Fragmentos
El asfalto gris claro. El tejado gris claro. Los muros se calientan. La antigua plaza con sus frescos vistos. El arco del suroeste, en la cara de la Carnicería de la Plaza Mayor llamada así porque era donde estaban antiguamente los carniceros y los cuchilleros -de ahí el nombre de Arco de Cuchilleros-, con el fondo de la iglesia de San Isidro -también gris- en la calle que llevaba a Toledo.
Los rostros variopintos. Los rostros de las vidas. Rostros como agujas de reloj tras la esfera de cristal. Rostros venidos de lejanos países. Rostros que me llevan en muchas ocasiones a embarcaciones inestables en alta mar. Los migrantes son los héroes actuales. Para mí, para mi sentimiento. Me gusta el término migrantes (lo he leído en los carteles de propaganda electoral para las elecciones ecuatorianas), más que emigrantes, porque migrante es que migra como algunas aves, como algunas mariposas, por ejemplo las Uranias Ripheus, unas extrañas mariposas que tuvieron como familia un destino fatal. Nunca se supo por qué las Uranias en su migración para desovar (un viaje de miles de kilómetros) se adentraban en el océano Pacífico y allí, en mitad del océano iban cayendo, agotadas, hasta casi desaparecer.
La esquina de la calle Calatrava donde fui feliz.
Un encuentro con personas con las que hablas, a las que miras. Un encuentro largo. Un encuentro suave. Hay algo de lo que puedes hablar.
La tarde va cayendo. Camino por la calle Toledo, luego por la calle Colegiata, llego hasta la plaza de Tirso de Molina, la atravieso, me encuentro con la calle de los Cañizares, nunca había estado en esa calle pequeña con un fondo de iglesia, camino por ella, llego hasta la calle Atocha y giro a la izquierda para bajar por la calle Huertas. Me siento en un banco. Me fumo un cigarrillo. Entro en El Diario y empieza la noche con Andrés.
La mirada. La conversación. Hermosa y divertida. Como si nos hubiéramos visto ayer por última vez en esa situación (cuando hace quizá más de diez años que no se producía). Y las cervezas y la borrachera. Y la mirada de Andrés.
En mitad de la madrugada sin apenas ver donde apoyo el bastón, dando eses en la plaza del Ángel (hay un ángel guardián de los borrachines) hasta que caigo y salen volando mi cartera y mi bastón. Entre la nebulosa me ayudan cuatro jóvenes a levantarme. Atravieso, solitaria, la Plaza Mayor y por fin me veo en la cama. Todo me da vueltas, es cierto, y me siento, mientras me duermo, sereno.
Los rostros variopintos. Los rostros de las vidas. Rostros como agujas de reloj tras la esfera de cristal. Rostros venidos de lejanos países. Rostros que me llevan en muchas ocasiones a embarcaciones inestables en alta mar. Los migrantes son los héroes actuales. Para mí, para mi sentimiento. Me gusta el término migrantes (lo he leído en los carteles de propaganda electoral para las elecciones ecuatorianas), más que emigrantes, porque migrante es que migra como algunas aves, como algunas mariposas, por ejemplo las Uranias Ripheus, unas extrañas mariposas que tuvieron como familia un destino fatal. Nunca se supo por qué las Uranias en su migración para desovar (un viaje de miles de kilómetros) se adentraban en el océano Pacífico y allí, en mitad del océano iban cayendo, agotadas, hasta casi desaparecer.
La esquina de la calle Calatrava donde fui feliz.
Un encuentro con personas con las que hablas, a las que miras. Un encuentro largo. Un encuentro suave. Hay algo de lo que puedes hablar.
La tarde va cayendo. Camino por la calle Toledo, luego por la calle Colegiata, llego hasta la plaza de Tirso de Molina, la atravieso, me encuentro con la calle de los Cañizares, nunca había estado en esa calle pequeña con un fondo de iglesia, camino por ella, llego hasta la calle Atocha y giro a la izquierda para bajar por la calle Huertas. Me siento en un banco. Me fumo un cigarrillo. Entro en El Diario y empieza la noche con Andrés.
