El título, la forma y en cierto sentido el espíritu de estos textos se inspiran en el libro Je me souviens de Georges Perec que a su vez se basa en los textos de Joe Brainard recogidos en su libro I remember.
Mujer tumbada. Gustav Klimmt. 1912
186
Me acuerdo de despertar a mitad de la noche con la sensación de que alguien me observa y descubrir, aterrorizado, cómo en el techo hay una trampilla semiabierta -que yo no conocía- desde donde alguien, en efecto, me observa.
187
Me acuerdo de follar con Isabel en el taller de César en la calle Amor de Dios impregnados del olor a aguarrás, blanco de España, cola de conejo y óleo.
188
Me acuerdo de unos cuadernillos de hojas satinadas en los que escribí algunos de mis mejores poemas.
189
Me acuerdo de: ¡Viento, viento del norte/ arrecia en las antenas parabólicas!
190
Me acuerdo de lo divertido que era follar entre pinturas. Es en una época en la que me he quedado sin casa y César me acoge en su taller. La habitación que me deja es el almacén de sus cuadros. Por eso Isabel y yo follamos entre pinturas y la habitación al terminar tiene un aroma que mezcla el sexo y el arte.
191
Me acuerdo de la casa de comidas La Sanabresa y lo ricas que hacían las berenjenas rebozadas.
192
Me acuerdo que en la misma calle, en la misma acera, en el portal contiguo al taller de César, había una escuela de flamenco. ¡Qué flamencas las flamencas en el bar de la esquina, a eso de las seis de la tarde, cuando César y yo bajábamos para tomarnos un café y las bailarinas hacían su receso! ¡Qué gitanos los gitanos! ¡Qué payos los payos! ¡Cuántos andares de pata! ¡Cómo las palmas de repente! ¡Cómo una guitarra de repente!
193
Me acuerdo de la amargura de un hombre sin mandíbula inferior.
194
Me acuerdo de Isabel en una casa que me habían dejado en la Calle de los Artistas, por Bravo Murillo. Es una mañana. Yo estoy escribiendo. Ella duerme en la habitación de al lado. La puerta del dormitorio comunica con la estancia donde yo escribo. En el dormitorio la luz entra por el lado izquierdo. Ella está desarropada, duerme de lado, está desnuda. Sobre su coño se posa la luz del sol.
195
Me acuerdo del accidente aéreo de Sondica.
196
Me acuerdo de llegar a una pensión en Cudillero. Estoy en la veintena. He tenido la suerte de vender unas pulseras que fabricaba con remaches y caucho (semipunkies) en una tienda de Gijón. Las he vendido todas. Con lo ganado podré vivir unos días. Me acuerdo de la pensión en Cudillero, casi en el puerto. Me duele la espalda-siempre me dolía la espalda-. Le pido a la dueña de la pensión una aspirina. Me dice con su precioso acento asturiano, Le voy a dar una aspirina fersvecente pero tenga cuidado al tomarla porque fersvecen.
197
Me acuerdo de la dueña de una taberna de Cudillero (la más cercana a la rada, a la derecha mirando de frente el mar). Era una mujer madura. Todos los días que estuve allí fui a su taberna. Cada vez que la miraba más me parecía que aquella mujer no podía ser tabernera, aquella mujer tenía que haber sido como mínimo Camille Claudel.
198
Me acuerdo del calor aplastante en los veranos que viví en la calle de Hermosilla. Hace tanto calor que a veces me saco el colchón a la azotea y duermo allí.
199
Me acuerdo de un ron blanco en la dominicana.
200
Me acuerdo de que Isabel se parecía a Elisabeth Taylor.
201
Me acuerdo de estar bailando con una mujer tan bruta que de repente me soltó mientras girábamos y acabé por los suelos, deslizándome hasta el otro lado de la pista.
202
Me acuerdo de una cena en Bagur. Fernando se ha ligado a una muchacha llamada Raquel. Yo le digo, No te preocupes, cena con ella y ya nos vemos luego. Fernando me dice, De eso nada, cenamos los tres. Cuando llega Raquel y se sienta le comenta a Fernando, ¿Qué pasa, que tienes que venir con carabina? y Fernando le responde, La carabina eres tú. La cena fue magnífica.
203
Me acuerdo del restaurante casa Anita en Cadaqués. Pocas veces he comido mejor, he bebido mejor y me he reído más.
204
Me acuerdo de ver a Cuqui tras muchos años sin saber de ella. No me reconoció. Iba por la calle con un niño en un carrito. Había adelgazado. Estaba pálida y con la mirada vítrea. Luego supe que estaba enferma, muy, muy enferma.
205
Me acuerdo del abrigo gris de Julia, mi tata.
206
Me acuerdo de mi padre saliendo del cuarto de baño tras darse su ducha de agua fría y gritando, ¡Un hombre en pelota!
207
Me acuerdo de Isidra, la modista que iba a trabajar una vez por semana a la casa de mis padres. Era, según expresión de mi tío Carlos, una real hembra. Mi padre entró en pelotas un día en la habitación donde cosía. Isidra se despidió.
208
Me acuerdo de mi padre colocando con todo el mimo del mundo el disco La Quinta sinfonía de Beethoven, editada por la Deutsche Gramophon, interpretada por la Filarmónica de Berlin bajo la dirección de Herbert von Karajan en el plato del tocadiscos.
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El título, la forma y en cierto sentido el espíritu de estos textos se inspiran en el libro Je me souviens de Georges Perec que a su vez se basa en los textos de Joe Brainard recogidos en su libro I remember.
