Tancredo m. (Taur.) Torero que ejecuta una suerte consistente en esperar inmóvil al toro, subido en un pedestal. Frec. en la construcción LA SUERTE DE DON TANCREDO. Diccionario del español actual. Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos.
Hay en el diario vivir la inconsistencia de los borbotones y el amarillo de la ojera y lo consuetudinario que es una palabra asaz antipática. La vida se aleja algunos martes por la noche y también algunos lunes por la noche; es un acabamiento que tiene la suerte de la resurrección. Hay que resurgir -se dice- aunque en la oreja haya la latencia del escarnio o más pedestre: un rapapolvo.
Cuando se queda callado y mira la noche, las palabras destilan aún algo de azufre y siente en sus manos la herida que se hizo por la tarde. ¿Por qué ocurre? Mañana se habrá ido y el mundo olvidará su presencia como ha de ser. Y aunque se mantiene inmóvil ante la constatación, quisiera también, en ocasiones, cuando se encuentra en lo alto del pedestal y el animal se le viene de frente, hacer un salto magnífico, mortal con tirabuzón sobre el lomo de la bestia, y luego salir corriendo por la puerta de chiqueros, dejando a la plaza muda y al toro huérfano de enemigo. Y salir al aire y correr, despavorido, y a cada zancada desnudarse y desnudo llegar hasta el mar y en el mar agarrarse a la aleta dorsal del delfín y sobre él atravesar la inmensa extensión del mundo para no volver nunca más, nunca, nunca más al pedestal; y si pudiera cumplir; y si pudiera navegar sobre el lomo del delfín, bocarriba sobre el océano, contemplando el curso de las estrellas, en todo semejantes al elemento en el que se encuentra y morir ahogado y feliz y caer dulcemente al lecho marino y permanecer inmóvil y mordisqueado de a poquitos, tan alejado del toro y sus cuernos, tan lejos de la plaza y sus vítores, sin medallas, sin regocijo, sin palabras; oculto al final su esqueleto por una alfombra de arena y corales, sabiéndose haber sido alimento de peces carnívoros que ahora recorren otros mundos, se fijan en otros alimentos, se reproducen sin consuelo y sin alerta y vagan con la elegancia de las aguas y el silencio de los puros; animales acuáticos sin cornamenta y sin mugidos. Obscuridad abisal sentirá cuando se calme su ansia y verdes iridiscentes y sensación de alga y materia de sal y espuma sin contaminar si su esqueleto, batido por una marejada profunda, altera su reposo y lo empuja hasta las costas del otro lado, a un arrecife peligroso y puntiagudo y quedarse allí varado y pasados los siglos verse coronado por el hallazgo de una anémona de mar, tan sibilina como la apuesta y el ahorcado.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 23/04/2014 a las 09:49 | {0}