Eran los altos días mayo. Nadaba en el aire la resurrección de los muertos. Los aromas podridos de un mar sin placton parecían evaporarse en la amalgama de gentes y lonas y mensajes. Era un miedo que huía. Era una ilusión de millones. Era la espada sin filo que se alza. Sobre los relojes y los campanarios; ante los hombres armados; frente a los furgones enrejados; sin atender a la indiferencia, se fueron afianzando en las plazas.
Los voceros, empeñados en sus rotativas, ciegos de espanto, avaros de sus avaricias, insensatos y oscuros, llenos de pústulas dialécticas -no quiso ni pronunciar un sólo nombre de infame-, riendo la valentia de muchos, sordos ante el murmullo pacífico -semejante en todo al vuelo de las abejas alrededor de los pétalos de las flores; legendarias en su quehacer práctico- de millones de voces, fluctuando entre una mirada paternalista y un discurso de burgués idiotizado, quisieron convertir el proceso en suceso (algo que ocurre y que no deja esencias de nada. Un suelto un año más tarde en un diario. Una broma sucia. Una risa de conmiseración).
Transcurrían las horas. Transcurrían las naciones. Nada se subvertía. No había una toma del Palacio del Invierno (sólo ellos sabían que ese no asalto, era el asalto). Se escuchaba una guitarra. Se fumaba un peta -sí, señores, se fumaba un peta-. Se ensoñaba un triunfo. Se comisionaban comisiones. Se asambleaban asambleas. Se escuchaban unos a otros. Paseaban. Se comprometían. Y en mitad de todo ese jaleo político y ciudadano, ella se comió una manzana.
No podían estar lejos los disturbios. Todos lo sabían. No podía ser que una mujer comiera una manzana entre comisiones sin que ese acto nutricional no fuera tomado como una subversión al orden establecido. Sabían que la policía andaba cerca; la olían como las gacelas huelen a la leona y saben que han de esperar el ataque pues ellas no pueden atacar. El cielo se cubrió varios días de nubes. El agua puso en duda las infraestructuras. Y las fuerzas del orden establecido atacaron. Los que eran libres se sentaron y sentados fueron aporreados. La sangre enturbió las plazas. Los gemidos se escucharon. Al caer la tarde se redoblaron los ciudadanos y se sentaron de nuevo y volvieron a sus comisiones y se alzaron cantos contra la fuerza. La mujer masticaba la manzana.
Fue junio la epifanía de las verdades como puños. Fue junio un clamor que se extiende -alfombra voladora por la imaginación de los justos-. Fue junio una salva y los que debían hablar -los llamados parlamentarios- se encerraron donde no se habla -el llamado Parlamento- y los que hablan llegaron hasta sus puertas protegidas por fieles cancerberos con cascos de batalla, vallas y silencio. Las noches se hicieron blancas. Los niños querían cuentos y bailes y palmas. La mujer que come una manzana preguntó: ¿Por qué nuestros representantes no vienen en comisión a parlamentar con nosotros? ¿Cómo no ha ocurrido ya este hecho?
Corrió la noticia de que Grecia se hundía y las ruinas de su Partenón eran símbolo de su economía; se dijeron unos a otros que la lucha nunca sería fratricida y exploraron de nuevo -reunidos en asamblea- las razones por las que los parlamentos y los banqueros no escuchan a quienes sobrellevan el peso de la Historia.
Mediado junio, la mujer que come manzana pensó: La semilla ha sido plantada. Es hora de volver a casa y cuidar con mimo la gestación de la hazaña. A su tiempo nacerá el hijo de los que no batallan.
Los voceros, empeñados en sus rotativas, ciegos de espanto, avaros de sus avaricias, insensatos y oscuros, llenos de pústulas dialécticas -no quiso ni pronunciar un sólo nombre de infame-, riendo la valentia de muchos, sordos ante el murmullo pacífico -semejante en todo al vuelo de las abejas alrededor de los pétalos de las flores; legendarias en su quehacer práctico- de millones de voces, fluctuando entre una mirada paternalista y un discurso de burgués idiotizado, quisieron convertir el proceso en suceso (algo que ocurre y que no deja esencias de nada. Un suelto un año más tarde en un diario. Una broma sucia. Una risa de conmiseración).
Transcurrían las horas. Transcurrían las naciones. Nada se subvertía. No había una toma del Palacio del Invierno (sólo ellos sabían que ese no asalto, era el asalto). Se escuchaba una guitarra. Se fumaba un peta -sí, señores, se fumaba un peta-. Se ensoñaba un triunfo. Se comisionaban comisiones. Se asambleaban asambleas. Se escuchaban unos a otros. Paseaban. Se comprometían. Y en mitad de todo ese jaleo político y ciudadano, ella se comió una manzana.
No podían estar lejos los disturbios. Todos lo sabían. No podía ser que una mujer comiera una manzana entre comisiones sin que ese acto nutricional no fuera tomado como una subversión al orden establecido. Sabían que la policía andaba cerca; la olían como las gacelas huelen a la leona y saben que han de esperar el ataque pues ellas no pueden atacar. El cielo se cubrió varios días de nubes. El agua puso en duda las infraestructuras. Y las fuerzas del orden establecido atacaron. Los que eran libres se sentaron y sentados fueron aporreados. La sangre enturbió las plazas. Los gemidos se escucharon. Al caer la tarde se redoblaron los ciudadanos y se sentaron de nuevo y volvieron a sus comisiones y se alzaron cantos contra la fuerza. La mujer masticaba la manzana.
Fue junio la epifanía de las verdades como puños. Fue junio un clamor que se extiende -alfombra voladora por la imaginación de los justos-. Fue junio una salva y los que debían hablar -los llamados parlamentarios- se encerraron donde no se habla -el llamado Parlamento- y los que hablan llegaron hasta sus puertas protegidas por fieles cancerberos con cascos de batalla, vallas y silencio. Las noches se hicieron blancas. Los niños querían cuentos y bailes y palmas. La mujer que come una manzana preguntó: ¿Por qué nuestros representantes no vienen en comisión a parlamentar con nosotros? ¿Cómo no ha ocurrido ya este hecho?
Corrió la noticia de que Grecia se hundía y las ruinas de su Partenón eran símbolo de su economía; se dijeron unos a otros que la lucha nunca sería fratricida y exploraron de nuevo -reunidos en asamblea- las razones por las que los parlamentos y los banqueros no escuchan a quienes sobrellevan el peso de la Historia.
Mediado junio, la mujer que come manzana pensó: La semilla ha sido plantada. Es hora de volver a casa y cuidar con mimo la gestación de la hazaña. A su tiempo nacerá el hijo de los que no batallan.
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Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 15/06/2011 a las 12:19 | {0}