Querido Mo:
Siempre esperamos lo imposible. Cuando quemábamos a tu madre en el cementerio estaba convencida de que aunque fuera en el último instante aparecerías. Luego me dijeron que estabas trabajando de guardés en la casa de unos señores importantes en los alrededores de Madrid y que andabas escribiendo tus cuitas en uno de esos libros imaginarios que hay ahora en internet. Como podrás comprender me puse a rastrear tu rastro. Pensaba que sería tan fácil como escribir tu nombre en el buscador, que de inmediato aparecerías y yo me pondría a leer. No fue así. Tardé tiempo, mucho tiempo en llegar hasta el libro de ese señor que tanto espacio te ha dejado y que según me dijo el técnico que te buscó -sí, hasta ahí llegué: con unos pequeños ahorros me permití contratar a un informático que dio con el blog de ese señor y con tus escritos y luego pagué, en trabajo, la labor de un traductor. A mis 81 años he cuidado de su madre el doble del tiempo que tú estuviste escribiendo. Menos mal que es una mujer dormida y apenas da la lata- era como buscar un aguja en un ciberpajar (se rió de su propia ocurrencia y a mí no me hizo maldita la gracia).
Una vez terminé de leer me entristeció que no me hubieras mencionado y pensé que seguías tan enfadado como el día en que te bajaste del autobús para no tener ni siquiera que saludarme. Entonces yo también me enfadé, enfado de vieja, ya sabrás lo que es cuando lo seas. Luego pensé en lo herido que debes de estar y como enfermera que fui y que soy, sé muy bien lo que duele una herida mal curada y las consecuencias que puede llegar a tener y te vi esa misma noche, en un sueño, cuando tenías siete años y me sonreías y yo te tenía en mis rodillas mientras tú no parabas de hacer tonterías con una banderita del Brasil que te había llevado esa tarde. Tu madre preparaba la cena y yo sabía lo que había pasado aquella mañana. Y tú no lo sabías.
Han pasado 31 años desde aquel encuentro en el autobús y desde hace 37, todos los 14 de noviembre, he encendido las velas de tus cumpleaños y te he felicitado y comido un pastelillo por tu salud y por tu dicha.
Podría contarte en esta carta lo que pasó entre tu madre y yo pero no sería más que una interpretación de lo que realmente sucedió sólo que eso que sucedió es imposible de reconstruir; podría decirte, con la esperanza de que te alivie y te haga sentir un poco mejor, que durante los últimos meses de la vida de Wislawa volví a estar junto a ella y nos perdonamos; podría generarte cierta culpa si te digo que siempre fuiste para mí el hijo que nunca tuve y que el dolor que sentí por no poder verte fue tan intenso que caí enferma y estuve a punto de de morir; podría decirte, moralmente, que las penas han de quedarse en los intestinos de cada cual y sin embargo te diré que fuiste para mí el sol que nunca veíamos en las calles de Tirana; que en la cárcel en la que vivimos eras la libertad encarnada con tus ocurrencias, tus besos, tu calor y tu amor; que nunca tuve en cuenta tu desplante porque entiendo la juventud y su necesidad de alejarse de lo que le duele y también te diré, después de haberte leído, que me has provocado melancolía al sentir que eres tan parecido a tu madre, tan, tan parecido.
Queridísimo Mo, no me voy a extender, el traductor del que te hablo me cobra por palabra y ya que has renunciado a tu lengua, vaya usted a saber por qué, no quiero yo obligarte a leer esta carta en albanés. Junto a ella te envío este diario que tu madre me entregó antes de morir y sé que si pudiera ver lo que estoy haciendo se sentiría de nuevo traicionada -y de nuevo se equivocaría- porque me rogó que los quemara en el mismo horno que a ella. No he sido capaz. Y cuando te he leído me ha sorprendido... bueno, eso ya lo verás tú si es que aún tienes ojos para ver. Los diarios son ocho -curiosamente el número del infinito-. Te envío el IV.
Mo, mi niño enfermizo, ojos grandes, luz mía, pedacito de vida, cuídate mucho y disculpa a este anciana que siempre, siempre, ha tenido la debilidad de quererte, si con este envío abre heridas que tú creiste cerradas. Porque a veces hay que sajar y limpiar por dentro para purificar y permitir que por fin la carne se una a la carne sin marca indeleble, sin cicatriz.
Vivo donde siempre.
Te quiere, Danila S.
