He estado en la azotea del rascacielos más alto de la ciudad y sin embargo el horizonte me seguía pareciendo en exceso vertical.
He mirado hacia abajo -encaramado con toda la desolación del hombre maduro en la barandilla- y el hormigueo de una calle de ocho carriles -tráfico de hombres y máquinas- me ha sugerido Bosco.
He vuelto el oído a viejas melodías, aquéllas de la juventud y he sonreído con cierta tristeza por lo poco que he aprendido en el viaje.
Me he mirado -aún en lo alto del rascacielos más alto de la ciudad- las cicatrices de mi barbilla, la de mi mano izquierda, la del vientre, en su costado derecho, la de la corva derecha, la que recorre la tibia y aquélla que anuló para siempre el triple juego del tobillo. El viento -mi querido Bóreas- ha difundido por el aire el polvo del suelo y yo he creído soñar una vez más con alas de ángeles y vuelos de grullas.
He estado esta mañana contemplándome las manos.
He estado esta mañana acariciándome el cabello.
He recorrido con melancolía una canción de Leonard Cohen y me ha sorprendido la liberalidad de Goethe en su Fausto.
He estado en el parque viejo, el que ya es ruinas, a las afueras de mi ciudad donde los rastrojos son festín de hormigas y quedan en un banco carcomido por las lluvias los pétalos podridos de una margarita.
He estado paseando entre restos de estatuas y junto a la representación en piedra de una Helena he recordado los versos del señor Troncoso, En tus labios brilla una sonrisa/que penetra en lo más hondo de mi ser.
La noche en lo alto del más alto de los rascacielos de la ciudad.
Las nubes malvas de los últimos días de noviembre.
El surco que el arado.
El sol a mis espaldas lagrimea en mi piel.
Sé que nunca amé en exceso al sol. Lo sé desde aquí arriba.
Ahora he de bajar. Todo acaba por cerrarse en el mundo real. Tan sólo el mundo imaginado permanece abierto siempre, sin horarios. La rueda acaba por cerrar. La fragua se apagará más pronto que tarde. La ausencia desvelará su misterio -y quedará por lo mismo cerrada a cal y canto-. La mina será inútil. El metal generará su herrumbre. El asno volverá a ser hombre tras las rosas.
Ahora he de bajar, yo que estaba en la azotea del edificio más alto de la ciudad. He de bajar y he de mirarme en el espejo que hace chaflán. Luego compraré unos torteles y volveré a recordar los días turbios de la niñez.
He mirado hacia abajo -encaramado con toda la desolación del hombre maduro en la barandilla- y el hormigueo de una calle de ocho carriles -tráfico de hombres y máquinas- me ha sugerido Bosco.
He vuelto el oído a viejas melodías, aquéllas de la juventud y he sonreído con cierta tristeza por lo poco que he aprendido en el viaje.
Me he mirado -aún en lo alto del rascacielos más alto de la ciudad- las cicatrices de mi barbilla, la de mi mano izquierda, la del vientre, en su costado derecho, la de la corva derecha, la que recorre la tibia y aquélla que anuló para siempre el triple juego del tobillo. El viento -mi querido Bóreas- ha difundido por el aire el polvo del suelo y yo he creído soñar una vez más con alas de ángeles y vuelos de grullas.
He estado esta mañana contemplándome las manos.
He estado esta mañana acariciándome el cabello.
He recorrido con melancolía una canción de Leonard Cohen y me ha sorprendido la liberalidad de Goethe en su Fausto.
He estado en el parque viejo, el que ya es ruinas, a las afueras de mi ciudad donde los rastrojos son festín de hormigas y quedan en un banco carcomido por las lluvias los pétalos podridos de una margarita.
He estado paseando entre restos de estatuas y junto a la representación en piedra de una Helena he recordado los versos del señor Troncoso, En tus labios brilla una sonrisa/que penetra en lo más hondo de mi ser.
La noche en lo alto del más alto de los rascacielos de la ciudad.
Las nubes malvas de los últimos días de noviembre.
El surco que el arado.
El sol a mis espaldas lagrimea en mi piel.
Sé que nunca amé en exceso al sol. Lo sé desde aquí arriba.
Ahora he de bajar. Todo acaba por cerrarse en el mundo real. Tan sólo el mundo imaginado permanece abierto siempre, sin horarios. La rueda acaba por cerrar. La fragua se apagará más pronto que tarde. La ausencia desvelará su misterio -y quedará por lo mismo cerrada a cal y canto-. La mina será inútil. El metal generará su herrumbre. El asno volverá a ser hombre tras las rosas.
Ahora he de bajar, yo que estaba en la azotea del edificio más alto de la ciudad. He de bajar y he de mirarme en el espejo que hace chaflán. Luego compraré unos torteles y volveré a recordar los días turbios de la niñez.
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Poesía
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 01/09/2016 a las 12:04 | {0}