14h 36m
He vuelto de dar mis charlas en el museo. Han sido en esta ocasión dos grupos seguidos, gentes mayores con curiosidad.
11h 51m (día siguiente)
¿Puedo decir que me he cansado? ¿Puedo hablar de una función teatral? ¿Puedo recordar las palabras de Peter Brook el cual aseguraba que un hombre frente a otro sentado en una silla es ya teatro? En estas lucubraciones me encuentro cuando recuerdo que hace dos días le comentó Raúl -un amigo de quien dice escribirme- que hace ya años el que me escribe utilizaba esta manera de contar lo que pasaba, a modo de diario, en este mismo blog (no me gusta la palabra blog, a mí, a Olmo Z.). Tan sólo querría aclarar una cuestión aunque le reste cierta emoción al relato que siga e incluso reste lectores al escritor que lo escribe, Fernando Loygorri, y esta cuestión se resume en la siguiente afirmación: Fernando Loygorri NO ME ESCRIBE, yo no soy una invención suya; por una cuestión de pudor yo no quería que se supiera que no tengo medios para costearme un ordenador, ni una conexión a internet de esas de banda ancha, así es que desde el verano le pedí que me dejara un espacio en su blog, en su casa y en su tiempo para poder expresar esto que sentí la necesidad de hacer. Tan sólo se dedica, por amistad, a corregir mi deficiente español lo que le agradezco en todo lo que vale.
18h 22m
A las cuatro y veinte minutos de la tarde han llamado a la puerta. He contestado con la esperanza de que fuera mi mujer que por mor de unas circunstancias meteorológicas adversas había tenido que volver de Canadá; esperaba oír de nuevo el anuncio de un falso repartidor de pizzas. Pero no ha sido así. En esta ocasión era la cartera -una mujer que se ha convertido desde hace un tiempo en un heraldo del miedo- y cuando me ha dicho que tenía un paquete para mí, he pensado, ¿Qué nueva desgracia trae a mi casa, a mi vida? La he abierto. Volga ha ladrado. Me ha entregado el paquete. La ha despedido amablemente, sé que no se debe matar al mensajero. He visto el matasellos de Albania y de inmediato he pensado en un envío hecho por mi madre desde las cenizas. Lo he sopesado. He dejado el paquete encima de la mesa. Lo he mirado un rato mientras me liaba un cigarrillo.
He vuelto de dar mis charlas en el museo. Han sido en esta ocasión dos grupos seguidos, gentes mayores con curiosidad.
11h 51m (día siguiente)
¿Puedo decir que me he cansado? ¿Puedo hablar de una función teatral? ¿Puedo recordar las palabras de Peter Brook el cual aseguraba que un hombre frente a otro sentado en una silla es ya teatro? En estas lucubraciones me encuentro cuando recuerdo que hace dos días le comentó Raúl -un amigo de quien dice escribirme- que hace ya años el que me escribe utilizaba esta manera de contar lo que pasaba, a modo de diario, en este mismo blog (no me gusta la palabra blog, a mí, a Olmo Z.). Tan sólo querría aclarar una cuestión aunque le reste cierta emoción al relato que siga e incluso reste lectores al escritor que lo escribe, Fernando Loygorri, y esta cuestión se resume en la siguiente afirmación: Fernando Loygorri NO ME ESCRIBE, yo no soy una invención suya; por una cuestión de pudor yo no quería que se supiera que no tengo medios para costearme un ordenador, ni una conexión a internet de esas de banda ancha, así es que desde el verano le pedí que me dejara un espacio en su blog, en su casa y en su tiempo para poder expresar esto que sentí la necesidad de hacer. Tan sólo se dedica, por amistad, a corregir mi deficiente español lo que le agradezco en todo lo que vale.
