Cuando Hipólito decide ir en busca de su padre Teseo, Fedra ruge de pasión y le duele (duele la pasión. En los hombres duele la pasión. Duele la pasión como duelen las muelas. Duele la pasión como duele el cáncer de huesos). Y tanto le duele la pasión a Fedra que Fedra está muriendo. Pero ¿por qué muere Fedra? ¿qué pasión es la que le está carcomiendo las entrañas? ¿tan sólo que Hipólito se sacie en ella? ¿tan sólo saciarse ella en Hipólito? Hipólito que es su hijastro porque Fedra es la esposa de su padre. Hipólito que es joven y montaraz como lo fue su madre Antíope, reina de las Amazonas. Pero Hipólito no quiere ir en busca de su padre porque tema su muerte o tema que esté de nuevo batallando con un monstruo como ya batalló en el laberinto cuando dio muerte al Minotauro y pudo encontrar la salida gracias al ovillo de Ariadna que además es la hermana de Fedra. No, Hipólito quiere huir de la tierra de Trecenia porque allí está también Aricia que además de ser su prima es el único amor de su vida, es el fuego que le devora cada mañana hasta el extremo de que ya no disfruta cuando armado de su lanza y de su jabalina, guiando su carro y a sus dos briosos córceles va en busca del jabalí. Hipólito muere también de amor. (¿Se pude realmente morir de amor? ¿No es condición del amor la vida? Hasta si se entrega la vida por amor, ¿no genera más vida la vida dada? ¿Por qué se desangra entonces Hipólito? ¿Cómo llamamos a esa pasión que se desata y debilita y mata?).
Es cierto que Fedra intentó alejar al objeto de su pasión cuando se supo enamorada porque más que ese deseo mandaba en ella el deber de Estado, el deber social que la obliga, por mandato, a respetar las venerables instituciones de los hombres y es falta grave que condena a los infiernos desear al hijo del esposo por más que Teseo sea un hombre de apetito insaciable y tanto cabe que luche en estas horas contra un Titán como que luche entre las piernas de una cortesana en las cálidas costas del Asia Menor. Por eso cuando Panope -una simple criada- anuncia la muerte de Teseo, Fedra siente que los dioses la han escuchado pues ahora sí, ahora sí, ahora podría, si Hipólito quisiera, entregarse a él y ser su esposa y así le hace llamar antes de que parta y le confiesa su amor sin vergüenza alguna y esa pasión que llevaba años inscrustada en su vientre se desata en oleadas de palabras y las palabras caen como flechas envenenadas en los oídos de Hipólito que se espanta, que queda mudo, él joven y bello casado con una mujer madura, a la que nunca amó ni como segunda madre ni como esposa de su padre y menos aún como mujer. (¿Qué nos lleva a estos desafueros? ¿Qué destino nefasto, travieso como Pan, se cruza en nuestras vidas y nos hace padecer silencios, ausencias, ámbito de muerte en la mañana, eterno invierno?).
Más terrible será cuando resulte que la muerte de Teseo era falsa y que ha vuelto y ya ha arribado a puerto. Terrible la vergüenza de Fedra y horror el tan sólo pensar que Hipólito le diga a su padre las frases que ella le pronunció como una loca. Locura ahora por un amor incestuoso y por una declaración que pone en manos de quien la desdeña su honor. Sólo que ahí está Enone, su nodriza, la mujer que la cuidó desde niña. Y también en esta mujer vieja anida una pasión y esa pasión se llama Fedra. Su mente busca la solución a su deshonra y al final la encuentra y convence a su niña, a su querida niña, que será siempre niña aunque ya sea una mujer madura enamorada de un mancebo, para que acuda presta a Teseo y mienta y le diga que en cuanto su hijo Hipólito se enteró de que había muerto corrió a la alcoba de la esposa de su padre con el ansia de la juventud en su mirada y el deseo nocturnal de hacerla suya de inmediato. Fedra duda apenas. El temor al deshonor vence su pasión de enamorada y hace caso a su nodriza y envenena los oídos de su esposo que había llegado alegre al encuentro de los suyos. ¡Oh, hado fatal! ¡Dioses injustos!
La pasión de Teseo era su hijo Hipólito, su sucesor, sangre suya y sangre de la mujer a la que más amó y ahora, a su vuelta, lo encuentra traidor a su estirpe. E Hipólito noble entre los nobles, joven entre los jóvenes, sin acusar a Fedra de mentir por no deshonrar a la esposa de su padre, sí le confiesa su amor por Aricia. Teseo duda. No sabe si su hijo le engaña. Hipólito desesperado decide irse y rogará a Aricia que huya con él mientras Fedra, arrepentida o culpable, intenta interceder ante su esposo por su hijastro. No quiere oír Teseo ruegos de mujer e implora a Neptuno, amigo suyo, que vengue la afrenta que su hijo le ha hecho (¡las pasiones enredan las vidas de los hombres! ¡las pasiones ponen vendas en los ojos puros! ¡las pasiones enloquecen los estómagos, nublan la razón, acogotan los sentimientos, anulan el equilibrio, ciegan la verdad, arman la mentira, ajustan cuentas con la inocencia!
