Convengamos en que acepto. Sólo por un momento. Si acepto, acepto para siempre.
Convengamos en que es posible sacarme de aquí. Que lentamente, bajo el peso de los años, fueras desincrustándome. Supieras arrancar la costra de la tierra que se ha quedado seca como el plasma sanguíneo.
Por supuesto supongamos que sé de lo que estoy hablando. Estamos tú y yo solos en esta cabaña. El invierno nos ha aislado y escuchamos al unísono lejanos berridos de jabato.
Acepto. Te digo, Sí, ¡hazlo!
La noche va cercando nuestro ánimo. Que la luna sea nueva no ayuda. Podemos encender un candil. Podría explicar y decir que la electricidad estaba cortada. La ventisca que había estado soplando todo el día con su acompañamiento de nieve de seguro que habría derribado algún poste, alguno de los que atraviesan el páramo. No habría hombres en estas fechas para ir a repararlo. Seguramente estaremos sin electricidad hasta después de Año Nuevo. Así el candil encendido y las sombras fantásticas que proyectan sobre el muro nuestros cuerpos.
Tú accederías. Estoy seguro. Convengamos la verdad. Dime la verdad. De aquí no saldrá. Es imposible que salga de aquí. No por lo menos a lo largo de la noche. La noche larga que nos espera. La noche de las sombras descomunales sobre el muro. Tu cuerpo y el mío proyectándose.
Convengamos en que estoy dispuesta a aceptarlo. ¿Después? ¿Cómo vivo a partir de entonces? ¿Quién me iba a creer? Solos tú y yo en la cabaña donde nos acostamos por primera vez, hace tanto... después de tanto... después de tanto... No quisiera ponerme melodramática... ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Hasta esta noche tan parecida a la primera y sin embargo tan distinta, tan lejana, sembrada de...? ¿Sabes de lo que hablo? No quisiera que propusieras que fuéramos hasta el lago. No quisiera verlo de nuevo helado, brillando apenas bajo el manto de luz de las estrellas; no quisiera ver la Vía Láctea y preguntarme otra vez cómo se puede ver desde fuera una masa dentro de la cual estamos y que tú me eches la mano por encima del hombro y huelas mi cabello y suspires con un leve estremecimiento de tu entrepierna. No quisiera acabar en la cama contigo como aquella noche tampoco quería acabar en la cama contigo. Si hubiera podido... si hubiera sido brava...
Acéptalo. Acaba aquí. Mi mal ya no es de este mundo. Ya no quiero compartir mi mal con nadie y menos contigo, traidora, infiel a mí, ciega de mí. Mañana podrás contar lo que quieras. Podemos hacerlo en la entrada. Dirás, No me desperté. Debió salir en mitad de la noche y antes de quedarse congelado. Lo último que dijo fue, Mi mal ya no es de este mundo. Nadie hará preguntas. Hicimos muy bien nuestro papel. Somos honrados liberales del primer mundo. Hemos criado. Hemos protegido. Nos hemos comprometido con las orcas. Quién iba a pensar nada distinto a, Debió quedarse helado, sin posibilidad de reaccionar. A ti te tomarán entre sus brazos. Te acompañarán en el sepelio y habrá una solemnidad de trajes oscuros y palabras dichas a media voz que te reconfortarán y te permitirán seguir adelante.
No. No debí acostarme contigo. Tan sólo por eso acepto como acepté: negándolo, abriéndote mis piernas con pudor, despreciando tu olor que era el de un macho ansioso que ha ingerido carne; lo haré y será como el sueño que tuve, una mezcla de eyaculación y sangre.
¡Hazlo! ¡Hazlo! ¡Hazlo!
Convengamos en que es posible sacarme de aquí. Que lentamente, bajo el peso de los años, fueras desincrustándome. Supieras arrancar la costra de la tierra que se ha quedado seca como el plasma sanguíneo.
Por supuesto supongamos que sé de lo que estoy hablando. Estamos tú y yo solos en esta cabaña. El invierno nos ha aislado y escuchamos al unísono lejanos berridos de jabato.
Acepto. Te digo, Sí, ¡hazlo!
La noche va cercando nuestro ánimo. Que la luna sea nueva no ayuda. Podemos encender un candil. Podría explicar y decir que la electricidad estaba cortada. La ventisca que había estado soplando todo el día con su acompañamiento de nieve de seguro que habría derribado algún poste, alguno de los que atraviesan el páramo. No habría hombres en estas fechas para ir a repararlo. Seguramente estaremos sin electricidad hasta después de Año Nuevo. Así el candil encendido y las sombras fantásticas que proyectan sobre el muro nuestros cuerpos.