La mirada. La conversación. Hermosa y divertida. Como si nos hubiéramos visto ayer por última vez en esa situación (cuando hace quizá más de diez años que no se producía). Y las cervezas y la borrachera. Y la mirada de Andrés.
En mitad de la madrugada sin apenas ver donde apoyo el bastón, dando eses en la plaza del Ángel (hay un ángel guardián de los borrachines) hasta que caigo y salen volando mi cartera y mi bastón. Entre la nebulosa me ayudan cuatro jóvenes a levantarme. Atravieso, solitaria, la Plaza Mayor y por fin me veo en la cama. Todo me da vueltas, es cierto, y me siento, mientras me duermo, sereno.
San Agustín en su tratado sobre la música le pregunta a su discípulo, ¿Qué es la música? Y el discípulo le contesta, No me atrevo a responder.
En la Tablilla VIII del Poema de Gilgamesh, el héroe, al perder a su amigo Enkidu quiere ofrecerle una flauta coralina mientras se lamenta de que su amigo ya no le pueda oír.
¡Amigo mío, mulo errante,
onagro montaraz, pantera de la estepa;
Enkidu, amigo mío, mulo errante,
onagro montaraz, pantera de la estepa!
¡Fuimos a una y escalamos [la montaña];
capturamos el Toro del Cielo [y lo matamos];
abatimos a Humbaba,
[que vivía] en el Bosque de los Cedros!
Y ahora, ¿qué sueño te ha arrebatado
para que en ti te hayas perdido
y ya no me oigas?
Libro tibetano de los muertos: en el momento de la muerte, cuando todavía la conciencia del fallecido deambula por el canal central del sistema nervioso, se deberá repetir una oración al recaudo de su oído con la finalidad de implantarla en su mente.
Según Ramón Andrés en su libro El Mundo en el Oído, editado por Acantilado, el que conocemos como Libro Tibetano de los Muertos, cuya denominación le fue dada por su primer editor W.Y. Evans-Wentz en 1927, tiene, sin embargo, un título original muy revelador: Bardo Todol (bar.do' i.thos.grol), esto es, Liberación por audición en el estado intermedio
El sonido es un espacio. La música propone un orden a ese espacio.
En la Tablilla VIII del Poema de Gilgamesh, el héroe, al perder a su amigo Enkidu quiere ofrecerle una flauta coralina mientras se lamenta de que su amigo ya no le pueda oír.
¡Amigo mío, mulo errante,
onagro montaraz, pantera de la estepa;
Enkidu, amigo mío, mulo errante,
onagro montaraz, pantera de la estepa!
¡Fuimos a una y escalamos [la montaña];
capturamos el Toro del Cielo [y lo matamos];
abatimos a Humbaba,
[que vivía] en el Bosque de los Cedros!
Y ahora, ¿qué sueño te ha arrebatado
para que en ti te hayas perdido
y ya no me oigas?
Libro tibetano de los muertos: en el momento de la muerte, cuando todavía la conciencia del fallecido deambula por el canal central del sistema nervioso, se deberá repetir una oración al recaudo de su oído con la finalidad de implantarla en su mente.
Según Ramón Andrés en su libro El Mundo en el Oído, editado por Acantilado, el que conocemos como Libro Tibetano de los Muertos, cuya denominación le fue dada por su primer editor W.Y. Evans-Wentz en 1927, tiene, sin embargo, un título original muy revelador: Bardo Todol (bar.do' i.thos.grol), esto es, Liberación por audición en el estado intermedio
El sonido es un espacio. La música propone un orden a ese espacio.
Ensayo
Tags : Sobre la música Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/04/2009 a las 09:39 | {0}
La tarde tiene el aliento del otoño. El viento se ha ido yendo y ha quedado, suspendido sobre el lago, el rizo último del viento aquel. Los hojas de los árboles brillan, con la quietud de un color amarillo que va a dejar de ser, tan sólo por uno de sus lados; en el otro las hojas son verdes y oscuras. El lago sin embargo mantiene sus aguas doradas. Apenas las ondas alteran la gama. Ni un pez, ni un insecto. Todo está quieto en el lago. Nada se escucha en el lago. Sí a su alrededor, en la tierra, una carrera, un suspiro, un canto. Entre montañas, muy encerrado, se admira el lago Hoo-Shon en sus aguas doradas.