Siempre esperamos lo imposible. Cuando quemábamos a tu madre en el cementerio estaba convencida de que aunque fuera en el último instante aparecerías. Luego me dijeron que estabas trabajando de guardés en la casa de unos señores importantes en los alrededores de Madrid y que andabas escribiendo tus cuitas en uno de esos libros imaginarios que hay ahora en internet. Como podrás comprender me puse a rastrear tu rastro. Pensaba que sería tan fácil como escribir tu nombre en el buscador, que de inmediato aparecerías y yo me pondría a leer. No fue así. Tardé tiempo, mucho tiempo en llegar hasta el libro de ese señor que tanto espacio te ha dejado y que según me dijo el técnico que te buscó -sí, hasta ahí llegué: con unos pequeños ahorros me permití contratar a un informático que dio con el blog de ese señor y con tus escritos y luego pagué, en trabajo, la labor de un traductor. A mis 81 años he cuidado de su madre el doble del tiempo que tú estuviste escribiendo. Menos mal que es una mujer dormida y apenas da la lata- era como buscar un aguja en un ciberpajar (se rió de su propia ocurrencia y a mí no me hizo maldita la gracia).
Una vez terminé de leer me entristeció que no me hubieras mencionado y pensé que seguías tan enfadado como el día en que te bajaste del autobús para no tener ni siquiera que saludarme. Entonces yo también me enfadé, enfado de vieja, ya sabrás lo que es cuando lo seas. Luego pensé en lo herido que debes de estar y como enfermera que fui y que soy, sé muy bien lo que duele una herida mal curada y las consecuencias que puede llegar a tener y te vi esa misma noche, en un sueño, cuando tenías siete años y me sonreías y yo te tenía en mis rodillas mientras tú no parabas de hacer tonterías con una banderita del Brasil que te había llevado esa tarde. Tu madre preparaba la cena y yo sabía lo que había pasado aquella mañana. Y tú no lo sabías.
Han pasado 31 años desde aquel encuentro en el autobús y desde hace 37, todos los 14 de noviembre, he encendido las velas de tus cumpleaños y te he felicitado y comido un pastelillo por tu salud y por tu dicha.
Podría contarte en esta carta lo que pasó entre tu madre y yo pero no sería más que una interpretación de lo que realmente sucedió sólo que eso que sucedió es imposible de reconstruir; podría decirte, con la esperanza de que te alivie y te haga sentir un poco mejor, que durante los últimos meses de la vida de Wislawa volví a estar junto a ella y nos perdonamos; podría generarte cierta culpa si te digo que siempre fuiste para mí el hijo que nunca tuve y que el dolor que sentí por no poder verte fue tan intenso que caí enferma y estuve a punto de de morir; podría decirte, moralmente, que las penas han de quedarse en los intestinos de cada cual y sin embargo te diré que fuiste para mí el sol que nunca veíamos en las calles de Tirana; que en la cárcel en la que vivimos eras la libertad encarnada con tus ocurrencias, tus besos, tu calor y tu amor; que nunca tuve en cuenta tu desplante porque entiendo la juventud y su necesidad de alejarse de lo que le duele y también te diré, después de haberte leído, que me has provocado melancolía al sentir que eres tan parecido a tu madre, tan, tan parecido.
Queridísimo Mo, no me voy a extender, el traductor del que te hablo me cobra por palabra y ya que has renunciado a tu lengua, vaya usted a saber por qué, no quiero yo obligarte a leer esta carta en albanés. Junto a ella te envío este diario que tu madre me entregó antes de morir y sé que si pudiera ver lo que estoy haciendo se sentiría de nuevo traicionada -y de nuevo se equivocaría- porque me rogó que los quemara en el mismo horno que a ella. No he sido capaz. Y cuando te he leído me ha sorprendido... bueno, eso ya lo verás tú si es que aún tienes ojos para ver. Los diarios son ocho -curiosamente el número del infinito-. Te envío el IV.
Mo, mi niño enfermizo, ojos grandes, luz mía, pedacito de vida, cuídate mucho y disculpa a este anciana que siempre, siempre, ha tenido la debilidad de quererte, si con este envío abre heridas que tú creiste cerradas. Porque a veces hay que sajar y limpiar por dentro para purificar y permitir que por fin la carne se una a la carne sin marca indeleble, sin cicatriz.
Vivo donde siempre.
Te quiere, Danila S.
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Narrativa
Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/11/2014 a las 19:28 | {2}