Soflama de Isaac Alexander
Queridos semejantes:
Estoy enjaulado. Ni siquiera la música me la permiten ya. La música, ¡oh, la música! Bañado en lágrimas. Ciego de dolor. Con las escaras abiertas, algunas con pequeños gusanos blancos que me van comiendo la carne alrededor de la cabeza del fémur. Loor en la noches cuando recuerdo los días agrestes; los días de los amigos en lo alto de las cumbres o en las bahías, desnudos ante un sol de la tarde que ya no quería quemarnos sino acariciar naránjamente nuestra piel. Loor, en mitad de este desgarramiento al que me someten, a la muchacha de pubis velludo cuando me entregó en la madrugada del cabo de Trafalgar la mejor de sus enseñanzas. Loor al verso que un día surge. Loor al amigo. Siempre al amigo loor.
Tuve que decidir si dejar hacer. Si callar la boca. Si huir a las islas Feroe. Si ser avestruz o llano en llamas. Quise decidir por mí mismo. Porque si era cobarde, lo era, ¿qué es ese concepto? ¿qué es cualquier concepto sino un remedo ético a la actuación de un individuo? Aunque ahora recuerde la conferencia de Wittgenstein sobre la ética en la cual creo recordar que se preguntaba qué era la ética. ¿Era ético me preguntaba entre los besos de Ludmilla seguir aquí tocando estos senos frente a este mar caribeño mientras un sistema podrido de arriba a abajo se está llevando a tantos de los míos? Mes semblables, mes frères. ¿Sería valiente, me decía, animar a la rebelión pacífica? Pacífica porque la guerra es lo que quieren. Estas gentes poderosas nos están llevando a un estado de guerra porque ellos saben mejor que nadie que la guerra es el gran negocio. Esquilmados todos los demás, sólo queda ése: una guerra terrible, carne fresca a morir, ciudades destruidas, pueblos masacrados, enfrentamientos de hermano contra hermana, de mujer contra marido, de primo contra sobrina. ¡GUERRA, GUERRA, GUERRA, GUERRA! ¡Que vengan los ejércitos! ¡Que se pongan en marcha las industrias del hierro y el acero! ¡Que estén listos los obreros y los ingenieros! ¡Que se gradúen los médicos! ¡Más enfermeras! ¡Más enfermeras! Esto es la guerra. Ellos desean una buena destrucción. Una buena matanza. Sobra ganado humano. Sobran establos. Sobra bienestar. Tenemos que volver al terror. ¡Más propaganda! ¡Más descaro en la estafa! ¡Que se rebelen! ¡Que se rebelen! ¡Que los ciudadanos prendan fuego a los parlamentos! ¡Que los ciudadanos ahorquen a los jueces! ¡Que los ciudadanos asalten los bancos! ¡GUERRA, GUERRA, GUERRA, GUERRA! Esa es la consigna en las más altas esferas.
Así es que me decidí a volver a mi ciudad de origen y soltar mi arenga ante la Dirección General de Seguridad. Tan sólo me dio tiempo a decir: ¡Rebelémonos pacíficamente! No paguemos. No utilicemos los medios de transporte. No cobremos en dinero. No veamos los medios de propaganda. Creemos pequeñas comunidades. Establezcamos el trueque como forma de vida. Abandonemos las ciudades. Volvamos a las cuevas. Hasta que se arruinen. Hasta que no tengan a nadie con quien hacer sus negocios. Destruyamos los ganados humanos. Dejemos de ser piaras de cerdos. Dejemos de ser rebaños de ovejas, cabras, vacas, toros, bueyes y empecemos a ser humanos. Dejemos de tener para empezar a ser.
Y ahí me agarraron y desde entonces me torturan con la imposibilidad de morir; me dejan vivo mientras mi carne se pudre; dejan que mi dolor cese para centuplicarlo después. Y yo, ahora, tan sólo quisiera la mano del amigo, el beso de la muchacha, la música en mis oídos, la tarde en la penumbra y el aleteo de un ave.
