
Quiero confesarte, amiga, que he caminado por el bosque una tarde que hacía viento y sentí, desde el principio, una turbación del ánimo en todo semejante al oleaje.
Te quiero ser sincero porque me arde, a lo lejos, una llama de invierno (como cuando el caminante en la estepa, a punto del desmayo, entre ventisca y fiebre, descubre un punto de luz, algo así como la veladura de una casa -siquiera su posibilidad-): he caminado entre el viento por el bosque y me he subido el cuello del abrigo pero he seguido alejándome del punto de partida aún sabiendo que hay árboles que no están tan sujetos a la tierra como para no desgajarse por la furia de una ráfaga de aire.
Así lo he hecho cuando se acercan los días más cortos y la noche cae a plomo, sin avisar, con esa luz tan indefinida que se llama crepúsculo y que -como tan bien evidencia su significado- puede ser tanto crepúsculo del día como crepúsculo de la noche. No te asustes, no hay metáfora en lo que te digo, tan sólo la descripción de un paisaje y su sonido porque me alejo del punto de partida y mi ánimo se turba, es cierto, pero es una turbación sonora, sin carne, sin hueso.
Así me adentré en el bosque y cuando me vi rodeado de maderas y hojas, de tierra y raíces, de hierbas y matojos, de animales pequeños y pequeñas lomas, todos envueltos en el misterio del viento (también yo, amiga, también yo) nos dejamos llevar por la posibilidad de un último encuentro. Quizás el que menos sagrado sentía el instante fuera el perro porque él es en todo inocente, no así la rama que conoce hasta qué punto ha de ser flexible, ni la hierba que aprendió a la intemperie la importacia de dejarse aplastar por lo invisible; no él -el perro- que corría, saltaba, retozaba y mordía el palo con la misma inconsciencia del día en calma, de la tarde que acaba.
Ya dentro del bosque, muy dentro, amiga, muy, muy dentro, escuché por vez primera como gime la madera zarandeada y no sé por qué sentí que me encontraba en un barco encallado en aguas peligrosas, sometido al embate terrible de las olas y a los filos agudísimos de las rocas y ese sonido de cuaderna que cruje, de mástil hecho añicos era el que oía cuando la madera no es nada, es tan sólo tronco, raíz o rama.
Sentí una inmensa alegría porque supe conocer algo enteramente nuevo: el bosque con viento es un barco naufragado. Y ni siquiera pensé que morir pudiera ser algo parecido, algo así como: la muerte es una vida al pairo y me sentí sonado y volví sin ser consciente de que volvía y cuando salí del bosque y el viento arreciaba en la llanura, amiga, me dejé llevar por su capricho y no quise añorar el barco que acababa de abandonar a su suerte como si en realidad hubiera salido de un bosque con viento, al caer la tarde, muy lejos del mar.
Te quiero ser sincero porque me arde, a lo lejos, una llama de invierno (como cuando el caminante en la estepa, a punto del desmayo, entre ventisca y fiebre, descubre un punto de luz, algo así como la veladura de una casa -siquiera su posibilidad-): he caminado entre el viento por el bosque y me he subido el cuello del abrigo pero he seguido alejándome del punto de partida aún sabiendo que hay árboles que no están tan sujetos a la tierra como para no desgajarse por la furia de una ráfaga de aire.
Así lo he hecho cuando se acercan los días más cortos y la noche cae a plomo, sin avisar, con esa luz tan indefinida que se llama crepúsculo y que -como tan bien evidencia su significado- puede ser tanto crepúsculo del día como crepúsculo de la noche. No te asustes, no hay metáfora en lo que te digo, tan sólo la descripción de un paisaje y su sonido porque me alejo del punto de partida y mi ánimo se turba, es cierto, pero es una turbación sonora, sin carne, sin hueso.
Así me adentré en el bosque y cuando me vi rodeado de maderas y hojas, de tierra y raíces, de hierbas y matojos, de animales pequeños y pequeñas lomas, todos envueltos en el misterio del viento (también yo, amiga, también yo) nos dejamos llevar por la posibilidad de un último encuentro. Quizás el que menos sagrado sentía el instante fuera el perro porque él es en todo inocente, no así la rama que conoce hasta qué punto ha de ser flexible, ni la hierba que aprendió a la intemperie la importacia de dejarse aplastar por lo invisible; no él -el perro- que corría, saltaba, retozaba y mordía el palo con la misma inconsciencia del día en calma, de la tarde que acaba.
