Podríamos desembarazarnos de esas viejas palabras que agotan los discursos. Escuchamos por ejemplo: la violencia que subyace en la estructura mental de la sociedades dañadas en sus intersticios vitales y semejante discurso nos recuerda, ¡ingratos! a aquel otro de los eventos consuetudinarios que acontecen en la rua que comentaba Juan de Mairena a sus alumnos.
Semejanzas.
O: ¡hasta los cojones de jerigonzas y vacíos!
347.- El hombre no es más que una caña, la más débil de la naturaleza, pero es una caña pensante. No hace falta que el universo entero se arme para aplastarlo: un vapor, una gota de agua bastan para matarlo. Pero aun cuando el universo lo aplastara, el hombre sería todavía más noble que lo que le mata, porque sabe que muere y lo que el universo tiene de ventaja sobre él; el universo no sabe nada de esto.
Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el pensamiento. Por aquí hemos de levantarnos y no por el espacio y la duración que no podemos llenar. Trabajemos, pues, en pensar bien: he aquí el principio de la moral. Blaise Pascal. Pensamientos. Sección V. Traducción Xavier Zubiri.
...entonces ha pensado la vida nueva. En el lado opuesto hay alguien (de nuevo hay alguien) y es nuevo porque es nueva la persona que está al lado y que ahora duerme y durante próximos meses o durante próximos años o hasta mañana (si muriéramos uno o los dos) dormiremos juntos, en la misma cama... También la ventana (ya no es la ventana, ni ese paisaje, ni la alondra, no es la misma alondra, ni el camino por el que tantos y tantos sábados veía transitar a los ciclistas con sus atuendos profesionales y sus cadencias de aficionados) es nueva y mejor hecha, todo hay que admitirlo, porque conserva más el calor del hogar... El amanecer no es el mismo aunque lo sea porque el amanecer nunca es nuevo, nunca será nuevo; en este nuevo amanecer siento el calor del cuerpo de mujer que duerme a mi lado y los primeros pasos que ya no son mis primeros pasos como tampoco es el mismo el aroma del café que me llega mientras me afeito en un espejo que parece devolverme una imagen cuando menos renovada de mí... Recuerdo otro pensamiento de Pascal, Todos los hombres tratan de ser felices. No hay excepción a ello, por muy diferentes medios que para su logro empleen. Todos tienden a ese mismo objetivo... la voluntad no da jamás un paso que no se encamine a ese objeto (la felicidad como objeto, ¡qué feliz hallazgo!, me digo). Es el motivo de todas las acciones de todos los hombres, incluidos aquellos que proceden a ahorcarse... recuerdo mi vida anterior que al ser ya pasada pasa a ser de manera inmediata nueva y medito sobre aquellas tardes en mi habitación cuando escuchaba la queja de la fábrica o el aleteo del mirlo o mi corazón anhelante de una vida que me acercara un poco a la orilla de mi felicidad y al hacerlo renueva en mí un sentimiento que corre parejo con la nostalgia (cierta punzada dolorosa, cierto resquicio de lágrima) sin llegar a cruzarse nunca con ella porque al tomar mi café nuevo, al cerrar la puerta nueva, al encaminarme por mi nuevo camino hacia el trabajo de siempre me llena de gozo este presente, este presente, sí, éste que ya pasó...
Sudorosa admiro (porque no las veo. Las admiro. Están allí. Justo al entrar. Bajo luces de neón blancas. Refulgen con la cera. Que no será de abejas. Será una cera sintética.) el montón de mandarinas en la zona de frutas y verduras del supermercado, el que está cerca de mi casa, cuando la noche y el frío exhalan vaho y prisas. Esas mandarinas. Ese mundo naranja y carnal. Unas encima de otras. Todas tan exactas, todas tan geométricas, todas tan fractales. No añoro cuando las miro. Sólo querría correr un poco más. O dejarme suelta la coleta en este mundo que ahora me atrapa, al que rechazo, al que repudio, con tanto motivao por las aceras. Tan sólo los perros y las mandarinas me dan la paz y las series que logro ver en mi ordenador nuevo cuando ya estoy en la cama y estoy a salvo.
Observo a la anciana que va a buscar a la nieta.
Observo al hombre que empieza a perder la cabeza y quienes lo rodean lo apartan -suavemente, es cierto, pero lo apartan- de los demás como si su demencia fuera contagiosa.
Observo lo que me espera mientras veo cómo una mujer descuidada no escoge las mandarinas sino que las coge al azar como si ese azar le fuera a dar por algún motivo misterioso la razón. Le diría (si me importara algo), No, escoge de una en una, escucha el pálpito de su pulpa, el movimiento de su jugo tras su piel porque un gajo de una mandarina es una explosión y hay que comerlo despacito, mientras abres el grifo de la ducha y se empieza a caldear el baño.
