Iba a invitar a Noam Chomsky en su libro Poder y terror. Reflexiones posteriores al 11/09/2001 editado por RBA. Lo curioso es que al final lo que más me llamaba la atención era una reflexión sobre por qué se dedica a la lingüística. Todo lo demás (no lo he terminado, si hay alguna reflexión que realmente me impacte la pondré) de tan conocido me aburre. No lo que dice Chomsky, intelectual al que admiro, sino de lo que habla, es decir de cómo el poder -los poderosos- utiliza el terror para sus fines.
Al mismo tiempo se me incrusta en la memoria una fotografía de una niña negra muerta tras un acto de esos que tanto gustan de fotografiar los reporteros -porque saben que esas imágenes son las que les comprarán los periódicos y las que gustan de ver los lectores (imagino que para darse cuenta de lo bien que ellos están y que mejor no moverse)-. La niña está tumbada. Sangra su cara. Esta foto fue premiada. Lo curioso es que otro fotógrafo abrió el cuadro y lo que se ve es cómo frente a la niña más de quince fotógrafos, todos de raza blanca, están haciendo la misma foto. No la voy a colocar. Ni voy a poner un link para quien la quiera ver. No me interesa la imagen. Me interesa el hecho.
Al mismo tiempo siento todo lo que me ha costado nadar hoy. Hasta el largo 44 ha sido una tortura. No encontraba la respiración. Me dolían los brazos. No acompasaba el pateo. Entonces ha ocurrido que una mujer se ha puesto a nadar a mi lado y me ha prestado su cadencia. No sé decirlo de otra manera. Sólo la veía cuando giraba para iniciar un nuevo largo. Hemos hecho los últimos 16 con el mismo ritmo. La sentía a mi lado. Sentía su presencia en el movimiento agitado del agua. Ella me ha ido acelerando y al ir más rápido, ha logrado hacerme nadar más ligero.
Recuerdo la imagen de una mujer que sonríe. Está muy hermosa. Parece que tenemos toda la vida por delante. Frente a nosotros aparece un puente colgante (creo que se llama puente atirantado); tras él llegarán unas montañas. Siento también el calor de su cuerpo. Y la destrucción también la siento. Será porque ayer vi una película en la que se trataba el tema de las separaciones (aunque no lo creo. La película era forzada y su resolución demasiado fácil. En vez de verla estuve trabajando en sus errores. Muchos. No, no fue por la película). La recuerdo a menudo. Y no sé por qué (no puedo saber por qué). El recuerdo que asoma es de baja intensidad pero constante. No me lleva a locuras ni tampoco a nostalgia. Quizá se acerque más a la saudade. Y a una sensación de oscuridad que no logra romper la clara luz que el estar a su lado me produjo muchos días.
Al mismo tiempo recuerdo la historia de Hércules que Tito Livio cuenta en su primer libro de La historia de Roma desde su fundación. Cuando -tras haber robado el rebaño de bueyes a Gerión, el monstruo de tres cabezas, el cual reinaba en Iberia, al que hubo de matar y que fue el décimo de sus trabajos- llegó hasta las orillas del Tíber y tras tan fatigoso trabajo y larguísima caminata, decidió descansar sobre la mullida hierba y dar de comer a los bueyes de tan rico pasto para que también ellos se recuperasen. Cuenta el cronista que Hércules se quedó dormido y que Caco, pastor de aquella comarca, altanero de su fuerza y seducido por la hermosura de los bueyes, decidió llevarse a los mejores de ellos y para que Hércules no supiera dónde estaban los hizo caminar de espaldas, tirando de sus rabos y los escondió en una cueva. A la mañana siguiente, Hércules descubre el robo y cae en el engaño, así es que decide continuar camino y cuando se pone en marcha, algunas reses mugen al echar de menos, como suelen, a las que faltan, y lo mugidos de respuesta de las que estaban escondidas en la cueva hacen dar la vuelta a Hércules. Caco intenta cerrarle el paso a la fuerza pero cae muerto a golpe de maza.
