¿Qué enfermedades pueden existir en el cuerpo más graves que estas dos, la aflicción y el deseo? Cicerón. Disputaciones tusculanas. Libro III
Derivación a árbol. Perteneciente a la Serie fotográfica Espasmos de Olmo Z. realizada en fecha desconocida
¡Cómo bramaba! Era un quejido apenas velado. Diría que el alma se alzaba en la ladera... si en el alma creyera. La constelación se armaba con una panoplia compuesta de elementos de tipo defensivo (casco, krános; hombrera, epibraxiónion; coraza, thórax; protección del antebrazo, epipêkhÿon; ventrera, mitra; escudo, aspís —generalmente redondo—; muslera, paramérídion; greba, knemis; tobillera, episphÿrion; y protección del pie, epipodíon) y de armas ofensivas (lanza, dóry, de unos 2 m. de longitud; y espada, xíphos, de doble filo). Como una Atenea armada iba. Como una Atenea la recordaba sólo que en lo alto. En lo alto el último mes cuando agosto era una cárcel de cristal y verde. ¡Cómo sollozaba el viento! ¡Cómo se encrespaban las olas en el pantano! ¡Cómo el olor del fango se hacía hiriente mientras la tarde moría en brazos de la noche y el camino se oscurecía a marchas forzadas con el peso de las armas en el cuerpo todo! ¿quién no aceptaría que todos los insensatos están locos como tan bien lo expresó Diógenes Laercio? Y quién en su cordura no aceptaría las palabras de Ennio cuando asegura un alma enferma siempre se equivoca y no es capaz ni de soportar ni de resistir; nunca deja de sentir deseos. ¿Quién no entiende que para el hombre que cruza el ponto en una barquichuela los sentimientos no existen? ¿Quién no aceptaría que el hambre deja de lado las miserias sentimentales y que la necesidad es el mayor enemigo del poeta? ¿Quién no acepta que la madre que ve a su hijo ahogarse tras escapar de una guerra tiene mucho más peso que Atenea vestida para matar y no ser muerta? ¿Cómo no aceptar estas cuatro paredes como el templo del hombre? ¿Cómo -dímelo tú- que asomabas al anochecer como si fueras a tragarme? ¡Oh, fiera! ¡Oh, inmensa! Me dejaré las uñas largas para arañarte. Me afilaré los dientes para morderte. Preparé mis músculos abdominales para encajar tus golpes aunque Donald Trump consiga ser presidente de los Estados Unidos y Rita Barberá se quede tiesa en el escaño del grupo mixto una tarde en el Senado. Desafiaré tu resplandor, firme sobre mis piernas inestables por mucho que exista un paniaguado llamado Pedro Sánchez o cabalgue por las calles destruidas de Damasco un muchacho con una sonrisa rebosante de estupidez. Que me haré fuerte. Que me haré indemne por mucho que siga de ministro Jorge Fernández Díaz o que Putin haya instaurado en el antiguo imperio ruso la ley de la omertá. Y quiera el cielo que no me invoques, ahora que te enseñoreas del orbe y lanzas tu ojo blanco -completo y con manchas- sobre este planeta aislado donde sucumbimos de palabra y obra y los delfines mantienen corteses conversaciones y el milpies se queja de uno y la obrera quisiera ser reina por un día y el día quisiera mañana probar a ser noche. ¡Qué grande estabas! ¡Qué hermosa eras! ¡Cómo me dueles!
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/09/2016 a las 21:36 | {0}