Inventario

Revista literaria y artística escrita y dirigida por Fernando Loygorri
La llamó Laura en honor a Petrarca, no porque ella se llamara Laura. Ella no le dijo su nombre. De hecho estaba convencido de que ella se llamaba Petra por el óvalo de su cara y por los labios que eran gruesos y bien dibujados como los labios -imaginaba- de  David de Miguel Angel. Una mujer con ese óvalo y esa boca no podría llamarse de ninguna otra manera. La llamó Laura para no tener que llamarla por su verdadero nombre. La llamó Laura para llamarla como se llama a las Ideas.
Dijimos que cuando él la vio por vez primera fue en el mes de febrero en un café del centro. No dijimos si fue a primeros de febrero o a finales. Pues bien, fue a principios de febrero y para ser más exactos el día de San Blas y ese dato -que fuera el día de San Blas- le llevó a pensar que Laura estaba destinada a ser su esposa y la madre de sus hijos porque ya lo dice el refrán, Por San Blas la cigüeña verás.
Laura no apareció por el café del centro a lo largo de toda la semana. Él -al que tenemos que llamar de algún modo. Es condición necesaria bautizar a las personas. El nombre propio nos otorga la propiedad de ser, así es que le llamaremos Rubén, nombre que además nos puede llevar por una genealogía que emparente con una de las doce tribus de Israel aunque en este caso las mezclas con gentiles desde más allá del siglo XV dificultaría mucho la investigación- fue todos los días a la misma hora en que la vio por primera vez lo que le suponía una seria alteración de su rutina porque Rubén vivía al sur de Madrid en un pueblo llamado Aranjuez y había ido a aquel café del centro por hacer tiempo hasta que fuera la hora de acudir a una cita con una abogada laboralista que le estaba llevando los papeles de un despido improcedente.
Laura no acudió pero Rubén sí acudió a Laura.

Cuento

Tags : Las manos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/11/2016 a las 14:25 | Comentarios {0}


La cosa empezó en los dedos (¿o por los dedos?). No fue de improviso, más bien empezó siendo una intuición que nació al aire de su olvido. Parece que a sus dedos no les gustó su olvido y así él una mañana intuyó algo en ellos. Aún no era nada. No existía una marca física, un sarpullido, por ejemplo o un resquebrajamiento de la piel. Ahora puede decir que a finales de agosto supo que algo iba a empezar. Sin saber por qué decidió anotar las sensaciones en sus dedos en un cuaderno marrón que guardaba desde el año 1996 en uno de los últimos cajones de su escritorio. Tampoco se preguntó el por qué de ese cuaderno. Por qué había recordado ese cuaderno al que le puso pomposamente el título de Cuaderno Marrón, justo el día en el que en el intersticio entre el dedo anular y corazón de la mano izquierda surgió una mínima señal rojiza. Nada. No era nada. Él tomó su recuperado Cuaderno Marrón y escribió: 6 de septiembre. Señal rojiza entre el dedo anular y corazón de la mano izquierda. Quizá sea la última vez que me quedo mirando el teléfono como si fuera una nave interestelar. La soledad es esto: una mancha rojiza entre los dedos... o su importancia.
Eso escribió el primer día en que sus dedos empezaron a mostrar que la crisis acababa de estallar. Nunca se sabe por dónde empiezan. Nunca se sabe cómo acaban. La crisis, entonces, es la vida porque ¿cómo ocurre que el acto sexual de tus padres? Más ¿cómo ocurre que a tus padres se les ocurriera ese día, en ese instante, acoplarse? ¿Por qué ese óvulo con sus específicas mitocondrias? ¿por qué ese espermatozoide encontró el camino y le quedaron fuerzas para horadar la pared del óvulo y llegar hasta su núcleo? ¿qué ocurrió para que nada se estropeara? ¿qué jodida conjunción de astros se dio para que 40 años más tarde, un mes de febrero se encontrara con la mirada de Laura en un café del centro? ¿Por qué supo? ¿Por qué intuyó -como ahora con los dedos- que la persona que había quedado con ella le había dado plantón y que a ella ese plantón le había dolido especialmente -por qué supo ya que le había dolido especialmente-, decidió levantarse y temblando le dijo: Yo no soy a quien esperas pero a lo mejor soy lo que esperas? Y Laura rió y la risa se le mezcló con alguna lágrima (que ya se había deslizado justo antes de que él llegara) y le respondió, No creo que seas lo que espero. ¿Sabía su madre cuando le estaba abriendo las piernas a su padre que había de tener un hijo estúpido de aquel encuentro? ¿lo intuía cuando menos? ¿Sabía su padre que aquel vaivén de sus caderas montado sobre la grupa de su esposa iba a dar como resultado un vástago emocionalmente desequilibrado? ¿Sabían que su hijo sería capaz de intuir los desastres antes de que aparecieran los síntomas?

