Georges Moustaki - Sans la Nommer.mp3 (2.78 Mb)
Cuando hace unos días informaron sobre la muerte de Georges Moustaki, recordé una noche hace muchos, muchos años en la que Luis y yo fuimos en su Vespa a escucharle. Mi memoria (que es la loca de la casa) no consigue recordar si realmente entramos al concierto (porque lo confundo con otro concierto en el festival de jazz de Vitoria, también hace muchos, muchos años, en el que Luis y yo al fin conseguimos entrar a escuchar a Oscar Peterson). Sí recuerdo que al finalizar, decidimos esperar a que saliera para seguirle e ir donde él fuera y saludarle. Tampoco recuerdo si lo conseguimos. Georges Moustaki es parte de mis emociones de juventud y también parte de la amistad que nos tuvimos Luis y yo.
El jueves tomé la decisión de pasear por las calles de Madrid. Salir de esta soledad que tanto me protege quizá porque lo contrario del amor es el miedo. Paseé por la calle Fuencarral y aunque no me atreví a entrar en las tiendas y pedir que me atendieran, por lo menos eché un vistazo a ropa que iba a necesitar. Luego me senté en la Plaza del Dos de Mayo. Cuando me dirigía hacia el coche para recoger a Nilo y volver al pueblo, me encontré con L. una amiga de cuando estudiábamos arte dramático en los cursos de verano de El Escorial a mediados de los años ochenta. L. me cogió de las manos (siempre muy afectuosa. Le gusta tocar la piel.) y le pregunté cómo se encontraba y entonces me dijo que su situación era desesperada, que estaba viviendo en casa de P. (actor al que también conocimos en aquellos años), en una minúscula buhardilla y que tenía que dormir con él porque no había más sitio y que se sentía avergonzada y angustiada por la situación en la que se encontraba. Comentaba que hacía trabajos pero sin remuneración ninguna y que los directores que la llamaban la felicitaban por su interpretación pero cuando había dinero de por medio entonces, esos mismos directores, ya no la llamaban ni siquiera para hacer una prueba. Le propuse que nos tomáramos una cerveza y fuimos al Parnasillo un café de los de entonces y allí mantuvimos junto con los dueños y un periodista de Le Monde Diplomatique, una charla encantadora. He quedado en llamarla. Y lo voy a hacer. Ella me preguntó que hacía yo por ahí y le dije la verdad: He venido a ver gente. A mezclarme con la gente. Estoy demasiado encerrado y ha llegado el momento de salir de nuevo. Al despedirnos le dije: Estas muy guapa y eso es importante. Y gracias porque mi paseo de hoy se ha visto mil veces colmado en su expectativa por haberte encontrado después de tantos años.
Eso es la calle también. Un lugar de encuentro.
He estado dos días fumando unos mini porros de marihuana. Dejé de fumar porque eran muchas las veces que me entraba angustia y temor de vivir y pocas las ocasiones en las que el haschis o la marihuana me envolvían con su leve sensualidad, tan leve y hermosa como el humo. Estos dos días han sido embriagadoramente sensuales y ricos y me he propuesto escribir en breve un Elogio de la Embriaguez. Seguiré sin fumar.
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Diario
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 25/05/2013 a las 09:45 | {0}