En noticia aparecida en el diario El País leo que Horacio Silvestre, director del Instituto de excelencia de Madrid, en correo privado enviado a los padres de los alumnos, les recomienda (a los padres) que (sic) les digan a sus hijos que aparquen el amor y se centren en el trabajo. Los alumnos en cuestión tienen entre los 16 y los 18 años y parecen ser los chicos más brillantes, académicamente, de la Comunidad de Madrid. Siendo esto así, ¿cómo es posible que al frente de ellos hayan puesto a un tipo que se permite hacer semejante recomendación? ¿Qué le pasa, señor director? ¿Y usted no piensa en dimitir? ¿No piensa usted que si desconoce de tal forma la condición humana, no debería ejercer un puesto de tal responsabilidad, nada más y nada menos que regir la educación de las lumbreras académicas de la comunidad?
Se me ocurría una larga cadena que llevaba desde el amor a la excelencia (incluso, y si le cupo en suerte, una larga cadena que relacionaba el amor y su puesto de director de un instituto -sea éste excelente o una puta mierda-); se me ocurrían ingeniosas relaciones entre amar y elevarse; entre la excelencia de amar y el amante excelente; se me ocurría el júbilo y la reivindicación.
En última instancia (por ponerle al texto un membrete oficial) no lo haré porque la imagen del cangrejo se me ha venido a las mientes y el recuerdo de la primera muchacha con la que me besé y toqué y lo felices que fuimos estudiando juntos, lo mucho que animaba el estudio su cercanía, eso, eso, es evidente que el señor Horacio Silvestre no lo vivió.
¿No parece que en esa recomendación supura una vieja herida de este director, una forma inconsolable de entender la vida?
Se me ocurría una larga cadena que llevaba desde el amor a la excelencia (incluso, y si le cupo en suerte, una larga cadena que relacionaba el amor y su puesto de director de un instituto -sea éste excelente o una puta mierda-); se me ocurrían ingeniosas relaciones entre amar y elevarse; entre la excelencia de amar y el amante excelente; se me ocurría el júbilo y la reivindicación.
En última instancia (por ponerle al texto un membrete oficial) no lo haré porque la imagen del cangrejo se me ha venido a las mientes y el recuerdo de la primera muchacha con la que me besé y toqué y lo felices que fuimos estudiando juntos, lo mucho que animaba el estudio su cercanía, eso, eso, es evidente que el señor Horacio Silvestre no lo vivió.
¿No parece que en esa recomendación supura una vieja herida de este director, una forma inconsolable de entender la vida?
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/12/2012 a las 10:05 | {2}