Análisis objetivo/subjetivo de una interpretación.
Podemos aceptar que la realidad es inefable. No podemos con nuestros medios humanos conocer la realidad. Todo lo que un ser humano percibe es interpretación y por lo tanto la Verdad, como se dice posmodernamente, se ha vuelto líquida. Es cierto que vivimos una época líquida.
La vida sólo se puede explicar desde un espacio tiempo y esas coordenadas nos llevan, necesariamente, a la noción y percepción de la causalidad. En el espacio/tiempo la causalidad toma carta de naturaleza. Parece la vida. La única vida posible. Sólo que hay creencias, intuiciones, certezas que también nos dicen que la causalidad es mera apariencia y no sólo desde campos metafísicos o religiosos sino también desde la ciencia más pura y actual: la física cuántica, por ejemplo, que desdice la realidad en cuanto se le aplica el microscopio. La verdad entonces se vuelve un territorio cuasi mágico, cuasi cuántico; la verdad debería ser ese lugar en el que el observador y lo observado, al influirse mutuamente mediante el acto de la observación, generara una explicación objetivo/subjetiva de un hecho dado. Sólo que observar no es mirar. No puede ser mirarlo todo. Por lo menos en mi caso y si lo reduzco a mi caso no es porque crea que sea posible que haya seres humanos capaces de mirarlo todo, de observarlo todo, sino por que me parece que soy un buen sujeto de observación. Un ejemplo de mi incapacidad para abarcarlo todo: los pasos canadienses; hasta que no vi cómo unas personas abrían una puerta que se encontraba a un lado del paso, no vi esa puerta; de hecho mi perro y yo atravesábamos el paso con el máximo cuidado posible; es más cuando ayer iba con mi hija por el camino de los pasos canadienses, le dije que en uno de ellos seguro que no había puerta, seguro; cuando llegamos a ese paso Violeta me señaló no una sino dos puertas. Es cierto que yo no conocía la mecánica de los pasos canadienses y también lo es que aún no he aprendido a mirar este espacio nuevo, el espacio de las montañas y los ganados; Violeta tampoco conoce el espacio y ella sí supo ver las puertas desde el primer momento (yo le había indicado previamente mi descubrimiento en el primero de los pasos). ¿Habría visto las puertas si no se lo hubiera dicho? Este ejemplo es una analogía con lo que no soy capaz de ver a la hora de establecer un marco de verdad en la vida que he vivido; a la hora de establecer un marco de verdad con respecto a las relaciones que han buscado destrozarme -sacrificarme- muy probablemente no con el afán de destrozarme en sí sino como medio para no sacrificarse/quedar destrozados ellos (ellos: la familia, los padres, los hermanos). A la figura del chivo expiatorio me refiero. Me refiero también a lo que supone el sufrir ese papel. Me refiero también a que los que te someten a semejante papel no sean capaces de reconocerlo para a partir de ahí generar una catarsis que quizá pueda sanar. Me refiero a que es un estado que se vive en silencio. Me refiero a que es muy complejo describirlo sin caer en un exceso de victimismo y más cuando los que te sometían a ese estado no cesaban de repetírtelo. Insisto (porque lo he escrito ya más de una vez y cien veces): se crean sinapsis neuronales, circuitos de culpa y vergüenza. Escribir sobre esa verdad es muy delicado, el equilibrio entre el observador y lo observado cuando parte de lo observado forma parte del ser del observador (mecánica cuántica de las emociones); también al observar una hierba silvestre, ésta entra a formar parte del observador, ahí se encuentra el quid de la cuestión.
Este va a ser mi afán. No sé hasta dónde voy a ser capaz de llegar. Recuerdo a A., el hermano de una mujer a la que conozco hace muchos años, que publicó en la red una análisis freudiano de su vivencia familiar. He de reconocer que a mí, que conocía bastante bien a su familia y sus relaciones, me dio pudor la desnudez con que establecía las causalidades en su análisis. No sé si al ejercer mi idea de la verdad, seré capaz de trascender el pudor. Por si acaso hoy, primer día de mi sexagésimo primer año de vida, escribo cauto.
