Leía el otro día en el tomo X de la Antología de poetas líricos castellanos escrita por Marcelino Menéndez Pelayo, los posibles ascendientes de Boscán. Pensó luego en transcribirlo. Se entretiene en su nuevo escritorio. Más monacal. Más pequeño el mundo. Cómo va de una mesa a otra. Siente como una gran incógnita el sentido de estar vivo. Lo relaciona de inmediato con una lagartija que habita el interior de un murete del jardín; un murete que se encuentra a la izquierda suya mirando él de frente a la ventana. Una ventana sí que ofrece un paisaje singular. Romántico. A pesar de haberse levantado tarde ha seguido ordenando libros en las baldas. De repente echa de menos uno, lo busca, no lo encuentra, se dice que mañana, con más luz, La ciudad de Dios Agustín de Hipona. Lo encontrará. Lo colocará. ¿Faltan tantas cosas? ¿No falta ninguna? No sea necesario nada. Sólo la calma que le ofrecen los lomos de los libros. Las colecciones. Las librerías. Las baldas voladas. El tablero tras él anclado a la pared mediante un par de escuadras. Bricolaje. El tajo con el cúter ya casi ha sanado. La sangre. El espacio. El silencio. Los días nublados. La historia universal de las cifras escrita por Georges Ifrah. También ha vuelto. También lo ojea. Aquella anécdota con los niños que le lanzó -a Ifrah- a un viaje por todo el mundo en busca de los orígenes. Lo dirá: las cifras no son las matemáticas. Vuelta. Escritura. Ajax tragedia escrita por Sófocles. Pobre mío. ¿Qué haces, héroe entre ellos, a hachazos en la majada? Vuela el sueño de un hombre loco. Se bambolea el mundo un día más. No sabe cuándo se hizo palpable la antipatía. No sabe por qué no quiere actuar (y al mismo tiempo: el paseo muy largo esta mañana por los caminos abiertos de las eras, la colocación de los libros, coger el coche e irse al pueblo más cercano para comprar víveres y combustible, hacer la comida, fregar, colocar las cosas, encender la estufa, comer, descansar un poco, fregar de nuevo, hacer el café de la tarde, leer, escribir, resolver problemas de táctica, hablar con L., sugerir). Es posible que mañana o en treinta segundos haya muerto. No la habría vuelto a ver. Lo sabe. Lo piensa en ocasiones. Es una herida. No la cierra. Por mucho que lea. Por mucho que contemple a través de la ventana los colores de la tarde. Por mucho que duerma en un silencio semejante al que hará entre Orión y Casiopea o como aquel que se produce entre dos inspiraciones profundas. Las de un héroe quizá. Las de un suicida. O -por qué no- las de un Titán dormido.
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Tags : Fantasmagorías Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/11/2023 a las 19:50 | {0}