Cuento

Tags : Las manos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 06/11/2016 a las 20:22 | Comentarios {0}


En las Bellas Artes: Decoración (dibujo, pintura o escultura) en los monumentos antiguos descubierta en Italia en las excavaciones que se realizaron en el Renacimiento que representan seres fantásticos, composiciones caprichosas donde figuran personajes, aninales y plantas extrañas.
Grotesco viene de la palabra italiana grotta (cueva, gruta).


Grotesque
Monólogo sin personaje
De tus entrañas entonces. Sin calma. Que me abro en canal. No, verte desnuda no es recordar la tierra. Ya tu desnudez no me recuerda a nada, pérfida. Que te has ido. Que ya no me hueles ni yo podré oler tu celo -fuerte olor a sangre de hembra- en los plenilunios. ¡Ah, lasciva, cómo aspiraba el aire cuando la luna estaba preñada y los cielos andaban descubiertos y se abrían de piernas las aguas sin restos de amoniaco en mis venas! ¡Cómo te mordí la boca! ¡Cómo apreté con mis dientes tus pezones! ¡Cómo ordeñé tu pecho una noche vieja en la que todo era nuevo! Ya nada me recuerda a ti excepto mi memoria al despertar cada mañana o una hoja de otoño que cayó desde no sé qué árbol hacia mí ayer cuando volvía o el color del azúcar moreno o el pis según lo que haya comido o un zapateado lento que escuché no sé si en la vida o en los sueños o cuando maniobro en el garaje con el coche o si me detengo en un paso de cebra o si compro leche semidesnatada y unas habas para hacerlas con jamón o si suena el teléfono, perra, a las nueve y media de la noche. Porque en la mesa reposa un libro titulado Aimer l'amour, l'écrire, en la mesa de cristal, en la mesa en la que una tarde, al poco de conocernos, te apoyaste, te bajaste las bragas y me dijiste, ¡Cómemelo! y yo te lo comí y me deshice en elogios de tu coño y balbuceé no sé cuántas expresiones estúpidas sobre tu flujo y manoseé con nerviosidad tus muslos. Y tú y tus ojos, tus grandes ojos, tu boca grande, tus orejas grandes, tus manos grandes, loba, loba, loba que me engulles entero, que me dejas en los huesos para festín de las carroñeras. Sí, arrasaste mi tierra que era fértil y llena de versos; sí, empozoñaste mis manantiales. Mi semen, desde que te fuiste, ya no sabe a almendra y limón sino a vainilla y lubricante artificial. Sí, desnudo de cintura para abajo me has dejado; al aire mis vergüenzas en este día gris, ya el otoño, puta gata de mierda, ¿por qué esta lluvia? ¿por qué me he duchado? ¿por qué lo he dejado todo en silencio? ¿por qué arrastro mis palabras como si fuera un viajero muy cansado en una noche de invierno y tú fueras la única candela que podría calentar mi cuerpo? No te odio y quisiera odiarte para poder insultarte los más pavorosos insultos de amor.
¿Te estás mirando en el espejo de tu cuarto de baño? ¿Has entrado en el salón y has recordado nuestros arrebatos en el sofá de la abuela? ¿Alguna vez te asalta mi mirada? ¿O mi boca? No ronronees. Ya no te escucho excepto si cae la lluvia o viene el matarife con su capapuercos o un fuego artificial estalla de repente o si cruje el árbol en el monte o si rasca un poco el cambio de marcha o cuando hierve el agua, justo antes de poner la pasta o si en la madrugada el trueno me recuerda tu explosión sonora en el orgasmo. ¡Córrete! ¡Córrete! Grita tu placer en mi oído y descansa después, gata muerta, entre mis brazos que yo te dejaré que te pudras sin moverte ni una miajita.