La tentación de san Antonio, por Pieter van der Heyden a partir del dibujo de Pieter Brueghel el Viejo, 1556
Anoche lo escuché con claridad. Mis manos bajo el edredón. Estaba muy dormida. Soñaba con violencias en los bloques de los que, puedo escribir, salí huyendo. Mis manos bajo el edredón se movían solas, sometidas al vaivén de la pesadilla; debía ser que me estaba desangrando por los muslos. Al comenzar a despertar sentí cómo mis manos -como si fueran torniquetes- apretaban con fuerza el muslo izquierdo. Probablemente esa presión fue la que me despertó. Entonces lo escuché. Lo escuché con claridad y volví a caer dormida. Luché un instante -no sé cuánto tiempo duró eso que llamo instante- por no volver al sueño convencida, como estaba, de que caería de nuevo en la pesadilla. Así fue: vuelvo al momento en que un padre está dando una paliza descomunal a uno de sus hijos mientras los vecinos, que son amigos suyos, beben alegremente y jalean la paliza; el niño no debe de tener más de ocho años y aunque sienta una antipatía rayana con el odio por él, me parece una salvajada a lo que estoy asistiendo. Yo lo veo todo desde la sala de mi casa. Tengo cerradas las cristaleras de la ventana. Ahogados me llegan los gritos del niño, el jaleo de los vecinos, la ira del padre que incansable golpea una y otra vez el cuerpo de su hijo que se va dejando vencer y cae ya de rodillas, hecho un ovillo, las piernas ensangrentadas, el rostro desfigurado, parece que se ha hecho pis y también ha defecado; de repente el niño se queda inerme, todo su cuerpo se relaja mientras el padre lo muele a patadas y puñetazos en una interminable, infatigable paliza.
Mientras paseo pienso en la idea de renuncia. Este alejamiento va a suponer renuncias. Por ejemplo he de renunciar a poder comprar comida japonesa. En estos primeros días es lo que más echo de menos: la abundancia de productos. También me ha vuelto un deseo nuevo por fumar. Lo dejé hace cuatro años. No había sentido hasta ahora un deseo tan vehemente. Una renuncia que me tienta a renunciar a ella. Mientras paseo con las primeras luces de la mañana, siento que por la noche escuché algo con claridad pero al contrario de cuando me desperté no logró saber qué fue exactamente lo que escuché y por qué al recordarlo me recorre un escalofrío por el espinazo .
De vuelta hacia la casa vuelvo a ver a un hombre viejo que pasea con dos perros más jóvenes que él; el hombre parece emanar cierta serenidad y eso me hace mirarme a mí misma y provoca un pensamiento de palabras, No eres sabia. Eso pienso, No, no eres sabia. Ese hombre con sus dos perros me da la sensación de ser tan nuevo como yo en estos campos; ambos nos movemos como si fuéramos de ciudad; hay en él -parece- un gusto por la contemplación. Cuando le he visto estaba subiendo por la ladera -no demasiado empinada- de una colina y cada poco se detenía y miraba en rededor con notable interés. Imagino que acabaremos conociéndonos. Algún día nos cruzaremos en el camino, nos saludaremos y al poco tiempo surgirá, de forma natural, una conversación. Ambos vivimos en este pueblo que no llega a los cuatrocientos habitantes. Yo vengo de una ciudad de tres millones. ¿De qué ciudad vendrá él?
¿Qué escuché en la madrugada que me aterró? ¿Por qué no ladró Persia? ¿De nuevo seres del Anima mundi?
Narrativa
Tags : Diarios de la Garganta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/11/2021 a las 19:07 | {0}Desde el silencio de la mañana, siento que se acerca.
Existe también silencio cuando tecleo.
La espera siempre me impacientó. Siento que se acerca.
Tengo junto a mí un grueso cuaderno que me regalaron dos que fueron amigos (las personas transitan por nuestras vidas y la mayoría de ellas acaban desapareciendo. Al escribir el inicio del paréntesis ya me contradigo y de inmediato pienso que no a todas las personas les ocurrirá lo mismo. Probablemente sí en las grandes ciudades de Occidente. Del Oriente poco sé como tampoco conozco mucho el Septentrión o el Austro; quizás en esas regiones las relaciones sean otras; intuyo que en alguna ni siquiera se den relaciones de amistad), vuelvo entonces al cuaderno grueso porque en él hay parte de un diario. En muchos cuadernos suelto durante un tiempo cómputos del tiempo en forma de diarios y luego los abandono y se traspapelan hasta que víctimas por ejemplo de una mudanza vuelven a aparecer y caen de nuevo en mis manos y al releer lo que en ellos se anota, me sorprende que aquel que lo ha escrito sea eso que se dice Yo. Y pienso como el título del libro del maestro yogui Srij Nisargadatta Maharaj, Yo soy eso. Añadiría un adverbio al título para esta ocasión: también, También soy eso; no 'También fui eso' sino el verbo en presente porque al hacerlo así lo que quiero afirmar es la sensación de acumulación, la idea de estratos en la conformación de la persona, sólo que, al igual que en uno de los métodos científicos, el más ortodoxo, esa estratificación no tenga sentido ni finalidad alguna.
