10h 20m
Ayer anduve en la tarde que era noche. Me dirigí hacia una funcionaria médico en un centro de salud (cuando en realidad se deberían llamar centros de enfermedad; nadie va a estos sitios cuando está sano. Tampoco enseñan salud) para que iniciara el proceso mediante el cual espero convertirme en un absoluto incapaz.
Quiero serlo. Deseo serlo. Necesito serlo con certificado oficial.
Hoy me he despertado rendido. No por la funcionaria médico sino por el paso de eso que no se sabe qué es y que tan sólo logra ser explicado estableciendo una analogía con eso otro tan reglado llamado espacio. Escribo sobre el paso del tiempo. Me rindo a él -fantasma de dimensión- y siento cómo al rendirme me diluyo en él y sólo soy capaz de explicarme no en mí mismo sino mediante analogías. Por ejemplo: soy en tanto en cuanto participo de una conformación membranosa. Lo que tiene membrana es.
10h 36m
...como si quisieran desnudarme, ver mis deformidades, ajustar el grado exacto de imperfección con un instrumental especialmente ideado para ello; si introdujeran esos aparatos para medir la muerte parcial de mi médula espinal; si midieran con codicia el anquilosamiento de mis costillas (tan sólo de mis costillas); como si estuviera escuchando en el gesto de la funcionaria médico, la voz de Wislawa cuando en la niñez se ponía nerviosa por mis espasmos musculares que me hacían babear y poner los ojos en blanco mientras -según su acertada descripción- no dejaba de decir tonterías y luego caía en un estado de letargo que llegaba a durar varias horas.
10h 52m
...estoy dispuesto a irme. A no ser nada. Estoy dispuesto yo, Olmo Z, que caminé por largas y rectas carreteras; que tejí pulseras al borde un acantilado; que corregí un diccionario de esoterismo que me descubrió un mundo fascinante y lleno de eruditos; que conseguí idear una nueva forma de horadar las paredes de la montaña arcillosa; que amé sin saber amar; que gocé sin saber gozar; que atravesé el fantasma del tiempo en carne y hueso; que urdí una forma de comunicación no verbal; que lloré ante el desastre de Ruanda; que nadé tanto que hubo un día en que me creí, por fin, cachalote; que supe hacer reír al amigo; que osé consolar; que al dormir fui consciente de mi inconsciente; que luego negué el inconsciente en un simposio de psiquiatras freudianos y fui, inconscientemente, apedreado; que llegué hasta esta orilla; que la orilla se llama 54; que siguo viendo en la lluvia una suerte de levedad hacia abajo; que me acaricio como si fuera otro; que mantengo las formas ante una funcionaria médico que lleva el pelo recogido como si fuera una monja y tiene la delgadez de sus labios un letargo de empatía, un decaimiento de sonrisa, una lasitud muscular pasmosas y florecen en mí, cuando estoy frente a ella, el alma de la mansedumbre y el sonido del mugido del toro cuando ha sido atravesado por la espada del matador y toda su vida se desliza en sangre, por su costado como la sangre de Cristo hizo que su vida huyera aún clavado en la cruz; que apagué la vida de un amigo y le dejé solo; que no supe morderme la lengua; que arrastro una deuda que jamás podré pagar; que me ausento; que me levanto; que me caigo; que me muero; que desisto; que avanzo y me detengo; que he volado; que he escuchado con una emoción verdadera algunos conciertos para piano; que he mirado como sólo los hombres pueden hacerlo las olas amarillas del mar mediterráneo; que me he desdicho; que he vuelto a afirmar; que he maldecido a una cría de rana; que he dejado que la charca se evaporara; que estoy ahora en el nuevo límite; que no voy a pedir perdón una vez más. Estoy dispuesto a ser incapaz (lo que sé que entraña una contradicción en los términos) y aceptar sin propósito de enmienda que lo fui siempre; siempre en Tirana, la ciudad en la que me vi nacer; siempre en la carretera; siempre en la casas; en los amores siempre; siempre en mi oficio; siempre en las lagunas y en las cimas siempre.
