Esa era la idea. Esta mañana. De repente el tiempo desaparece. También la idea. También el gran poeta hebreo Judá Ha-Leví. Era esta mañana. Intentaba poner en orden la idea. Recuerdo que todo empezó con la palabra enigma (porque Clara Janés hacía referencia al enigma de la vida en su discurso de aceptación del sillón U en la Real Academia de la Lengua). Me fui a los diccionarios. Aún me voy a veces a los diccionarios. Como si todavía pudiera hacer algo con el tiempo que me queda. A veces lo intento. Te juro que a veces lo intento. Esforzarme (pero me tiran mucho las ideas de William Blake y de los ranters. Las ideas anarquistas me tiran mucho. También a veces me tira mucho la sensación de fracaso y esa otra idea de que quizá sea razonable no haber llegado a ningún sitio. A lo mejor soy en la literatura como en el ajedrez: pura imprecisión). De ahí, a lo mejor, la idea del exilio interior. Pienso ahora en el médico y ministro de Alfonso VI, el judío Yoseb b. Ferrusiel que era conocido con el afectuoso nombre de mio Cidiello. El domingo por la tarde me ocurrió un estado de ánimo que quizá sea origen de este deseo matutino de escribir sobre el exilio interior; el domingo por la tarde sentí -como a veces siento, con una gravedad sin la más mínima pizca de humor- que nunca sabría de mi vida y al mismo tiempo que tenía este sentimiento, de inmediato, como geiser, surgía otro que me decía, ¿Qué vida? ¿De quién esa vida? Y el domingo por la tarde me iba hundiendo. Iba sintiendo una tristeza que podría compararse con el sonido fundamental de la cosmología musical china, el llamado hwang-tchong . Al parecer este sonido había sido fijado en la época clásica por una norma sagrada de un pie de 0,2328m. El sonido de este tubo representa el primer diapasón conocido. Era un la sostenido (366 vibraciones dobles). Este la sostenido era yo el domingo por la tarde. Este la sostenido era una profunda dejación de mí, esa tarde. Luego cometí un error. O quizá fue un acierto. Porque en eso consiste el exilio interior: no estar en ti nunca. Haberte desterrado de ti mismo. Aunque ese ti mismo sea una invención, una construcción o como diría el bueno de Schopenhauer una representación de algo que podrías ser; eso que aquí en occidente se denomina Yo. Digo entonces que el domingo ya en la noche, de vuelta del paseo que hago como un adicto por los bosques que circundan el lugar que habito, cometí ese error o ese acierto. Así quizá se construyen las tragedias. O los olvidos. Yo hay noches en las que me ahogo. Sé que ese ahogarse es tan irreal o tan patético como la exultatio alegre o el simple pasar y cuando estoy así he aprendido a recluirme, a solazarme en ello porque sé que no es bueno compartir el ahogamiento -la representación del ahogamiento-. Quizá también de ese hundirse; de ese no respirar bien surgiera el título Exilio interior que adorna un nuevo texto probablemente lleno de imprecisiones que ahora tú, mi querido lector, estás leyendo. Como no conocemos las jardyas del inventor del género, el famoso ciego de Cabra -siglo X- ni de los primeros que tras él lo perfeccionaron, así yo tampoco conozco la tierra que de mí habito. Porque no es tierra mía. Es tierra de exilio. Me atemoriza adentrarme en ella. Me atemoriza no ser bien recibido porque un exiliado, un refugiado, seamos claros, nunca es bien recibido, es -por decirlo así- condición sine qua non del exiliado. El exiliado ha de sentirse lejano de su tierra y de la tierra que habita. Exiliarse en sí mismo es el más triste y desolador de los exilios. No te recibes a ti en una tierra que es tuya y que no sientes como tal. Eso era esta mañana. He de decir que los presagios se han ido cumpliendo como el amor de las doncellas que toman a su madre como confidente o como la primitiva lírica. Y ha tenido que ser en la madrugada (yo que todas las noches quiero acostarme pronto para levantarme temprano y aparentar ser una persona respetable y responsable y que noche tras noche me acuesto no antes de las tres de la madrugada, observando a un ser que no reconozco el cual hace cosas que yo no haría jamás si estuviera en mi tierra, en mi tierra interior
asséntose en tierra, tollióse el capiello,
en la mano derecha príso su estaquiello...
en la mano derecha príso su estaquiello...
hasta que una fuerza, probablemente mundana, me lleva a la cama y me mece hasta el sueño la idea de ser Odiseo. Busco mi patria, mi Ítaca, de vuelta de una guerra que jamás será escrita por Homero. ¡Ay, mi Ítaca! ¡Ay, Penélope! ¡Esperadme que ya muero!) cuando este exilio se escribe desde un interior extraño. La noche ha refrescado. La ausencia tiene nombre.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 14/06/2016 a las 01:50 | {0}