Cuento
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 21/04/2009 a las 22:13 | {2}
Leonardo da Vinci, El Corazón.
Ayer me levanté tarde (pensé, Tengo que volver a escribir ensayitos sobre los temas más dispares en la página, demasiado diario. Luego me dice otra conciencia, Escribe lo que tengas que escribir, esa es tu libertad y la de los lectores será seguir leyéndote o dejarte una temporada). La noche anterior Pedro y yo estuvimos de conversa hasta altas horas de la madrugada. Violeta dormía en casa de su prima Paula. La vida en Madrid seguía siendo amable. Hacia las dos me fui a comer a casa de mi madre.
Estuvimos Violeta y yo en el cine Capitol, en la calle Gran Vía y luego vinimos caminando hasta la calle Mayor, nuestra nueva casa. Ella estuvo a gusto. Quizá fue en ese momento, cuando la veía meterse en su cama, arroparse y quedar dormida cuando me vino a la cabeza la pregunta y su respuesta. Pero fue muy rápido, no permaneció ninguna en mi cabeza. Seguí con la rutina del día. Dormí a pierna suelta hasta la mañana del domingo sin que ni la pregunta ni la respuesta acudieran de nuevo a mí, sin recordarlas siquiera. Nos vino a buscar Tito y nos fuimos con él, Pilar y Candela a pasear por la plaza de Oriente y luego tomamos un aperitivo por las viejas calles de la ciudad y comimos en su casa y Violeta hizo sus ejercicios y luego la llevé a casa de su madre en el coche. Entonces quedé con un amigo al que no veía hace mucho tiempo y hablamos y mientras hablábamos la pregunta y su respuesta de la noche anterior volvieron a acudir pero esta vez de una forma clara y persistente.
Yo podía hablar de otras cosas y fue de hecho lo que hice pero mi cabeza y mi hígado estaban en otro sitio, estaban en esa pregunta y en esa respuesta que eran, ambas, concisas y verdaderas sólo que me producían -por esas mismas cualidades- un grado de perplejidad increíble como si me hubiera despertado de un sueño muy real, como si las razones de los seres humanos me hubieran cogido siendo mapache y una vez vuelto a mi condición humana se me hubiera esclarecido -y de ahí la perplejidad- una cuestión a la que paradójicamente yo daba la respuesta correcta con argumentos equivocados (incluso contrarios a la propia respuesta).
Me acosté la noche del domingo con esa desazón en el alma. Con la sensación de ser un ingenuo. Y así el fin de semana me trajo las evidencias de que tengo una relación preciosa con mi hija y de que soy, en el buen sentido de la palabra, un hombre bueno.
Estuvimos Violeta y yo en el cine Capitol, en la calle Gran Vía y luego vinimos caminando hasta la calle Mayor, nuestra nueva casa. Ella estuvo a gusto. Quizá fue en ese momento, cuando la veía meterse en su cama, arroparse y quedar dormida cuando me vino a la cabeza la pregunta y su respuesta. Pero fue muy rápido, no permaneció ninguna en mi cabeza. Seguí con la rutina del día. Dormí a pierna suelta hasta la mañana del domingo sin que ni la pregunta ni la respuesta acudieran de nuevo a mí, sin recordarlas siquiera. Nos vino a buscar Tito y nos fuimos con él, Pilar y Candela a pasear por la plaza de Oriente y luego tomamos un aperitivo por las viejas calles de la ciudad y comimos en su casa y Violeta hizo sus ejercicios y luego la llevé a casa de su madre en el coche. Entonces quedé con un amigo al que no veía hace mucho tiempo y hablamos y mientras hablábamos la pregunta y su respuesta de la noche anterior volvieron a acudir pero esta vez de una forma clara y persistente.