Leo Romeo y Julieta. Veleidoso Romeo. No recordaba sus amores con Rosalina. Julieta tiene trece años, Romeo no más de dieciséis. Lady Capuleto le dice a su hija que cuando tenía su edad ya la había parido. En el Renacimiento la biología aún supera la moral como la realidad del Sol superaba los usos económicos de las horas.
En el paseo de la tarde he visto enfrentados a Casta Diva y a Helios; Helios ya se tumbaba, Casta Diva se desperezaba. Los colores del otoño. Una bruma. Los mugidos de un animal. El comentario de una paisana acerca de los aguacates. Se acerca.
10 de noviembre
...como ya voy dando señales de estar viva (debe ser mi sistema límbico, una tendencia al gozo, extraña en la amalgama de células cerebrales si es en el cerebro, allí, la nuez, sabor a madera de nuez; allí digo) la última línea de luz del día, algo con verde, me produce placer. Pienso: aún ves. Luego: ¿Cuánto has visto? O: ¡Cuánto has visto! Aquí, alejada. Los primeros días. Él me ha dicho que pasaré mucho frío, que las montañas son otra cosa; me ha dicho más. Pienso: No quiero abandonarme. Tengo que esforzarme en no hacerlo. No saldré despeinada jamás. Nunca con greñas. Hacer entonces. He de hacer. He de hacer por hacer. Se es lo que se hace. Alguien escribió: el ser humano es aquel animal que hace pan. Ha pasado el día. He caminado con la perra por un valle. Diría que ya estoy dentro del valle cuando inicio el camino. No lo puedo afirmar. No sé expresarme con términos y conceptos rurales. Miro las montañas que tengo frente a mí y supongo que cada una tendrá su nombre como el camino que he tomado hoy tendrá el suyo. Todavía, como ayer, siento temor cuando paso junto a unos bóvidos (no sé si son bueyes o vacas o terneras o toros) que abrevan en los abrevaderos colocados a tal fin a la vera del camino. Paso junto a ellos, sí, no asustada, sí con temor (precaución)
Leo sobre la tiranía del mérito en un ensayo así titulado La tiranía del mérito y como subtítulo ¿Qué fue del bien común? escrito por el filósofo Michel J. Sandel. Lo recuerdo cuando un muchacho emigrante que me coloca un cable de fibra de vidrio, me cuenta, mientras hace su labor, su sueño que es el de convertirse en un gran actor. Me cuenta una historia terrible: sus hermanos pequeños y una joven encinta que los acompañaba iban en un motoconcho por la ciudad de Santo Domingo en la república dominicana cuando los arrolló un ricachón con su super ranchera y -así lo expresa el muchacho- los asesinó a todos. Él es el único de sus hermanos que queda vivo. El ricachón ni tan siquiera ha ido a juicio. Esa es la justicia en su país. Él será actor. No volverá a su país natal en el que la corrupción permite que el asesino de sus hermanos se vaya de rositas. Yo no aconsejo. Escucho y opino. Opino que debe formarse en una escuela porque ese será el primer lugar donde buscar trabajo. Opino que el azar no ha sido aún domesticado. Opino que debe confiar en que un día estará en el sitio exacto en el momento oportuno. Opino que hay que hacerlo. Somos lo que hacemos. El muchacho es quien me ha llevado a la idea del mérito y al libro de Sandel.
La noche. Crece la luna. Escucho a Bob Dylan. Estoy sola en un lugar muy hermoso del mundo. Los colores de noviembre se han quedado fijados en mi memoria. Aún sigo inestable. Nunca, nunca dejaré de serlo. La soledad no me vuelve loca. No me aturde. Sólo echo de menos, calor de cuerpo macho en la noche. No todas las noches. Bastantes sí. El cuerpo macho de Ángel. El cuerpo sexuado de Ángel. Hoy lo quisiera para mí. La luna crece, sí, la luna crece.