Observo al amigo que besa a la amiga. Ante ellos, en la mesa, mondas de mandarinas que antes hemos comido mientras discutíamos si el sueño de una muchacha desnuda en el instituto es un sueño que soñamos todas.
Observo la jauría.
Sé que desde que tuve a mi perro jamás podré volver a comer carne. No quiero comer carne. Me aporrean lo sesos las imágenes del sacrificio de los animales.
Observo el prado. Juegan los perros. Corren. Se persiguen. Estoy cansada pero voy a estudiar. Estoy cansada y me duele una muela. Pero voy a aguantar y me voy a lavar más los dientes y voy a correr más, más, hasta donde lleguen mis fuerzas y luego me arroparé bien porque fuera hace el frío que corresponde a esta época del año. Y no voy a ceder ni un milímetro. No es tiempo éste de ceder.
¡Qué hermoso montón de mandarinas! y de mandarina me voy a ir hornacina y de ésta a bocina y de bocina a hemoglobina y de hemoglobina a vaina y de vaina a columbina y de columbina a segorbina y de segorbina a concubina y de concubina a polaina y de polaina a cabina y de cabina a lubina y de lubina a cochina y de cochina a mohína y de mohína a lanolina y de lanolina a fina y de fina, claro, a mandarina.
Quiero saber si mañana, cuando vuelva del gimnasio, junto a mi amiga Kandela y pasemos delante del supermecado iluminado con luces blancas, volveré al arrebato mandarina y su estallido de mundo naranja; quiero saberlo ahora que me duermo y la pesadillas acechan tras mis párpados o quizás esta noche en la que el viento ruge y parece el mundo a punto de volar por los aires, soñaré pardo con perros, mandarino reventón y cielo verde con algo de violeta que me lleva a segueta y de segueta a alcahueta y de alcahueta a secreta y de secreta a bayoneta y de bayoneta a luneta y de luneta a cometa...
Observo a la anciana que va a buscar a la nieta.
Observo al hombre que empieza a perder la cabeza y quienes lo rodean lo apartan -suavemente, es cierto, pero lo apartan- de los demás como si su demencia fuera contagiosa.
Observo lo que me espera mientras veo cómo una mujer descuidada no escoge las mandarinas sino que las coge al azar como si ese azar le fuera a dar por algún motivo misterioso la razón. Le diría (si me importara algo), No, escoge de una en una, escucha el pálpito de su pulpa, el movimiento de su jugo tras su piel porque un gajo de una mandarina es una explosión y hay que comerlo despacito, mientras abres el grifo de la ducha y se empieza a caldear el baño.
Observo al amigo que besa a la amiga. Ante ellos, en la mesa, mondas de mandarinas que antes hemos comido mientras discutíamos si el sueño de una muchacha desnuda en el instituto es un sueño que soñamos todas.
Observo la jauría.
Sé que desde que tuve a mi perro jamás podré volver a comer carne. No quiero comer carne. Me aporrean lo sesos las imágenes del sacrificio de los animales.
Observo el prado. Juegan los perros. Corren. Se persiguen. Estoy cansada pero voy a estudiar. Estoy cansada y me duele una muela. Pero voy a aguantar y me voy a lavar más los dientes y voy a correr más, más, hasta donde lleguen mis fuerzas y luego me arroparé bien porque fuera hace el frío que corresponde a esta época del año. Y no voy a ceder ni un milímetro. No es tiempo éste de ceder.
¡Qué hermoso montón de mandarinas! y de mandarina me voy a ir hornacina y de ésta a bocina y de bocina a hemoglobina y de hemoglobina a vaina y de vaina a columbina y de columbina a segorbina y de segorbina a concubina y de concubina a polaina y de polaina a cabina y de cabina a lubina y de lubina a cochina y de cochina a mohína y de mohína a lanolina y de lanolina a fina y de fina, claro, a mandarina.
Quiero saber si mañana, cuando vuelva del gimnasio, junto a mi amiga Kandela y pasemos delante del supermecado iluminado con luces blancas, volveré al arrebato mandarina y su estallido de mundo naranja; quiero saberlo ahora que me duermo y la pesadillas acechan tras mis párpados o quizás esta noche en la que el viento ruge y parece el mundo a punto de volar por los aires, soñaré pardo con perros, mandarino reventón y cielo verde con algo de violeta que me lleva a segueta y de segueta a alcahueta y de alcahueta a secreta y de secreta a bayoneta y de bayoneta a luneta y de luneta a cometa...
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/02/2015 a las 17:55 | {0}