Preso de sus dudas, porque en el fondo de su alma sabe que su hijo es noble y es bueno, busca Teseo a Aricia y cuando la encuentra le insinúa las inclinaciones de Hipólito por su esposa y Aricia le insinúa el veneno que ha salido de los labios de Fedra y, sin saberlo, también Teseo ha envenenado el alma de Fedra al contarle la pasión que su hijo siente por Aricia y ese veneno que ya es mortal se volcará contra Enone, su nodriza, la urdidora de la gran tempestad que se abate sobre los habitantes del palacio de Trecenia. Presa de un dolor insoportable, Enone se arrebata la vida lanzándose desde los acantilados al ponto verde y de ese mismo mar saldrá un monstruo -atendidos por Neptuno los ruegos de Teseo- que acabará con la vida de Hipólito. Será Terámenes, ayo del joven, quien le contará a Teseo la muerte heróica de su hijo y Fedrá morirá envenenada por sí misma y quedarán desolados, tras conocer la verdad, Teseo y Aricia en un palacio que conoció el amor y conoció la pasión y conoció la ira y conoció el silencio de los dioses ante la decisión de los hombres sobre lo que es justo o injusto. Y aún resuena en el Peloponeso el verso que el poeta puso en labios de Fedra: Todo me aflige, me hiere y se conjura para herirme.
Es cierto que Fedra intentó alejar al objeto de su pasión cuando se supo enamorada porque más que ese deseo mandaba en ella el deber de Estado, el deber social que la obliga, por mandato, a respetar las venerables instituciones de los hombres y es falta grave que condena a los infiernos desear al hijo del esposo por más que Teseo sea un hombre de apetito insaciable y tanto cabe que luche en estas horas contra un Titán como que luche entre las piernas de una cortesana en las cálidas costas del Asia Menor. Por eso cuando Panope -una simple criada- anuncia la muerte de Teseo, Fedra siente que los dioses la han escuchado pues ahora sí, ahora sí, ahora podría, si Hipólito quisiera, entregarse a él y ser su esposa y así le hace llamar antes de que parta y le confiesa su amor sin vergüenza alguna y esa pasión que llevaba años inscrustada en su vientre se desata en oleadas de palabras y las palabras caen como flechas envenenadas en los oídos de Hipólito que se espanta, que queda mudo, él joven y bello casado con una mujer madura, a la que nunca amó ni como segunda madre ni como esposa de su padre y menos aún como mujer. (¿Qué nos lleva a estos desafueros? ¿Qué destino nefasto, travieso como Pan, se cruza en nuestras vidas y nos hace padecer silencios, ausencias, ámbito de muerte en la mañana, eterno invierno?).
Más terrible será cuando resulte que la muerte de Teseo era falsa y que ha vuelto y ya ha arribado a puerto. Terrible la vergüenza de Fedra y horror el tan sólo pensar que Hipólito le diga a su padre las frases que ella le pronunció como una loca. Locura ahora por un amor incestuoso y por una declaración que pone en manos de quien la desdeña su honor. Sólo que ahí está Enone, su nodriza, la mujer que la cuidó desde niña. Y también en esta mujer vieja anida una pasión y esa pasión se llama Fedra. Su mente busca la solución a su deshonra y al final la encuentra y convence a su niña, a su querida niña, que será siempre niña aunque ya sea una mujer madura enamorada de un mancebo, para que acuda presta a Teseo y mienta y le diga que en cuanto su hijo Hipólito se enteró de que había muerto corrió a la alcoba de la esposa de su padre con el ansia de la juventud en su mirada y el deseo nocturnal de hacerla suya de inmediato. Fedra duda apenas. El temor al deshonor vence su pasión de enamorada y hace caso a su nodriza y envenena los oídos de su esposo que había llegado alegre al encuentro de los suyos. ¡Oh, hado fatal! ¡Dioses injustos!
La pasión de Teseo era su hijo Hipólito, su sucesor, sangre suya y sangre de la mujer a la que más amó y ahora, a su vuelta, lo encuentra traidor a su estirpe. E Hipólito noble entre los nobles, joven entre los jóvenes, sin acusar a Fedra de mentir por no deshonrar a la esposa de su padre, sí le confiesa su amor por Aricia. Teseo duda. No sabe si su hijo le engaña. Hipólito desesperado decide irse y rogará a Aricia que huya con él mientras Fedra, arrepentida o culpable, intenta interceder ante su esposo por su hijastro. No quiere oír Teseo ruegos de mujer e implora a Neptuno, amigo suyo, que vengue la afrenta que su hijo le ha hecho (¡las pasiones enredan las vidas de los hombres! ¡las pasiones ponen vendas en los ojos puros! ¡las pasiones enloquecen los estómagos, nublan la razón, acogotan los sentimientos, anulan el equilibrio, ciegan la verdad, arman la mentira, ajustan cuentas con la inocencia!
Preso de sus dudas, porque en el fondo de su alma sabe que su hijo es noble y es bueno, busca Teseo a Aricia y cuando la encuentra le insinúa las inclinaciones de Hipólito por su esposa y Aricia le insinúa el veneno que ha salido de los labios de Fedra y, sin saberlo, también Teseo ha envenenado el alma de Fedra al contarle la pasión que su hijo siente por Aricia y ese veneno que ya es mortal se volcará contra Enone, su nodriza, la urdidora de la gran tempestad que se abate sobre los habitantes del palacio de Trecenia. Presa de un dolor insoportable, Enone se arrebata la vida lanzándose desde los acantilados al ponto verde y de ese mismo mar saldrá un monstruo -atendidos por Neptuno los ruegos de Teseo- que acabará con la vida de Hipólito. Será Terámenes, ayo del joven, quien le contará a Teseo la muerte heróica de su hijo y Fedrá morirá envenenada por sí misma y quedarán desolados, tras conocer la verdad, Teseo y Aricia en un palacio que conoció el amor y conoció la pasión y conoció la ira y conoció el silencio de los dioses ante la decisión de los hombres sobre lo que es justo o injusto. Y aún resuena en el Peloponeso el verso que el poeta puso en labios de Fedra: Todo me aflige, me hiere y se conjura para herirme.
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Narrativa
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 13/02/2016 a las 00:04 | {2}