Yo podía hablar de otras cosas y fue de hecho lo que hice pero mi cabeza y mi hígado estaban en otro sitio, estaban en esa pregunta y en esa respuesta que eran, ambas, concisas y verdaderas sólo que me producían -por esas mismas cualidades- un grado de perplejidad increíble como si me hubiera despertado de un sueño muy real, como si las razones de los seres humanos me hubieran cogido siendo mapache y una vez vuelto a mi condición humana se me hubiera esclarecido -y de ahí la perplejidad- una cuestión a la que paradójicamente yo daba la respuesta correcta con argumentos equivocados (incluso contrarios a la propia respuesta).
Me acosté la noche del domingo con esa desazón en el alma. Con la sensación de ser un ingenuo. Y así el fin de semana me trajo las evidencias de que tengo una relación preciosa con mi hija y de que soy, en el buen sentido de la palabra, un hombre bueno.
Diario
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 19/04/2009 a las 12:27 | {0}
Escrito por Violeta García-Loygorri Tinajas.
Edad: 10 años
La Reina Guirnalda con su corona de Golosinas dibujada por Violeta
Érase una vez un lugar donde sólo se comían golosinas. Este lugar se encontraba al norte de Francia pero se hablaba español. El lugar se llamaba Golosolandia.
Un día todos los niños de Golosolandia se pusieron enfermos, todos los padres de Golosolandia se pusieron enfermos y todos los ancianos de Golosolandia estaban más frescos que el agua. Era un virus muy extraño porque los ancianos y los que no tenían hijos no se contagiaban, en cambio los demás sí.
Alrededor de Golosolandia había unos pueblos como Enfermoslandia donde todo el mundo estaba enfermo; Listolandia donde todo el mundo era muy listo o Pelucaslandia donde todo el mundo llevaba una peluca. Ya te habrás dado cuenta de que no tienen nada en común, bueno, sólo una cosa: en todos esos pueblos hay médicos y como los habitantes de los pueblos eran muy amigos, los médicos de estos pueblos se acercaron a ver tal virus. Ninguno supo arreglarlo y buscaron otros médicos en Francia, cosa que no les sirvió de mucho. Así se recorrieron medio mundo, buscando médicos, hasta que no tuvieron más remedio que ir a Tenebrosolandia. Allí no existía el color por lo que cuando entraron hubo una gran admiración. Preguntaron por el hospital y les dijeron que allí no había y que si necesitaban medicinas que fuesen a la cueva de Sarpios. Sarpios era el brujo más malo de todos los malos aunque él decía que no. Les dio un bote de Axpiritolucacina con un papel en el que ponía esto: Si al tomar esto estornudáis, con vuestra vida acabáis. Firmado: Sarpio
Todos estaban muertos de miedo y dudaron mucho si cogerlo pero lo aceptaron porque no había otro remedio. Salieron pitando y llegaron a Golosolandia, comieron y se tomaron eso procurando no estornudar. Al cabo de un minuto a todos les empezó a picar la nariz. "¡Achchchciiiiis!" dijo uno. ¡Achchchchchiiiiissssss!", dijo otro y así durante cinco horas seguidas. Parecía que cantaban una canción: Achis, Achus, Achos, Achiro, Achero, Chon.
Esa noche todos dormían intranquilos por aquella misteriosa advertencia. Al día siguiente todos se despertaron normal pero verdes y muy bajitos. Al acostarse estaban un poco incómodos en la cama, pero, si supiesen la sorpresa del día siguiente ¡¡¡¡ERAN SAPOS Y RANAS!!!! Todo el pueblo se había convertido en asquerosas ranas. TODO EL PUEBLO. La reina superenfurecida le mandó esta carta a Sarpios: Si tú nos has hecho esto, yo algo peor te podré hacer. Fdo: Guirnalda, Reina de Golosolandia.
Y así se alzaron en armas (de golosinas, claro) contra ellos. Y ganaron y ya vuelven a ser ellos mismos.
FIN
Invitados
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 17/04/2009 a las 10:41 | {0}
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Diario
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/04/2009 a las 14:45 | {0}