Dibujo Milo Manara
Hoy no ha nevado. El sol ha lucido durante toda la mañana y ha diluido toda la nieve acumulada en los tejados. Tan sólo donde no ha dado el sol la nieve se ha convertido en hielo y los hombres han ido en busca de sal gorda para solucionar el entuerto. Aunque hermosa y llena de una energía que se contagia, la nieve tiene un poso de amenaza. A lo mejor esta intuición viene de muy lejos, está inscrita en el hipotálamo, en esa memoria ancestral, de cuando el fuego aún no nos había convertido en humanos -si hacemos caso a la antigua máxima de que el ser humano es el animal que sabe hacer pan- y así la contemplación de una larga nevada al tiempo que nos proporciona una sensación de exaltación y lentitud también inscribe un pensamiento que se encuentra -por ordenarlo en planos- en un segundo plano y que viene a decir, Vale pero que no dure mucho.
Interior de un Cenobio
Aunque el cenobita se negaba a admitirlo, Milos Amós no dejaba de repetir que aquello había sido un milagro. Sin embargo el cenobita le decía, calmadamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo para pronunciar cada letra, que nada había de milagroso en que un hombre pasara por el mismo lugar que había pasado otro. Milos callaba y respiraba con dificultad. El cenobita entonces le dejaba solo, en una celda austera.
El tiempo, ese extraño personaje de la vida, del cual tan acertadamente hablara Bernardo Soares, se había vuelto loco en la vida de Amos. No lo controlaba en absoluto. No lo podía medir. No supo -durante ¿cuánto tiempo?- dónde estaba la realidad y dónde la ensoñación. No sabía si aquel cenobita era real o si estaba en las puertas de cualquier cielo y aquel era un pedro que esperaba la decisión de su Señor para dejarle o no entrar en su Reino. Sentía algo caliente en sus labios. Sentía algo fresco en su frente. Oía una oración por su curación. Pero, ¿qué enfermedad tenía? En algún momento el cenobita le contestó que quizá fuera una pulmonía porque no sabía cuánto tiempo había permanecido en el páramo, todo lleno de humedad; tampoco sabía cuánta sangre había perdido debido a la herida que se había abierto en su mejilla.
Largas pausas se producían en su consciencia. Cuando despertaba, o mejor dicho cuando volvía a la consciencia -porque tenía la impresión de que las lagunas en sus recuerdos no era necesariamente estar inconsciente, sino también una necesidad de borrar, de borrarse- siempre era de día y escuchaba casi como un arrullo, el trajinar del cenobita.
El tiempo, ese extraño personaje de la vida, del cual tan acertadamente hablara Bernardo Soares, se había vuelto loco en la vida de Amos. No lo controlaba en absoluto. No lo podía medir. No supo -durante ¿cuánto tiempo?- dónde estaba la realidad y dónde la ensoñación. No sabía si aquel cenobita era real o si estaba en las puertas de cualquier cielo y aquel era un pedro que esperaba la decisión de su Señor para dejarle o no entrar en su Reino. Sentía algo caliente en sus labios. Sentía algo fresco en su frente. Oía una oración por su curación. Pero, ¿qué enfermedad tenía? En algún momento el cenobita le contestó que quizá fuera una pulmonía porque no sabía cuánto tiempo había permanecido en el páramo, todo lleno de humedad; tampoco sabía cuánta sangre había perdido debido a la herida que se había abierto en su mejilla.
Largas pausas se producían en su consciencia. Cuando despertaba, o mejor dicho cuando volvía a la consciencia -porque tenía la impresión de que las lagunas en sus recuerdos no era necesariamente estar inconsciente, sino también una necesidad de borrar, de borrarse- siempre era de día y escuchaba casi como un arrullo, el trajinar del cenobita.
Cuento
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/12/2008 a las 10:49 | {0}
Motherwell
A mí me llamó la atención el título del libro Sobre la Historia Natural de la Destrucción, escrito por W. G. Sebald editado por Anagrama. Tengo, en mi ánimo, una tendencia hacia el estudio de este tipo de condiciones humanas, comprender el ánimo de destruir, comprender la destrucción de un ser humano por otro ser humano. Incluso sentí la tentación de establecer una clasificación de las formas de destrucción al más puro estilo de Aristóteles, el Gran Clasificador. Menos mal que no soy Aristóteles ni nada que se le parezca y por supuesto dejé la clasificación para momentos de mayor molicie mental.
El libro resulta ser una post-visión de la destrucción de Alemania al final de la Segunda Guerra Mundial. Y una reflexión acerca del silencio que en la propia Alemania produjo esta destrucción, como si ésta fuera natural, es decir merecida, como si todo un pueblo mereciera el castigo de tres millones de toneladas de bombas sobre 131 ciudades, la muerte de 600.000 ciudadanos, la destrucción de siete millones de casas, la hambruna y el horror por la decisión de sus líderes (es cierto que votados por una mayoría de ellos) de atacar a otros e instaurar un imperio - de razas superiores y legiones entregadas. De ideología guerrera y exaltación del macho. Denostoso con el intelectual y ensalzador del siervo- que duraría mil años.
