La noche ha sido incómoda. No reniego del dolor, creo que es una forma excelente de avisar que algo no anda bien. Existen además dolores que tienen algo de cósmico como cuando la atmósfera se carga de electricidad y las articulaciones de un cuerpo pequeño, de un cuerpo que camina por una ciudad mediana del mundo, de un cuerpo que mira el cielo como si fuera un pozo invertido (lo digo porque la traducción literal de patio interior en chino sería Pozo del Cielo), lo acusa y surgen en sus articulaciones dolores intensos y aunque el cielo se muestre despejado, ese cuerpo sabe, ese cuerpo anticipa, la tormenta que vendrá. Y, en efecto, la tormenta llega y el dolor se junta a ella y son Uno en un mismo universo interconectado. Los dolores articulares de mi cuerpo son la prueba más evidente de que mi mente es el universo y el universo es mi mente (es ésta una frase de un filósofo chino del siglo IX d.C. del cual no recuerdo su nombre. Ahora no escribo desde mi habitación y no puedo consultar el nombre exacto. Cuando llegue por la tarde lo pondré).
La noche, decía, ha sido incómoda. Me dolía la cadera izquierda. Me revolvía en la cama. Escuchaba el sonido del mundo por si los truenos golpeaban en mí. Miraba la oscura luz que entraba por la ventana por si un relámpago advertía de la llegada de una nueva tromba. No ha sido así. El dolor continúa. El mundo está inestable. La atmósfera cargada de electricidad. Me he tomado un analgésico. Sueño con nadar. Este último año apenas he podido. Y cuando eso ocurre la enfermedad gana terreno y avisa a las tormentas para que me prevengan de que si no nado la electricidad del universo se adueñará, una vez más, de mi dolor.
La noche, decía, ha sido incómoda. Me dolía la cadera izquierda. Me revolvía en la cama. Escuchaba el sonido del mundo por si los truenos golpeaban en mí. Miraba la oscura luz que entraba por la ventana por si un relámpago advertía de la llegada de una nueva tromba. No ha sido así. El dolor continúa. El mundo está inestable. La atmósfera cargada de electricidad. Me he tomado un analgésico. Sueño con nadar. Este último año apenas he podido. Y cuando eso ocurre la enfermedad gana terreno y avisa a las tormentas para que me prevengan de que si no nado la electricidad del universo se adueñará, una vez más, de mi dolor.
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/03/2010 a las 12:36 | {0}