164
Me acuerdo de los pupitres de colores en la clase de párvulos. Al pasar a preparatorio desaparecía el color de los pupitres.
165
Párvulos, Preparatorio, Elemental, Ingreso, 1º de Bachillerato, 2º de Bachillerato, 3º de Bachillerato, 4º de Bachillerato, 5º de Bachillerato, 6º de Bachillerato, C.O.U. (Curso de Orientación Universitaria), Ingreso en la Universidad.
166
Me acuerdo de un domingo feliz por la mañana. Los cuatro hermanos jugamos con mi padre en la cama de matrimonio mientras mi madre prepara unas tostadas con mantequilla y tortillas francesas. A ella se la ve radiante.
167
Me acuerdo de Janis Ian y su canción At seventeen.
168
Me acuerdo de Chicago y su canción If you leave me now.
169
Me acuerdo de Serge Gainsbourg y Jane Birkin cantando Je t'aime, moi non plus.
170
Me acuerdo de mi madre cantando las canciones de María Dolores Pradera.
171
Me acuerdo de estar la pandilla en la sala de la casa de Andrés escuchando en su viejo tocadiscos a Silvio Rodríguez.
172
Me acuerdo del dulzor de la bebida morada Parfait d'amour.
173
Me quedan unos cientos de kilómetros para llegar a Paris. Llevo tres días haciendo dedo. Vengo desde Madrid. Mi única distracción en las largas horas de espera es tocar una armónica. Se detiene un coche. Es un hombre alemán que me dice en un francés fuerte que va a hacia Paris. ¡Por fin! pienso. Sólo hay un pero: me cuenta el hombre que él a las siete en punto de la tarde, esté donde esté deja de conducir. Como mucho busca un sitio donde apartarse de la carretera. Me dice que si antes de esa hora hemos llegado estupendo y que si no me puedo quedar a dormir en el coche o seguir mi camino. Me invita a comer. Se alegra de que yo esté aprendiendo alemán. Hablamos un poco en su idioma. Aquella tarde, antes de las siete, llegamos a Paris. Me deja en la Porte d'Italie.
174
Me acuerdo de la buhardilla que alquilé en una pensión de la Rue Gay Lussac.
175
Me acuerdo que en aquel primer viaje a Paris anduve por la ciudad con una zapatilla deportiva en el pie derecho y un mocasín en el pie izquierdo.
176
Me acuerdo de Naya, al principio de ser amantes. Ella era actriz. Yo era escritor (seguimos siéndolo). Interpretábamos papeles. Por ejemplo ella hacía de alumna que venía a mi casa para recibir lecciones. Yo era el profesor que la deseaba con pasión. Vivimos juntos dos años en su casa de la calle Canillas en el barrio de la Prospe, en Madrid.
177
Me acuerdo de un día que fuimos a comer con los padres de Naya. Naya se llama así porque ha nacido en Moscú. Sus padres fueron exiliados de la Guerra Civil española. Tomás, su padre, fue estajanovista; un hombre que se vestía por los pies. Comunista aguerrido que luchó con los soviets contra la Whermacht de Hitler. Nadiesda quiere decir en castellano Esperanza -Naya es el diminutivo cariñoso-. Imagino que le pusieron ese nombre porque deseaban que su hija viese el triunfo de la Revolución. Pues bien, en aquella cena, -creo que ellos tenían su casa en la calle Conde Peñalver- Tomás me dice una de las frases que más me han hecho recapacitar a lo largo de toda mi vida. Tomás me dice, Fernando, un hombre empieza a ser hombre cuando aprende a decir no.
178
Tomás era un hombre bueno. Siento no recordar cómo se llamaba su mujer pero también la recuerdo como una mujer buena.
179
Me acuerdo de un caballo de cartón que me regaló mi tía Isabel -la hermana de mi padre, no la amante de mi tío Carlos-. Era tan grande como un poney y Julia me llevaba montado en él tirando de las bridas por el pasillo de casa.
180
Me acuerdo del olor de un dormitorio tras haber amado mucho.
181
Me acuerdo de la historia que contaban de mi tío Carlos. Una historia de antes de la Guerra. Contaban que entró a caballo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en busca de uno que le había birlado una novia.
182
Me acuerdo del campamento indio de Lola en Trebaluger. Allí conocí a Arnau y también a un artesano de máscaras venecianas de cuyo nombre no logro acordarme.
183
Me acuerdo de una tarde en el gimnasio de recuperación del doctor Quintana. Tengo siete años. Estoy con las dos piernas dentro de la pileta. No sé cómo me escurro y caigo dentro de ella. Empapo los calzoncillos. Paquita, la enfermera, me saca. Me quita los calzoncillos delante de todos los niños y niñas y me pone unas bragas rojas. Me dice, Así aprenderás. Los niños y las niñas se ríen de verme en bragas. A mí me llama la atención. No me atrevo a escribir con rotundidad que me excita pero es un sentimiento muy cercano a la excitación.
184
Me acuerdo del dolor cuando había que dar los primeros pasos en la pasarela tras una operación.
185
Me acuerdo de tía Mari -no era mi tía, era la tía de una íntima amiga de mi madre- que dejó de coger trenes cuando una vidente le dijo que moriría en uno. La tía Mari murió en el sofá de su casa mientras veía pasar un tren por la televisión. Eso me contó mi madre.
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Memorias
Tags : Recuerdos Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/03/2021 a las 18:03 | {0}