¿Por qué Agustín de Hipona tenía tanta inquina a la imaginación de los paganos? Sí, conozco la respuesta, pero no es menos cierto que la imaginación de Agustín era también prodigiosa.
Pienso la lentitud en las maniobras. Siento mi cuerpo renovado. Alzo mi copa de vino y brindo.
Al mismo tiempo se me incrusta en la memoria una fotografía de una niña negra muerta tras un acto de esos que tanto gustan de fotografiar los reporteros -porque saben que esas imágenes son las que les comprarán los periódicos y las que gustan de ver los lectores (imagino que para darse cuenta de lo bien que ellos están y que mejor no moverse)-. La niña está tumbada. Sangra su cara. Esta foto fue premiada. Lo curioso es que otro fotógrafo abrió el cuadro y lo que se ve es cómo frente a la niña más de quince fotógrafos, todos de raza blanca, están haciendo la misma foto. No la voy a colocar. Ni voy a poner un link para quien la quiera ver. No me interesa la imagen. Me interesa el hecho.
Al mismo tiempo siento todo lo que me ha costado nadar hoy. Hasta el largo 44 ha sido una tortura. No encontraba la respiración. Me dolían los brazos. No acompasaba el pateo. Entonces ha ocurrido que una mujer se ha puesto a nadar a mi lado y me ha prestado su cadencia. No sé decirlo de otra manera. Sólo la veía cuando giraba para iniciar un nuevo largo. Hemos hecho los últimos 16 con el mismo ritmo. La sentía a mi lado. Sentía su presencia en el movimiento agitado del agua. Ella me ha ido acelerando y al ir más rápido, ha logrado hacerme nadar más ligero.
Recuerdo la imagen de una mujer que sonríe. Está muy hermosa. Parece que tenemos toda la vida por delante. Frente a nosotros aparece un puente colgante (creo que se llama puente atirantado); tras él llegarán unas montañas. Siento también el calor de su cuerpo. Y la destrucción también la siento. Será porque ayer vi una película en la que se trataba el tema de las separaciones (aunque no lo creo. La película era forzada y su resolución demasiado fácil. En vez de verla estuve trabajando en sus errores. Muchos. No, no fue por la película). La recuerdo a menudo. Y no sé por qué (no puedo saber por qué). El recuerdo que asoma es de baja intensidad pero constante. No me lleva a locuras ni tampoco a nostalgia. Quizá se acerque más a la saudade. Y a una sensación de oscuridad que no logra romper la clara luz que el estar a su lado me produjo muchos días.
Al mismo tiempo recuerdo la historia de Hércules que Tito Livio cuenta en su primer libro de La historia de Roma desde su fundación. Cuando -tras haber robado el rebaño de bueyes a Gerión, el monstruo de tres cabezas, el cual reinaba en Iberia, al que hubo de matar y que fue el décimo de sus trabajos- llegó hasta las orillas del Tíber y tras tan fatigoso trabajo y larguísima caminata, decidió descansar sobre la mullida hierba y dar de comer a los bueyes de tan rico pasto para que también ellos se recuperasen. Cuenta el cronista que Hércules se quedó dormido y que Caco, pastor de aquella comarca, altanero de su fuerza y seducido por la hermosura de los bueyes, decidió llevarse a los mejores de ellos y para que Hércules no supiera dónde estaban los hizo caminar de espaldas, tirando de sus rabos y los escondió en una cueva. A la mañana siguiente, Hércules descubre el robo y cae en el engaño, así es que decide continuar camino y cuando se pone en marcha, algunas reses mugen al echar de menos, como suelen, a las que faltan, y lo mugidos de respuesta de las que estaban escondidas en la cueva hacen dar la vuelta a Hércules. Caco intenta cerrarle el paso a la fuerza pero cae muerto a golpe de maza.
¿Por qué Agustín de Hipona tenía tanta inquina a la imaginación de los paganos? Sí, conozco la respuesta, pero no es menos cierto que la imaginación de Agustín era también prodigiosa.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/04/2011 a las 17:25 | {0}