Tú accederías. Estoy seguro. Convengamos la verdad. Dime la verdad. De aquí no saldrá. Es imposible que salga de aquí. No por lo menos a lo largo de la noche. La noche larga que nos espera. La noche de las sombras descomunales sobre el muro. Tu cuerpo y el mío proyectándose.
Convengamos en que estoy dispuesta a aceptarlo. ¿Después? ¿Cómo vivo a partir de entonces? ¿Quién me iba a creer? Solos tú y yo en la cabaña donde nos acostamos por primera vez, hace tanto... después de tanto... después de tanto... No quisiera ponerme melodramática... ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Hasta esta noche tan parecida a la primera y sin embargo tan distinta, tan lejana, sembrada de...? ¿Sabes de lo que hablo? No quisiera que propusieras que fuéramos hasta el lago. No quisiera verlo de nuevo helado, brillando apenas bajo el manto de luz de las estrellas; no quisiera ver la Vía Láctea y preguntarme otra vez cómo se puede ver desde fuera una masa dentro de la cual estamos y que tú me eches la mano por encima del hombro y huelas mi cabello y suspires con un leve estremecimiento de tu entrepierna. No quisiera acabar en la cama contigo como aquella noche tampoco quería acabar en la cama contigo. Si hubiera podido... si hubiera sido brava...
Acéptalo. Acaba aquí. Mi mal ya no es de este mundo. Ya no quiero compartir mi mal con nadie y menos contigo, traidora, infiel a mí, ciega de mí. Mañana podrás contar lo que quieras. Podemos hacerlo en la entrada. Dirás, No me desperté. Debió salir en mitad de la noche y antes de quedarse congelado. Lo último que dijo fue, Mi mal ya no es de este mundo. Nadie hará preguntas. Hicimos muy bien nuestro papel. Somos honrados liberales del primer mundo. Hemos criado. Hemos protegido. Nos hemos comprometido con las orcas. Quién iba a pensar nada distinto a, Debió quedarse helado, sin posibilidad de reaccionar. A ti te tomarán entre sus brazos. Te acompañarán en el sepelio y habrá una solemnidad de trajes oscuros y palabras dichas a media voz que te reconfortarán y te permitirán seguir adelante.
No. No debí acostarme contigo. Tan sólo por eso acepto como acepté: negándolo, abriéndote mis piernas con pudor, despreciando tu olor que era el de un macho ansioso que ha ingerido carne; lo haré y será como el sueño que tuve, una mezcla de eyaculación y sangre.
¡Hazlo! ¡Hazlo! ¡Hazlo!
230.- Al buscar el orden se produce un desequilibrio.
231.- Me gustaría definir el orden como lo justo. Sé que sería injusto definirlo así.
232.- Un ejemplo de orden: Nunca llames a tu madre por ese nombre común. Llámala siempre por su nombre propio.
233.- Todo hombre se ve sometido a lo largo de su existencia al mismo tipo de presiones. Eso ocurre porque sus sinapsis primeras están listas para enfrentarse sólo a ésas.
234.- Deseamos la desnudez porque nos disgusta ser la piel de otro.
235.- El caballo. El jabalí. El águila. El toro. También una cabeza de chacal sobre un cuerpo humano. Órdenes en desequilibrios.
236.- Consuela tener conocimiento de grandes distancias.
237- La velocidad, en cambio, aturde.
238.- Subió tan alto que se descoyuntó la mente.
239.- Nunca me podré someter a la bajeza de aceptar un gesto inelegante. Cuando lo vivo el cuerpo se me vuelve erizo y cierro los ojillos, pequeños como cabecitas de alfiler.
240- En la risa buscamos aligerar el desorden en el que solemos vivir. Los seres ordenados -sapos, bacterias, encinas, culebras, montañas- no necesitan la risa. Tampoco la buscan.
241.- La lluvia en el pelo. La zozobra del viento. La carrera del animal. La mujer que escucha. El amigo que anima. La noche. Son lugares de orden. Son espacio/tiempos justos.
242.- Decidir implica desordenar a otros.
243.- ¡Qué poco amamos ya la lentitud! Sólo a partir de ella se podría ensayar el perdón. El perdón llevaría al orden. El orden generaría desequilibrio. El desequilibrio implicaría justicia.
244.- No puede haber perdón.
245.- Una cuerda. Un árbol desnudo. Un impala cojo. La calma en el río. Los ojos del cocodrilo.
Los aforismos que van desde el nº 230 al nº 245
-y que se compendian bajo el título de Aforismos (21)-,
son todos responsabilidad del director y autor de esta revista
son todos responsabilidad del director y autor de esta revista
Vivo en el fin de la tierra
donde habitamos los infelices que carecemos de patria.
