Monólogo de un hombre que desea
HOMBRE QUE DESEA:
Eso haré: nada. Ni siquiera recordaré. Ni eso. Ni buscaré en un cuello que pase cerca de mí, el aroma de su aroma cuando la abracé. Cuando nos abrazamos por única vez. Ya no escribiré los poemas que nunca le escribí. Ni esperaré hasta la madrugada su llamada. No se iniciará el amor. No se iniciará el encuentro porque no debo hacer nada. Y aunque escuche la música que ahora me emociona y al escucharla recuerde el único día que estuve con ella, su primera aparición a mis espaldas -era alta, llevaba el pelo suelto y un abrigo verde de pana fina; calzaba botas camperas; cubría sus piernas con medias negras y bajo el abrigo llevaba un vestido gris azulado con un escote tan generoso, ribeteado en rojo, que su pecho dibujaba en mi mano su relieve; alrededor de su cuello un foulard morado-, el deseo que sentí en el corazón cuando la flecha atravesó mi carne y derramó su dulce tósigo por mi sangre, los primeros pasos por las calles de una ciudad con alcázar, el café donde nos sentamos y por primera vez nos miramos. Ya digo, aunque todo eso ocurre y pasa, no voy a hacer nada. ¿Qué haré con el paseo que dimos en busca de un restaurante? ¿qué haré con la dificultad que sentí al subir unos escalones demasiado altos para mis piernas? ¿qué haré con mi mirada en su dorso al subir los escalones? ¿qué haré con la convulsión que sufrí mientras comíamos -bueno, en realidad, no comíamos. Yo no pude comer. Todo mi estómago estaba en mi corazón y en mis sentidos y éstos no tenían hambre de brocheta de salmón o cochinillo, sino hambre de su boca, de sus mejillas, de su cuello, de sus manos, de su piel y de su escorzo- y que ella vio y me preguntó qué me ocurría y yo, tras mirar con vergüenza al mantel, no pude por menos que decirle la verdad? ¿por qué no puedo sino decir la verdad? ¿qué interés tiene la verdad? ¿por qué me preguntó lo que era obvio? ¿por qué se necesita confirmar con palabras lo que planea, vuela, se muestra sin recato? No haré nada. No, no haré nada con el paseo que dimos tras comer por la ciudad fría con alcázar. Yo le pedí cogerla del brazo. Ella me lo permitió. Anduvimos tomados por el brazo bajo un cielo gris que realzaba los reflejos rojizos de su pelo y llegamos hasta un café desangelado. Ella tenía frío. ¿Qué voy a hacer con el frío que ella tenía? Yo me quité mi abrigo y se lo puse encima de las piernas. Tomamos un té. Nos sentamos uno al lado del otro. Ella dijo algo así como, Ya está bien de estar sentados frente a frente ¿Qué voy a hacer con esa frase? ¿Cuántas interpretaciones distintas le daré? ¿Qué voy a hacer sabiendo que nunca cantaré junto a ella? A ella que tanto le gusta cantar y a mí también. ¿Qué voy a hacer con el viaje que nunca haré a la ciudad donde ella vive? ¿Qué voy a hacer con el recuerdo que nunca será del momento en que entre en su casa? ¿Qué voy a hacer con su mirada que, al pasar de los días, se va diluyendo y conformando en una mirada nueva creada por mí? ¿Cómo resolverá el tiempo la frase que dijo al hablar de mí, Estás en el límite de todo lo que deseo en un hombre? ¿Por qué no le dije entonces que deseo viene del latín desiderare y que traducido literalmente vendría a ser echar de menos un astro en tu firmamento y que al echarlo de menos, al no conocerlo, no puedes conocer sus límites ni su contorno? ¿por qué no le dije que lo hermoso de amar quizá sea dibujar esos contornos y esos límites en el astro añorado, el cual al surgir en el firmamento es todavía difuso, hermosamente desconocido, abierto a ser descubierto, flexible como junco en la ribera del Nilo, maleable como metal en la fragua? ¿Qué voy a hacer con todo lo que no le dije ni le diré jamás? No haré nada. No, no haré nada. Porque todo lo que tenía que hacer ya está hecho. No haré nada con el último trecho que recorrimos juntos en nuestras vidas hasta el parking donde había dejado su coche seis horas antes. No haré nada con el abrazo que nos dimos. Ese abrazo juro que no lo voy ni a tocar. No haré nada con el giro que di y su imagen bajando las escaleras y el deseo que tuve de que se girara como en las películas con final feliz. Y si me sobreviene el recuerdo de mi pasos ya sin ella por la calle principal de la ciudad con alcázar y el sentimiento que tenía de haber conocido a la mujer amada, no haré nada; y si vuelve el camino de vuelta a mi ciudad, ya en la noche, en plena meseta castellana con mi pensamiento muy lejos de los faros rojos del coche que me precedía, no haré nada; y si me acuerdo de ella un día y otro día, no haré nada, no haré nada, no haré nada.
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Teatro
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 16/11/2012 a las 10:28 | {0}