Observo la herida de mi dedo. Escucho la cadencia de una voz aguda y quisiera, quisiera abrazarte. Sé que no estás. Ni estarás. Y aún así en este miércoles en el que los científicos nos anuncian la llegada de la primavera en horas minutos y segundos, yo quisiera que no se te olvide mi deseo de abrazarte. O mejor: no quiero ni dejo de querer nada en relación a tu olvido. Tan sólo lo constato en este reflexión que nace de ayer y que probablemente morirá cuando escriba el punto y final.
Acabo de escuchar por la radio un pieza dedicada a la meditación. Y en la exaltación de la misma (por parte de varios practicantes y no así por la profesora invitada la cual era una mujer sensata) he atisbado lo mucho que hacemos, querida mía, por engañarnos un día y otro día. La verdad siempre será la verdad, la diga Agamenón o su porquero. Y la meditación en sí no es nada. La meditación no lleva a nada. La meditación la mayoría de las veces no es más que una siesta (Krishnamurti). Cuando la meditación es verdadera (la haga por lo tanto Agamenón o su porquero) tan sólo alivia la estancia en la vigilia, suspende el paso del tiempo y ayuda a saber que existe la punta de la nariz.
¿Sabes? Ayer fue un día hermoso. Y no por los resultados sino por el camino. El Tao -si quieres que me ponga estupendo-. Me levanté muy temprano. Saqué a mi perro. Tomé el coche y fui a la ciudad. Hablé de trabajo (de mi trabajo de editor. Porque este trabajo es para mí una forma de vivir. El trabajo no es condena en mi vida. El trabajo es conciencia plena y conocimiento. Quiero trabajar en lo que me gusta trabajar. Me gustan los libros y los audiolibros. Me gusta el teatro y el audioteatro. Quisiera vivir de la producción de obras bellas al oído dedicadas. Como ahora escucho la Misa en Mi menor de Bach) con gente que lo valoró. He de reconocerte que al salir de la primera entrevista se me llenaron los ojos de lágrimas. Pura emoción. Me emociona mi trabajo. Iba satisfecho. Miraba la mañana en la ciudad y sonreía camino del segundo encuentro en donde se iban a mezclar mi labor como escritor y mi labor como editor. Y de nuevo sentí, cuando menos, la simpatía. Entregué a Constantino Bertolo, editor de Random House Mondadori, mi novela Las Últimas y luego le comenté la posibilidad de colaborar con su editorial desde el punto de vista de editor de audiolibros. Y la propuesta no cayó en saco roto. Y salí de nuevo satisfecho. Y llegué a casa de vuelta de haber hecho mi trabajo.
El tiempo se ha despejado. Decían que iba a llover. Hace frío. Ha sido una mañana, hasta ahora, de limpieza (también esto que escribo, estas reflexiones tiene algo de limpieza).
Te abrazo.
Acabo de escuchar por la radio un pieza dedicada a la meditación. Y en la exaltación de la misma (por parte de varios practicantes y no así por la profesora invitada la cual era una mujer sensata) he atisbado lo mucho que hacemos, querida mía, por engañarnos un día y otro día. La verdad siempre será la verdad, la diga Agamenón o su porquero. Y la meditación en sí no es nada. La meditación no lleva a nada. La meditación la mayoría de las veces no es más que una siesta (Krishnamurti). Cuando la meditación es verdadera (la haga por lo tanto Agamenón o su porquero) tan sólo alivia la estancia en la vigilia, suspende el paso del tiempo y ayuda a saber que existe la punta de la nariz.
¿Sabes? Ayer fue un día hermoso. Y no por los resultados sino por el camino. El Tao -si quieres que me ponga estupendo-. Me levanté muy temprano. Saqué a mi perro. Tomé el coche y fui a la ciudad. Hablé de trabajo (de mi trabajo de editor. Porque este trabajo es para mí una forma de vivir. El trabajo no es condena en mi vida. El trabajo es conciencia plena y conocimiento. Quiero trabajar en lo que me gusta trabajar. Me gustan los libros y los audiolibros. Me gusta el teatro y el audioteatro. Quisiera vivir de la producción de obras bellas al oído dedicadas. Como ahora escucho la Misa en Mi menor de Bach) con gente que lo valoró. He de reconocerte que al salir de la primera entrevista se me llenaron los ojos de lágrimas. Pura emoción. Me emociona mi trabajo. Iba satisfecho. Miraba la mañana en la ciudad y sonreía camino del segundo encuentro en donde se iban a mezclar mi labor como escritor y mi labor como editor. Y de nuevo sentí, cuando menos, la simpatía. Entregué a Constantino Bertolo, editor de Random House Mondadori, mi novela Las Últimas y luego le comenté la posibilidad de colaborar con su editorial desde el punto de vista de editor de audiolibros. Y la propuesta no cayó en saco roto. Y salí de nuevo satisfecho. Y llegué a casa de vuelta de haber hecho mi trabajo.
El tiempo se ha despejado. Decían que iba a llover. Hace frío. Ha sido una mañana, hasta ahora, de limpieza (también esto que escribo, estas reflexiones tiene algo de limpieza).
Te abrazo.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/03/2013 a las 10:13 | {0}