Consideraciones de Olmo Z. en el manicomio de Acra
Por un error del editor, durante unas horas ha aparecido bajo la fotografía el rótulo de "Autorretrato de Olmo Z. en Acra". Pido disculpas. La fotografía no corresponde a Olmo. Ha sido él quien me lo ha avisado mediante una llamada telefónica que quizás algún día cuente. Mi única explicación ha sido un probable olvido de su rostro.
Porque nacía en las grandes ciudades de occidente
se detenía ante la visión del jabalí
y quizá sofisticadamente reunía en sí la fuerza y el valor para seguir caminando por un camino que no le correspondía
(no le correspondía por la conformación de sus piernas, por la lejanía de su tobillo derecho con respecto a su función natural, por la ausencia de soleo y otras tesituras musculares harto graves de contar) mientras la mirada del jabalí se clavaba en su mirada y escuchaba la suavidad de su voz al decirle, Buenas tardes señor jabalí. Pienso seguir mi camino. Siga usted el suyo.
Porque nacía en las grandes ciudades de occidente
la muerte de la cobra, el corazón de la cobra rebosante de la fuerza última de un ser que quiere vivir
le emocionó hasta tal extremo que entendió de veras los sentimientos encontrados del periodista polaco que en un chozo en mitad de un desierto lejos del lago que buscaba, sintió al tener que acabar con la vida de ese animal que se encontraba allí protegiéndose del calor asesino del mediodía africano y se encontró con la muerte a manos de un polaco perdido.
Porque nacía en las grandes ciudades de occidente
amó el cabaret, el expresionismo de la posguerra primera, la lucidez de algunos dramaturgos
y supo -o creía saber- algo que se asemejaba a una pesadilla en el teatro con la sensación de un beso de mañana cuando empezaba a andar solo y no sabía que el camino iba a ser tan agreste.
Porque nacía en las grandes ciudades de occidente
esa voz que canta
la tenuidad (si se me permite la osadía del vocablo)
el bostezo de alguien que acaba de llegar
y el ponerle nombre a las cosas (y al ponérselo, descubrirlo)
le trajeron a este día de febrero frío y hermoso como una mujer de hielo.
Porque nacía en las grandes ciudades de occidente
se permitió un brindis y una correría y le sonrió a su estrella un amanecer en una playa de una isla al este de su edén
sin saber (nunca lo supo) que jamás lo recordaría.
Así. Ahora. Escribe
se detenía ante la visión del jabalí
y quizá sofisticadamente reunía en sí la fuerza y el valor para seguir caminando por un camino que no le correspondía
(no le correspondía por la conformación de sus piernas, por la lejanía de su tobillo derecho con respecto a su función natural, por la ausencia de soleo y otras tesituras musculares harto graves de contar) mientras la mirada del jabalí se clavaba en su mirada y escuchaba la suavidad de su voz al decirle, Buenas tardes señor jabalí. Pienso seguir mi camino. Siga usted el suyo.
Porque nacía en las grandes ciudades de occidente
la muerte de la cobra, el corazón de la cobra rebosante de la fuerza última de un ser que quiere vivir
le emocionó hasta tal extremo que entendió de veras los sentimientos encontrados del periodista polaco que en un chozo en mitad de un desierto lejos del lago que buscaba, sintió al tener que acabar con la vida de ese animal que se encontraba allí protegiéndose del calor asesino del mediodía africano y se encontró con la muerte a manos de un polaco perdido.
Porque nacía en las grandes ciudades de occidente
amó el cabaret, el expresionismo de la posguerra primera, la lucidez de algunos dramaturgos
y supo -o creía saber- algo que se asemejaba a una pesadilla en el teatro con la sensación de un beso de mañana cuando empezaba a andar solo y no sabía que el camino iba a ser tan agreste.
Porque nacía en las grandes ciudades de occidente
esa voz que canta
la tenuidad (si se me permite la osadía del vocablo)
el bostezo de alguien que acaba de llegar
y el ponerle nombre a las cosas (y al ponérselo, descubrirlo)
le trajeron a este día de febrero frío y hermoso como una mujer de hielo.
Porque nacía en las grandes ciudades de occidente
se permitió un brindis y una correría y le sonrió a su estrella un amanecer en una playa de una isla al este de su edén
sin saber (nunca lo supo) que jamás lo recordaría.
Así. Ahora. Escribe
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/02/2016 a las 19:27 | {0}