Yo vengo a decirte el alba
sin el rencor de los grandes mamíferos
sin la estela soberbia de la especie humana
Yo vengo tras el beso que me diste
a anunciarte el color escarlata
y la suave loma que te encontrarás tras el pico alto
el que está allá donde el horizonte se disipa envuelto en algas
Yo vengo de las grandes ciudades
donde el amor se subasta a diario en las plazas públicas
a precios muy bajos, tanto que me dio por pensar
cuando era un niño que lo que se subasta a diario en las plazas
no es amor sino discanto
Pero yo vengo de las grandes ciudades
de las luces en la noche (lo cual, tú ya sabes, rompe por completo la mitad del día)
de los besos en la espalda
de los gemidos de dos años como mucho
del ansia de ser presentado
del complejo de Acteón y las mezquitas
de las lúgubres ceremonias de interior
y las verduras que existen, ¡expuestas!, fuera de temporada
Y aún así –aún así, querida- yo vengo a decirte el alba
Al decirla te nombraré las plantas del camino
y seré bueno y sumiso como nunca los machos
acostumbradas como estáis a los cuerpos rehechos
los martes por la tarde en lugares tristísimos donde el olor no huele;
te diré el alba
y te nombraré, una por una, las estrellas del cinturón de Orión
y ensoñaré que quieres que te unte el coño con mermelada
mientras mis cuerdas vocales salivan estrellas y se pudren mis dedos
en tu piel, en la piel de tu vientre que se hizo oscura en cuanto me dejaste
Yo vengo a deshojar el surtidor de las ballenas
Yo vengo al desguace de las uñas de tus pies
Yo vengo a calentar la hiedra que ha trepado hasta mis gónadas y las aprieta hasta dolerlas sólo para adivinar si el calor la relaja y me suelta y me deja cantar aquello que unos dijeron que escribió Homero
Yo vengo de una estirpe tan antigua como el alba
Tengo mi pizca de héroe y hay en mi cojera –que tú tan bien conoces- un simulacro de fuego como en la de Hefesto
Yo vengo a cantarte mi saga que surgió en el siglo IX cuando el mundo era un territorio tan pequeño como amar
Yo vengo quieto y con sangre y con todos mis dientes
a cantarte, sí, a cantarte el alba que se ha teñido de rubia
por mor de un coqueteo milenario con el sol
y al rosear el mundo lo convierte en luz justo antes de la luz
No olvides, cuando te cante el alba, que yo vengo de las grandes ciudades,
de los lugares miserables, de los bares modernos y las grandes extensiones de farmacias
Recuerda cómo te corrías cuando te lamía el clítoris
para que sepas volar cuando quieras (como las antiguas brujas con sus escobas untadas en belladona) sin necesidad de nadie (sólo mi lengua en tu memoria)
Yo vengo
porque fui
honestamente alba
sin el rencor de los grandes mamíferos
sin la estela soberbia de la especie humana
Yo vengo tras el beso que me diste
a anunciarte el color escarlata
y la suave loma que te encontrarás tras el pico alto
el que está allá donde el horizonte se disipa envuelto en algas
Yo vengo de las grandes ciudades
donde el amor se subasta a diario en las plazas públicas
a precios muy bajos, tanto que me dio por pensar
cuando era un niño que lo que se subasta a diario en las plazas
no es amor sino discanto
Pero yo vengo de las grandes ciudades
de las luces en la noche (lo cual, tú ya sabes, rompe por completo la mitad del día)
de los besos en la espalda
de los gemidos de dos años como mucho
del ansia de ser presentado
del complejo de Acteón y las mezquitas
de las lúgubres ceremonias de interior
y las verduras que existen, ¡expuestas!, fuera de temporada
Y aún así –aún así, querida- yo vengo a decirte el alba
Al decirla te nombraré las plantas del camino
y seré bueno y sumiso como nunca los machos
acostumbradas como estáis a los cuerpos rehechos
los martes por la tarde en lugares tristísimos donde el olor no huele;
te diré el alba
y te nombraré, una por una, las estrellas del cinturón de Orión
y ensoñaré que quieres que te unte el coño con mermelada
mientras mis cuerdas vocales salivan estrellas y se pudren mis dedos
en tu piel, en la piel de tu vientre que se hizo oscura en cuanto me dejaste
Yo vengo a deshojar el surtidor de las ballenas
Yo vengo al desguace de las uñas de tus pies
Yo vengo a calentar la hiedra que ha trepado hasta mis gónadas y las aprieta hasta dolerlas sólo para adivinar si el calor la relaja y me suelta y me deja cantar aquello que unos dijeron que escribió Homero
Yo vengo de una estirpe tan antigua como el alba
Tengo mi pizca de héroe y hay en mi cojera –que tú tan bien conoces- un simulacro de fuego como en la de Hefesto
Yo vengo a cantarte mi saga que surgió en el siglo IX cuando el mundo era un territorio tan pequeño como amar
Yo vengo quieto y con sangre y con todos mis dientes
a cantarte, sí, a cantarte el alba que se ha teñido de rubia
por mor de un coqueteo milenario con el sol
y al rosear el mundo lo convierte en luz justo antes de la luz
No olvides, cuando te cante el alba, que yo vengo de las grandes ciudades,
de los lugares miserables, de los bares modernos y las grandes extensiones de farmacias
Recuerda cómo te corrías cuando te lamía el clítoris
para que sepas volar cuando quieras (como las antiguas brujas con sus escobas untadas en belladona) sin necesidad de nadie (sólo mi lengua en tu memoria)
Yo vengo
porque fui
honestamente alba
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Narrativa
Tags : Reflexiones que Olmo Z. le escribe a su mujer en plena crisis Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/08/2015 a las 23:54 | {0}