Ya dentro del bosque, muy dentro, amiga, muy, muy dentro, escuché por vez primera como gime la madera zarandeada y no sé por qué sentí que me encontraba en un barco encallado en aguas peligrosas, sometido al embate terrible de las olas y a los filos agudísimos de las rocas y ese sonido de cuaderna que cruje, de mástil hecho añicos era el que oía cuando la madera no es nada, es tan sólo tronco, raíz o rama.
Sentí una inmensa alegría porque supe conocer algo enteramente nuevo: el bosque con viento es un barco naufragado. Y ni siquiera pensé que morir pudiera ser algo parecido, algo así como: la muerte es una vida al pairo y me sentí sonado y volví sin ser consciente de que volvía y cuando salí del bosque y el viento arreciaba en la llanura, amiga, me dejé llevar por su capricho y no quise añorar el barco que acababa de abandonar a su suerte como si en realidad hubiera salido de un bosque con viento, al caer la tarde, muy lejos del mar.
Presentación el Miércoles 9 de diciembre a las 20 horas en Función lenguaje, calle Doctor Fourquet 18, Madrid.
Sólo deciros que si andáis por Madrid el miércoles 9 de diciembre, yo presento en Función Lenguaje -que se encuentra en la calle Doctor Fourquet 18 cerca del Museo Reina Sofía- a las 8 de la tarde mi libro de poesía titulado GEN.
Estáis invitados.
Espero veros.
Estáis invitados.
Espero veros.
Primeros escritos de Isaac Alexander extraídos del archivo que me entregó su amante -la cual me ha pedido discreción en cuanto a su nombre- tras el fallecimiento de mi maestro.
Documento 1 escrito en diciembre de 1939 en la ciudad de Caen
1.- El miedo es el primer panóptico Tiene que haber un continuum de miedo. Si un miedo acaba hay que inventar de inmediato otro (o crearlo). Pongamos la última Gran Depresión. ¿Qué ocurre inmediatamente despues? La guerra de España y a continuación la Segunda Guerra Mundial.
¡Lean historias, señores!
El miedo nos vigila sin que nosotros sepamos que nos está vigilando.
El miedo es la torre de vigilancia de las sociedades modernas.
El miedo normaliza el deseo de ser presos de nuestra libertad.
2.- Dios* muere con Nietzsche porque es Nietzsche quien certifica su muerte y como ocurre en la vida civil uno sólo muere cuando acude el médico a certificarlo. Hasta que ese hecho ocurre el muerto -según la ley de los hombres- aún está vivo. El certificado de defunción abre la posibilidad de la herencia.
Muerto Dios, el Hombre** hereda la primacía, le sucede en el trono de la Excelencia.
Dios tuvo una larga vida. Aproximadamente vivió 5.000 años.
El Hombre ha muerto. Su vida ha sido mucho más corta. Podríamos datar la existencia del Hombre como sucesor de Dios durante aproximadamente 200 años.
Muerto el Hombre, ¿qué hereda al Hombre?
* Definir Dios
** Definir Hombre
3.- Panóptico ha heredado al Hombre.
¿Qué es Panóptico? (Qué y no Quién porque lo que hereda al Hombre es un ente* no es un ser**)
Definamos Panóptico: es un tipo de arquitectura carcelaria mediante la cual un guardián colocado en lo alto de una torre central puede vigilar a todos los presos en sus celdas -o en cualquier otro espacio carcelario- sin que el preso pueda saber nunca si es o no vigilado en un momento dado (el guardián ve al preso; el preso no puede ver al guardián si éste no quiere).
El panóptico ejerce su poder siempre sobre el preso porque éste nunca sabe si está siendo vigilado o no y por lo tanto el preso regula su conducta ante el miedo al castigo.
La sociedad es ahora mismo un espacio con una torre central que nos vigila.
Panóptico nos vende que somos libres cuando -por el mero hecho de ser constantemente susceptibles de ser vigilados- somos presos.
* Definir Ente
** Definir Ser
Ensayo
Tags : Escritos de Isaac Alexander Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/11/2015 a las 19:52 | {0}
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Colección
Cuentecillos
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Reflexiones para antes de morir
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
El mes de noviembre
Listas
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Agosto 2013
Saturnales
Citas del mes de mayo
Reflexiones
Marea
Mosquita muerta
Sincerada
Sinonimias
Sobre la verdad
El Brillante
El viaje
No fabularé
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Velocidad de escape
Derivas
Carta a una desconocida
Asturias
Sobre la música
Biopolítica
Las manos
Tasador de bibliotecas
Ensayo sobre La Conspiración
Ciclos
Tríptico de los fantasmas
Archives
Últimas Entradas
Enlaces
© 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023 y 2024 de Fernando García-Loygorri, salvo las citas, que son propiedad de sus autores
Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/12/2015 a las 20:16 | {0}