18h 22m
A las cuatro y veinte minutos de la tarde han llamado a la puerta. He contestado con la esperanza de que fuera mi mujer que por mor de unas circunstancias meteorológicas adversas había tenido que volver de Canadá; esperaba oír de nuevo el anuncio de un falso repartidor de pizzas. Pero no ha sido así. En esta ocasión era la cartera -una mujer que se ha convertido desde hace un tiempo en un heraldo del miedo- y cuando me ha dicho que tenía un paquete para mí, he pensado, ¿Qué nueva desgracia trae a mi casa, a mi vida? La he abierto. Volga ha ladrado. Me ha entregado el paquete. La ha despedido amablemente, sé que no se debe matar al mensajero. He visto el matasellos de Albania y de inmediato he pensado en un envío hecho por mi madre desde las cenizas. Lo he sopesado. He dejado el paquete encima de la mesa. Lo he mirado un rato mientras me liaba un cigarrillo.
10h 51m (día siguiente)
Toda la noche ha reposado el paquete encima de la mesa sin ser abierto. No he soñado. Duermo con una profundidad de abismo (abismado como estoy. Ayer cumplí años en ese ahondarse y como desde siempre pensé que éste sería mi último cumpleaños y luego deseé morir un año más tarde para morir impar). No hay olas en el dormir. Ni vaguedad de sueño (una imagen, un rostro, una sensación, una promesa).
Al levantarme he subido las persianas y el sol, frío, ha entrado en la casa y al abrir las ventanas un aire de sierra ha hecho volar papeles sueltos que tengo por todas partes. En el centro del revuelo se mantiene incólume el paquete llegado desde Albania. No he alterado mis rutinas así es que he puesto la cafetera, he encendido la radio y me he preparado el polen que bebo todas las mañanas; luego me he sentado en el sofá frente al paquete, me he liado un cigarrillo, he dado las primeras caladas y he ido a defecar (mientras lo hago releo Grandes Esperanzas); al volver me he terminado el café y con lentitud he comenzado a abrir el paquete.
Contiene: una carta de Danila, un cuaderno en cuya portada se lee Diario IV de Wislawa Z. 1966-1986 y un foulard de tonalidades verdes al que mi madre siempre cuidó como oro en paño.
Dice Danila en su carta que me ha enviado este regalo para que me llegue el día de mi cumpleaños y que desea que mis 48 años sean llenos de venturas y parabienes. Transcribo a continuación la carta en su totalidad, sin omitir detalle.
Toda la noche ha reposado el paquete encima de la mesa sin ser abierto. No he soñado. Duermo con una profundidad de abismo (abismado como estoy. Ayer cumplí años en ese ahondarse y como desde siempre pensé que éste sería mi último cumpleaños y luego deseé morir un año más tarde para morir impar). No hay olas en el dormir. Ni vaguedad de sueño (una imagen, un rostro, una sensación, una promesa).
Al levantarme he subido las persianas y el sol, frío, ha entrado en la casa y al abrir las ventanas un aire de sierra ha hecho volar papeles sueltos que tengo por todas partes. En el centro del revuelo se mantiene incólume el paquete llegado desde Albania. No he alterado mis rutinas así es que he puesto la cafetera, he encendido la radio y me he preparado el polen que bebo todas las mañanas; luego me he sentado en el sofá frente al paquete, me he liado un cigarrillo, he dado las primeras caladas y he ido a defecar (mientras lo hago releo Grandes Esperanzas); al volver me he terminado el café y con lentitud he comenzado a abrir el paquete.
Contiene: una carta de Danila, un cuaderno en cuya portada se lee Diario IV de Wislawa Z. 1966-1986 y un foulard de tonalidades verdes al que mi madre siempre cuidó como oro en paño.
Dice Danila en su carta que me ha enviado este regalo para que me llegue el día de mi cumpleaños y que desea que mis 48 años sean llenos de venturas y parabienes. Transcribo a continuación la carta en su totalidad, sin omitir detalle.
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Narrativa
Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/11/2014 a las 18:07 | {0}