Un pueblo no es un individuo. Yo no creo que se pueda dar una imagen real del sufrimiento de un pueblo sino se ejemplifica con el sufrimiento de uno sólo de sus individuos. El silencio del pueblo alemán tras ser masacrado demuestra su destrucción, como es su destrucción el relato de una mujer polaca, testigo en los juicios de Nuremberg, que permaneció bajo un montón de cadáveres, entre ellos sus cuatro hijos el más pequeño con tres años, el mayor con nueve, todos ellos asesinados por las SS, ella también asesinada sólo que no la mataron y estuvo con una herida que le abría el cráneo, durante toda una noche y todo un día y al final salvó la vida de forma insospechada. Esa mujer polaca, ante el tribunal, estaba destruida, era las ruinas de su propio haber sido sólo que en este caso, a diferencia de las ruinas de la ciudad de Dresde, no se podía reconstruir. Un ser humano destruido no se puede reconstruir.
¿Cómo se comprende la destrucción por parte de los Aliados? o como pregunta Sebald en su libro, ¿Por dónde habría habido que comenzar una historia natural de la destrucción? ¿Por una visión general de los requisitos técnicos, de organización y políticos para realizar ataques a gran escala desde el aire? ¿Por una descripción científica del fenómeno hasta entonces desconocido de las tormentas de fuego? ¿Por un estudio patográfico (patografia: estudio de los estados morbosos) de las formas de muerte características? o ¿Por estudios psicológicos del comportamiento sobre el instinto de huida y el retorno al hogar?
Me surge otra pregunta: ¿Qué se quiere destruir con la Destrucción? ¿Quién y Qué? Yo respondería: La Destrucción la crean grupos y su intención es destruir otros grupos. Y me explico. Para ello, permitidme que me vaya un poco lejos, Simone de Beauvoir en su libro El Segundo Sexo escribía, hablando de la condición de la mujer, que una de las luchas exclusivas de la mujer era entre su ser como individuo y su ser como generadora/portadora de la especie. La mujer lleva en sí la carga de concebir la Especie pero ese concebir la Especie entra en conflicto con el ser individuo porque ser individuo conlleva negarse a ser Especie. Viene a colación esta idea porque hay un momento en que las personas dejan de ser individuos para ser grupo. El ejemplo más clásico sería la muchedumbre, una masa sin rostros formada por rostros. Un grito unánime de la muchedumbre que surge de mil gargantas. Un acción de la muchedumbre que es la acción de cada uno de sus integrantes. La guerra, por lo tanto, anula en la mayor medida posible le esencia de individuo de un enemigo y lo convierte en tan sólo una parte, insignificante, de ese monstruo deforme y amenazador que es El Enemigo. En la guerra, por lo tanto, no debe haber intrahistoria, sólo debe haber Historia.
Los aliados (sería mejor decir El Grupo Aliados) por lo tanto querían destruir, aniquilar, al Grupo Alemán/Japonés. Y por los resultados parece ser que lo consiguieron. Desde entonces los alemanes no han buscado a otro Hitler. Porque afirmo para los grupos lo que ya dije sobre los individuos: Un grupo destruido no se puede reconstruir.
El libro resulta ser una post-visión de la destrucción de Alemania al final de la Segunda Guerra Mundial. Y una reflexión acerca del silencio que en la propia Alemania produjo esta destrucción, como si ésta fuera natural, es decir merecida, como si todo un pueblo mereciera el castigo de tres millones de toneladas de bombas sobre 131 ciudades, la muerte de 600.000 ciudadanos, la destrucción de siete millones de casas, la hambruna y el horror por la decisión de sus líderes (es cierto que votados por una mayoría de ellos) de atacar a otros e instaurar un imperio - de razas superiores y legiones entregadas. De ideología guerrera y exaltación del macho. Denostoso con el intelectual y ensalzador del siervo- que duraría mil años.
Un pueblo no es un individuo. Yo no creo que se pueda dar una imagen real del sufrimiento de un pueblo sino se ejemplifica con el sufrimiento de uno sólo de sus individuos. El silencio del pueblo alemán tras ser masacrado demuestra su destrucción, como es su destrucción el relato de una mujer polaca, testigo en los juicios de Nuremberg, que permaneció bajo un montón de cadáveres, entre ellos sus cuatro hijos el más pequeño con tres años, el mayor con nueve, todos ellos asesinados por las SS, ella también asesinada sólo que no la mataron y estuvo con una herida que le abría el cráneo, durante toda una noche y todo un día y al final salvó la vida de forma insospechada. Esa mujer polaca, ante el tribunal, estaba destruida, era las ruinas de su propio haber sido sólo que en este caso, a diferencia de las ruinas de la ciudad de Dresde, no se podía reconstruir. Un ser humano destruido no se puede reconstruir.
