Llegaba ya el final del día. Desde por la mañana Milos Amós había estado dedicado a su trabajo. Ese trabajo. Esa tarea. Desde hace tantos años, amada, extraña. Le gustaba ver amanecer mientras tecleaba y urdía una forma y un contenido, reflexionaba sobre el paralelismo entre un guión y una partitura y entre ello, entre esos pensamientos al aire del humo azul del cigarrillo, bullía, latente, la historia que había de contar. Hacía falta tan sólo un segundo para entrar en una habitación pequeña, en un barrio obrero, con una lámpara de pie muy vieja, la actriz está sentada en un sofá y mira con cierto sufrimiento un aparador. El aroma del café le devuelve a la casa. Escribe lo vivido (la habitación pequeña, la lámpara de pie, etc...) y una línea rosa abarca mucho cielo. Ya es el día.
Esa descripción bucólica, que él mismo había escrito, como el pintor que se autorretrata frente a un espejo, apenas sí tenía relación con el aumento de su latido cardíaco. Había algo amañado en esa descripción, pensó.
Milos Amós siguió escribiendo y los dedos se fueron ralentizando a medida que las ideas se evaporaban de su cabeza y los personajes se difuminaban en un tono gris y sin perfil. Entonces recibió la llamada y al colgar constató el amaño de la descripción. Borró el guión que había estado escribiendo y decidió descender a los infiernos.
La ciudad. Bebió. Estuvo sentado escuchando a un grupo de jazz. Luego, en una plaza, aspiró el aire de la noche y algo se aclaró. Sabía que el mundo seguía girando como él veía las luces de un edificio. Volvió a su casa. Esperó a que amaneciera y se quedó dormido.
Esa descripción bucólica, que él mismo había escrito, como el pintor que se autorretrata frente a un espejo, apenas sí tenía relación con el aumento de su latido cardíaco. Había algo amañado en esa descripción, pensó.
Milos Amós siguió escribiendo y los dedos se fueron ralentizando a medida que las ideas se evaporaban de su cabeza y los personajes se difuminaban en un tono gris y sin perfil. Entonces recibió la llamada y al colgar constató el amaño de la descripción. Borró el guión que había estado escribiendo y decidió descender a los infiernos.
La ciudad. Bebió. Estuvo sentado escuchando a un grupo de jazz. Luego, en una plaza, aspiró el aire de la noche y algo se aclaró. Sabía que el mundo seguía girando como él veía las luces de un edificio. Volvió a su casa. Esperó a que amaneciera y se quedó dormido.
Ventanas
Seriales
Archivo 2009
Escritos de Isaac Alexander
Fantasmagorías
¿De Isaac Alexander?
Meditación sobre las formas de interpretar
Libro de las soledades
Cuentecillos
Colección
Apuntes
Archivo 2008
La Solución
Aforismos
Haiku
Recuerdos
Reflexiones para antes de morir
Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis
Sobre las creencias
Olmo Dos Mil Veintidós
El mes de noviembre
Listas
Jardines en el bolsillo
Olmo Z. ¿2024?
Agosto 2013
Saturnales
Citas del mes de mayo
Reflexiones
Marea
Mosquita muerta
Sincerada
Sinonimias
Sobre la verdad
El Brillante
El viaje
No fabularé
El espejo
Desenlace
Perdido en la mudanza (lost in translation?)
La mujer de las areolas doradas
La Clerc
Velocidad de escape
Derivas
Carta a una desconocida
Asturias
Sobre la música
Biopolítica
Las manos
Tasador de bibliotecas
Ensayo sobre La Conspiración
Ciclos
Tríptico de los fantasmas
Archives
Últimas Entradas
Enlaces
© 2008, 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015, 2016, 2017, 2018, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023 y 2024 de Fernando García-Loygorri, salvo las citas, que son propiedad de sus autores
Cuento
Tags : La Solución Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 08/11/2008 a las 20:16 | {1}