El siguiente video Al sordo hay que gritarle (recomiendo que lo veas antes de seguir leyendo. Ya sabes: haz un click sobre el título) es un grito de angustia, un grito bestial, en un país bestial, México, donde en una de sus ciudades, Ciudad Juárez, se asesina desde hace ya muchos años a mujeres humildes de las formas más brutales que yo haya podido conocer.
El grito es un instante. El grito tiene razón. El grito es inútil.
Tengo en mí que el Poder (los poderes) no quieren escuelas para los niños, hospitales para los enfermos, agua potable para los habitantes de las ciudades, la seguridad de que la ley actuará si se comete un delito, el justo precio por el trabajo justo. Porque tengo en mí que el Poder es un animal asustado que se defiende atacando; el poder no quiere siervos agradecidos sino siervos más aterrados que él; el Poder es una máquina que se vuelve anónima al ser accionada por tantas manos; el Poder tiene un ejemplo perfecto en el siglo de su apogeo más cruel: el siglo XX. Como muestra Raul Hilberg en su libro La destrucción de los judíos europeos la maquinaria del poder nazi usó de todos los estamentos sociales para llevar a cabo su exterminio. Desde el peón caminero, pasando por el maquinista de tren, hasta el tendero ario de la esquina, llegando hasta el director de las compañias de seguros alemanas y ascendiendo (o mejor descendiendo) hasta el máximo representante de todos ellos, la maquinaria del poder cuyo combustible es el miedo subyugó a todos y juntos, entre desfiles y alardes, gasearon a millones y millones de vidas humanas, las sometieron a las torturas más espantosas, las humillaron de todas las formas posibles, las despojaron de cualquier bien que tuvieran, las encerraron en lugares aterradores y las hicieron trabajar hasta matarlas; a las mujeres y las niñas las violaron y las utilizaron para abrirlas en canal, sin anestesia, y hacer experimentos en sus úteros; a los hombres y los niños los castraron y les abrieron los escrotos y extrajeron sus gónadas y las frieron delante de ellos y se las dieron a comer a los cerdos. Todo aquello pasó como hoy pasa en Ciudad Juárez ¡Qué poder benigno habría sido aquel que tras la rendición alemana, hubiera tendido la mano, hubiera juzgado con la ley internacional en la mano y hubiera intentado cerrar las heridas cuanto antes! Pero lo que hizo el poder de los americanos fue el bombardeo criminal sobre la ciudad alemana de Dresde en la que bajo cientos y cientos de miles de toneladas de bombas incendiarias quemaron vivas a miles y miles de personas.
Podemos gritar a ese poder. Y es bueno aunque el grito se lo llevará el aire. Tenemos que gritar y también, con nuestros actos, con los más próximos, tenemos que saber cómo enfrentarnos a él. Dicen los budistas (a los que leo desde hace unos días con auténtica admiración) que todo es presente y sólo en el presente las acciones valen y que si las acciones son compasivas y son bondadosas es suficiente y no porque nos vayan a volver bondad y compasión dadas (como en una especie de feedback ñoño, de libro de autoayuda menor) sino porque cuanta más bondad y compasión se lance al mundo menos miedo habrá y así, tan sencillamente, podremos vencer un día al verdadero gran enemigo de todo ser humano: el terror que nos causa vivir por el terror que nos inflige el Poder. No sé si son las únicas armas pero creo que son efectivas: el amor contra el terror; la bondad contra el Poder; la compasión contra la destrucción.
Nunca lo hemos hecho como especie. Por lo tanto no sabemos si funcionaría. Pero yo creo que si funcionara no habríamos vencido, habríamos con-vencido.
El grito es un instante. El grito tiene razón. El grito es inútil.
Tengo en mí que el Poder (los poderes) no quieren escuelas para los niños, hospitales para los enfermos, agua potable para los habitantes de las ciudades, la seguridad de que la ley actuará si se comete un delito, el justo precio por el trabajo justo. Porque tengo en mí que el Poder es un animal asustado que se defiende atacando; el poder no quiere siervos agradecidos sino siervos más aterrados que él; el Poder es una máquina que se vuelve anónima al ser accionada por tantas manos; el Poder tiene un ejemplo perfecto en el siglo de su apogeo más cruel: el siglo XX. Como muestra Raul Hilberg en su libro La destrucción de los judíos europeos la maquinaria del poder nazi usó de todos los estamentos sociales para llevar a cabo su exterminio. Desde el peón caminero, pasando por el maquinista de tren, hasta el tendero ario de la esquina, llegando hasta el director de las compañias de seguros alemanas y ascendiendo (o mejor descendiendo) hasta el máximo representante de todos ellos, la maquinaria del poder cuyo combustible es el miedo subyugó a todos y juntos, entre desfiles y alardes, gasearon a millones y millones de vidas humanas, las sometieron a las torturas más espantosas, las humillaron de todas las formas posibles, las despojaron de cualquier bien que tuvieran, las encerraron en lugares aterradores y las hicieron trabajar hasta matarlas; a las mujeres y las niñas las violaron y las utilizaron para abrirlas en canal, sin anestesia, y hacer experimentos en sus úteros; a los hombres y los niños los castraron y les abrieron los escrotos y extrajeron sus gónadas y las frieron delante de ellos y se las dieron a comer a los cerdos. Todo aquello pasó como hoy pasa en Ciudad Juárez ¡Qué poder benigno habría sido aquel que tras la rendición alemana, hubiera tendido la mano, hubiera juzgado con la ley internacional en la mano y hubiera intentado cerrar las heridas cuanto antes! Pero lo que hizo el poder de los americanos fue el bombardeo criminal sobre la ciudad alemana de Dresde en la que bajo cientos y cientos de miles de toneladas de bombas incendiarias quemaron vivas a miles y miles de personas.
Podemos gritar a ese poder. Y es bueno aunque el grito se lo llevará el aire. Tenemos que gritar y también, con nuestros actos, con los más próximos, tenemos que saber cómo enfrentarnos a él. Dicen los budistas (a los que leo desde hace unos días con auténtica admiración) que todo es presente y sólo en el presente las acciones valen y que si las acciones son compasivas y son bondadosas es suficiente y no porque nos vayan a volver bondad y compasión dadas (como en una especie de feedback ñoño, de libro de autoayuda menor) sino porque cuanta más bondad y compasión se lance al mundo menos miedo habrá y así, tan sencillamente, podremos vencer un día al verdadero gran enemigo de todo ser humano: el terror que nos causa vivir por el terror que nos inflige el Poder. No sé si son las únicas armas pero creo que son efectivas: el amor contra el terror; la bondad contra el Poder; la compasión contra la destrucción.
Nunca lo hemos hecho como especie. Por lo tanto no sabemos si funcionaría. Pero yo creo que si funcionara no habríamos vencido, habríamos con-vencido.
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Ensayo
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 20/12/2010 a las 23:12 | {0}