El día que solté las amarras
se rompió mi corazón.
En este finisterre
la luna jamás aparece.
Cada noche espero,
con ansiedad de adolescente enamorado,
que su blanca esfera
o la mitad de ella,
menos aún: una faja fina
como el más fino albugo de la uña
del dedo meñique del pie de un bebé,
aparezca en el inicio del cielo nocturno
cuando aún quedan en él restos de azul.
Roto el corazón
-en realidad siempre
(la palabra no es exageradamente larga)
lo estuvo-
he de dejar que la pena me ahogue
y desagüen mis ojos la justa para no anegarme.
Seguiré respirando. Lo sé.
Ayer mismo reí
como si el día anterior
mi hermano me hubiera hecho un arrumaco.
Sé, en todo caso,
que el hígado se estaba pudriendo,
le mente generaba sinapsis para sobrevivir,
la soledad y el frío se aliaban conmigo
y los jabalíes
corriendo a mi vera libres y hermosos
me animaban a no temer nada.
Quizá si me hubieran advertido
de que nunca más vería la luna
me habría dejado pisotear
hasta que mis costillas rotas
me otorgaran el consuelo de morir.
¡Qué cerca está el invierno!
¡Si hubiera tenido una patria,
habría conquistado el mundo!
Al carecer de ella fui invadido.
Ahora daría la patria que nunca tuve
por mirar la luna que ya no veo.
Navego plenamente vanguardista. Soy pura vanguardia si entendemos por tal aquélla que tiene como principio primero épater les bourgeois.
¿Cómo se escandaliza hoy a los burgueses? No asisto a clanes, tertulias, foros, convenciones, vacaciones, fiestas. Escribo generosamente, sin buscar el beneficio económico y necesitándolo tanto como el aire que respiro. Reniego de las llamadas redes sociales - expresión que ya en sí misma es un pleonasmo-. Me gusta el campo y las ciudades -todas las ciudades- me parecen feas -por más que, evidentemente, no pueda evitar la fascinación por determinados edificios o construcciones pero si los comparara con casi cualquier conformación natural [de ámbito parejo] siempre encuentro más hermoso el segundo que el primero). No me atraen las multitudes ni sus conmemoraciones ni sus atuendos ni sus complementos.
El estilo es pura basura para la literatura.
Me gustan las fronteras, aquellos lugares como los deltas donde lo salado se une a lo dulce y crean una fauna y una flora frutos del mestizaje de las aguas.
Al mirar la belleza suelo sentir nostalgia.
Siendo mayor, mi alma sigue siendo la de un niño aislado. De ahí mi atracción por espacios callados donde tan sólo se escucha el rumor de la naturaleza que huye de mí como de la peste (que huye de los hombres como de la peste).
Así soy vanguardista a 14 de diciembre de dos mil veintiuno y me importa poco. Lo pensaba hoy mientras caminaba y los colores de las nubes en el cielo me retrotraían al principio de la vida, hace quinientos millones de años.
Luego vino la tarde y por primera vez en mi vida hablé con mi madre.
¿Cómo se escandaliza hoy a los burgueses? No asisto a clanes, tertulias, foros, convenciones, vacaciones, fiestas. Escribo generosamente, sin buscar el beneficio económico y necesitándolo tanto como el aire que respiro. Reniego de las llamadas redes sociales - expresión que ya en sí misma es un pleonasmo-. Me gusta el campo y las ciudades -todas las ciudades- me parecen feas -por más que, evidentemente, no pueda evitar la fascinación por determinados edificios o construcciones pero si los comparara con casi cualquier conformación natural [de ámbito parejo] siempre encuentro más hermoso el segundo que el primero). No me atraen las multitudes ni sus conmemoraciones ni sus atuendos ni sus complementos.
El estilo es pura basura para la literatura.
Me gustan las fronteras, aquellos lugares como los deltas donde lo salado se une a lo dulce y crean una fauna y una flora frutos del mestizaje de las aguas.
Al mirar la belleza suelo sentir nostalgia.
Siendo mayor, mi alma sigue siendo la de un niño aislado. De ahí mi atracción por espacios callados donde tan sólo se escucha el rumor de la naturaleza que huye de mí como de la peste (que huye de los hombres como de la peste).
Así soy vanguardista a 14 de diciembre de dos mil veintiuno y me importa poco. Lo pensaba hoy mientras caminaba y los colores de las nubes en el cielo me retrotraían al principio de la vida, hace quinientos millones de años.
Luego vino la tarde y por primera vez en mi vida hablé con mi madre.
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Teatro
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 30/12/2019 a las 19:13 | {0}