Ayer anduve en la tarde que era noche. Me dirigí hacia una funcionaria médico en un centro de salud (cuando en realidad se deberían llamar centros de enfermedad; nadie va a estos sitios cuando está sano. Tampoco enseñan salud) para que iniciara el proceso mediante el cual espero convertirme en un absoluto incapaz.
Quiero serlo. Deseo serlo. Necesito serlo con certificado oficial.
Hoy me he despertado rendido. No por la funcionaria médico sino por el paso de eso que no se sabe qué es y que tan sólo logra ser explicado estableciendo una analogía con eso otro tan reglado llamado espacio. Escribo sobre el paso del tiempo. Me rindo a él -fantasma de dimensión- y siento cómo al rendirme me diluyo en él y sólo soy capaz de explicarme no en mí mismo sino mediante analogías. Por ejemplo: soy en tanto en cuanto participo de una conformación membranosa. Lo que tiene membrana es.
10h 36m
...como si quisieran desnudarme, ver mis deformidades, ajustar el grado exacto de imperfección con un instrumental especialmente ideado para ello; si introdujeran esos aparatos para medir la muerte parcial de mi médula espinal; si midieran con codicia el anquilosamiento de mis costillas (tan sólo de mis costillas); como si estuviera escuchando en el gesto de la funcionaria médico, la voz de Wislawa cuando en la niñez se ponía nerviosa por mis espasmos musculares que me hacían babear y poner los ojos en blanco mientras -según su acertada descripción- no dejaba de decir tonterías y luego caía en un estado de letargo que llegaba a durar varias horas.
10h 52m
...estoy dispuesto a irme. A no ser nada. Estoy dispuesto yo, Olmo Z, que caminé por largas y rectas carreteras; que tejí pulseras al borde un acantilado; que corregí un diccionario de esoterismo que me descubrió un mundo fascinante y lleno de eruditos; que conseguí idear una nueva forma de horadar las paredes de la montaña arcillosa; que amé sin saber amar; que gocé sin saber gozar; que atravesé el fantasma del tiempo en carne y hueso; que urdí una forma de comunicación no verbal; que lloré ante el desastre de Ruanda; que nadé tanto que hubo un día en que me creí, por fin, cachalote; que supe hacer reír al amigo; que osé consolar; que al dormir fui consciente de mi inconsciente; que luego negué el inconsciente en un simposio de psiquiatras freudianos y fui, inconscientemente, apedreado; que llegué hasta esta orilla; que la orilla se llama 54; que siguo viendo en la lluvia una suerte de levedad hacia abajo; que me acaricio como si fuera otro; que mantengo las formas ante una funcionaria médico que lleva el pelo recogido como si fuera una monja y tiene la delgadez de sus labios un letargo de empatía, un decaimiento de sonrisa, una lasitud muscular pasmosas y florecen en mí, cuando estoy frente a ella, el alma de la mansedumbre y el sonido del mugido del toro cuando ha sido atravesado por la espada del matador y toda su vida se desliza en sangre, por su costado como la sangre de Cristo hizo que su vida huyera aún clavado en la cruz; que apagué la vida de un amigo y le dejé solo; que no supe morderme la lengua; que arrastro una deuda que jamás podré pagar; que me ausento; que me levanto; que me caigo; que me muero; que desisto; que avanzo y me detengo; que he volado; que he escuchado con una emoción verdadera algunos conciertos para piano; que he mirado como sólo los hombres pueden hacerlo las olas amarillas del mar mediterráneo; que me he desdicho; que he vuelto a afirmar; que he maldecido a una cría de rana; que he dejado que la charca se evaporara; que estoy ahora en el nuevo límite; que no voy a pedir perdón una vez más. Estoy dispuesto a ser incapaz (lo que sé que entraña una contradicción en los términos) y aceptar sin propósito de enmienda que lo fui siempre; siempre en Tirana, la ciudad en la que me vi nacer; siempre en la carretera; siempre en la casas; en los amores siempre; siempre en mi oficio; siempre en las lagunas y en las cimas siempre.
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Narrativa
Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/11/2014 a las 10:19 | {0}