Teatro

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/11/2016 a las 13:24 | Comentarios {0}


Decidle si el ave ha volado hoy
Ayer le dijeron aleteo (y algo sonó -una llama, el aire del fuego- en su cabeza mientras pisaba una y otra vez)
Aseguradle que es cierto que hubo un tiempo de poesía grosera donde la belleza no radicaba en la belleza sino en otra cosa (podría ser como el hielo quema)
No le dejéis esconderse. Sacadle a campo abierto donde ahora el amarillo tiende al gris
Hay que avisarle de que acabó el verano
Tranquilizadle con la aparente lejanía de otra guerra
Nosotros, entretanto, coceremos las primeras ramas de fresno en la marmita de barro
Nosotros abriremos el libro maestro por donde corresponda y anotaremos sin descanso los balances
Nosotros haremos que la nave navegue rumbo al último planeta
y seremos locuaces en la nana
como la rana, a merced de la corriente, apenas pudo serlo con el escorpión a cuestas
Nosotros venderemos cara nuestra piel
Decídselo para que pueda disfrutar del aleteo del ave
si es que hoy el ave aletea
Y si no: nostalgia o caída o como el colibrí, fragilidad
Naturaleza muerta con café. Albert Anker (1877)
Naturaleza muerta con café. Albert Anker (1877)

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 04/11/2016 a las 13:03 | Comentarios {0}


A mi tata Julia


Un año más siguo sin llevar la cuenta de cuánto hace que moriste. En este 2016 ha pasado algo que no puedo dejar de contarte: he estado enfadado contigo. Sí, Julia, que he estado enfadado contigo. Aunque en realidad debería decir el niño Fernando se ha enfadado contigo. El motivo tiene su miga pero más miga tiene aún el que los vivos quieran encizañar con los muertos. Y lo consiguen cuando la cizaña se disimula pongamos por caso en un té verde y así su sabor amargo, su tósigo, apenas lo alcanza a vislumbrar el velo del paladar.
No te voy a contar el motivo ni quién fue el encizañador (o cizañero) sobre todo porque si en una de las posibilidades del Ser tú has trascendido, seguro que eres un ángel que nos sigue protegiendo. Y así en este día treinta y uno de octubre, víspera del día de Todos los Muertos, te siento viva en mi corazón y ya aliviado porque tras mucha razón -que es la única manera que conozco de atacar con fiereza al Mal- me he reencontrado contigo y he escuchado tu voz en años muy lejanos y he visto, en mis sueños de esta noche, dibujada tu sonrisa, y he vuelto a oler el aroma de los geranios en tu ventana y escuchaba tus consejos una tarde de diciembre cuando la lluvia nada mansa caía sobre el Barrio de Vallecas y tú me has escuchado cuando te decía que en mi corazón hay ahora un stock, un almacén de ausencias y tú, de nuevo, como cuando joven te hablaba soñadoramente del amor y del amar, me contestabas, ¡Ay, Fernandito, estás hecho un don Juan de vía estrecha! y esa imagen a mí me hacía sonreír y aliviaba mi dolerme (fíjate hasta dónde ha llegado mi enfado contigo que esta frase la llegué a entender como una crítica real, como una manera de despreciar mi locura de amar, porque amar -no nos engañemos, es una puta locura- sólo que es una locura tan plástica, tan llena de vida y muerte a un mismo tiempo, tan abrasadora que no la cambiaría por ninguna otra locura que en el mundo haya sido) y he revivido tu cervecita con unas aceitunas de Camporreal y la mesa de tu comedorcito y el pisto magistral y manchego y tus filetes rusos y tus uñas rojas y tu saber castellano y campesino que sigue recorriendo mi vida como un libro abierto al que acudo cada tanto.
Nunca te olvido porque olvidarte sería olvidar el rincón protegido de mi infancia; ese rincón donde era igual a mis pares (no el primus inter pares) pero si par con igualdad de derechos para el beso de antes de dormir, para el consuelo en la desdicha, para la ayuda en la necesidad, para el aliento, para el abrazo, para la risa, para el ánimo. Que no se me olvida que dentro de ocho días cumplirías ciento dos años y sigues tan lozana: tortuga marina que navegas los mares siglo tras siglo, con la lentitud sonora de tu concha, y la tranquilidad que da el haber visto las mismas cosas año tras año.
Un beso tan fuerte e inmenso como la frontera que nos separa, Julia Maestre Alarcón de la familia de Los Campera de Argamasilla de Calatrava.

Miscelánea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 31/10/2016 a las 11:38 | Comentarios {0}


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