La voz
Tengo en el contestador del teléfono dos voces guardadas: una felicitación de cumpleaños de mi hija cuando tenía cinco años y un mensaje de Julia, un día de octubre, disculpándose por no haber estado atenta. Julia fue mi maestra de vida y me cuidó desde que nací hasta que murió. Tenía una voz algo aguda, llena de energía, franca y abierta. Era una voz que se iniciaba en el vientre y salía sin censuras por su boca. No era una voz que se quedara en la garganta. No era una voz que se ocultara en terciopelo. Era una voz limpia. Recuerdo al final de su vida cómo su voz fue subiendo por los agudos mientras comenzaba a frotarse por las paredes de la laringe como si quisiera esconderse. Fue cuando tuvo miedo. La última vez que la oí su voz era pequeña.
Guardo de Julia un documento magnífico. Durante unos meses mientras ella trajinaba en la cocina de la casa de mis padres, yo llevé mi grabadora y le pedí que me contara su vida desde que nació un ocho de noviembre de 1914 en el pueblo manchego de Argamasilla de Calatrava hasta aquel mes de julio de 1993. Articulada a su historia escribí mi primera novela Inventario. La voz de Julia contaba bien, sin excesos y con detalle. Sabía su voz iniciar el misterio. Sabía elevar la tensión. Conocía el milagro de la pausa, ese silencio que aclara todo lo dicho. Y sabía resolver. El final de sus historias tenía una enseñanza, una moraleja, un chiste o un chasquido en los oídos del destino, del destino fatal, tan español. La noción del sino. Ahora, cuando oigo la grabación, tengo la impresión de que la máquina acelera un poco la velocidad de la voz de Julia y sube un poco su tono. Y sé que es una impresión acertada porque recuerdo la voz de Julia desde la infancia, desde que nací, junto a mi oído, susurrándome un alivio, vibrando con una broma. No sé imitarla, es cierto, pero la oigo en mi recuerdo. La escucho.
Guardo de Julia un documento magnífico. Durante unos meses mientras ella trajinaba en la cocina de la casa de mis padres, yo llevé mi grabadora y le pedí que me contara su vida desde que nació un ocho de noviembre de 1914 en el pueblo manchego de Argamasilla de Calatrava hasta aquel mes de julio de 1993. Articulada a su historia escribí mi primera novela Inventario. La voz de Julia contaba bien, sin excesos y con detalle. Sabía su voz iniciar el misterio. Sabía elevar la tensión. Conocía el milagro de la pausa, ese silencio que aclara todo lo dicho. Y sabía resolver. El final de sus historias tenía una enseñanza, una moraleja, un chiste o un chasquido en los oídos del destino, del destino fatal, tan español. La noción del sino. Ahora, cuando oigo la grabación, tengo la impresión de que la máquina acelera un poco la velocidad de la voz de Julia y sube un poco su tono. Y sé que es una impresión acertada porque recuerdo la voz de Julia desde la infancia, desde que nací, junto a mi oído, susurrándome un alivio, vibrando con una broma. No sé imitarla, es cierto, pero la oigo en mi recuerdo. La escucho.
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Ensayo
Tags : Archivo 2009 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 05/01/2009 a las 17:11 | {0}