No quisiera describir la llanura como un espacio donde no existan colinas, ni quisiera alardear de novísimo urdiendo una nueva llanura algo así como la ausencia de olor a rocío o la distorsión de mancha auricular; no, estoy sentado cuando empieza la madrugada y se ha ido alejando como un torrente el ajetreo del día; no, estoy mirando a mi alrededor buscando una guía que me lleve por esa llanura que no quiere ser descrita como clásica ni quiere tampoco sonar a nueva. Una simple llanura con sus matices de color y los minerales de su tierra (aunque pudiera ser la llanura de una mar dormida, sin corrientes claras, sin olas apenas como en ocasiones ocurría -cuando lo veía- en el mare nostrum) y sus animales diurnos y los que aman o necesitan la noche; una llanura que imagino quieta, una llanura que imagino sin viento porque el viento en la llanura la altera hasta el grado de convertirla en tempestuosa y nada que pueda calificarse así puede conllevar la esencia última -o primera- de la llanura. Admito que en ellas se produjeron las mejores batallas, admitidme entonces que en el momento en que en la llanura se baten las armas se convierte en campo de batalla y el término llanura queda lejos como acobardado ante tanta sangre y tanto hierro; admitidme que una llanura ha de ser solitaria y tener algo así como el aire de un fantasma sin nadie a quien asustar; admitidme, os lo ruego, que la llanura tiene algo de novia antigua cuando se ha quedado un instante sola frente al espejo, su madre ha ido a atender algo en la cocina, la hermana está en el baño, la abuela reza y ella se mira, se baja el velo y espera con espera lo que llegará luego; no quiero alabar en exceso la llanura, ni sé porque escucho su sonido como si fuera sólo uno en todas las llanuras del mundo, de hecho pienso ahora en la orografía de una sola de ellas y me cuesta verla, escucharla, sentirla y aún así, en esta noche, uniformizo el sonido de todas ellas en uno solo que sería la atmósfera rasgada por la gota que acaba de desprenderse del alto talle del cardo; en ese sonido infinitesimal, en esa cadencia inaudible, en ese matiz para sabios, en esa caída rápida, se resume en esta noche el sonar de la llanura que imagino, a la que no quiero atribuirle ningún atributo nuevo, a la que no quiero designarle símbolo alguno, a la que no quiero comparar con el vientre sin ombligo de una hembra de otro planeta.
Ahora que fumo y la inspiración se va yendo entiendo la llanura como una suerte de fin sin emociones, sin altibajos, sin pureza; ahora que escucho la puerta de la entrada al recinto donde vivo, se aleja la llanura y más aún cuando unas risas se unen a una música lejana; pasa un coche; la brisa ha movido las hojas ligeras del arce japonés y la llanura se diluye y al diluirse se eleva hasta convertirse en salina.
Ahora que fumo y la inspiración se va yendo entiendo la llanura como una suerte de fin sin emociones, sin altibajos, sin pureza; ahora que escucho la puerta de la entrada al recinto donde vivo, se aleja la llanura y más aún cuando unas risas se unen a una música lejana; pasa un coche; la brisa ha movido las hojas ligeras del arce japonés y la llanura se diluye y al diluirse se eleva hasta convertirse en salina.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 22/06/2014 a las 01:10 | {0}