Mi padre (el de más edad, claro) y yo
Una de las cualidades más imprecisas en su palabra o más polisémica en cuanto concepto es -a mi entender- la elegancia. El diccionario de la Real Academia define elegante como: 1) dotado de gracia, nobleza y sencillez 2) Airoso, bien proporcionado 3) Que tiene buen gusto y distinción para vestir 4) Dicho de una cosa o lugar: que revela distinción, refinamiento y buen gusto. María Moliner, apoyando mi tesis expuesta justo al empezar, escribe en su Diccionario de Uso del Español, tras dar unas cuantas definiciones de elegante en relación con el vestir: ("Ser") Se aplica a muy distintas cosas, materiales o espirituales, implicando alta valoración en la escala de valores morales o estéticos; con participación de todas o algunas de estas cualidades: distinción, sencillez, mesura o sobriedad, corrección, gracia, armonía y serenidad; y ausencia de *vulgaridad, mezquindad, exceso o exageración. Voy a ver, por si nos depara alguna sorpresa que aclare ese "se aplica a muy distintas cosas" de que habla María Moliner, qué nos cuenta el Diccionario de Autoridades. Lo he mirado y no nos depara ninguna aclaración superpuesta a las ya expuestas.
Mi padre era un hombre elegante. No siempre era un hombre elegante, a veces era violento y vulgar, pero su corazón y su bonhomía (cuando los avatares de la vida no le llevaban por caminos llenos de alcohol y tragedia, algo que, he de reconocer, le destrozó la vida y las vidas que le rodeaban aunque luego luchara, aunque luego fuera, en los breves momentos de calma, un hombre bueno) le inclinaban a la elegancia.
La elegancia tiene para mí -no viene asociado en las definiciones del diccionario que he encontrado- un relación directa con la percepción de la dignidad. Un persona elegante respetará siempre la dignidad en la acciones de los demás (y por supuesto en sí mismo) y se indignará ante la vulgaridad en el pensamiento o las acciones de los otros (y por supuesto de sí mismo).
Quiero poner un ejemplo y para ello necesito explicar algo de mi genealogía. Yo provengo de una familia aristocrática por parte de padre. Pero ya en la generación de mi padre y en su rama del árbol este aristocratismo (dinero, influencia, títulos nobiliarios, tierras, honores, poder, etc...) se había visto muy menguado. Yo sólo he vivido la "gloria" de mi familia de oídas. Mi padre Antonio García-Loygorri de los Ríos era un liberal y quería que yo fuera abogado o notario, en fin esas cosas pero a mí me dio por ser escritor (o por mejor decir a la escritura le dio porque yo me alistara en sus filas) y como suele ocurrir ser artista es casi imposible (cosa que entiendo: llegar a vivir sin trabajar está al alcance de muy pocos. El artista no trabaja, crea. Otra cosa -si es que es necesario explicitarlo- es lo que cuesta crear y todas esas baratijas morales que emparentarían la creación del artista con el concepto de trabajo) y así, al principio de mi carrera hube de hacer trabajos para poder ser escritor y pagarme mi techo y mi sustento. Uno de los trabajos que hice fue vender cupones de lotería de minusválidos en la puerta del mercado de Vallehermoso de Madrid (lo curioso del asunto es que los fines de semana en la radio de la Comunidad , Onda Madrid, dirigía, escribía y presentaba un programa creado por mí). Un aristócrata sin elegancia (lo son casi todos) se habría avergonzado del trabajo que su hijo hacía a la puerta de un mercado y más si oía cómo el verdulero le decía, ¡Eh, tú, cojo de los cojones, dame un cupón y a ver si me das suerte de una puta vez! (este verdulero era un hombre encantador y bruto. Nunca dejó de comprarme un cupón. Y lo siento pero nunca le dí un premio. Se lo merecía), sin embargo mi padre apareció un día impecablemente vestido, con su americana, su corbata, sus pantalones planchados y perfectos, sus zapatos relucientes, sus manos cuidadas, su alcurnia en todo lo alto, se sentó junto a mí en la puerta del mercado de Vallehermoso y me invitó a un café. Y se fue orgulloso de mí, con una sonrisa en los labios.
Para mí este es un ejemplo de elegancia que entronca directamente con un concepto de dignidad.
Mi padre era un hombre elegante. No siempre era un hombre elegante, a veces era violento y vulgar, pero su corazón y su bonhomía (cuando los avatares de la vida no le llevaban por caminos llenos de alcohol y tragedia, algo que, he de reconocer, le destrozó la vida y las vidas que le rodeaban aunque luego luchara, aunque luego fuera, en los breves momentos de calma, un hombre bueno) le inclinaban a la elegancia.
La elegancia tiene para mí -no viene asociado en las definiciones del diccionario que he encontrado- un relación directa con la percepción de la dignidad. Un persona elegante respetará siempre la dignidad en la acciones de los demás (y por supuesto en sí mismo) y se indignará ante la vulgaridad en el pensamiento o las acciones de los otros (y por supuesto de sí mismo).
Quiero poner un ejemplo y para ello necesito explicar algo de mi genealogía. Yo provengo de una familia aristocrática por parte de padre. Pero ya en la generación de mi padre y en su rama del árbol este aristocratismo (dinero, influencia, títulos nobiliarios, tierras, honores, poder, etc...) se había visto muy menguado. Yo sólo he vivido la "gloria" de mi familia de oídas. Mi padre Antonio García-Loygorri de los Ríos era un liberal y quería que yo fuera abogado o notario, en fin esas cosas pero a mí me dio por ser escritor (o por mejor decir a la escritura le dio porque yo me alistara en sus filas) y como suele ocurrir ser artista es casi imposible (cosa que entiendo: llegar a vivir sin trabajar está al alcance de muy pocos. El artista no trabaja, crea. Otra cosa -si es que es necesario explicitarlo- es lo que cuesta crear y todas esas baratijas morales que emparentarían la creación del artista con el concepto de trabajo) y así, al principio de mi carrera hube de hacer trabajos para poder ser escritor y pagarme mi techo y mi sustento. Uno de los trabajos que hice fue vender cupones de lotería de minusválidos en la puerta del mercado de Vallehermoso de Madrid (lo curioso del asunto es que los fines de semana en la radio de la Comunidad , Onda Madrid, dirigía, escribía y presentaba un programa creado por mí). Un aristócrata sin elegancia (lo son casi todos) se habría avergonzado del trabajo que su hijo hacía a la puerta de un mercado y más si oía cómo el verdulero le decía, ¡Eh, tú, cojo de los cojones, dame un cupón y a ver si me das suerte de una puta vez! (este verdulero era un hombre encantador y bruto. Nunca dejó de comprarme un cupón. Y lo siento pero nunca le dí un premio. Se lo merecía), sin embargo mi padre apareció un día impecablemente vestido, con su americana, su corbata, sus pantalones planchados y perfectos, sus zapatos relucientes, sus manos cuidadas, su alcurnia en todo lo alto, se sentó junto a mí en la puerta del mercado de Vallehermoso y me invitó a un café. Y se fue orgulloso de mí, con una sonrisa en los labios.
Para mí este es un ejemplo de elegancia que entronca directamente con un concepto de dignidad.
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Ensayo
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/01/2009 a las 13:37 | {0}