Estoy enjaulado. Ni siquiera la música me la permiten ya. La música, ¡oh, la música! Bañado en lágrimas. Ciego de dolor. Con las escaras abiertas, algunas con pequeños gusanos blancos que me van comiendo la carne alrededor de la cabeza del fémur. Loor en la noches cuando recuerdo los días agrestes; los días de los amigos en lo alto de las cumbres o en las bahías, desnudos ante un sol de la tarde que ya no quería quemarnos sino acariciar naránjamente nuestra piel. Loor, en mitad de este desgarramiento al que me someten, a la muchacha de pubis velludo cuando me entregó en la madrugada del cabo de Trafalgar la mejor de sus enseñanzas. Loor al verso que un día surge. Loor al amigo. Siempre al amigo loor.
Tuve que decidir si dejar hacer. Si callar la boca. Si huir a las islas Feroe. Si ser avestruz o llano en llamas. Quise decidir por mí mismo. Porque si era cobarde, lo era, ¿qué es ese concepto? ¿qué es cualquier concepto sino un remedo ético a la actuación de un individuo? Aunque ahora recuerde la conferencia de Wittgenstein sobre la ética en la cual creo recordar que se preguntaba qué era la ética. ¿Era ético me preguntaba entre los besos de Ludmilla seguir aquí tocando estos senos frente a este mar caribeño mientras un sistema podrido de arriba a abajo se está llevando a tantos de los míos? Mes semblables, mes frères. ¿Sería valiente, me decía, animar a la rebelión pacífica? Pacífica porque la guerra es lo que quieren. Estas gentes poderosas nos están llevando a un estado de guerra porque ellos saben mejor que nadie que la guerra es el gran negocio. Esquilmados todos los demás, sólo queda ése: una guerra terrible, carne fresca a morir, ciudades destruidas, pueblos masacrados, enfrentamientos de hermano contra hermana, de mujer contra marido, de primo contra sobrina. ¡GUERRA, GUERRA, GUERRA, GUERRA! ¡Que vengan los ejércitos! ¡Que se pongan en marcha las industrias del hierro y el acero! ¡Que estén listos los obreros y los ingenieros! ¡Que se gradúen los médicos! ¡Más enfermeras! ¡Más enfermeras! Esto es la guerra. Ellos desean una buena destrucción. Una buena matanza. Sobra ganado humano. Sobran establos. Sobra bienestar. Tenemos que volver al terror. ¡Más propaganda! ¡Más descaro en la estafa! ¡Que se rebelen! ¡Que se rebelen! ¡Que los ciudadanos prendan fuego a los parlamentos! ¡Que los ciudadanos ahorquen a los jueces! ¡Que los ciudadanos asalten los bancos! ¡GUERRA, GUERRA, GUERRA, GUERRA! Esa es la consigna en las más altas esferas.
Así es que me decidí a volver a mi ciudad de origen y soltar mi arenga ante la Dirección General de Seguridad. Tan sólo me dio tiempo a decir: ¡Rebelémonos pacíficamente! No paguemos. No utilicemos los medios de transporte. No cobremos en dinero. No veamos los medios de propaganda. Creemos pequeñas comunidades. Establezcamos el trueque como forma de vida. Abandonemos las ciudades. Volvamos a las cuevas. Hasta que se arruinen. Hasta que no tengan a nadie con quien hacer sus negocios. Destruyamos los ganados humanos. Dejemos de ser piaras de cerdos. Dejemos de ser rebaños de ovejas, cabras, vacas, toros, bueyes y empecemos a ser humanos. Dejemos de tener para empezar a ser.
Y ahí me agarraron y desde entonces me torturan con la imposibilidad de morir; me dejan vivo mientras mi carne se pudre; dejan que mi dolor cese para centuplicarlo después. Y yo, ahora, tan sólo quisiera la mano del amigo, el beso de la muchacha, la música en mis oídos, la tarde en la penumbra y el aleteo de un ave.
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Tags : ¿De Isaac Alexander? Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/12/2012 a las 18:59 | {0}