¿Cómo se comprende la destrucción por parte de los Aliados? o como pregunta Sebald en su libro, ¿Por dónde habría habido que comenzar una historia natural de la destrucción? ¿Por una visión general de los requisitos técnicos, de organización y políticos para realizar ataques a gran escala desde el aire? ¿Por una descripción científica del fenómeno hasta entonces desconocido de las tormentas de fuego? ¿Por un estudio patográfico (patografia: estudio de los estados morbosos) de las formas de muerte características? o ¿Por estudios psicológicos del comportamiento sobre el instinto de huida y el retorno al hogar?
Me surge otra pregunta: ¿Qué se quiere destruir con la Destrucción? ¿Quién y Qué? Yo respondería: La Destrucción la crean grupos y su intención es destruir otros grupos. Y me explico. Para ello, permitidme que me vaya un poco lejos, Simone de Beauvoir en su libro El Segundo Sexo escribía, hablando de la condición de la mujer, que una de las luchas exclusivas de la mujer era entre su ser como individuo y su ser como generadora/portadora de la especie. La mujer lleva en sí la carga de concebir la Especie pero ese concebir la Especie entra en conflicto con el ser individuo porque ser individuo conlleva negarse a ser Especie. Viene a colación esta idea porque hay un momento en que las personas dejan de ser individuos para ser grupo. El ejemplo más clásico sería la muchedumbre, una masa sin rostros formada por rostros. Un grito unánime de la muchedumbre que surge de mil gargantas. Un acción de la muchedumbre que es la acción de cada uno de sus integrantes. La guerra, por lo tanto, anula en la mayor medida posible le esencia de individuo de un enemigo y lo convierte en tan sólo una parte, insignificante, de ese monstruo deforme y amenazador que es El Enemigo. En la guerra, por lo tanto, no debe haber intrahistoria, sólo debe haber Historia.
Los aliados (sería mejor decir El Grupo Aliados) por lo tanto querían destruir, aniquilar, al Grupo Alemán/Japonés. Y por los resultados parece ser que lo consiguieron. Desde entonces los alemanes no han buscado a otro Hitler. Porque afirmo para los grupos lo que ya dije sobre los individuos: Un grupo destruido no se puede reconstruir.
Ensayo
Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 11/12/2008 a las 10:57 | {0}A la hora de la siesta,
en el verano,
en la alta infancia,
cuando los sueños están más cerca que nunca,
se miraban por las ventanas del patio.
Así descubrió el amor
en la niña pelirroja y con pecas.
Esa hora torpe tras el goce en la playa
y repuestas las fuerzas a la mesa;
esa hora de luz muy amarilla que se tumba
en un mar verde, muy verde,
las olas, la arena, los jóvenes.
Más tarde descubriría que,
sujetos a la sensualidad de un cuerpo sometido
a su física, cual huella de gaviota apenas influida
por la ola que no logra borrar su rastro,
como nube quieta sobre un pinar sin viento,
los hombres aman las ventanas.
Poesía
Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/12/2008 a las 11:45 | {0}
Baruch Spinoza
Baruch Spinoza (1632-1677) en el Capítulo III De la vocación de los hebreos y de si el don de profecía fue propio de ellos, de su Tratado Teológico-Político , escribe justo al principio (la cita es un poco larga porque es muy intensa, escrita con mucho gusto y con verdadera humildad. Quizá sean esas las razones que me llevan a pensar que esta idea de la felicidad -la verdadera- no anda muy lejos de ser cierta. En todo caso es un término abstracto con lugares concretos. Por ejemplo casi todos los seres humanos podríamos admitir que una cualidad de la felicidad es la sensación de belleza. Spinoza trae a colación otra vertiente de la felicidad, otro lugar concreto y sin embargo en éste utiliza para describirlo dos términos que me llevan primero a confusión y después a comprensión. No me extrañaría que el sabio Spinoza lo hubiera hecho adrede. Estos dos términos son beatitud y verdad) La verdadera felicidad, la beatitud consiste solamente en el goce del bien y no en la gloria de que un hombre goza exclusivamente. Si alguno se juzga más feliz por disfrutar ventajas de que otros se consideran privados, por ser favorito de la fortuna, ése ignora la verdadera felicidad, la beatitud; y si su alegría no es pueril, sólo puede proceder de envidia o de mal corazón. Solamente en la sabiduría y conocimiento de la verdad reside la felicidad verdadera y la dicha humana, pero en manera alguna procede de que tal sea más sabio que cuál, ni de que los unos estén privados de la verdad que otro posee, porque la ignorancia de aquéllos no aumenta el saber de éste y nada puede agregar a su ventura. El que se goza en su propia superioridad, se regocija de mal ajeno, luego es envidioso; luego es malvado; luego no conoce la verdadera sabiduría, ni la vida verdadera, ni la ventura que es su fruto. La felicidad, pues, consiste solamente en el goce del bien.
Ensayo
Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 09/12/2008 a las 19:25 | {0}
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Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/12/2008 a las 12:12 | {0}