Narrativa
Tags : Diarios de la Garganta Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 10/11/2021 a las 18:29 | {0}Estaba yo pensando, querida tata mía, que voy a crear una nueva sección que se va a llamar epistolario (espera, que lo voy a hacer. Ya está hecho: ha nacido una nueva sección; en ella serán recogidas tanto las cartas que escriba como las que me escriban incluso a lo mejor hago una subsección en la que incluya cartas famosas... bueno todo se andará) en la que desde este año en adelante guarde las cartas que te escriba en esta fecha en la que hoy cumples 107 años de existencia, de los cuales unos catorce o quince -no recuerdo con exactitud el año de tu muerte- los estás pasando en la otra orilla. ¿Qué te pareció Caronte? (a fuer de repetirme ilustraré esta carta con una imagen de la Estigia y su barquero. Y escribo a fuer de repetirme porque casi con toda seguridad habré utilizado esa imagen alguna vez a lo largo de estos trece años en los que escribo esta revista cuya vocación al nacer ya no recuerdo -si es que tuvo alguna- a parte de la muy natural de tener lectores, cosa que, lo digo con orgullo, no ha dejado de tener). Digresiones a parte, celebro con esta carta tu existencia y te cuento un poco lo que este mundo ha dado de sí el último año. Ante todo me fastidia que no vivas estos años para que pudieras disfrutar un poquito el auge que la mujer está teniendo en occidente porque tú fuiste desde siempre feminista y sufriste como tantas mujeres durante el fascismo la violencia del macho. Lo sé por cómo te ponías todas las tardes cuando escuchabas a Elena Francis en Radio Intercontinental (que creo que ya no existe); ¡ay, aquella mujer que resultó ser un hombre, siempre leía cartas de mujeres maltratadas, abandonadas, sometidas, humilladas o simplemente perseguidas por hombres poderosos, viles, chulos, sinvergüenzas y cobardes! Te recuerdo a la hora de la plancha, mascullando venganzas y doliéndote con el dolor de las muchachas que se habían quedado preñadas y habían sido abandonadas o que habían sido engañadas por un hombre que les prometía matrimonio cuando en realidad ya estaba casado. ¿Y qué me dices de los que incurrían directamente en la poligamia?
Por cierto tampoco sé si ya he escrito sobre esto al recordarte cada año. Si es así debe de ser porque el recuerdo es muy fuerte y quedó grabado en mi alma de niño como quedó grabada tu imagen untando tomate en el pan una tarde en la calle de Lista, la tarde en la que yo aprendí a montar en bicicleta.
Vuelvo al presente, que me voy por las ramas (me gusta irme por las ramas, reconozco mi dispersión natural. Siempre he sido muy disperso y sin embargo en un largo arco de la circunferencia estoy volviendo a un lugar del que me alejé durante muchos, muchos años. No sé si alguna te vez te hablé de mi época en Menorca, allá por los años ochenta, cuando era hippie y rojo y quería por encima de todas las cosas irme de la casa familiar -lo quería sin decírmelo conscientemente. Lo quería porque siempre tuve la sensación de sobrar. Ya sabes, me sentí malquerido-. Pues bien durante un mes de aquella estancia en Menorca viví en una cueva en cala Fustán. Fue durante un septiembre. Estuve en una soledad casi absoluta. Lo sorprendente es que tardé muy poco en acostumbrarme a ella y aún menos en disfrutarla. Imagino que las soledades de la infancia me ayudaron primero a encararla, luego a soportarla y por último a quererla. Esos tres pasos se dieron en un muy corto espacio de tiempo. Esto que te cuento ocurrió cuando yo tenía veinte años. Desde entonces hasta hoy intenté ser normal, entendiendo por tal vivir en sociedad, formar mi familia, tener mis amigos, vivir en la ciudad, ser de la ciudad, querer la ciudad y lo curioso es que el destino más el azar me llevaron en sentido contrario y de repente me vi viviendo en un pueblo de la sierra de Madrid, un pueblo amable cuando llegué, odioso cuando me fui; fue viviendo allí cuando tú moriste, Julia mía, gracias, gracias por haberme querido, gracias por haberme besado de niño, gracias por haberme puesto paños calientes en las piernas enfermas, gracias por tu amor... te decía que fue allí cuando nos despedimos. Poco después de tu muerte me separé de la mujer con la que vivía y me quedé durante once años más en ese pueblo que se iba convirtiendo, no sólo a mi vista sino a la vista de muchos, en un pueblo de mierda hasta que por fin el 1 de noviembre de este año me he podido ir y he venido a un pueblo donde el aislamiento me recuerda más y más al de mi juventud en cala Fustán lo que me lleva a pensar que quizá la imagen de cerrar el círculo no sea tan sólo una imagen sino algo más. ¿Nos veremos pronto? Ojalá no pero ojalá te vuelva, cuando menos, a sentir (sé que es una idea ridícula la que expreso sólo que me gustaría tener en algún momento aunque tan sólo fuera un aire de tu olor).
Me despido ya porque me tengo que poner a escribir los guiones para Radio Nacional de España. Lo haré con un gusto especial porque sé que si siguieras viva tú no te perderías ni un solo programa, como no lo hacías cuando estabas viva.
Un beso viejilla mía,
siempre te quiere
Fernando.
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Ensayo
Tags : Sobre la verdad Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/11/2021 a las 20:00 | {0}